Tuesday, November 29, 2011

Elfriede Jelinek, premio Nobel/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hace un par de años llegó a mis manos un filme austro francés, La Pianiste, ganador del Gran Premio del Jurado Cannes 2001. Conocía al director, Michael Haneke, por su admirable película Funny Games (1997) y algunos documentales de extraña visión, desde fotografía comercial hasta la revolución rumana que derrocó a Ceaucescu. Haneke, en La Pianiste o The Piano Teacher, como se presentó en Estados Unidos, realiza un sobrio e inteligente trabajo dentro de un tema delicado y controversial como el de las relaciones humanas, la sexualidad y lo oculto de cada personaje: las mujeres en la obra de Jelinek.

El argumento relata la historia de una profesora de piano en el Conservatorio vienés. Talentosa, se ha visto reducida a un papel lejano al estrellato, aquel de preparar posibles ejecutantes que la opacarán, causa de conflicto interior y amargura. Su madre, con la que vive, es quien más siente ese fracaso y, sin darse cuenta en apariencia del paso de los años, todavía espera al ilustre e influencial desconocido que en cualquier audición, de en medio del público, descubra a su hija que toca y ama a Schubert para darle una oportunidad; algo que no sucederá. Erika (Isabelle Huppert), la protagonista, está a priori condenada a esta aburrida existencia que le permite sobrevivir y pagar en cuotas un intrascendente apartamento donde se acuesta cada noche, al lado de la madre que ha consumido el día entre televisión y sorbitos de licor.

Mamá es un ser mezquino que no deja, como se sugiere siempre fue, que su hija nacida para grandes triunfos se contamine con el mundo exterior. Controla la hora de llegada, llama a sus lugares de trabajo y la recrimina e incluso abofetea cuando arriba tarde. Erika le responde mesándola de los cabellos y golpeándola en enfermiza relación de martirizados seres. La vida sexual de Erika no existe en estas condiciones y ella utiliza una hoja de afeitar, desnuda en la tina de baño, para, a tiempo que observa el espejo, hacer cortes en los genitales como manera de alcanzar placer.

Todo cambia en una audición en casa particular. Conoce a un miembro de la familia que se empeña en seducirla, que para ello se inscribe en sus clases del Conservatorio -aun siendo más exquisito que la maestra en su aproximación a Schubert-. El único contacto de Erika con el sexo y el erotismo está en visitar a escondidas salones de cine porno donde, encerrada en los privados de exhibición, delira oliendo los papeles higiénicos que visitantes anteriores han dejado de sus prácticas onanistas. Eso, o frecuentar los autocines en busca de parejas copulando, cuya vista le produce el inmediato deseo de mear. Vida doble, paralela, la de una seria profesora de piano y la de una mujer desesperada con total desconocimiento del amor carnal, del cual tiene imagen pornográfica, detalle que derivará en drama su primera relación.

Un atisbo a una gran película sobre una prosa exquisita. Los titulares de los diarios anuncian: "Escritora austriaca de sexo, violencia y política gana el Nobel". En una entrevista a Le Monde, en 1996, Jelinek, que escribe sobre la mujer, el sexo en la sociedad moderna, machista, se declara "moralista" y recurre a su interés por Sade, su crítica de la sociedad, donde los fuertes escenarios erótico-violentos del marqués son pretexto para denunciar los males de su época. Como Sade, Jelinek hace alegato político con imágenes provocadoras, lo que le ha valido el odio del clero y la derecha.

Pierre Deshusses, en Le Monde, afirma que Jelinek "maltrata la lengua como la pornografía el cuerpo de la mujer". La academia resalta su elección por "el flujo musical de voces y contravoces en sus novelas y obras de teatro, que con un extraordinario entusiasmo lingüístico revelan el absurdo de los clichés sociales y su subyugante poder". Premio al que no asistirá Elfriede Jelinek alegando enfermedad, pero subrayando que siente más desesperación que alegría por el galardón ya que se siente amenazada en público.

Austria tendrá que leer y enorgullecerse de esta escritora que le causa malestar. Jelinek, de orígenes checo y judío, recrea en su nombre la herencia de aquel multifacético imperio Habsburgo y aviva una gran tradición literaria que incluye a Robert Musil, Georg Trakl, Stephan Zweig, Joseph Roth, Kurt Tucholsky y sus contemporáneos Thomas Bernhard y Peter Handke.

"La pornografía es invención masculina donde las mujeres no son más que las víctimas (...)".
14/10/04

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2004

Imagen: Elfriede Jelinek

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