Wednesday, January 13, 2010

Hablar de tango


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A mamá.

Carlos di Sarli y su orquesta tocan "El opio", de Francisco Canaro, apenas terminados "9 de Julio" y "El llorón", tangos viejos.

Me decidí a escribir algo, pensando en mamá, extrañándola, porque cuando ella ya no esté, la Argentina, de alguna manera, se habrá perdido para mí. Eduardo Arolas continúa con los rápidos compases de "La Cachila". Le sigue "El Caburé". Allá por 1974 había leído sobre el personaje; historias de malevos, hambre, locura y muerte. El Caburé enterrando un cuchillo ya muy olvidado en alguien que habíale cuarteado la espalda de tajos. Entonces él le partió el corazón; y terminó comiendo, miserable, sobras a la vera de los cementerios, con las cicatrices de la espalda blanqueando al sol, como los huesos de los niños cruzados en la tinta de Marcel Schwob.

El periodista Jorge Montes, rescatando a los historiadores del tango, habla del tambor de los esclavos negros (tan-gó) de Buenos Aires, siglo XIX, o de las posibles derivaciones del nombre: ¿Vendría acaso de Shangó, dios yoruba del trueno y tempestad? ¿Qué dirían aquellos que quieren hacerlo francés? Lo que fuere: negro, habanero o andaluz, el tango es maravilla, todavía, de bar pobre. Con Julio jugábamos billar, Ituzaingó abajo, en Córdoba, sobre tablados sucios y cervezas grandes y espumosas. Año 84, el lupanar había desaparecido como tal, pero paseaban por la noche cordobesa putas pelirrojas que Ernesto Sábato juraría ser rumanas.

Horacio Salas dice que "El Queco", "uno de los más antiguos temas prostibularios, ya era cantado por las tropas porteñas del general Arredondo durante los días de la sublevación de Bartolomé Mitre, tras las elecciones que en 1874 dieron la presidencia a Nicolás Avellaneda (...)". Me apasiona, sobre todo en este momento que he vivido treinta años de historia argentina en la biografía de Juan Manuel de Rosas, época anterior al tango propiamente dicho, pero en un medio que ya presumía su música, en los callejones de la Gran Aldea que iba haciéndose urbe.

Sábato discute con un tal Ibarguren sobre la argentinidad o no del tango. Ibarguren afirma que el tango no es argentino, sino "simplemente un producto híbrido del arrabal porteño". Sábato defiende ese hibridaje, habla de que no hay pueblos "platónicamente puros", etcétera; discusión infinita como aquella de si Carlos Gardel era eso, o Charles Gardés, o Carlos Escayola; si uruguayo, francés o argentino; es parte de la tiniebla arrabalera, oscuridad que entreveo en Buenos Aires caminando en el mercado de Abasto. Las cajas se apilan hasta el techo, ramilletes de apio fresco sobresalen de los costados de grandes toldos que los cubren; los "negros" lavan los pisos con manguera. No difiere en mucho de un amanecer en el mercado Calatayud de Cochabamba, magnificado. Lugar sombrío, el Abasto. Como el tango, como los atributos del ciudadano argentino: "el resentimiento y la tristeza".

La orquesta toca "Felicia", y me parece ver bailando a papá con la tía Lucha, ella tres centímetros mayor que él, algo doblada, mejilla contra mejilla. Y Antonio Bisio en el cortante bandoneón como cuchillo.

Leyendo el texto que incluye el disco que escucho, el autor, Jorge Montes, menciona la Boca, el Riachuelo, la isla Maciel como centros tangueros y prostibularios. Con Juan Pablo Amusquívar buscábamos la noche porteña, luego de largo insomnio y celibato. Al borde del agua, en lo oscuro profundo, apoyado a un poste bajo y con el fondo de aquellos puentes o no sé qué sobre el río, esqueletos metálicos que todavía viven en los cuadros de Benito Quinquela Martín, estaba un hombre. Preguntamos por mujeres y señaló al otro lado, "cruzando el Riachuelo", pero era mejor cargarse de revólver o navaja para animarse. Y no lo hicimos.

Incluso el niño Borges, ya ciego y sin mamá, lo menta y lo escribe. Si de España han hecho un "sangre y arena", Buenos Aires, país, nación, república en sí misma, sería "tango y facón". Quiero al tango, "la danza popular más profunda del mundo", como afirmaría Waldo Frank, no sé si pensando en abstracto o en la realidad latente de las rodillas incrustadas en las entrepiernas. Imaginarlo no en la modernidad intelectual de Piazzolla o de Salgán sino en la estrechez geográfica del sur de la ciudad, anciano e inundado, entre las paredes inmundas de hospitales con letrinas más inmundas; los yuyos creciendo ajenos. Así lo intuyo en 1975 andando y tomando café con doctores guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), que serán vejados, castrados, ejecutados en la carnicería, no la guerra, que harán los militares después. Como una digresión, yo, muy joven, al escuchar a aquellos buenos hombres médicos, recordaba las palabras de Lenin sobre el revolucionario profesional y sabía, lo supe entonces, que jamás podrían vencer...

Baile proscrito, de putas y cuchilleros, el tango irá siendo absorbido por la sociedad "decente". Su internacionalización, el auge de su música en París, donde los bailarines argentinos ejercitaban pierna y sexo sobre la carne francesa, le dará el empujón definitivo hacia el éxito. Y por último la venia de los frailes, que lo consideraron obsceno y demoníaco. Un bailador, dícese el Vasco Arín, le demostrará a un mustio Pío X que no hay indecencia en el firulete. Y Dios, cuyos ojos en la tierra son los de viejos cansados, lo aprobará.

Nunca lo supe bailar, con excepción de una noche cochabambina, con madame Li, para que Paulina Oca me dijese muy tenue: "sos un malandra".
Aurora, 1997

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Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 1997

Imagen: Afiche de Jorge Fantoni, Víctor Levrero, Nadia Murad, Juan Carlos Rubio (UAI, 2004), para una presentación de Roberto Goyeneche en el Café Tortoni.


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