Wednesday, January 12, 2011

Mokhtada al-Sadr/MIRANDO DE ARRIBA


Mucho se han violado los derechos humanos en la guerra de Irak. Lo triste es que tanto se ha hecho que incluso el mundo ya perdió interés. Tan común resulta contemplar hoy los muertos, mirar sin angustia los retorcidos fierros de los carros suicidas, los supuestos juicios a los perpetradores, las historias de horror.

El nombre del clérigo Mokhtada al Sadr es resultado de la guerra absurda que el imperio lanzó en su ansia de petróleo y de cruzada religiosa. Jamás hubiese este aún joven y turbulento sacerdote encontrado semejante estrado para su vocinglero sectarismo si Norteamérica no levantaba este sangriento castillo de naipes.

Al Sadr es hoy el hombre más poderoso del conflicto, el hombre del futuro. Por su simple retórica pasa el porvenir del país iraquí, cosa que dado su accionar terrorista no promete nada. El actual gobierno de Bagdad viene a ser en más de una manera títere de sus ambiciones, y ministerios como el de Salud, en manos de uno de sus prominentes correligionarios es muestra espantosa de lo que sobreviene. Los hospitales de Irak son cámaras de tortura y cementerio para los heridos sunitas que tienen la desdicha de caer allí. Enclave chiíta del peor sectarismo, la que debiera ser región de alivio se ha convertido en antesala de la muerte.

Entre ayer y hoy, comandos sunis de revancha secuestraron al segundo en importancia de tal ministerio y, con los antecedentes mencionados, su suerte ya fue echada en una espiral de violencia incontrolable y quien sabe permanente.

La milicia particular de al-Sadr, el "ejército del Mahdi", parece, sobre todo en su sector femenino, como una estampa medieval: con mujeres cubiertas de pies a cabeza, como monstruosos penitentes de Semana Santa. En un siglo veintiuno que aparenta reflejar un avance tecnológico sin precedentes y un retroceso mental e ideológico de magnitud, la vuelta al fanatismo religioso ensombrece la perspectiva humana. Cuando en las escuelas norteamericanas hay disputa de siquiera considerar el proceso evolutivo, cuando se quiere negar el origen del hombre y hacer creer que proviene de un mito convertido en realidad, las bases de una sociedad abierta, diversa y laica se desvanecen.

Para nosotros, los que aún leemos y pensamos, el riesgo es inminente. Armadas de sombras se preparan a asaltar el conocimiento y desgarrarlo. Parece -casi- una preconcebida historia de Tolkien de incierto fin. Y los Bush, los Cheney, Choquehuancas, Ahmadinejads, al Sadrs, frailes de toda laya, fariseos e hipócritas, se regodean con la presunción del festín.
20/11/06

Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre 2006

Imagen: Mokhtada al Sadr en un cartel en las calles de Irak. Fotografía de Le Monde

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