Thursday, July 22, 2010

La memoria de las cosas/LA VUELTA AL MUNDO EN 80 FILMES


Amos Gitai/Israel, 1995

"La memoria de las cosas", "Devarim" en hebreo, es parte de una trilogía de Amos Gitai sobre las ciudades, cada una independiente. Esta es la primera parte.

El título en español es sugerente, sobre todo para un estado como el de Israel de escasa vida e historia. Usualmente cuando la edad de una nación es todavía joven, sus generaciones van formándose en el recuerdo de los pioneros que establecieron el lugar. A partir de allí se crea la tradición. Amos Gitai, en "Devarim", presenta un rostro de desencanto al respecto. Lo hace a través de la vida de tres hombres en Tel Aviv, ciudad judía por antonomasia, que más que haber perdido el respeto por sus ancestros inmediatos, los que fundaron Israel en medio de una larga y ardua guerra entre árabes y judíos, los que huyeron del Holocausto, intentan sobrevivir en una existencia plena de desidia y falta de placer. La búsqueda de este último, del placer, como postrero refugio de las esperanzas, también representa una decadente derrota que podría, y lo hace eventualmente, terminar con la muerte por suicidio. En los Cahiers du Cinéma, Serge Toubiana dice, refiriéndose a ellos: "Casi no viven, apenas sobreviven (...)".

Segunda generación de israelitas, primera nacida en Palestina, se angustia de principio al no hallar salida a sus aspiraciones. Se siente constreñida, apesadumbrada, obligada en cierta medida a responder a las expectativas que un país en desarrollo demanda. Y eso que Gitai en ningún momento hace referencia al problema palestino. Se centra exclusivamente en los recovecos interiores de los ciudadanos de Israel, desenrosca una búsqueda hacia el meollo de lo que debiese ser la esperanza nacional, el deseo de la población por surgir, por acrecentar las posibilidades de supervivencia de su pueblo y encuentra un cansancio anciano, que sería natural en los viejos judíos de Praga, en los buhoneros de Cracovia, pero no en los casi maduros hombres de Tel Aviv. Encrucijada que Gitai desarrolla en otros filmes, baste recordar su inolvidable Else Lasker-Schuler, poeta expresionista, para quien Palestina es lírica de ensueño, y su contraparte, una revolucionaria rusa, que brega por la construcción de un sueño.

Amos Gitai, nacido en 1950, dos años después de la creación de Israel como estado independiente, tal vez caracteriza su propia experiencia. No es cronológicamente ni creador ni pionero. Nace entre las ruinas del pueblo judío expuesto a exterminación en Europa, combatido cruelmente por las etnias locales en el Oriente Medio. Teóricamente sobre sí se funda la estructura que permitirá al país sostenerse en medio de enemigos que no perecieron y a quienes, de algún modo, se robó y asesinó también. Su herencia debiera ser de gloria y de combate y sólo es de desazón.

La madre de uno de los protagonistas comienza a enloquecer y habla con su hijo en polaco. Vive en sueños en una Polonia desaparecida, viste como antigua europea, en sus modales y sus comidas habita el recuerdo de las macizas y oscuras ciudades de Europa Central. Esa nostalgia por lo perdido opaca la alegría del nuevo hogar. Israel mira hacia atrás, hacia un pasado milenario en las rutas del mundo. Al mirar dentro de sí descubre un país en el Asia, desubicado de su entorno. Son, igual que sus hermanos árabes, semitas; mas son semitas que se acunaron en Kishinev, en Lemberg, en Breslau; semitas que construyeron San Petersburgo y viajaron en las naves españolas a la conquista de América. Cómo no tener entonces, en la Tel Aviv actual, un vacío inmenso. Hablamos, claro, y sin duda es un punto de Gitai a este respecto, de judíos no religiosos, no practicantes al menos, para quienes la menor esperanza es una ilusoria ¿ilusionada? deidad.
12/2/08

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), febrero 2008

Imagen: Amos Gitai

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