Friday, March 18, 2011

El remarcable Gurdjieff/ECLECTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Místico, gnóstico, maestro de lo oculto, charlatán, sabio, lo que fuere, George Ivanovich Gurdjieff apareció en Europa, llegado de Rusia, en los años 20, trayendo consigo además de una troupe de seguidores, enseñanzas que decían venir de las más recónditas tierras del Asia y cargar el conocimiento perdido hacía mucho para alcanzar la vida plena con conciencia y corazón.


Después de gustar del filme de Peter Brook "Meetings with Remarkable Men" (1979) leo la obra homónima de Gurdjieff, comenzada entre 1924 y 1927 (en ruso) y que comprende 3 volúmenes reunidos bajo el título general de "All and Everything" en la primera edición en lengua inglesa de 1963.


Peter Brook logra (bajo guión de Jeanne de Salzmann, discípula del autor, y el mismo Brook) presentar un trabajo cargado de misterio. Desde el comienzo, en una justa tribal para definir -cada veinte años- al galardonado poeta o músico cuya voz o instrumento encontraría eco en una precisa garganta montañosa del Cáucaso, Brook nos ingresa a un espacio solemne. El ambiente, abrumador silencio, soledad, parecen cosa de otro mundo, a pesar de que los personajes son terrestres y modestos. Se percibe un halo estremecedor, la sensación de hallarse ante algo velado, pretérito. Así son los textos de este subyugante libro que si bien puede considerarse una autobiografía da, para quien quiera buscar, amplias posibilidades de interpretación.


Personalmente no me interesa alcanzar una sabiduría que me permita vivir "en paz". Contento estoy con los riesgos cotidianos de la lucha. Alegría junto a desgracia conforman una unidad con un resultado de belleza y vivacidad. Prefiero la dinámica de sobrevivir a la contemplación de los elegidos. De allí que tomo "Meetings with Remarkable Men" ("Encuentros con hombres notables" en su edición española) como un apasionante libro de viajes. Admiro la veracidad, incluso su invención, de la incansable búsqueda del conocimiento que hace Gurdjieff. Es un trazo que sin ninguna guía he seguido siempre. Anecdótico y ejemplificador es el relato del autor de cómo para mantenerse y proseguir su camino abre una tienda donde se arregla "todo". Y lo consigue, aunque para ello tenga que investigar los detalles de una máquina de coser, o el modo de reparar raídas alfombras sin que pierdan belleza y valor.


Por lo general Gurdjieff no se presenta a sí mismo como un confiable tendero. Notables son sus descripciones del modo en que engañaba a sus clientes para obtener su dinero. Y cualquier excusa filosófica al respecto no vale. Era, a no dudarlo, un hombre de recursos, muy hábil para negocios. Cuando, indigente en Samarcanda, caza golondrinas, les corta las alas y las pinta para ofrecerlas en el mercado como "canarios americanos", sólo reafirma su destreza de comerciante. Es su original "el fin justifica los medios", reprochable quizá pero ausente de mi juicio al momento.


Su recorrido por el Turkestán, el Asia Central, el Cáucaso, China y Mongolia, Persia, Afganistán (donde Brook filmó la cinta) me mantuvo pegado al atlas. Sin ser prodigioso cuentista atrae, y, más que las descripciones, la mística se convierte en hilo narrador. Imagino, hasta sueño, en participar de expediciones semejantes. Embarcar cerca de la mágica Bujara y subir el curso del Amu Darya, hacia un Kafiristán enemigo de extranjeros. Hay hasta algo de Kipling. Proseguir por el Hindu Kush, siempre visitando ruinas y ancianas fortificaciones en un paseo por una región que en la actualidad se ha vedado por tanta guerra. Indagar en la inmensidad del desierto de Gobi por civilizaciones perdidas, como místico, como arqueólogo, geógrafo, lingüista y etnógrafo. Subirse en zancos para evitar las tormentas de arena que barren con lo que se opone a su paso. Ver morir a uno de sus amigos, uno de los Buscadores de la Verdad, mordido en la garganta por un camello salvaje a quien quería cazar. Desenterrar libros de las paredes de la vieja capital de Armenia, Ani. Salir al Mar Negro, a pie, y de allí a Constantinopla, con los restos de su escuela, huyendo del conflicto civil ruso del 18. Más que testigo de su tiempo, Gurdjieff me impresiona como rescatador de un melancólico pasado. Me aficiono como él con las antiguas alfombras orientales, con su erudición de anticuario que le produjo grandes beneficios en un tiempo en que conseguir antigüedades resultaba sencillo.


G.I. Gurdjieff nació en Alexandropol (Gyumri, Armenia) y se educó en Kars (hoy Turquía) entonces parte del imperio ruso. Fundó en Essentuki, Rusia, su Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre y lo prosiguió en París en 1922. Entre sus seguidores se contaron Frank Lloyd Wright, René Daumal, P.L. Travers, Keith Jarrett, A.R. Orage a quien Bernad Shaw calificó como el "más brillante ensayista de su tiempo", Katherine Mansfield. Esta última, que murió tísica en el Prieuré (el instituto Gurdjieff), escribía que estando allí "siento que pasé años en la India, en Arabia, en Afganistán, en Persia".

18/01/06

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), enero, 2006

Imagen: George Ivanovitch Gurdjieff

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