Friday, December 31, 2010

Norman Bethune y Oskar Schindler


Dos películas. Una reciente, la de Steven Spielberg, y la otra de un director Tillis, de la década del 80. Dos excelentes actores: Liam Neeson, que hace de Oskar Schindler y Donald Sutherland de Norman Bethune. Como para alegrarse de que el viejo arte de la actuación sigue siendo vital y que sin ellos, estos hombres de carne y hueso y gestos como cualquiera, la cinematografía no existiría.
Oskar Schindler, el industrial checo germano sobre quien Spielberg hizo su película, era un hombre de méritos valiosos sin duda. La poco usual ortodoxia empleada por él, y eso de ir convirtiéndose en santo a pesar de que la santidad no fuese, como supongo, su inicial objetivo, tienen que ser apreciados. Se puede discurrir muchísimo acerca del asunto, hasta dónde el hombre es lo que es, hasta dónde lo que quiso ser y hasta cuándo lo que pregona ser. Así con Schindler. La posibilidad de un pronto enriquecimiento por medio del trabajo esclavo de la población del ghetto era una muy seductora idea, sobre todo en una persona ambiciosa como él. Pero, circunstancias especiales y lo que podemos suponer solamente -un corazón blando-, lo obligaron a pasar de una lucrativa idea económica, de provecho personal, a una empresa de salvamento colectivo. Las fábricas de Schindler permitieron sobrevivir al genocidio nazi a un número de judíos que no lo hubiera logrado en otra situación. La verdad o falsedad de los hechos es ya irrescatable.
La mente de Schindler nos viene de segunda o tercera mano. Pasa de los supervivientes a sus hijos, de allí al documentador, al literato, hasta el director de cine. Oskar Schindler adquiere dimensión por y gracias al arte. Un hecho valiosos y aislado como el suyo se masifica, se populariza y su imagen aparenta ser quizá más grande de lo que realmente fue. Ese es un defecto del cine y los medios de comunicación de masas, priorizar y agigantar algo posiblemente muy pequeño para ser esencial. No quiero desmerecer su figura. Pero el poder de la sociedad de consumo, de los Estados Unidos, el inmenso bagaje económico de la etnia judía en este país, que domina el ámbito cinematográfico de Hollywood, entre actores, directores y productores, puede lograr lo que quiera, hacer de un oscuro personaje como este industrial alguien aparentemente muy importante. Su nombre, así como el del criminal de guerra Amon Goeth que supervisaba el exterminio judío en Cracovia, han sido recién destapados para la historia. Es algo significante, productivo, indagar lo histórico en detalles ignorados porque la suma de ellos nos dará una mejor perspectiva del total. Mi único descontento es que se realicen obras así, como esta excelente película, persiguiendo fines parcializados o políticamente "aceptables". Steven Spielberg es judío y los Estados Unidos permiten historias relacionadas con el drama de este pueblo. Se da dinero para ello. No se lo daría para filmar la memorable vida de Ho Chi Minh, poeta y revolucionario, en su grandeza, porque ello atentaría directamente a los "intereses nacionales" de los EUA y sería calificado como propaganda comunista. Ningún cineasta, a no ser Oliver Stone o alguno que otro independiente, se animaría a hacerlo. El riesgo es grande. De allí que es mejor invertir millones en ejemplificar una vida que fuera de sus íntimos atributos humanos es, históricamente, inimportante. Por ello hago esta comparación entre dos películas: "Schindler's List" y "Bethune"; entre los filmes, repito, porque entre los hombres, Norman Bethune y Oskar Schindler no hay comparación posible.
"Bethune" es un filme que carece de la grandiosidad de "Schindler's...". Y ni para qué hablar del presupuesto. Sin embargo no podemos negra que la película de Steven Spielberg es una joya de cinematografía, mientras que la otra no. Claro que Donald Sutherland, actor inglés, la prestigia con su calidad. Y, por supuesto, la epopeya del médico canadiense Norman Bethune es de por sí suficiente para interesar.
Norman Bethune fue un hombre brillante, controvertido, dominador. Caótico e intransigente, su vida personal se agita entre la miseria, la aristocracia, el amor y el genio. En un momento dado opta por la lucha social y milita entre los comunistas; detalle sin importancia porque su desenvoltura, honradez, sobriedad para encarar los problemas vitales distaba mucho de ser dogmática. Era más que un buen comunista, un buen hombre. No recuerdo las palabras de Mao Zedong, que todavía se llamaba, allí por los años setenta, Mao Tse Tung, sobre él. Era una página, quizá dos, que el gran chino había dedicado a la memoria de Bethune, el occidental más relevante de la revolución china. Murió practicando la medicina, en medio de campesinos soldados y enfermeras revolucionarias. Le levantaron una estatua, ni sé dónde, y desde el pedestal rocoso aún presume de hombría.
El fin de mi artículo es más bien crítico. Si bien aprecio el buen cine, creo que los artistas, directores entre ellos, deben pugnar por desenmascarar la historia, no caer en el juego del capital que permite sólo lo que no lo daña. Digo, no siempre, pero alguna vez. El criterio del arte no debe ser didáctico sino iluminador. No tratar de enseñar reglas de conducta sino sugerir. Ya que hay tanto dinero aquí, por qué ese silencio. Hombres e historia esperan para ser contados. Relatar el sujeto de Schindler es interesante. Es tiempo de contar hechos y personas más destacables. La gente se beneficiará, así les duela a los ocultos dueños del mundo que hacen prestidigitación con sus marionetas gubernamentales.
Aurora, 1997

Imagen 1: Monumento a Bethune en Montreal

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