Friday, July 1, 2011

Ciudadanos post-mortem/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Una de las posesiones más buscadas en un mundo en decadencia económica es y ha sido la tarjeta de residencia norteamericana, y, mejor aún, la ciudadanía. Para conseguir este pasaporte al futuro, el paso a un más que probable elevado nivel de vida, cualquier camino vale, incluso el extremo, el de la muerte.

Historias de latinoamericanos muertos en las guerras imperiales de los Estados Unidos se han convertido en algo común. A miles de combatientes mexicanos en la Segunda Guerra Mundial les tocó muy poco de la victoria. En una Norteamérica de post guerra y alta prosperidad se segregó ampliamente a aquellos que habían peleado por supuestos ideales de libertad e igualdad.

Bolivianos guerrearon en Vietnam a cambio de la posibilidad de permanecer legalmente en Estados Unidos. El hecho no impidió, sin embargo, que terminaran deambulando, desquiciados -y desubicados- en la tierra india de la que quisieron escapar.

Colombia intervino en Vietnam. Sus méritos militares... simplemente no méritos. Greencards y libre ingreso premiaron la euforia de los belicosos. Es patético, más que sintomático, que el primer muerto en la guerra del Golfo Pérsico, el 91, fuese un piloto boliviano, hijo de un ministro criollo, que se hundió con su máquina en el mar en un fin sin asomo de gloria. Luego se lo enterró en el cementerio de Arlington con todos los honores, aunque parezca raro que exista heroicidad en ahogarse.

En la invasión de Panamá le tocó el turno de rutilar como una estrella "americana" a un peruano, primera baja de las fuerzas de ocupación estadounidenses en los dominios de uno de sus predilectos hijos, Noriega. Hoy domingo, ya 2003, el Times publica fotografías de veinte soldados caídos en Irak, seis de los cuales llevan apellidos españoles: México, Puerto Rico y Guatemala aportan con su dosis de sangre mestiza a una guerra por demás ajena.

En aparatosa muestra de cómo este país premia el sacrificio de sus ciudadanos aspirantes, venidos de la pobreza y el hambre de naciones descalzas, funcionarios de la oficina de inmigración firmaron ante la prensa los certificados de ciudadanía de dos de los muertos. Pago magnífico, magnánimo, que otorga a estos muertos el derecho a transitar libremente por los cincuenta estados, a comprarse un automóvil del año, balbucear inglés y comer hamburguesas.
06/04/03

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Publicado en Opinión (Cochabamba), abril, 2003

Imagen: Calavera prehispánica

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