Monday, November 14, 2011

El feliz retorno de García Márquez/ECLÉCTICA


Gabriel García Márquez perdió el rumbo de su maestría literaria ya cuando publicó "Del amor y otros demonios", libro que intentaba retomar la fantasía de "Cien años de soledad" y novelas anteriores. Entonces pareció forzar una historia que hubiese sido admirable una década antes y cuyos esbozos se vislumbraron, como muchas obras del autor, en las memorables páginas de su libro clásico. Pero lo que fue aventura y deslumbramiento en 1967, magia lingüística después en "El otoño del patriarca", daba la impresión de haberse enfangado, estancado en un tiempo y un modelo que se desgastó con el multitudinario acercamiento, a veces plagio, de diversos autores latinoamericanos enfrascados en el éxtasis del realismo mágico.

En sus "Doce cuentos peregrinos", libro que mi hermana Elena esconde autografiado por Gabo de mi lujuria coleccionista, García Márquez no impresionaba: un conjunto de textos que parecían reunidos al azar, quizá con premura de editores por detrás. El colombiano iba en ellos desde los relatos pasables hasta los realmente cursis. Luego se desvaneció. Noticias suyas aparecieron en pluma de (ex)amigos y exégetas suyos. Noticias contradictorias y en cierta manera decepcionantes acerca de la vida privada del premio Nobel: su traslado a un barrio de banqueros, por ejemplo, desdiciendo el aura popular que lo envolvía.

Termino las 109 páginas de "Memoria de mis putas tristes", un libro cuyos antecedentes llevan a Kawabata y su casa de bellas durmientes, pretexto, más que base, para fundamentar esta preciosa novela, la primera en diez años, del escritor barranquillero. El argumento: un nonagenario que aspira a hundirse en el amor de una adolescente virgen como regalo personal a su antigüedad. Bombardeado como estoy por la retórica norteamericana del abuso, con y sin razón, García Márquez me introduce a un tema puntilloso, que me recordó de inmediato "La Vorágine" de José Eustasio Rivera y sus aterradoras líneas donde describe a las inditas de doce años descaderadas por la bruta sexualidad de los hombres. Pero, pasado el instante de desconfianza o de alerta, sigue un texto sereno, de un lenguaje destacado, pulido, sin aspavientos de vanguardia ni futurismo. El autor riega una historia trivial cuyo éxito radica en la belleza de sus líneas. No hay nada forzado, ni siquiera el final feliz que casi siempre descalifica un libro. No necesita Gabo recurrir a historias alucinantes, ni prestarse de la modernidad adornos cibernéticos; por el contrario, nos ensueña, por nombrarlo así, en una ciudad caribeña de principios del siglo XX, con las lluvias y sequías ya tradicionales en él, con mugidos de buques que le quitan su encierro al sugerir que hay otro mundo afuera, con el calor y los ventiladores que lo excluyen, haciendo de todo esto e incluso del argumento un apoyo a su construcción lingüística.

No significa sin embargo que sea solamente un ensayo de lenguaje, hay seres vivos en la novela y situaciones cotidianas que emocionan. El burdel, eterno referente de la literatura del Caribe, tiene en ella un vaho familiar simplista y conocido. La filosofía de las putas tal vez carezca de ornamentos pero no de sensatez. La confidente -y cómplice- del anciano enamorado es la puta grande, la mamasanta, que comparte con él recuerdos de cama pero sobre todo la fraternidad de haber envejecido ambos. Ella le ofrece y prepara el nido de amor que transformará la vida del viejo periodista al entregarle una virgen a la que apenas toca pero con la que duerme acurrucado, sin palabras ni misterio, y de la que se enamora.

"Memoria de mis putas tristes" no carece de humor. Sus divertidas sutilezas van desde la escatología hasta los celos, del recuerdo a la ansiedad. Con el amor la vida se transforma, como cuando -ya en el epílogo- suena la sirena del barco del correo que se había retrasado una semana por la sequía anunciando buenas nuevas...
17/12/04

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), diciembre, 2004

Imagen: Serigrafía de Gabriel García Márquez

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