Thursday, February 17, 2011

Reconstrucción de Tarata/MIRANDO DE ARRIBA


Muchas veces he caminado las calles. Entonces, alguna vez, no se hablaba de enfermedades y se podía comer mínimos chorizos cubiertos de picante amarillo. Todavía, aunque ruinosa, estaba la casa del tirano Melgarejo. Los patios traseros del Convento tenían muros de adobe y se evitaba en lo posible la imagen de abandono.
Pasear entre los retratos notables es como reencontrarse en una vieja pensión familiar. Uno y otro, entre frailes y generales, se agrupan para una postal multigeneracional; están los héroes, el Ferrufino cuyo nombre adorna el pilar central de la plaza principal de Cochabamba, Manuel Ignacio, quien entró en la muerte, lado a lado, con Mariano Antezana; están las vergüenzas, el lacayo Barrientos cuyo parentesco aún indeterminado rescatan aquellos que consideran decentes las lascivias políticas de este individuo; las mujeres, María Josefa Saavedra, que murió en San Sebastián, un día antes que su esposo. En otros, quiénes serían aparte de parientes, hallo los ojos de mi padre, el ceño adusto de mi hermano, la pesadez imponente del tío Hugo. Galería de espejos muertos donde se observan los vivos. Siempre que voy, siempre que vengo, o voy o vengo o me fui y no me he ido, tragicomedia del exilio y fosilización de la memoria. Las cosas permanecen más profundas en los que se van que en los que se quedan. El de afuera cumple el papel de preservar; el de adentro, con la vida demasiado rápida como para recordar, mira hacia adelante. Tarata -en mí- vive en Denver con solidez que nunca tuvo en Cochabamba, y esa es quizá la única ventaja de alejarse. Uno huye hacia el futuro para encontrar su pasado, y no hay manera de hacerlo si enraizándose en el caldo inmundo de la patria los movimientos que debieran iluminarnos nos confunden. Como Serrat aconseja, hay que escapar del pueblo blanco, porque luego de la distancia que nos da la pauta de los colores, se puede retornar con pinceles y pintar lo blanco rojo. Suena a lugar común, a presunción, a trilladas imágenes de doctor que regresa para enseñar. Al contrario, volver es comprender, y comprender es crear. Pero estas digresiones soslayan los empedrados del pueblo que hace de personaje de este texto, drama de literato de hablar demasiado y no mostrar mucho.
Los invito a sentarnos, mejor, frente a la catedral con su inmenso órgano mudo. Detrás brilla el rojo de un anuncio de Coca-Cola sobre el maderamen de un kiosko. No importa: un entierro sale de la iglesia y una banda de ternos grises, brillosos por la edad, toca una hermosa tonada de muertos.
15/6/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), junio 2003

Imagen: Tarata, un documental de Alan Ferszt

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