Friday, February 25, 2011

Après l'amour, de Diane Kurys


Francia 1992
con Isabelle Huppert, Bernard Giraudeau

El Chicago Tribune escribe que es uno de los dos o tres mejores filmes de exportación de Francia del año 92. Eso dice poco del cine francés, aunque por lo general asocio a éste con lacrimosas historias de romance como se da el caso.
Creo que se ha exagerado tanto sobre el romanticismo de los franceses que ellos mismos se lo han creído y salen con grotescas expresiones que no tienen nada que ver con la supuesta realidad del amor. El filme de Diane Kurys no es ajeno a ello. No sé, ni entiendo, si ella quiso dar un punto de vista "femenino", una perspectiva desde el otro lado, a las relaciones hombre-mujer. Punto que si existe carece de convicción. O tal vez Kurys forma parte de una nueva escuela de mujeres artistas que tratan de hallar otra definición a lo que es ser mujer de frente a la vida, el sexo, el hombre, el macho, la libertad, la independencia y el placer. En América Latina, en literatura, laten los ejemplos de Isabel Allende, como abanderada, seguida por Laura Esquivel y Marcela Serrano. Si este arte de telenovela es la mejor expresión de lo que puede hacer la mujer, entonces matemos a Eva en el paraíso, antes de la manzana, de la serpiente y el pecado, antes de que ella crezca de la idiótica costilla de un pobre y mal pertrechado Adán.
El argumento es simple. Parejas y adulterio. Amor y contramor. Engaño y cobardía. Al centro, una Isabelle Huppert con cara de piedra que cuando come, duerme o fornica mantiene la misma impertérrita expresión de dureza. Estaba bien cuando hizo Madame Bovary, esa Ana Karenina francesa, Effi Briest. Su actuación entonces creó en el público -masculino al menos- animadversión mezclada de angustia, objetivo, quizá, de Flaubert, Tolstoi o Theodor Fontane. La mujer que se suelta y el hombre ¿bueno? que termina hundido. Si Diane Kurys, en Après l'amour, quiso expresar algo diferente con la actuación de Huppert, despertar un sentimento de simpatía hacia un supuesto tipo de emancipación sexual, me parece que sugirió lo contrario.
No radica en la sencillez del argumento de esta película su debilidad porque se puede hacer gran arte de la cotideaneidad, sino en su fantasía falsa, en sus puestas en escena de romanticismo recargado (una pareja que conversa en un apartamento vacío -el novio de ella se llevó hasta los focos (¡!)- y se iluminan con unas cuantas decenas de velas y hablan "de la vida" y terminan donde se acuestan los sentimientos -muy "francés").
Igual que en Isabel Allende, Esquivel o Serrano... imágenes que pueden enternecer y entretener a los tontos, tal vez a los galos, pero que no dicen nada porque son inventos, elucubraciones de mentes sin experiencia, excesivamente teóricas o mentirosas. Creo, con el viejo García Márquez, que detràs de todo, por más fantástico, debe haber un asidero real. Cuando se inventa de la nada el resultado no tiene peso. Ni en el fantasioso Borges desaparece la realidad, está en los muros de sus ciudades viejas, en las ajadas páginas de libros ancianos, en la historia o el mito, todo, al fin, concreto, no importa si inaprehensible. Lo fantástico de la Máscara de la muerte roja, de Poe, comienza y termina con algo tan terrestre como la muerte y el temor de la muerte. Poe no inventa, como Kurys o Allende, sólo comprende y sugiere.
Un filme inútil, tan malo como los bodrios seudointeligentes y sentimentaloides de Eric Rohmer o la deplorable trilogía afrancesada del polaco Koszlowski: Rojo, Azul y Blanco (sin importar el orden) que confirman lo aburridas que son las pobres historias de amor francés.
Mejor, y con menos presunciones, lo hacía Corín Tellado, digan lo que digan los académicos.
septiembre 2001

Imagen: Isabelle Huppert en el filme

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