Wednesday, November 25, 2009

Camino de Bellavista


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Era, así la vi, una hondonada entre El Paso y Bella Vista.

Claro, hacía noche y había viento, y sobre los aluviones de chicha que la tarde trajo, una mujer de mala vida, de buena vida y mal pago diría yo, me invitaba en la puerta a entrar.

A mis quince.

Un cuartucho de El Paso nos había acurrucado en la noche ¿Cómo era posible entonces que mientras durmiera caminase, hacia las estribaciones del Liriuni, y una mala mujer de vida buena me entusiasmaba: pasa, pasa?

Entré. En aquel patio empedrado crecía una higuera. Caminé hasta el extremo y, desde un terraplén cuajado de maíz, contemplé una ardua ciudad donde los bueyes dejaban lo urbano y comenzaban a arar sin infinito. Los bueyes crecían a medida que araban y pensé que tal vez descubrí el mundo perdido de Paul Bunyan. Pero aquello tenía aire agrestemente criollo; las callejas colgaban faroles de forjado hierro negro.

Ven, me dijo, y me metió a un cuarto por cuya puerta creí contemplar Vinto. Hasta un tren se oía y chirriaban los eucaliptos con furor metálico en el viento que baja de Anocaraire. Creí ver Vinto y contemplaba sus piernas que eran grandes; aquella mujer se había convertido en una famosa socióloga que alguna vez amara el presidente Paz Zamora. De pronto me vi de nuevo en el terraplén y la ciudad había desaparecido. La mujer reptaba hacia mí con ánimo ofensivo. Ya no era ni mujer, ni socióloga, ni siquiera la amante de Jaime Paz Zamora. Era un engendro de sombra. Salté por entre el maizal. Allí observé un par de amantes. Les pregunté su nombre. ¿Y dónde estoy? Esto es Cliza y es veintinueve de enero.

Escuché ruidos, como martilleo incesante. Eran los cuyes que corrían por la noche sobre el piso de tierra. Mis amigos seguían dormidos. Y yo ya no tenía quince sino treintaicinco y en la tenue plaza de El Paso ni el silencio caminaba.
¿2006?

_____ Imagen: Bajada al valle de Cochabamba desde Liriuni

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