Monday, November 1, 2010

Hacerlos pagar/NADA QUE DECIR


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hoy, Emily, mi hija mayor, cumple 18. Recuerdo los míos. Hacía un año del bachillerato y creo que estudiaba ya Sociología. Espacio raro de gobierno civil.


Desde 1964 -tenía cuatro- que vivíamos bajo dictadura militar. Aquel final del año 64, René Barrientos, en un arrebato de traición a su presidente que se hizo característico de la institución armada, se adueñó del poder junto al general Ovando. Fraguó luego elecciones que lo coronaron. Se había iniciado el largo proceso de la destrucción nacional.


Vinieron las guerrillas, el cipayismo de los militares bolivianos ante los representantes del imperio. La CIA campeaba en el país, mientras que quienes supuestamente tenían que defender la "patria" y sus ciudadanos, emperifollaron sus esposas con los pingajos sangrientos de Bolivia sometida al expolio. Crecí así, en una nación sojuzgada, donde los criminales como Vargas Salinas y otros se preciaban de héroes. Entonces parecía Africa. Y aún parece, triste Bolivia.


La lista de botas -sin cabeza- se sucedieron. Me hacía joven y me hastiaba ver cualquier uniformado con aire de perdonavidas. Cerraban los bares, agitaban sus pistolas, abanicaban putas sin nadie decirles nada. Con el tiempo nos hicimos pagar con algunos, como Remarque y sus amigos con los incipientes nazis. Repartimos palizas por aquí y por allá, porque los valientes tenientes, capitanes y hasta algún mayor, no lo eran tanto cuando a solas tenían que vérselas con un hombre. El mito se había roto; el mito no existía; éstos no eran más que aprovechados de las circunstancias y fueron decantándose como agua turbia, que de vino no tienen nada. Pero, si miramos el panorama actual, todavía andan con veleidades de delfín; los políticos, comenzando con el presidente, los miman como niños discapacitados aunque peligrosos. Extrañarán su tiempo de gloria, cuando todo fue estupro y robo, asesinato y robo. Y Morales, como lo hiciera Allende y lo hicieran los civiles argentinos, parece no comprender el estigma maligno que pesa sobre ellos.


Si no se levantan ahora y prefieren el cómodo papel de asalariados -de patrón el que pague- es porque las circunstancias cambiaron y ni su estulticia ni su brutalidad se requieren. Todavía en Africa aparecen con trajes de elegante vendedor de helados, pero, como en el caso del dictador del Sudán, sus días están contados en los tribunales internacionales.


Me veo de niño, agitando, por obligación, banderitas de Brasil y Bolivia a la llegada del tirano Geisel. Venía en misión "económica", pero los militares brasileros, bajo la dirección de la CIA, se dedicaban a entrenar sicarios, torturadores, cobardes.


Mi padre trajo un recorte de periódico a casa, con listado y detalles de muerte de un vasto grupo de individuos durante el régimen de Bánzer. Nunca he podido olvidar el martirio que trashumaban esas líneas: el calvario de Silvia Spaltro, de Stamponi. Y ellos, los malhechores, en Cochabamba, se paraban en la puerta de la Prefectura, ávidos de víctimas, de sexo fácil y violento.


Se han encontrado huesos en el edificio del Ministerio de Gobierno. Son restos de las dictaduras militares, hechura y mandato de generales y coroneles con sus esbirros. Es tiempo ya, porque muchos de los verdugos aún viven, de hacerlos pagar por sus crímenes. Les correspondería el paredón, pero el muro es para los hombres, la soga para los perros.


Mi hija tiene 18 y me alegro que no los cumpla como los cumplí yo.

06/03/09

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), marzo 2009

Imagen: Fotos de desaparecidos durante la dictadura militar argentina

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