Monday, November 8, 2010

Los temas/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ya es cansador hablar siempre de lo mismo. En su tiempo fue el idiota de George W. Bush, y ahora es el idiota de Evo Morales. Como si en este largo y extenso mundo de dios y diablo no hubiese otra cosa que la resaca inmunda de los tiranos.

¿Por qué no hablar de lo que hace un buen goulash, de cómo lograr textura en el jugo utilizando raíz de apio y chirivía, hortaliza conocida popularmente como zanahoria blanca? Eso es más concreto, ni para qué decir duradero, que las vanidades humanas de elfos malhabidos, con extrañas orejas y ceño fruncido al estilo de Hugo Chávez.

Hay que encarar el tema de una columna como un buen plato, un buen sexo, buscarle vueltas al placer y degustar el sabor de las hermandades de letras, convencionales o no; evitar -de ser posible- la repetición y el cansancio, la pareja hastiada en cuyo cuerpo uno se siente patético como esos ancianos cachondos que retratara George Grosz, llenos de carnes colgantes, pieles flácidas y flatulencias.

El tema de un texto tiene que ver con el día, con el clima, con ventana abierta o cerrada, con música, con saber si el perro comió, cagó y durmió. Espacio íntimo en que el autor se encara a sí mismo, con un universo desconocido tras el teclado del computador. En cada dedo hay una llave con capacidad de destapar cualquier cosa: tal vez un oporto liviano del valle de Tarija, de rojo claro que denuncia su inocencia, o uno oscuro como sangre ardiente según son los portugueses. No sólo vino, amor y odio, también, pinceles y galletas; un pan focaccia donde los chiles jalapeños semejan decoraciones chinescas, o una baguette que me recuerda el París del Luxemburgo, con un trozo de gruyère y leche para olvidar que somos pobres, para recordar que somos jóvenes.

La recurrencia de la soledad, porque, hay que ser claros, al tiempo de escribir quien escribe deja de lado lo ajeno. Es un combate singular, Diómedes Tidida contra Héctor Priámida, donde las espadas, los dardos y los corceles son prioridad y exclusividad de los contrincantes: el texto y el autor. Allí no cabe una hoja, a no ser como elemento circunstancial presto a ser utilizado, y menos otra presencia. Cuando se escribe hay transferencia a otra dimensión, donde se barajan las posibilidades pero cuya única certitud es estar solo.

Y esta pantalla gigante donde el escribiente especta el mundo, conlleva la obligación de elegir, tarea dura a veces, ferviente las más, dolorosa de cuando en cuando. Hay que crear e innovar; renovar y remover, pero, sobre todo, trabajar.
20/04/09

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Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2009

Imagen: Dibujo de August Neter (1868-1933)

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