Thursday, February 25, 2010

Escritos, escritores.../NADA QUE DECIR


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Febrero se llevó a Tomás Eloy Martínez, a J.D. Salinger, y también a Howard Zinn, el historiador norteamericano cuyo crítico enfoque le dio nueva dimensión a la historia de los Estados Unidos. En USA, aunque no al extremo de la Unión Soviética, los hechos los contaba el manipulador del poder. Zinn desnudó sus verdades, como a su modo lo hizo el novelista argentino en sus clásicos "La novela de Perón" y "Santa Evita" y, a un plano no ya de ficción, "La pasión según Trelew", en casi el preámbulo del despegue de la tragedia argentina.

Salinger no sube al estrado; se mantiene oculto, receloso incluso, explícito en cuanto a la molestia que le causan los académicos, desdeñando los repetidos saludos que Truman Capote le hacía llegar por los más variados mensajeros. Ahora, en la muerte, no necesita ya el escondrijo del incógnito. Ahora puede ser el gran autor que fue y que deseó, ajeno a los otros, a aquellos a quienes se refería al afirmar: "Ya no hay escritores. Sólo zafios vendedores de best sellers y bocones".

Escribir suele ser actividad controvertida, y carente de dogma por lo general hablando de escritores-creadores. Se da el caso de tomas de posición y opiniones que a la larga son rechazadas por quienes las proponen. Claro el caso de W.H. Auden que en su poema "Spain", de los tiempos de la Guerra Civil Española, y guiado por la retórica comunista, sugería que la muerte (entendida como la eliminación física de los rivales políticos) era necesaria. Líneas que le valieron durísimo ataque por parte de George Orwell, quien en su "Homenaje a Cataluña" reclama la memoria de una era particularmente valiosa, lo que no impidió que en su relato de primera mano en el frente aragonés desmitificara el romanticismo de entonces y lo reemplazara por inercia, aburrimiento, ridiculez (sin arrepentirse de haber estado presente). Lo hizo Koestler, en otro ámbito y estilo... y siguió como Orwell subyugado por la España que se elevaba por encima de dogmas y terrores.

La Argentina de los años setenta tiene en Tomás Eloy Martínez un ágil e inteligente pintor. El artista ve los caminos que llevan el pais a la ruina y aunque se sabe que no es indiferente al asunto, tiene esmero en retratar lo que ocurre.

Cuando Perón llega a Ezeiza después del exilio español, lo hace casi como un prisionero. Su vida no es sólo historia, es una novela. El decrépito militar que daba la imagen de valiente caudillo no pasa de ser un títere en manos de José López Rega, oscuro segundón ávido en el arte de la brujería -dicen- y en el de hacer cornudo a su jefe, el general Juan Domingo Perón. López Rega y su poder absoluto en el gobierno de "Isabelita" marca el inicio de la fatídica Triple A, y de la drôle de guerre que la izquierda combatiente añade en beneficio del desmantelamiento nacional. No de otro modo pudo haber sido, porque aparte de los actores individuales se habían ido solidificando las bases de tal enfrentamiento. Era la época, apenas unos años luego de la muerte de Che y un alucinamiento masivo que todavía rescatamos como "ideal".

Cada escritor un mundo, aseguran, pero también un detalle. Ehrenburg se recordará por su don mundano y la inteligencia con que lo digiere, más que por "Julio Jurenito". Me temo que Borges, el hombre (un libro en sí mismo), crece por encima de su obra y hasta los diletantes lo nombran sin haberlo leído, mucho menos seguido sus pasos como poeta durante la visita de Drieu La Rochelle a Buenos Aires, cuando comenzó a perfilarse el genio. Pocos pueden parafrasear a Jaime Sáenz pero muchos imitarlo en los rincones de lo oído. Ni qué hablar del pobre Neruda cuya a veces magnifica obra se ha reducido en el conocimiento popular a "me gustas cuando callas porque estás como ausente" (a quién no le gustan así), pero olvidado en las alturas de Macchu Picchu y en las suyas propias.

Salinger tenía razón. Mejor una vida apacible, en las posibilidades que ofrezca, en paseos por el Parque Central, por el Luxemburgo si es París que se sobrepone a Nueva York, en la cotidianeidad de los hijos, siempre por encima de la vanidad y de la fama. Y también mejor el infierno por el que se adentra Conrad hacia el Congo, sospechando que en la angurria en que ha devenido ser literato no hay nada. De ahí Rimbaud y Lautréamont, o la efímera grandeza de Hart Crane y Raymond Radiguet.

La muerte es la peor enemiga de la fama, considerada ésta como un bien contante. Y la mejor amiga de los que en serio escriben, de Schwob en la oscuridad de una habitación con un criado chino, de Petrus Borel con hambre...
20/02/2010

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Publicado en Puntos de Vista (Los Tiempos/Cochabamba), 25/2/2010

Imagen: Lajos Bakacsi/Ex-libris húngaro con el rostro de Attila József

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