Monday, November 14, 2011

Henryk Sienkiewicz/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Por treinta años he eludido, por insondables razones, escribir un texto extenso sobre uno de mis autores preferidos, Enrique, como rezaban sus ediciones de Sopena entonces, Sienkiewicz, autor polaco, premio Nobel de Literatura en 1905, más conocido por su novela Quo Vadis? sobre la Roma de Nerón (con sus secuelas cinematográficas) y menos por lo mejor de su obra, la novela histórica polaca.


En tres libros autónomos entre sí pero que conforman una trilogía por su secuencia cronológica y sus personajes, Sienkiewicz describe la segunda mitad del siglo XVII, comenzando con el año 1647 de malos presagios sobre la estepa, mientras "en Varsovia los habitantes creyeron ver en las nubes una cruz ígnea y un sepulcro; hiciéronse penitencias y ayunos, prodigáronse las limosnas, y aun algunos presagiaron una epidemia exterminadora". Es el preámbulo del gran alzamiento cosaco de 1648 que habría de transformar en un plazo breve la fisonomía de Europa oriental.


Hasta entonces Rusia no había desempeñado un papel preponderante en la región. Segismundo III de Polonia tomó Smolensko en 1609 y muy pronto los ejércitos de la Dieta incendiaban Moscú. Bashevis Singer se refiere al tema porque la judería se vio de igual manera habitando en un mundo trastornado. El caudillo de aquella rebelión, Diosdado Zenobio Mielnitski, ha quedado en la memoria polaca y hebrea como un anatema, mientras que en Ucrania se reverencia su memoria y el mérito de haberse deshecho, así fuese temporalmente, del yugo extranjero. Tiempo dudoso y contradictorio donde todas las partes en juego tienen algo de razón. Felices nosotros que de lejos podemos sopesar las causas y consecuencias de aquellos vientos funestos.


Cuando Gogol dedica su letra a estos movimientos sociales, en Taras Bulba, logra una pequeña joya literaria; lo que Sienkiewicz consigue en A sangre y fuego, El diluvio y Un héroe polaco -sus metas son tales- es fundamentar un futuro y nuevo país luego de casi dos siglos de desastre nacional a través de una épica decorada con la mejor literatura de carácter histórico.


Argüirán que Walter Scott no tiene émulo, que es la suma de la novela histórica; me permito disentir, a pesar de no haber mayor amante suyo desde que leía en los viejos días cochabambinos La leyenda de Montrose y Guy Mannering. La trilogía de Sienkiewicz solidifica no sólo la historia sino el arte. La amplitud argumental que mantiene bajo su dominio es asombrosa.


Si uno piensa en tanta literatura liviana de hoy, mucha con temas que apenas son elucubración, y se topa con el entretejido exquisito de este gran autor no deja de preguntarse si no equivocamos el camino. Ojo que no me adscribo incondicionalmente al tema histórico, que también existen Gide y Vian y que se hace historia en libro a la manera, jocosa y brillante a mi parecer, de Sergio Ramírez. La maestría de Sienkiewicz ha alcanzado mi devoción en las obras mencionadas y algo menos en Quo Vadis? o en La casa solariega, buenas pero no ejemplares.


Textos que son referencia obligada en su país de origen. Me pregunto qué me llevaría a comprarlos (costaban once pesos cada uno) en la Galería Moderna de la calle General Achá, cuando todavía salían los quinienteros del lado sur de la plaza principal hacia Cala Cala. En sus páginas se abría, se conserva y es recurrente en mis escritos, un espacio privilegiado de conocimiento. El movimiento de las fronteras polacas en ese siglo habla de la inminente erupción de otra época. En mí significaba un viraje de occidente al este, de la Alianza Francesa donde en pantalla pequeña pasaban los miércoles películas de Abel Gance o Harry Baur, a las marismas de Rusia Blanca, cazadores de osos e infinita crueldad.


Enrique Sienkiewicz comienza su obra maestra a orillas del Dnieper, continúa con la invasión sueca, aunque los Vasa eran tanto reyes en Polonia como en Suecia, y epiloga en los destruidos muros de Kamenyets, en la frontera moldava, opuestos a la en apariencia imparable marcha del ejército otomano y sus aliados tártaros. Pero, al borde de la debacle, y ahí la perspectiva futura que el escritor quiso legar para Polonia, el capitán general Juan Sobieski, luego Juan III y victorioso guerrero contra los turcos ante las puertas de Viena, aparece en el funeral del mejor soldado del reino y alumbra la esperanza de un pueblo singular.


Jerzy Hoffman completó en muchos años una trilogía de filmes fieles a los originales literarios. Hay en ellos, sin embargo, un hálito de ausencia, como si no alcanzara el cinematógrafo para sintetizar obra tal, que por más minutos añadidos siempre quedará un vacío imposible de cubrir de este magnífico trabajo.

14/02/05

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), febrero, 2005

Imagen: Sienkiewicz en un sello postal polaco de 1928

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