Sunday, November 27, 2011

La memoria de los libros/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La edición del 19 de septiembre, 2003, viernes, del New York Times, trae un interesante artículo acerca de los libros antiguos; la idea es hablar sobre el valor de ellos en general y la lectura. El autor, Jonathan Rosen, describe, con motivo de una celebración nuyorquina del libro, sus visitas de infancia a las colecciones de Judaica anciana. Hombre adulto ya, con familia, percibe la necesidad de ir a las bibliotecas con sus hijos y emprender la casi sacramental acción de leer.

Los incunables hebreos de la España medieval, a tiempo de marcar su mente traducen la historia de su nación. A medida que madura se da cuenta y recuerda lo visto/aprendido en la niñez. En el caso del pueblo judío esta memoria literario-religiosa se hace esencial, dada la permanente diáspora. Los manuscritos españoles tienen especial significancia; por un lado muestran el principio del exilio y la desvinculación de las fuentes, y por otro la resistencia, pasiva y oculta, de los que se quedaron para continuar su fe.

Parafraseando a Rosen, muchos de los textos a que se refiere parecen haber salido de la muerte, venidos, resurgidos desde ella. Habla de los fragmentos conservados en la Geniza del Cairo, que habrían permanecido en el ático de la sinagoga Ben Ezra de Egipto por 800 años, hasta que los descubrieran en el siglo XIX. Geniza es algo como una cámara mortuoria encima de la superficie para libros antiguos que no se pueden desechar porque llevan escrito el nombre de Dios, aunque esta Geniza del Cairo contuviera también documentos no sacros, como una carta autógrafa de Maimónides tratando de recolectar dinero para pagar el rescate de cautivos tomados por Amalric I, rey de Jerusalén.

Rosen, ya más personal, describe una Biblia en cinco volúmenes, el Pentateuco, tomada por su padre a América a tiempo de escapar del hitlerismo, el Anschluss que abarcó Austria en 1938. La fecha de impresión: el "negro año 1935".

La lectura se hace aún más interesante al describir que entre escritos hebreos se encontraron notas de cantos gregorianos cristianos. ¿De dónde semejante combinación? De un ignoto monje convertido al judaismo en 1102, que cargó con sus notas de un mundo al otro. Libros de salmos multilingües, en hebreo, arameo, griego, árabe y latín. La copia de una biografía, la primera, del Gran Almirante Colón, rechazada por su hijo que obligó a destruirla.

Los libros portan la memoria de las naciones. Una quemazón como la de la biblioteca de Alejandría retrocede a la humanidad. En Bolivia los libros coloniales han sufrido el fuego o el exilio. En un basural de Sarco, Cochabamba, entre plumas de gallinas parrilleras, ramas, excrementos caninos y homínidos, plásticos y restos de carbón, yacían ediciones españolas, en cuero, de 1783 hasta el fin de aquel siglo. Cuesta poco imaginar -en un vergel como sería Sarco en tiempos coloniales- una villa hundida en la vegetación y el torrente acuífero de entonces, a algún peninsular o criollo algo letrado que se interesaba por relatos de la monarquía ibérica. Memoria que se desdeña es historia perdida.
23/09/03

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), septiembre, 2003

Imagen: Biblioteca de Alejandría en un manuscrito medieval

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