Friday, February 11, 2011

Otro 4 de julio/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Una sorpresiva llamada de teléfono, de Virginia, de Ronald Arandia, entrañable amigo, me retorna a los felices años, primeros y duros años, de Estados Unidos. Cómo señalar en pocos detalles la época: todavía se combatía en El Salvador y en paradójica actitud puse como seña de seguridad de la primera cuenta bancaria que tuve las siglas del Farabundo Martí (FMLN), burda manera de demostrar inclinaciones, pero manera al fin. Paseábamos por las calles; el metropolitano corría sobre el Potomac, debajo del río, en las afueras cerca de Tacoma Park, en algún plateado Dinner donde comer "real american food".

Éramos jóvenes, aunque viejo no soy, y hallábamos placer en destapar cervezas Grolsch mientras Fernando Vargas conversa con el bolichero iraní las desgracias de la revolución islámica. Tal vez gustos inútiles, pero si hay nostalgia es aquella de correr en auto por las anchas largas avenidas, esas de las embajadas, cuando la cassetera toca a Leonard Cohen; pelearse con los albañiles mexicanos y arrojarlos sobre las mesas del Bar Kantutas donde hacían salteñas y la patrona defendía más a extraños que a autóctonos. Intentar la salsa y a veces el merengue mientras las sudorosas centroamericanas, todas fuego de baile, no ocultan su desprecio artístico por los inamovibles andinos. Y qué nos importa: festejamos este cuatro de julio ninguna independencia, festejamos el pretexto de emborracharnos ágilmente y decorar la fiesta con el ánimo de quien trabaja.

Era otro tiempo donde ni había Bin Laden ni un príncipe idiota se sentaba en la Casa Blanca. Trashumábamos la energía de ser sanos y solos, vivíamos horas intensas y ruidosas. De Georgetown a Arlington, cruzando el puente de Roslyn, a seguir bebiendo en el segundo piso del New York New York, a una librería y a una disquera, a una selección de botellas de cerveza y vinos, música de Theodorakis, para terminar en algún, nuestro, apartamento y proseguir con voces que incluían siempre a John Lennon, Cohen, el fervor de Brasil y sikuris ancestrales que sonaban como dentro de las concavidades de un pecho herido...

Estamos con Fernando sentados en la acera de la avenida Constitución; ha terminado el desfile. Latas vacías y papeles azulblancorojo ruedan con el viento del crepúsculo. Ha enfriado. Volver a casa, muy lejos de casa, y acostarme bajo los ojos de Kafka sobre Praga, un 4 de julio de muy allá.
4/7/05

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 5 de julio, 2005

Imagen: George Grosz/Apaches, 1917

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