Wednesday, July 14, 2010

El cuentista Bryce Echenique


No soy académico y menos quiero serlo, por tanto mis aproximaciones literarias y políticas van cargadas de subjetivismo. Hay quienes podrán hablar de Alfredo Bryce Echenique o de Pepino Pelotas con mayor acentuación, e incluso con algo de altruismo si se necesita. Yo lo hago como lector, escritor, poeta, humanista y antihumano, masculino, porque -aunque quisiera- no podría el otro; es decir con todas las contradicciones esenciales para leer un texto que no diga nada y que sin embargo suene bien, hasta hermoso. Creo que eso le gustaría a Bryce, autor que sugiere que estaría demente si opinara lo mismo a mediodía que cuatro horas después y que toma la realidad mundana con una mezcla, síntesis dijéramos si fuésemos científicos, de melancolía, sustancia, dolor, ironía, humor y… sátira.
Cuando hace quince años atrás regalé a mi madre los cuentos completos de Bryce, a quien no había yo leído pero de quien había escuchado variadas referencias, ella me escribió una larga carta Cochabamba-Denver donde elogiaba al escritor pero en quien hallaba, a veces, cierta flacura literaria. Muchísimo después, en medio de mi ecléctico infierno de literatura, cine, música, etnografía, sociología, política y vainas asumidas como más que interesantes, irrenunciables, le llegó el turno al Perú y al sujeto de nuestra reunión. Agarré sus cuentos y hallé un cuentista único, que en las líneas de su libro Huerto cerrado (mención de honor de Casa de las Américas 1968) ejercitaba una prosa distinta a la usual en la América Latina, muy diferente a la de sus pares peruanos. Prosa que de cierta manera remontaba a Proust, pero que lo excedía porque su melancolía se nutría de tintes lacónicos y audazmente irónicos. Bryce retrataba una sociedad que era la suya con el color sepia del gran francés pero con una mordaz mirada cuya herencia atravesaba el tiempo para inmiscuirse en el espíritu de la picaresca española o en la heredad del Simplicissimus de Grimmelshausen. Difìcil amalgama que con los años Bryce logró pulir hasta hacer un arte propio, muy distintivo, y un homenaje per se a sus dotes de extraordinario narrador. Pensé en mi madre otra vez y en la flacura que denunciaba. La encontré, y es normal en un libro primerizo, en algunos de los últimos relatos de Huerto cerrado, donde se enfrasca en experimentaciones a veces desventuradas, a veces aburridas que, sin embargo, no le quitan homogeneidad artística e inolvidable creatividad.
La felicidad ja ja y Magdalena peruana muestran ya a un autor sólido, que sin haber perdido cierta inocencia del primer libro ya penetra en el campo del idioma como la greda urgente que se necesita y se puede moldear para lograr el efecto deseado por el escritor que es el de hacer del lector partícipe activo de lo que dice. Sin aspavientos experimentales, Bryce ejercita una prosa que incluso sin ser seguida muy de cerca se amolda al lector y hace que su ficción se convierta en la suya. Hay una suerte de espejos, que no otra cosa es la mente, donde se entremezclan las andanzas del personaje, cuyos lazos aparentemente sueltos forman al final nudos que dan coherencia a la historia. En algún lado de sus entrevistas Bryce menciona a Céline, un escritor diríamos ajeno a él, pero quien a través de argucias como los puntos suspensivos, llega a una respuesta similar por parte del lector, que completa la idea supuestamente abandonada al azar.
Es Bryce Echenique un cronista de la burguesía peruana, de la cual proviene con ancestros que abarcan virreyes y presidentes. A la vez cronista de la identidad peruana, de una que oscila entre dos continentes sobre todo: Europa/América, en un vaivén dolido y humoroso de personajes cuyas características podrían ser la desdicha y la soledad, elementos que los decoran con un dejo antiheroico. Estos seres forman parte del autor mismo, y se les ubica inequívocas señales autobiográficas a la vez que detalles de clase, de nacionalidad, etcéteras también inequívocos. Dice Bryce: “Mi escritura es un proceso de recaptura mediante la memoria y de reelaboración mediante el oficio, el trabajo, la imaginación”. Sus textos son así él como ella (la sociedad peruana o parte de ella) recapturados para quedar en la obra impresa como tangiblemente propios, bryceanos, peruanos, irónicamente burgueses a la vez que universales en sus desdenes y ambiciones.
A pesar de que su asociación más cercana sería la de Mario Vargas Llosa entre los literatos peruanos, lo de Bryce es exclusivo en cuanto a estilo. En cuanto a la “vida real” no se trata, creo, de soslayar la realidad política y social como parecería. Lo de Bryce tiente hasta alcances de denuncia cuando retrata burlescamente cómo se desenvuelve la clase pudiente en su país, cuáles son sus expectativas, cuáles sus ambiciones. No le hace falta dar opiniones de carácter político-social en los diarios, ya lo hace en sus novelas. Al igual que Gogol, sin tal vez haber sufrido los arrebatos de culpabilidad de éste, Bryce desenmascara el Perú rico, y su voz es igualmente válida que la de Ciro Alegría o de Manuel Scorza, aunque le falte, y eso por temática y estilo, aquella inolvidable poética de José María Arguedas contando sobre el sonido de la María Angola (campana de la catedral del Cuzco), o de las piedras de la ciudad sagrada o los adustos y feroces rostros de los indios del Mantaro, jamás sujetos.
Menciono a Nicolás Gogol porque pienso que hay una íntima relación entre ambos escritores. Si hubiese un Gogol peruano sin duda ese don recaería en Bryce. Las almas muertas y El inspector general del escritor ruso representan de manera ampliada y en un contexto social a los individuos de Bryce. El ministro Joaquín Bermejo (de Anorexia y tijerita) estaría bien dentro de la dramaturgia del Inspector General, o la uruguaya Nipsky, arribista profesional en la universidad de Cornell (de Ausencia de los dioses), también. Gogol y Sologub, Nicolás Leskov, crearon personajes intensos, dramáticos e intrascendentes como los que en este siglo y el otro hizo Bryce Echenique, a pesar de que sus antecesores literarios no fueran tan rusos sino más bien sajones, o franceses. Detalles que no importan pero que sirven para recalcar una ligazón entre tiempos y lugares, a través del humor en este específico caso. Existe una hermandad no propiamente inmaculada que cuenta en su haber a Rabelais, a Cervantes, a Sterne, a los mencionados eslavos y a muchos más, asociados a Bryce. Si para Gogol la risa era mucho más significativa de lo que la gente pensaba, para Bryce el humor es la sonrisa de la razón. El arte está en manejarlo entre medio de lo desvergonzado y triste de vivir, donde el humor aunque amargo no desdeñe la ternura. Y de eso hay mucho en los escritores que aparecen aquí.
Bryce Echenique se cataloga como un escritor más emotivo e intuitivo que racional. Sus obras, provenientes como él mismo afirma de la experiencia vital y cultural ahondan ambos aspectos donde, sin embargo, la no aceptación del dogma de la razón le permite esa deliciosa soltura que caracteriza su obra.
Un breve y emocional paso por los caminos de un notable escritor. Creo que su enjundia humorística no necesitaba por mi parte de ningún sesudo estudio que los aburriera y que también me aburriría a mí. Gracias.
18/6/2010

Leído en la UMSS (Cochabamba), 18/6/2010

Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 24/6/2010

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