Monday, August 15, 2011

Noche de domingo en Denver/MIRANDO DE ARRIBA


Lluvia, un bar de la calle 17, de amplios ventanales y construcción oblonga, mesa a la calle, columnatas y arcos estilo colonial; macetas equilibradas sobre una angosta pared con plantas que tiran su vegetación colgando como jungla interior. Menú de tequilas, quince variedades al menos: José Cuervo y Sauza, reposado, con curaçao, con frambuesa y mora.

Traen una jarra de oscura cerveza mejicana, Dos Equis; cada vaso con limón. Queso caliente con pimentones verdes, una pizca de culantro fresco, jalapeños picantes, para comerlos con doritos que por sí solos no tienen sabor. Es que estamos a veinte horas de viaje a la frontera, a no más de un día de Chihuahua, de Gómez Palacio, del pueblo Ricardo Flores Magón. Y sin embargo al frente hay una bodega, fine meats, fromages -en inglés y francés-, donde se pueden conseguir wurst alemanes, salchichas húngaras rellenas de paprika, vinos griegos y oscuros panes judíos, además de quesos, suaves como münster y havarti, algo más sólidos suizo y jarlsberg danés, y duros desde parmesano argentino, asiago y romano de Italia y manchego español.

La charla gira sobre la guerra: veinte norteamericanos murieron hoy; la economía: el supermercado que visitamos por casi diez años cierra aunque un tumulto de tiendas internacionales abre sus puertas con delicias como largos y coloridos locotos turcos en vinagre al ajo. Recuerdos de Cochabamba, de si la imagen que conservamos de la infancia permanece o son nuestros cerebros los maleados y no la realidad. Noticias de la enfermedad de los mayores que nunca envejecen para los distantes. Quizá trivilialidad sobre lo pegajoso del molle o la memoria de los retablos que inventaba Gíldaro Antezana, Navidad tras Navidad, en el gran eucalipto frente a su casa.

Garúa en Denver y se supone que siendo otoño está bien. Si enfría, la llovizna se convertirá en fina nieve, la que flota y se derrite antes de tocar el suelo. Para nosotros, protegidos por la ventana y el calor de la cantina, lo efímero de la nevada resulta hasta poético. Mas los vagabundos arrastran carritos con sus pertenencias cubiertas de lona negra buscando el amparo de un zaguán.

El edificio de la esquina, construcción ochocentista en ladrillo, podría bien invadirnos de París, del Marais o de la Malá Strana praguense. Sin embargo nace de un Denver que era la capital del oeste salvaje, con sanguinolentas cabelleras indias, por donde pasearon George Armstrong Custer pero también Oscar Wilde.
2/11/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre, 2003

Imagen: Fachada de un edificio del viejo Denver

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