Thursday, April 14, 2011

Musulmanes en Europa/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Anclao en París -como Gardel- en la telaraña de las pasiones, tuve tiempo de mirar alrededor. Las mujeres iranias pedían limosna en los subterráneos, lado a lado con folkloristas bolivianos que llenaban el metro Odeón de oquedades de quena y zampoña. Llevaba gorra en la cabeza, moda personal, y mientras viajaba de pie de un trabajo a otro, conversaba con lo heterogéneo del medio: portugueses y guineanos, pintoras búlgaras...


Entre las cosas que vi estaba un profundo racismo, pedantería de franceses que no querían aceptar que alguien oscuro de afuera los destronase conversando sobre su literatura. Vi, porque trabajaba con ellos, árabes que imitaban a los locales, mi amigo Koudi, de Marruecos, que pedía lo llamase Alexandre para que no supiesen de su origen. Los ayatollas iranios eran cuestión nueva, candente. Yo, sentado en la furgoneta que nos trasladaba de Pontoise a Chartres, de Argenteuil a Poissy y Maisons-Laffitte, oía a los islamistas discutir sobre el futuro. Khomeini había destapado una olla ya imposible de cerrar, la del resurgimiento del fanatismo musulmán. Le daba una gigantesca plataforma política y apoyo inesperado, al menos simpatía, de los oprimidos del Tercer Mundo. Había derrocado este santurrón a un régimen opresivo, dictatorial, servil al imperialismo y eso despertaba alegrías más que resquemores.


Imaginé París como un gran bazar. Cierto que aquel era mi espacio, que mis tardes las pasaba en bares argelinos apenas subiendo la Gare du Nord, que por las noches deambulaba en tren saltando las máquinas que cobraban y leyendo folletos anarquistas que me proveían los muchachos de la federación francesa; visitaba Père Lachaise y sus célebres enterrados, Chopin que trajo el blanco amor de Polonia a las frías noches de septiembre.


Europa ha cambiado. Los fundamentalistas se soltaron. En 1986 estallaron una bomba cerca de donde trabajaba, en una famosa cadena de tiendas. Pero eran hechos aislados. Hace poco, en Holanda, un fanático asesinó al cineasta Theo Van Gogh. Esta semana, en Dinamarca, los creyentes protestan unas caricaturas del Profeta salidas en un diario danés. El dibujante y editor han sido ya amenazados de muerte, como Rushdie. ¿Por qué Mahoma estaría exento de burla en una sociedad liberal que ya ha execrado a Cristo en un ambiente de libre opinión? ¿Qué lo hace diferente? ¿El temor que una banda de retrógradas intenta ejercer? El, Mohamed, como cualquier títere de opereta, no puede ser intocable.

09/01/06

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Publicado en Opinión (Cochabamba), enero, 2006

Imagen: Barrio de La Goutte d'Or, en el 18 arrondisement, París

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