Sunday, October 25, 2009

Ciclos y vida nómada


Una lectura sobre El exilio voluntario, novela premiada de Claudio Ferrufino-Coqueugniot

por Christian Jiménez Kanahuaty

Cuando una reportera de Playboy-México le preguntó a Roberto Bolaño cuál era su patria, él respondió que eran algunos pasajes de ciertos libros que había leído, momentos del Chile de los 60 y, por sobre todo, sus hijos. Imagino que algo así nos plantea El exilio voluntario, la novela con que Claudio Ferrufino-Coqueugniot ganó el premio Casa de las Américas este año.

Siempre han dicho que hay dos clases de escritores, uno que escribe desde el escritorio —confort o no, eso no importa— sobre lo que conoce y sobre lo que no llegará a conocer jamás, pensemos en Flaubert, en Verne, en Tolkien y en Dickens; y por el otro lado se encuentran aquellos que sólo narran lo que conocen a la perfección o por lo menos en regularidad: pensemos en Hemingway, Faulkner, Tolstoi, Joyce o Henry Miller.

Y siempre nos han dicho que ambas tendencias de alguna forma están reñidas, aunque nunca se nos explicó por qué, pero por lo que sabemos de nada ha servido la división en los dos bandos, al menos no le ha servido a la literatura en sí misma; puede que a la academia sí, pero a la literatura no.

“La vida para escribir la vida”, dice una parte de la novela El lugar del cuerpo de Rodrigo Hasbún, la vida como pretexto para contarnos algo o, mejor, para entender un porqué. El arte, en especial el de la narración, es decir el de la literatura, parte de esa gran pregunta: ¿Por qué hago lo que hago? Y para respondernos nos quedan dos opciones: o ir a un psicoanalista freudiano o lacaniano, eso es lo de menos, o abrocharnos los pantalones y ponernos frente a un ordenador, exhalar fuertemente y empezar a escribir.

Ferrufino-Coqueugniot no quiere guardarse nada, quiere recordarlo todo aunque duela, aunque ardan las heridas que tardaron en cicatrizar. Todo bajo el signo de un ciclo nómada, un signo que le indica el camino, que al mismo tiempo le dice que lo importante no es llegar, que lo importante es el camino y el camino es la escritura, no importa el dónde, lo importante es que se escriba algo, puede ser el soporte un pastizal en Cochabamba, la piel de una gringa desorientada, la lengua de una mujer siempre añorada o la escarcha de un refrigerador que sólo guarda vegetales. La cuestión es escribir en ellos y sobre ellos.

Escribir también sobre los que están, sobre los que no están más y sobre los que puede que vengan en un futuro inmediato. Pero, como dice el título, todo ese nomadismo es un exilio y además voluntario. No impuesto por alguien de afuera, sino por uno mismo; ya es un sentido común decir que muchas veces nos sentimos solos en medio de un mar de gente y puede que ése sea el motivo o uno de los tantos por los qué El exilio voluntario es la novela que con más realismo ha trabajado el tema de irse afuera —a la mierda— aún estando aquí entre los pares. Para luego irse de verdad para estar entre iguales, que escapan, huyen, buscan, se quedan y se marchan con la misma disposición con que se hacen la paja en tardes ociosas; evocando la felicidad adolescente de la certidumbre.

Los ciclos son interiores, uno no termina de quedarse, uno jamás termina de irse del todo. La vida adquiere esa tónica: irse, volver, partir de nuevo y recorrer latitudes buscando algo más que lo monetario, buscando la felicidad, buscando un cuerpo amado que no envejece, buscando un abismo donde sentirse cómodo, o un lenguaje que sea propio. Logros no efímeros, aunque circunstanciales y particulares.

La novela es triste y terrible como sólo la literatura verdadera puede serlo. La novela es divertida y desparpajada como sólo la vida puede serlo. La novela es melancólica y honesta como sólo el amor puede serlo. La novela de Ferrufino-Coqueugniot nos indica que irse siempre es una historia a punto de escribirse, irse no es lo más fácil como uno puede pensar, más al contrario, es lo más difícil y por eso mismo, lo único que se puede hacer.

Ojo que no se trata de un bohemio (nunca entendí, y de seguro jamás entenderé, por completo esta palabra) que quema sus naves por cumplir un ridículo sueño americano, ni se frota las manos añorando los cafés de París, no, eso no, hacer eso sería desleal con el ser que escribe y con el ser que piensa que lo que imaginó tiene que vivirlo.

El exilio voluntario es la voluntad de vivir, a la Shopenhauer, una voluntad también de existir. De ser más allá de las contingencias, de ser más que un nombre en la cédula de identidad de la realidad. Es la historia de una conciencia que se arrastra por los pasadizos de la historia para confrontarla con los ojos abiertos y para pensarla mientras se la observa. Para decir: esta boca es mía, lo quieran o no.

* Escritor

Publicado en FONDO NEGRO (La Prensa/La Paz), 25/10/09

Imagen: Arte gráfico anónimo/Autoexilio

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