Monday, September 27, 2010

George/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Líbrese el lector de pensar que hablo de George W., político de cortas miras y largos alcances, paradojas presidenciales del país más poderoso del mundo. George no puede ser otro que George Harrison, músico integrante de los Beatles y que murió meses atrás. El más callado aunque tal vez el más sorprendente del grupo, fue como un halo que guiaba el éxito abrumador del cuarteto, el que en sus búsquedas espirituales personales arrastraba al resto para darle una razón de existir a su música. La excursión a la India, el influjo de Ravi Shankar y de la filosofía hindú, la fusión de ritmos e instrumentos orientales y occidentales se deben a su necesidad de comprender su entorno y de tratar de que el suceso suyo pudiera de alguna manera transferirse a aquellos que los escuchaban y seguían.

Fue ante todo un hombre sencillo.

Con calma, sin aspavientos, dejó que su propio talento se opacara ante la erupción creadora de su amigo John Lennon, y del dúo Lennon-McCartney que poseen la autoría de la mayoría de las canciones conocidas de los Beatles. Sin embargo tres o cuatro suyas dejaron imborrable huella en el portafolio musical de los "cuatro fabulosos" de Liverpool.

El tiempo dejó que cada uno siguiera su paso; let it be. George compuso "My Sweet Lord". Yo ya había dejado atrás lo que Harrison intentaba encontrar en Khrisna o en cualquier instrumento religioso, pero aunque los caminos de la vida son únicos y particulares no impidieron entonces ni hoy que esa canción me mueva la sangre. En los setentas, George representaba, incluso para nosotros en las montañas bolivianas, una guía que pasaba por la rectitud de carácter y la consecuencia. El disco del concierto para Bangladesh era una joya musical que sólo poseía una persona en Cochabamba y cuyas espaciadas sesiones para escucharlo nos acercaban a un mundo que parecía haberse hundido desde la muerte de Ernesto Guevara y los continuos asesinatos de los últimos guerrilleros.

John Lennon murió en Nueva York. García Márquez le dedicó un hermoso texto que hablaba del vacío. Ringo Starr terminó siendo lo de siempre: un muchacho tonto, y hoy hace propaganda televisiva para las financieras. Paul McCartney alcanzó aquello que posiblemente ansiaba y lo llaman Sir Paul.

George murió pausado.

Una vez le preguntaron sobre sus músicos preferidos y sorprendió que entre ellos nombrara a Jorge Negrete.

Here comes the sun.
05 /17/03

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Publicado en Opinión (Cochabamba), mayo 2003

Imagen: George Harrison, por François Morellet

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