Monday, November 7, 2011

El Café/ECLÉCTICA


Con mayúscula para realzar la importancia de este espacio dentro de la cultura occidental, a la que, aunque mínimamente, pertenecemos. En Bolivia no hubo tradición de café, a excepción de la comunidad árabe que en cada ciudad creó círculos, prominentemente masculinos, de tertulia y reunión.

Hará una década que aquello comenzó a cambiar, con la aparición en Cochabamba, calle España esquina Ecuador, del "Metrópolis", café-bar-restaurante, popular por sus excelentes tallarines y, sobre todo, por fundar un centro donde se podía encontrar miembros interesantes de la inteligentsia criolla y se podía soñar cierta pertenencia al universo de las letras y las artes. El lugar colaboraba con el deseo y proveía, con gusto, una variedad de música nunca antes escuchada en el sopor citadino en el que acostumbrados vivíamos. Otro café, "El carajillo", a escasa cuadra uno de otro, ofrecía el mismo confort intelectual con la sutil diferencia de ser más propiamente café que negocio amplio como fuera "Metrópolis". Los nombres de ambos establecimientos sugerían una apertura al universo, no en el sentido de globalización sino de participación. Metrópolis venía del filme de Fritz Lang y Carajillo de la bebida que en Madrid, en cafés, se bebe apoyado en la barra, con tapas de mariscos y caderas españolas que pendulan de mesa en mesa, de silla en otra.

Los cafés de Cochabamba son eje hoy de controversia. Autores jóvenes, no sin razón, abogan por su existencia; otros, porque otros somos todos en algún instante, también con razón, claman por alguna tranquilidad en un barrio residencial a medias; a medias porque siempre hubo bares en la calle España: estaba el "Europa", y queda el "España", y borrachera y pelea hubo siempre, y jamás vi que las calles cochabambinas no fuesen mingitorio público -y excrementorio como todavía lo son-. Falso agitar esa bandera para anular espacios que intentan al menos extender la limitada mirada que siempre nos impusieron. Que hay lío y violencia sí los hay, pero cabe anotar que el café occidental no ha sido parte de nuestro entorno y todavía se debate en un mestizaje que no ha dejado atrás la tradición de chichería que tenemos, o de cervecería, de donde vienen estos desagradables avatares, no del café. Son los primeros pasos de una sociedad obtusa en un rincón extraño, donde, tarde o temprano, se conseguirá transitar, y alcanzar esa senil calma, enriquecedora las más de las veces, de los cafés bonaerenses, como el famoso Tortoni.

No se debe olvidar que gran parte de la cultura de occidente se originó en un café, centro de creación y drama, de tradición y avant-garde. "La Coupole" parisina, café y bar y restaurante, nos legó bellas literaturas de Ilya Ehrenburg; dibujos en servilleta de Jules Pascin; el irónico, y a la vez sencillo, desdén de Cioran; el lamento de Éluard sumado al volátil erotismo de Gala y Dalí. Qué sería del expresionismo germano-austríaco sin el vapor que sale de la puerta del café. Y si hemos de hablar de vicio, hablemos de Berlín, en los veinte. Período de revolución; las muchachas bailan desnudas en los estrados y la cocaína se junta con tabaco y licor. De ese oscuro Berlín nace el mejor arte alemán Grosz y Benjamin.

Dejemos de lado la pechoñería heredada, entre tantas malas cosas, de España (pero de ellos también América hereda el café). El mundo gira y de nada sirve juzgar de nuevo a Galileo. ¿Qué tradición de Cochabamba? ¿La de segregación racial y patronal, la inmoral, escondida? Permitan que las cosas tomen su curso y no anhelen reminiscencias malsanas de un mundo injusto y cerrado. Mejor tomar la caipirinha de Angélica en el "Fragmentos", calle Ecuador casi España, con sus recovecos de nostalgia donde en las noches, y a solas, canta desde siempre Cesária Evora.
8/9/04

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), septiembre, 2004

imagen: Logotipo del Café Fragmentos, Cochabamba

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