Monday, August 23, 2010

Avatares del narco


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Destapo la botella, ya a medias, de un shiraz del suroriente australiano. Como ejercicio antes de escribir, navego por la historia del vino en el subcontinente, y causa placer aparte sentir que en la calurosa tarde de Aurora, Colorado, tomo en vaso común sinfín de cuentos, anécdotas, impresiones y novedades. Saber, por ejemplo, que quizá este rojo oscuro que bebo se originó en el Ródano superior, por tierras que pasé en tour de anarquía y juventud.

Escancio un poco más, casi terminado el Rosemount, y pienso en la vieja Shiraz de Pierre Loti camino de Isfahan. Al menos el nombre viene de allí, y quizá el vino, de la tierra de los barbados y seniles ayatolas, del cobarde Ahmadinejad, lapidador de mujeres, a quien es lástima no hicieron volar en pedazos.

Un tema ronda hace tiempo. Y viene, seguro, del rol narco que el gobierno de Bolivia adquirió, autónomo en apariencia de los cárteles, y víctima sacrificial a no muy largo plazo. Creen los ideólogos de la estulticia que el gremio de los narcóticos es como el de las bananas. Triste caerá el porvenir en una tierra donde ya no se siembra, cuya heráldica de ser lugar originario de la papa es eso: heráldica, porque hoy Bolivia importa papa, y maíz, y pronto quinua que ya se produce en el páramo de Colorado, no muy lejos de casa. Se terminaron los hombres de maíz de Asturias; el narco, bienvenido por la "revolución", acabará la labor de engendros como Cortés y Pizarro, sin necesitar de quinientos años; lo hará en una década.

Poco se puede hablar, y menos pronto, de las culturas originales y sus representaciones. La droga los ha globalizado peor que los malditos gringos. Ya en el valle de Chulla, antes tierra de labranza y de chicha blancuzca (ni hablar de la aloja, de algún resquicio de airampo), las máquinas secadoras de ropa secan coca, y los desechos se arrumban al pie de los sauces llorones, Whipping willows, los llaman acá, donde amaba uno acostarse, y besar los labios de aquellas mujeres que hoy cosen los calcetines de sus amantes. Se terminó la belle epoque andina -y pobre-. Se da espacio a una "cultura nueva" de alcances insospechados, distinta además a lo que conocemos del género, a las apreciaciones que por citar hacía el difunto Tomás Eloy Martínez sobre Colombia y México, a la novela negra de Sergio Ramírez acerca de las mafias de la droga en su tránsito por Nicaragua. Tan nuevo, y tan diferente es de lo que solía ser, que Costa Rica, país preciado por su ausencia de milicos, se plantea ahora la necesidad de una fuerza policial superior, quizá un ejército, para frenar el trampolín que representa su espacio en el tráfico internacional hacia el norte. Porque Costa Rica sabe que no sólo funciona como trampolín, que lo que atraviesa su territorio irá de a poco también quedándose, y de a mucho destruyéndola.

Los profetas del desquicio en Bolivia, falsos profetas y falsos defensores de lo indígena, niegan la presencia de cárteles. La telaraña del narcotráfico crece con brutalidad pero con sutileza; va permeando las sociedades, intercambiando costumbres por ágiles recompensas, dañando la imagen y las posibilidades del trabajo, consumiendo energía y empuje empresarial. Para el narco la única patria es la suya, y la cháchara de los tontos, matizada de ideología, no le hace mella. Viven de ellos, y ellos viven del lujo fácil del crimen. No hay perspectiva ni futuro; el inmediatismo que gobierna la tierra produce palpable sensación de final, sensación que se convierte en realidad antes de que cante el gallo.

Poco antes de que mataran en México a Ignacio "Nacho" Coronel, asociado al cártel de Sinaloa, la revista Proceso publicó un artículo del periodista Ricardo Ravelo con la historia del capo. Terminó siendo un responso ya que lo acribillaron, en un entretejido oscuro que une a gobierno, policía y ejército con los narcos, donde hay flagrantes favoritismos sobre a quién combatir, y hechos concretos donde las autoridades soslayan el crimen porque les viene bien. No en vano se mata a tanto periodista. Hoy mismo los venezolanos desdeñan un documental español sobre su país alegando la mano del neurasténico Uribe por detrás. Olvidan que hay gente a la que no se compra, algunos que no nos vendemos por plata, por culo o por patria.

Pérez Reverte fue magnífico en "La Reina del Sur". Incluso le concede alma a esta gente. Sergio Ramírez creo que no alcanza la emoción que tiene en otras obras, pero el tema subyuga; Eloy Martínez nos legó un texto -que fue su último- sobre la "cultura" del narco. Ahora le toca a Bolivia, donde, años ha, Tito Gutiérrez hizo una interesante aproximación iniciática en "Mariposa blanca".
10/08/2010

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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 15/08/10

Imagen: Raúl Recio/Paisaje narco, 2010

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