Monday, November 21, 2011

Rusia literaria/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ningún país tuvo un peso como el de Rusia en mi vida de lector. Si obviamos los grandes individuos: Hugo, Borges, Dickens, Sienkiewicz, sin olvidar a Werfel, Kafka, Joyce, Schwob, Faulkner, Borel y tantos más, nadie como Rusia para procrear literatos de alto nivel. No significa que se deba ver a la literatura rusa como un conglomerado compacto, pero ellos juntos recrean este país extenso, misterioso, el que conquista Siberia, míticamente, bajo el tesón de sólo un individuo, Yermak; el de la saga de Alexander Nevski y la lujuria violenta aunque clarividente de Iván IV, dicho el Terrible, o de su múltiple -y falso- hijo Dimitri.

Parto, partía entonces en los días de infancia, con el interés que abrió Julio Verne con su "Miguel Strogoff". De ahí, bajo el impulso de mis padres y cierta capacidad ahorrativa que destaqué entonces, aparecieron Dostoievski y Gogol. El esplendor de El Inspector General, a pesar de ser pieza de teatro y no tener yo mayor gusto por la dramaturgia, me llevó a indagar sobre las tierras donde se desarrollaban las historias y a comprender la peculiaridad del "alma rusa". A veces, los escritores rusos, no entiendo aún por qué, sólo ponían la inicial del pueblo o la región de la que hablaban. Pero siendo cuestión de atar cabos, logré configurar en la memoria una geografía que aún late en proyectos de viaje no realizados.

Tengo, es imperativo, que ver con mis propios ojos la medieval Tambov, y Kazán; no importa que la Rusia de mis libros se haya desintegrado en el mundo real: visitar Kiev será siempre ver Rusia, sin desmerecer la singular historia de Ucrania como ente independiente. O Vitebsk, pintada por Chagall, que hoy pertenece a Bielorrusia y los pantanos que se extienden al oeste, feudos insalvables.

Mi Dostoievski inicial fue de dureza: "Recuerdos de la casa de los muertos". Luego se suavizó en tragedia pero no en cinismo cuando compré -libro azul editado por Austral- "Stepantchikovo", deliciosa sátira de la Rusia rural que hermana a Fedor Dostoievski con Nikolai Gogol y Fiodor Sologub. Cómo olvidar a Tolstoi. Corría el año 71 en Cochabamba, en la calle General Achá. En cierta vitrina un jinete montado en caballo blanco adornaba la portada de "Los cosacos" de Lev Tolstoi. Remembranzas de joven oficial en campaña fueron las primeras líneas que leí de aquel profeta y maestro. Le siguió "La sonata a Kreutzer" para decantarme en "Guerra y Paz", acostado en las tardes de casa, por horas, cien, doscientas páginas diarias de una odisea interminable. Y en "Ana Karenina" rechacé a la protagonista y entendí al revés algo que era inequívoco en el mensaje de Tolstoi.

De los libros de Leonid Andreiev destaco "Sacha Yegulev", novela que es un poema en prosa. Libro marcante, un hito de estilo sin hablar de su maravilloso y triste argumento. No volví a encontrar el mismo placer en sus demás obras.

No hablo hoy de los poetas; ellos merecen tema aparte. Sin embargo pienso en Evtuchenko, sus rastros que hicieron una vida de pasión. Las mujeres gustan de Evtuchenko y en una década de distancia supe que sus líneas eran tan bellas como efectivas. Era el poeta del amor; con los años se convirtió en el poeta de la duda, y sé que no resolveré el conflicto de por qué vivo entre la ciudad Sí y la ciudad No. Posiblemente a él le pasa lo mismo.

¿E Isaak Babel? Babel duerme a veces en mi cabecera y siempre en mi mente. Nada como su "Caballería roja", pero, de entre sus cuentos, amo sobre todo un par de los de Odessa y de su bandido hebreo Benia Krik. Tiempos primarios de la revolución rusa que trajo -intentó traer- la alegría a los pobres y terminó coartando la individualidad. Babel me llegó gracias a Ehrenburg cuyas memorias han sido casi libro de texto para mí. Magnífico como novelista, lo prefiero memorioso, relatando su existencia mientras crea literatura, como lo hizo también -de otra manera y en circunstancias distintas- Anaïs Nin.

El espacio se reduce. Las limitaciones eliminan nombres que no debieran: un monumental Solzhenitsin, el de sus pabellones cancerosos y el de la historia novelada con igual soltura; la aldea de Iván Bunin; los tonos grises de Pilniak; Pasternak; la sólida e inigualable trilogía histórica de Alexei Tolstoi; algo de Máximo Gorki, no todo; Veremir Jlebnikov; San Petersburgo en la moderna visión de Andrei Bieli y la casi épica Petrogrado de Victor Serge.

Y el único libro de Leskov que tuve, y sobra por su magnificencia: "Lady Macbeth de Mtsensk". Rusia.
05/10/05

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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2005

Imagen: Un poemario de Perets Markish

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