Wednesday, October 5, 2011

Viaje alrededor del trabajo/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Decido, si Javier de Maistre escribió un libro de viaje alrededor de su cuarto, por qué no puedo en mi sencillez andina del exilio pasearme por el lugar donde paso la mayor parte del tiempo: en el trabajo.

Cada uno un personaje, historia, práctica singular. A través de los años me he cruzado con gente de orígenes diversos de quienes escuchaba -y clandestinamente transcribía- el cúmulo de sus pesares o alegrías. Es y fue como tomar un largo viaje, maravillas en cada rincón de la bodega. Dos hombres y una mujer mongoles, en un descanso de su tarea, me llevan de Ulan Bator hacia el norte, ya cruzando la frontera rusa, a los valles de Tuva de hábiles jinetes y cantos guturales o, en medio del yermo interminable, señalan casi imperceptibles senderos que -dicen orgullosos- llevan a Roma, recordando la horda dorada en la que cabalgan desde siempre estos pueblos asiáticos amos de la planicie y conquistadores del mundo.

De Mongolia hacia occidente, a Kazakstán, en un idílico espacio geográfico, pleno de verde y de árido, conjunción paradójicamente hermosa. Mi amigo Yefim me cuenta de las delicias de la capital Alma-Ata y de su propia ciudad Pavlodar. La imaginación arrastra por los míticos vericuetos de la antigua Semipalatinsk. La experiencia de Yefim amalgama la de su raza hebrea y la de los pueblos que alojaron a esta etnia: Alemania, Ucrania, Rusia y Asia Central en su caso. Nacido justo antes de la guerra y educado tanto en yiddish como en ruso, fue trasladado en masa con los pueblos alemanes que vivían en la Unión Soviética antes de que hubiese bolqueviques y blancos, antes de Poltava y Borodino, al exilio en Kazakstán que con tesón e iniciativa hicieron florecer. Convertido en su juventud en capataz comunista tuvo a su cargo decenas de obreros constructores que levantaron los grises edificios estatales del realismo soviético. La paranoia de traición de Stalin fue benéfica para la región.

Hoy Yefim prepara y me invita borsch, sopa de col/remolacha de viejo conocimiento literario mío. No hay clásico ruso que no hable de borsch, comida campesina a la que mi amigo le añade puerco y que lleva hinojo con crema agria dando como resultado un poderoso brebaje que se enfrenta al invierno de las montañas rocosas del Colorado.

La amplia inmigración mexicana semeja un mapa entero cuando se camina de un espacio a otro del depósito. De las luminosas playas de Guerrero, cerca de Zihuatanejo, vienen Israel y su esposa. Al sur, de Oaxaca, están aquí Axel, adoptado del Distrito Federal, y varios otros. Algunos de un rancho, como se dice a los pueblos, llamado Mixtán, casi cerca de la línea con Veracruz y equidistante de los dos océanos que tocan México. Llueve allí siempre como en el cuento del coronel de García Márquez. En Oaxaca, al oír zapoteca, todo se convierte en magia, en bella arqueología memoriosa y viva.

Por último, debido al espacio determinado de caracteres posibles, Juan Cántaro -con quien desayunamos casi cada amanecer chocolate caliente con queque de fresa- de Chicche, provincia Huancayo, departamento Junín, del Perú, encontramos nostálgicas similitudes. Me cuenta cómo se prepara la pachamanca y discutimos el mejor sistema de cubrir las papas a la huancaina, especialidad regional.

Del eucalipto valluno a la urbe limeña, la pantanosa Bereziná en Bielorrusia, la universidad de Minsk y la armenia Yerevan; de Barquisimeto a Durango, de Marruecos a Bosnia, de la incomparable Penza a las escondidas casas mayas de Guatemala, así se viaja en la rica conversación con los hombres que trabajan.
11/05/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba). abril, 2004

Imagen: Penza, Rusia

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