Monday, October 31, 2011

Olimpia/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cada edición de los juegos olímpicos tiene sus matices. El deporte refleja mucho de lo que pasa en cada país. Veinte años atrás Alemania Democrática era imbatible en natación, mientras su gemela, Alemania Federal cosechaba otros éxitos. Hoy, una nación unificada apenas alcanza modestos triunfos que la sitúan entre aquellos que lo hacen regular pero no bien. Quizá la unidad de hermanos divididos implicó un cambio radical de estrategias políticas y sociales que soslayaron el deporte como un aditamento superfluo, cosa que dudo conociendo a los alemanes. Tal vez la falta de rivalidad redujo la típica competitividad germánica, asunto igualmente dudoso... y sin embargo los números cuentan.

Rusia, la Unión Soviética, cuenta un drama más serio. De haber sido la contendora principal de los Estados Unidos en medallas, pasó a ocupar un lugar secundario, o terciario, o cuaternario. En gimnasia femenina, otrora imbatible reducto soviético, presenta en estos días una conjunción de jóvenes de mediano talento y una avejentada estrella, Khourkina, que, igual a la madre Rusia, tiene el rictus amargo del desesperanzado que envejece. Rusia sueña con la gloria pasada, sin pensar en el gigantesco costo humano que significó la construcción del supuesto socialismo. Ayer se temía a los rusos, su ejército podía arrasar Europa como una nueva Horda de Oro; sus atletas siempre eran noticia. Ahora las jóvenes rusas representan material barato para la producción de pornografía en occidente.

China se diferencia de estas águilas caídas. El tiempo chino parece recién despertar. Una economía en ascenso y un superávit inmenso en sus transacciones económicas con "América" indican un futuro promisor. Este país pelea con Norteamérica por el primer lugar en los juegos de Grecia, como nunca antes. Desde el ping pong, donde fueron usualmente preeminentes, los chinos disputan el triunfo en casi todas las ramas. El niño maravilla de Asia hace mucho que dejó de ser Japón; China lo ha suplantado y superado. La única deficiencia, según leo, y que a la larga cobrará su parte en la vida china, es que contrariamente a lo que se piensa este no es un país de población joven, como pueden ser los árabes, africanos y latinoamericanos; China se hace senil y en un par de décadas su población dejará de ser joven y esto, en geopolítica, pesa, cosa que parecen aún no entender los judíos de Palestina, endógamos y en declive, que apuestan con su absurda política a la desaparición de su raza.

El Tercer Mundo no tiene tiempo, en su hambre, de preparar atletas con alguna posibilidad ante los grandes. Hace un momento decían en televisión que el gobierno norteamericano prometía un millón de dólares para aquel nadador hombre que ganara una medalla de oro en los 1500 metros libres, más quinientos mil para su entrenador. La misma oferta para las mujeres, en 800 metros, dado que Estados Unidos no cuenta con grandes nadadores de distancia siendo, creo, tal, un insufrible trauma para una poderosa nación. Por ese monto hasta yo me animaría a mojarme, pero al momento escribo y estoy con zapatos. Contra semejante despliegue no se puede competir.

En Olimpia, Grecia, los atletas practicaban desnudos. En la Grecia del siglo XXI, por lo menos en los trajes de baño masculinos, parece esa ser la tendencia. Uno duda en prestar atención a la carrera o en sonreírse ante la posibilidad de que de un momento a otro se le salgan al nadador los calzones y que termine echándose al agua en pelotas.
21/08/04

_____
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 22/08/2004

Imagen: Logo olímpico

Redescubrir los libros/ECLÉCTICA


El hecho de mantener la identidad en dos lugares distintos y lejanos no deja de ser problemático; y qué decir de las cosas materiales que uno guarda en ambos espacios: música, libros, posters, recuerdos. Mas, por lo general, es uno de esos rincones el que sufre de mayor olvido, aquel al que se recurre de vez en cuando, de año en año. Sufrir en el sentido de que al no estar presentes, constantes en el cuidado de los tesoros nostálgicos, éstos se desintegran, desaparecen, se pierden. Esa la historia de mi biblioteca boliviana dispersa, recluida en estantes de casas si bien no extrañas no mías. Algunos tomos descansan con la hermana mayor, otros con la menor, los más con padre y madre, y buena parte nadie sabe dónde, perdida irremesiblemente en el descuido del tiempo.

Busqué ejemplares precisos, indispensables para mí, para hallar que un alto porcentaje se había esfumado para siempre. Ni tanto el hecho de que se perdieron y no puedan ser otra vez recuperados -nuevos- sino que cada uno cuenta una historia específica. "La marcha de Radetzki", por ejemplo, de Joseph Roth, se remonta a una soleada tarde de Valencia, luego de un café bebido a la vista de murallas que quería imaginar las mismas del Mío Cid. Aguardaba a un amigo para adentrarnos en las catacumbas medievales del edificio de la CNT; leía mientras tanto a Roth, encontrando en él, por vez primera, el gusto que detalla Ehrenburg en sus memorias acerca de su literatura. Ahora que no pude palparlo, sentirlo físicamente en mis manos, me angustia como orfandad, la falta de un destino fraterno. Quién me devuelve ese Roth, pleno de Valencia, el Cid, el sol, la Columna de Hierro, Durruti y Ulrike Meinhof; Roth que sabía a agua de Valencia; nunca más.

Abriendo una polvosa caja de cartón, irrumpida por tierra y humedad, aparecieron mi Ilíada de 1969, firmada por un niño, sobrefirmada por hembra que quiso emparentarse con el pasado, sin darse cuenta que jamás podría acercarse al sueño de entonces, mío únicamente, de la cólera de Aquiles, o llegaron en "treinta cóncavas naves" sobre el oscuro Ponto, o las exequias de Héctor, domador de caballos.

Me incluyo más profundo en la caja de sorpresas. Cerca de inútiles textos de aprendizaje de lengua castellana una biografía de Castelar, el Bestiario de Borges, León Bloy y los intrigantes diarios de Kafka. En los anaqueles de mi hermana Elena, separados uno de otro, yo que los tenía estrechos en lo posible, Drieu y Norah Lange, y los ya incompletos escritos de filosofía política de Miguel Bakunin. Cómo volver sobre los pasos: un viejo Verne, de treinta y tres años de edad, casi un Cristo, recuerdo de una vitrina de la Galería Moderna, calle General Achá, comprado a los once de la infancia con el dinero de ahorro que los padres me daban para retornar a casa luego de las agobiantes clases de francés. Caminar por la España, cerca del Ambassador, mientras pasan en su limitada velocidad los quinienteros cuya parada era sita al frente de la catedral. Quinienteros que se convirtieron en milquinienteros, taxis que daban muestras del cambiante mundo que me avanzó de Salgari a Dostoievski, de Zévaco a Céline.

Desempolvo las obras y comienzo a encerrarlas en su prisión anual. A veces abro los libros; en sus primeras páginas firmaban mujeres, si importaron aunque ya no importen: la letra de G. en Arlt, de E. en Marechal, otra E. en Tolkien, F. en Joyce. Ellas, con las palabras, dentro del callejón sombrío de los muertos vivos.
13/8/04

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), agosto, 2004

Imagen: Portada de una edición francesa de Vidas imaginarias, de Marcel Schwob

Del recuerdo y la impunidad/MIRANDO DE ARRIBA


El Nuevo Heraldo del último fin de semana, sobre García Meza y sus inmundas secuelas aún presentes, despierta recuerdos amodorrados en veinticuatro años de tiempo. Las noches en vela, el recuento de los amigos amontonados en la sección segunda en La Paz, a donde llegan las ambulancias, alguna que otra con el techo perforado a tiros, y los inconfundibles mañazos argentinos de la triple A.

El artículo habla del dirigente obrero Jaime Solares, con un pasado nebuloso que parece nadie quiere aceptar. Deficiencias de una política provinciana que permite a quienes burlaron su ineficiente virtud permanecer, e incluso crecer, bajo la sombra de una tenue democracia que añoran destruir. Se manejan nombres, se señalan personalidades que tuvieron que ver con crimen, algunos hasta con muerte, sin mayor castigo aparente. Los dices y no dices de nuestro sistema parlamentario y judicial son duchos en denuncias e inhábiles en castigo. Ello conlleva el riesgo de lo que se ve a diario, la ejecución de justicia por mano personal; el linchamiento, que alegra a muchos, no tiene ni fortaleza ni razón para convertirse en un nuevo -y popular- medio de saldar cuentas con nadie, y jamás tendrá la posibilidad de saldarlas con los peces gordos porque a todos les es fácil abusar de los más débiles y evitar a los importantes cuyo contacto puede quemar. Dudo que alguien se anime a linchar a Luis García Meza en Chonchocoro, porque a pesar de las circunstancias del reo sigue siendo, me animo a decir, "el general" y causa temor.

Los asesinos de Marcelo Quiroga Santa Cruz, los de Espinal, o están libres o enfrentan una parodia de papeleos y contrapapeleos que les alargará la vida. La profilaxis de olvidar el pasado quizá resulte sana dentro de una historia sana, pero en este diezmado y despojado país no debe ser vía a tomar. Pero volvemos a punto muerto, para juzgar habrá que cambiar. Remover el mayor obstáculo, el de la corrupción, implicaría reestructurar la nación, cimentar bases firmes y consecuentes, y descabezar a cada pequeño reyezuelo en toda mínima oficina, en el más escondido rincón desde donde ejerzan cualquier tipo de autoridad. Se diría titánica la empresa, o absurda.

Otro de los mencionados en el texto es Sanchez Berzaín, abogado y ministro. Este individuo ya daba en su temprana juventud en La Salle muestras de su ambición sin límites. Mientras sus compañeros se dedicaban al fulbito o al baloncesto, corría por el inmenso patio de la escuela detrás de los curas, en posibles nefandas actividades que le habrán enseñado los entretelones jesuitas de la manipulación del poder. Así estamos.

Publicado en Opinión (Cochabamba), 2004

Imagen: Fotografía de un golpe de estado en Bolivia

Posibilidades de un juicio/MIRANDO DE ARRIBA


La cháchara del gobierno norteamericano ha casi obligado, por las presiones externas y cierta fidelidad hacia lo que se pregona, a entregar a Saddam Hussein a la justicia de un nuevo y "autónomo" Iraq. Hubiera sido más sencillo simplemente esfumar al tirano que presentarlo a un juicio público que puede mostrar dos caras, una favorable a la administración Bush e incluso a la ocupación, y la otra, impredecible, que quizá arrastre profundos dolores de cabeza a los nuevos amos de esta Babilonia.

Los crímenes sadamitas son indefendibles desde todo punto de vista. Tortura, violación y muerte sistemáticas que su reino de terror ofreció se mostrarán en la justa medida de su atrocidad ante el mundo. Irán, inclusive, ha presentado cargos ante la justicia iraquí contra su régimen por el cruel asalto a su soberanía que derivó en una larga guerra. Esta resulta ser una difícil - ¿inesperada?-perspectiva para los Estados Unidos que alimentó aquel conflicto, al lado de Hussein, como parte de su campaña contra el fundamentalismo islámico iraní. El uso de armas químicas entonces tuvo la venia, y seguramente la instrucción especializada, norteamericana. Saddam representaba en el momento una útil herramienta para prevenir la expansión de la ideología que Irán podría exportar a las naciones de su entorno, hecho político que fuera resultado de otro tremendo fracaso de la política exterior estadounidense que animó al autocrático imperio del Shah en oposición a todas las normas democráticas que hubiesen aconsejado amplitud en el contexto. Khomeini tuvo de aliado fundamental la estupidez e hipocresía de Washington.

Saddam Hussein está hoy en el banquillo de los acusados y su condena, moral al menos, es irreversible. Pero un condenado tiene voz y memoria, e información muy íntima que al ser develada señalará las falencias como las ambigüedades del juego norteamericano de intereses, asunto que no caerá bien a nadie. La opción, donde la práctica "democrática" de los Estados Unidos ha hecho maestría, de desaparecer, suicidar, enloquecer a un incómodo testigo flota entre las posibilidades a tomarse, incluso un orquestado asesinato por alguien afectado directamente por la violencia del gobierno del dictador. Se debe, ante todo, evitar un juicio largo. Actuar expeditivamente debiera ser la instructiva a los serviles leguleyos de turno. Demasiada propaganda tal vez exponga una no deseada vista a la legalidad de la Pax Americana.
4/7/04

Publicado en Opinión (Cochabamba), julio, 2004

Imagen: Saddam Hussein momentos antes de ser ajusticiado

Sunday, October 30, 2011

Los mágicos seres de Homero Carvalho Oliva


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En la madrugada, de regreso de dejar a Emily en la estación de tren, tropecé con el cuerpo atropellado de un mapache. Con los ojos apagados, su máscara aparecía tranquila, muy diferente a cuando, veinte años ha, en el invierno de 1989, en la antigua y boscosa Virginia, conocí a estos animales como escurridizas sombras que cruzaban el camino en tan lejanas noches de trabajo y exilio. Entonces los supuse fantasmas, que se asociaron a mi bagaje de películas norteamericanas de horror. Y ahora, ahí lo tenía, tibio aún, inofensivo, desnudado el misterio que me asustara y me hiciera apurar el paso colina abajo en Arlington. Orfandad de lo oculto…


De pronta aparición, y precisas en su ubicación temporal por el conflicto suscitado acerca de las tierras del Isiboro-Sécure, donde el autor aclara que yuracarés, moxos y tsimanes sospechan está la Loma Santa, las páginas de Seres sobrenaturales y mágicos de Bolivia excede la categoría de compendio de seres fantásticos (recuérdese a Borges y su Manual de zoología fantástica/El libro de los seres imaginarios), para convertirse en alegato y advertencia: reclamo de preservar la herencia cultural de cada pueblo y presagio de vacío futuro si no.


Siguiendo un rutinario listado por abecedario, al escritor beniano, de origen movima, le gusta sugerir; introduce al lector a una galería de seres, buenos y malignos, aunque incluye sitios, flores, que habitan la memoria de los habitantes de esta región, Bolivia, desde el Ande hasta llanos y selvas, con un lenguaje sutil que no sólo añade, también revive, la magia de tales y de sus nombres, secretos y explícitos, que son en sí mismos como oratorios y conjuros.


Homero dedica el libro -breve, sustancioso, aleccionador, nostálgico y melancólico- a madre y abuela, a través de cuyas historias encontró que junto a, dentro y fuera de, este mundo terrestre y pedestre, se mueven universos desconocidos que vigilan, y de a ratos transforman, la realidad en que vivimos. Sólidos en las poblaciones nativas, que conservan la tradición porque todavía participa activa de su existencia, oponiéndose al vacuo mundo de las urbes, donde el cansancio y la ambición destruyen con animosidad sueño y fantasía, a pesar de esporádicos intentos de refundar los mitos que hacen llevadera la dureza de vivir y que inventan historias como la de la gigantesca serpiente que susurra en las cavernas del metropolitano de Nueva York, mientras se nutre de ratas, incautos y mendigos.


Le preguntaron al poeta William Butler Yeats si había visto a la Banshee, demonio hembra, a lo que contestó que sí, que la había visto, “allí abajo cerca del agua, azotando el río con sus manos”. Era en 1893, a tiempo de publicar sus Mythologies irlandesas. Así escuché de Pablo Ayala, en la villa de los Santos Reyes, provincia José Ballivián, Beni, la leyenda de la Pirichuchio “aterradora diosa alada (…) que, durante la noche, cuando la luna aparece sombría y melancólica sobre las lagunas cenagosas y el viento carga el aroma de vegetales podridos por el lodo, la han visto llorar en las orillas, alumbrada por cientos de curucusís (…)”, según narra la preciosa obra de Carvalho. Habrá que preguntarle al escritor, poeta además y sobre todo, si lo de Cacó -de la mitología chacobo-, o de los Iyas de monte y curiche, la Mekhala, suerte de vampiro andino, son cosas que ha visto, que le erizaron los vellos, y que lo obligaron a escribir de ellos ya que no desean morir, avasallados por poderes mayores, inenarrables, de máquinas y herejías hermanadas con dinero y poder.


Hechiceros que con el soplo provocan enfermedades, mientras chamanes las curan del mismo modo; Añas, animales de orín poderoso contados por el Inca Garcilaso, que desde entonces no se han visto, míticos Kharisiris ladrones de manteca humana, cuyo accionar recuerda sospechosamente las crónicas españolas de la conquista del Mississippí, y cóndores luchando contra toros, en revancha centenaria de vencidos que recreamos en la Yawar Fiesta, junto al grande y encantado José María Arguedas.


Mitos, leyendas populares unen los diversos rincones del planeta, como si la gente, a pesar de distinta experiencia histórica, partiese de un tronco común. Puede dársele matices religiosos, o hablar sencillo de la urgencia del hombre por explicar lo inesperado, lo extraño, necesidad de comprender el entorno, y de responder la pregunta más acuciosa, la del más allá, qué nos espera al morir. El Carretón de la muerte de Homero Carvalho Oliva tiene su par sueco en un relato de Selma Lagerlöf, y su destino espectral lo asemeja a la Santa Compaña que trashuma por algún lugar del Quijote, o eternizada en la riquísima prosa del gallego Álvaro Cunqueiro. La luz de los enterramientos, de los cuales se hablaba todavía en mi niñez como “tapados”, forma parte del patrimonio general, cualesquiera sus formas de manifestación, en las fatas morganas de los gitanos de los Cárpatos, o en la literatura gauchesca plena de luces malas, Salamancas y Mandingas.


Obra valiosa porque se adentra en los recovecos de lo que está a punto de desaparecer. La mitología es también un animal en peligro de extinción. Y, siendo el alma del hombre, éste perecerá con ella, cuando amanezca enterrada bajo los túmulos funerarios de topadoras incandescentes y horrísonas, cuando la mágica montaña Bahuajja, refugio de ancestros muertos, que servía de plataforma a los ese ejja para subir al cielo trepando un bejuco que ya fue cortado, no exista más. Ya lo preludia el triste canto del Guajojó, que cuenta de amores perdidos, y de toda pérdida por extensión, pájaro que agota los bosques amazónicos con su lamento de fin, y que en la infinitud del Brasil toma el denominativo de Assum Preto, sin importar si es el mismo.


Los Ñee Iya guardan la palabra, que para los guaraníes posee carácter sagrado (parafraseo). Hay Jichis, genios protectores, fabulosos Famacosios, monstruos de dos caracteres, bufeos seductores, tigres azules que vomitan lunas…

24/10/11

_____

Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 30/10/2011
Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 12/11/2011

Imagen: Portada de la obra

Friday, October 28, 2011

Bełżec/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Bełżec, el primer campo de exterminio nazi, situado en el sur de Polonia, en ese momento muy cerca de la línea divisoria alemana con la Unión Soviética, fue, por décadas, casi olvidado. Se debió a la política hitleriana de extirpar la memoria de los judíos. Apenas dos prisioneros sobrevivieron, y una niña que se escondió por un par de años en la leñera de una campesina. Uno de ellos fue asesinado en 1946 por un grupo derechista polaco, el mismo día en que testificaba acerca del campo. De los comandantes y soldados SS, aparte de los guardias ucranianos, se juzgó más tarde a ocho, en Munich, condenando a uno a 4 años de prisión, de los que sirvió 2. Hablamos de un centro que hizo desaparecer entre 450.000 y 800.000 judíos en el lapso de un año, cuyos nombres fueron borrados.

Guillaume Moscovitz (Francia) realizó el 2005 un documental acerca de Bełżec, tratando de recuperar la historia. Entrevistó a la poca población civil contemporánea del drama que contó sus recuerdos de cómo y cuándo se construyeron las barracas, del “misterio” de para qué se transportaba tanta gente allí. Del olor insoportable de las piras crematorias, en constante funcionamiento, y de cuando se desenterraban los cuerpos para incinerarlos a tiempo de abandonar -en 1943- el sitio, tratando de eliminar todo rastro de su existencia. Los germanos incluso plantaron árboles que supuestamente disimularían su ubicación. Arrasaron las edificaciones y aplanaron el terreno. Sin embargo, ya idos, los habitantes se dedicaron con ahínco a excavarlo en busca de oro, joyas de las víctimas, dejándolo removido, con restos de cuerpos humanos en la superficie, huesos de toda índole y tamaño: quijadas, tibias, dedos infantes…

Se utilizó mano de obra esclava para tareas diversas. Judíos se encargaban de deshacerse de los restos, y eran ejecutados regularmente para evitar conspiraciones y testigos. Caminaban dentro de las gigantescas fosas comunes, “con sangre hasta las rodillas” según uno de los declarantes. Más adelante, se los obligó a exhumar cuerpos y quemarlos, mientras lo hacían también con las víctimas recientes. Chaïm Hirszmann, durante su testimonio, relató que había visto a uno de los judíos de los grupos de “limpieza” arrancar un trozo de muslo de un cadáver que ardía y devorarlo. Tanta era el hambre.

Comienza el documental con cierta carta de algún judío al encargado del ghetto de Varsovia, tratando de averiguar qué había sido de los suyos. La escribe desde la fascinante ciudad de Zamość, joya renacentista de la Europa central: paradoja de un mundo que se transformaba en pesadilla. Hace frío en Bełżec, como lo hacía en Chelmno (otro campo de “labor”), dice, y a la vez que pregunta de unos cuenta el destino de otros. La cámara gira por las edificaciones de la hermosa Zamość, pero no nos hace olvidar que se trata de muerte.

Bełżec no se recordó hasta la caída del comunismo, cuando investigadores de la Shoah se interesaron por el destino de sus mártires, comprobando la imposibilidad de saber a ciencia cierta cuántos perecieron, aun conociendo el lugar de procedencia de los convoyes: Lvov-Lemberg, Lublin, Cracovia…; se hizo lo único posible, honrarlos, levantar un memorial, arrebatar a los fascistas el triunfo de haber casi extinguido una memoria, el recuerdo -en boca de un poblador local- de una bella judía de largas trenzas negras que saltara del tren con su hijita de 3 años. El rechazo de los pobladores a ocultarlas. Su huida a los bosques donde, seguro por denuncia, se las halló y asesinó. Otra bella mujer judía, alta, caminando por las calles de la ciudad envuelta en una chalina, con la que se ahorcaría a la noche para evitar el horror.

Hoy encuentran en Libia fosas comunes de condenados por el coronel Qadhafi. Éste, atrapado, es linchado como animal, sodomizado antes. Gobernantes que se creen dioses. Todos verdugos, hasta las víctimas. Y la cámara muestra casi como en sueño la plaza de Zamość.
26/10/11

_____
Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 28/10/2011
Publicado en Semanario Uno 434 (Santa Cruz de la Sierra), 04/11/2011

Imagen: Gitanos aguardando su ejecución en Bełżec

Thursday, October 27, 2011

Renacer de Tolstoi/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Lo que me lleva a escribir este artículo es ver en la lista del New York Times de los quince libros más vendidos de la semana "Ana Karenina", de Tolstoi. Sorprendido porque a pesar de que reviso la lista cada domingo casi nunca encuentro nombres conocidos y menos hubiese imaginado que allí cabría Tolstoi. En el octavo lugar hallo a Carson McCullers y Alice Sebold al final. Descuento a Danielle Steel y su literatura costurera que a pesar de su alto índice de ventas no lleva mayor importancia.

Quizá el impacto de una nueva traducción al inglés haya empujado este renacimiento tolstoiano o tal vez el hecho de ser Penguin el editor y que probablemente haya hecho una campaña anunciadora impresionante. Claro que Tolstoi no necesita páginas enteras de propaganda en los periódicos, como lo hace Bill Clinton, para promocionar su obra, mas la aterradora realidad de un mundo dominado por la ignorancia, con una juventud renuente a referirse a los clásicos, parece asegurar el incógnito, por obviar la triste palabra olvido, del ruso.

Hoy que la Internet permite un rápido acercamiento a la cultura en general, y particularmente a los libros, existe el gran riesgo de adquirir una formación débil y superficial, tomada de notas de autores no siempre garantizados y muchas veces incompletas. Leer un par de cuentos de Lev Tolstoi, o "bajar" algunas de sus diversas biografías en varios idiomas no significa penetrar en el vasto universo de su literatura. Conocer a Tolstoi implica envejecer con él, sin necesidad de seguir o cuestionar sus devaneos metafísicos; sencillamente rumiar el fondo de su arte que hasta hoy me parece inacabable.

¿Cuál es el mejor Tolstoi? Aquellos que desean escudriñar el alma humana elegirán, por lógica cuantitativa, sus anchos volúmenes: "Ana Karenina" y "La Guerra y la Paz", ciertos de descubrir en ellos origen y fin de la pasión; no se equivocan. Hay críticos que afirman que "La muerte de Ivan Ilitch" no tiene igual. Yo me inicié con sus libros de juventud: "Los cosacos" y "La sonata a Kreutzer". Y guardo especial afecto por "Resurrección" que me recuerda las aburridas clases de francés en la Alianza Francesa y los menos aburridos pasos de una profesora negrovestida que saltaba en el patio. De las mujeres que me encaminan, por una u otra razón, hacia Tolstoi, me acuerdo de ella, y de Greta Garbo haciendo de la Karenina y de la Máslova, trágico pero hermoso personaje de aquella historia resurrecta.

No lo leo hace diez años, aunque siempre lo hemos tenido en casa, en cine, en la monumental fílmica de Sergei Bondarchuk, la Garbo dirigida por Clarence Brown y una joya cinemática rusa conseguida en una biblioteca que basada en los diarios personales de Tolstoi trata de los últimos días de su vida. Bajo la dirección -y actuando el director en el papel protagonista- de Sergei Gerasimov, "Leo Tolstoi" cita a la nostalgia. Un ajado e irreductible anciano decide abandonar casa y familia en acto de repudio a la sociedad. Buscando el descanso encuentra la muerte en una dacha rural con aromas de estiércol fresco y de lluvia. Culturizado y enigmático dandy, autor de sólidas páginas que iniciaban un siglo, muere en lo más íntimo de Rusia: el campo.

Cien años después renace a la lectura en ciudades que le causarían desvarío. Y esta sutil y efectiva propaganda moderna me pone ávido -de nuevo- por sus memorables caracteres, y revuelvo los cajones buscando algún libro que sé no voy a encontrar.
220/6/04

_____
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), junio, 2004

Imagen: Raro afiche del Tolstoi de Sergei Gerasimov

El imperio del sol/MIRANDO DE ARRIBA


Imperio implica dominación. A pesar de sus características aglutinantes, que pueden incidir dramáticamente en un progreso económico y cultural -sobre todo de la élite imperial- y dejar una impronta histórica de importancia, su sobrevivencia depende del expolio y el usufructo de recursos y trabajo de naciones sometidas a su arbitrio. Inglaterra, Francia, Rusia, Japón, se nutrieron para sustentar su "grandeza" del sudor y la sangre de otros pueblos. Los imperios meso y sudamericanos no escapan a esta nefasta clasificación. Tanto aztecas como incas cumplieron su efímero, y a veces brillante, destino gracias a ese mismo sistema de explotación, con características propias como corresponde. Dominio que a la larga, con la invasión ibérica, se revirtió en contra suya. Ahí están las notorias huestes tlaxcaltecas que ayudan a hundir al imperio mexica, o las de los andinos cañari y huanca que impulsan el fin del Tawantinsuyu y colaboran con el inicio y fortalecimiento de un nuevo amo, mejor o peor según se interprete la historia.

Hoy, en inédito quiebre histórico, se escuchan peroratas que engañosamente hablan de un retorno a aquel luminoso imperio que abarcaba desde Colombia hasta Argentina, quizá olvidando que él se había superpuesto a diversos reinos y reyezuelos, tanto en Perú como en Bolivia, de etnias distintas a la quechua. ¿O cuando se habla de aquel soñado volver al Tawantinsuyo se piensa en la clara división que existe entre el grupo dominador venido del Cuzco y los sojuzgados collas, a decir aimaras, entre quienes, dada la oportunidad, y ya idealmente libres de la lacra blanca, se agudizará una crisis de toda índole, étnica en primera instancia, que dé lugar a una Ruanda latinoamericana? Hay referencia concreta en la historia del mentado imperio de "limpieza étnica", en el traslado, masivo y forzoso, de grupos humanos distintos y rebeldes de una región a otra: habitantes de los valles de Tarija desterrados al norte del Perú, quién sabe en qué condiciones, a la mejor manera de la última guerra en Bosnia. Ver rastros que pudieran producir nostalgia por el ayer en ello parece ceguera.

Sudáfrica, dentro de los males que aquejan a una sociedad diversa y traumatizada por años de desigualdad, da ejemplo al respecto, con el empeño de sus etnias y razas de trabajar en conjunto. Hay mucho que hacer en el caso de Bolivia, superar primero el drama racista que sostiene la inferioridad del indio de manera tácita. Rescatar el pasado amplio y ambiguo sin sueños tontos e interesados
27/6/04

Publicado en Opinión (Cochabamba), junio, 2004

Imagen: Manco Cápac, fundador del imperio quechua, en una pintura colonial

Wednesday, October 26, 2011

Lo trágico de Ayo Ayo/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Mientras hacía consultas para escribir "El señor don Rómulo", escuché variadas opiniones sobre Ayo-Ayo. Los más radicales -y antiguos- conversaban acerca de la mentada antropofagia aymara, remontada a hechos de la Revolución Federal; otros, aún ensimismados en un mundo de gloria independentista, como adormilados en la historia, imponían convincentemente el extraordinario papel jugado por esta etnia en la formación de la república: los campos de Aroma como notable y suficiente ejemplo de su defensa. Los unos, y los demás, no dejan de tener razón. Se puede explicar cada instante de acuerdo a su peculiar entorno, incluso aquel de degustar carne humana con su gama de sabores muy bien descrita por los combatientes de las guerras civiles del Congo en los sesenta. Pero eso era ayer, a pesar de lo contradictorio de tal afirmación, que no hay hoy sin ayer y viceversa. Ayer, otras circunstancias se hacían del panorama.

Cierto que a grandes rasgos nada ha cambiado -ni cambiará-, que el mundo es cuento de privilegios y desgracias, de ricos y pobres, pero ha habido un largo proceso de desarrollo de las ideas que debiera haber influenciado en algo el presente. Me sorprendió, en Nueva Orleans, conversar con un intelectual aymara, que por educación debiera ser amplio en sus perspectivas, decirme con profundo respeto que tal persona descendía de los caciques de X, olvidando que el cacicazgo que supervivió después de la conquista fue, al lado de España, quien expolió en su provecho a las naciones indias de Bolivia y América.

Los curacas o sus sucesores actuales, dirigentes, consideran imperativo, e incluso revolucionario, volver a prácticas creadas durante la esclavitud ibérica. El castigo del chicote implica ampararse en el poder de abusar al más débil, como antes. El linchamiento del alcalde de Ayo-Ayo es señal de pésima interpretación del pasado y, lo que es peor, de la creencia que este tipo de actividades demuestra autonomía del gobierno central y sus instituciones. Falsa apreciación azuzada por una seudo intelectualidad que pregona un reingreso a un también falaz recuento de lo que fueron estas tierras en períodos pre-hispánicos. Todo aquel que sugiera que los modos "indios" de hacer justicia son los únicos válidos, miente, porque no hay ni hubo especificidad tal. Porque chicotear y linchar ni siquiera son características propias andinas, sino las de cualquier cobarde.

La afamada justicia popular no existe. Lo que sucedió en Ayo-Ayo no significa castigar la corrupción; es asesinar.
19/6/04

_____
Publicado en Opinión (Cochabamba), junio, 2004

Imagen: Tortura de indios por sus amos españoles

Tuesday, October 25, 2011

Octubre/MIRANDO DE ABAJO


Termina octubre. No de forma tan dramática como se esperaba. El poder se ha sacudido algo, pero no ha caído ni se ha transformado. ¿Inconsistencia? Más bien normalidad, naturaleza de un lugar cuyas pautas no se marcan por rigurosidades de ningún tipo, menos ideológicas. Evo Morales, la oposición, los indígenas de las diversas agrupaciones, las Bartolinas, órgano electoral, diputados, senadores, se mueven con la misma dinámica, circunstancial e inesperada, con que siempre se ha hecho. Nada nuevo bajo el sol, dirían los sentenciosos. Nada seguro ni concreto.

El autócrata, si algo se puede creer en un marasmo tan frágil como el que solemos habitar, pareciera haber sido puesto, otra vez, entre la espada y la pared. “Sintiéndolo”, ya que no lo analiza, semeja ceder, aunque su idea de gobierno y estado no difiere de la de un niño caprichoso que se saldrá con la suya. En Bolivia las cosas se deciden en un “golpe de dados”. Es territorio regido por el azar. El amo quizá enfrenta una nueva situación, aquella que lo ubica entre dos senderos, el de dominar para sí y los otros asociados a sus intereses, mayormente económicos, o el de hacerlo en propio y único beneficio (por allí pasa su tercer mandato). Tiene que llegar un momento en que se enfrente al grupo duro de sus bases, no al indígena que ha sido, como en todo gobierno, el pretexto para cambios que jamás se dieron, sino al otro, la nueva burguesía, mestiza y sui géneris, que se va consolidando alrededor del narcotráfico y demás delitos colectivos. Por eso chilla Leonilda Zurita, tratando de reencaminar al líder, o de recordarle que sin ellos no existe, en el traspié que (di)simula dar en cuanto al TIPNIS.

Una cosa en apariencia no va sin la otra. Pero volvemos al inicio, de que todo es posible, nada queda fuera de las posibilidades. Los enemigos de hoy podrían ser los amigos de mañana; recuérdese a Bánzer recibiendo el apoyo democrático de las pasadas víctimas de sus desmanes (¡!) Los estamentos de poder en el país forman parte de la común mercadería. Aunque haya lugar el regateo, todo está disponible y tiene un precio. Todavía somos un país que balbucea, gracias a que a ningún gobernante, a ninguno, le interesó consolidarlo desde su base educativa. La precariedad con que se construyen las cosas, incluyendo el individuo, resulta en endebles estructuras. El hecho de que la cabeza del aparato electoral sea en práctica casi un iletrado, a pesar de cualquier título de “doctor” que presente, no sólo muestra el grado inmenso de corrupción en que nadamos, sino la ya mencionada precariedad hasta de la condición humana.

Fácil criticarlo, decirlo, publicarlo. Pero es que la labor de superarnos, de exceder las taras que heredamos y perduramos en nuestra acción diaria, llevará generaciones. Y cada vez estamos más lejos, mientras las facciones bregan con denuedo por parte del pastel, por levantar un entarimado de escasas fundaciones, soslayando el asunto de que en condiciones tales seguimos maniatados, y sólo, de a ratos, explotamos con grandeza épica en situaciones como la última marcha indígena, la reacción de las poblaciones del Beni ante la injusticia gobernante, o la magnificencia del recibimiento que hizo a los marchistas la ciudad de La Paz. Momentos sublimes, visión de que late la capacidad de epopeya… que se esfuma pronto frente a la cruda realidad de devaneo e ilusión.

Hablábamos de Morales y terminamos con digresiones. Es que Morales no es ni el “indio maldito”, ni el epítome del error. Representa lo que somos y se maneja con nuestros recursos, como lo hicieran Melgarejo o Campero, o los oligarcas de la plata-estaño junto a los narcos menudos del trópico cochabambino. Nos odiamos en Evo mientras nos adoramos en él. Y esa capacidad autodestructiva, contradictoria, imprevisible, se renueva constante, sin importar el payaso de turno en palacio. Lo aparente siempre se encarama por encima de lo fundamental. Y vence.
24/10/11

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 25/10/2011

Sunday, October 23, 2011

La ética del consumo/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Leo un interesante artículo del periodista Rob Walker acerca del café, su precio en los Estados Unidos, la lucha por el mercado y las consecuencias que ésta lleva a los trabajadores de este cultivo en el Tercer Mundo.

Lo que no sabe el consumidor, que lógicamente busca aquello que esté al alcance de su bolsillo, es que las "ofertas" producto de la competencia tienen un impacto directo en la economía de los trabajadores rurales de los países productores. La gama de variedades de café es muy extensa, desde Sumatra a Colombia, pasando por especialidades costarricenses, javanesas, y demás. Las multinacionales dueñas de plantaciones o compradoras de la producción de cultivadores menores manejan a su arbitrio el mercado: si la compañía rival ofrece café más barato, presionan a sus proveedores para que les entreguen el producto a menor precio, sin importarles que a su vez los salarios de la mano de obra que cosecha los granos se vean afectados.

Propone Walker, siguiendo la experimentación de grupos consumidores que no desean comprar café a un costo humano elevado, que exista una caracterización en la etiqueta que especifique que la producción de tal producto respeta los derechos de los trabajadores en el extranjero, en suma que no ha habido explotación en producirlos. Por supuesto el precio del café bajo estas condiciones se triplica y el consumidor está ante la disyuntiva de pagar por un objeto de lujo o simplemente dejar de consumirlo. A la larga, el café no es parte necesaria de la alimentación básica y puede prescindirse de él.

En nuestro medio, ahora que un texto así invita a meditar, hallamos la "tradición" (alabada por muchos como símbolo del folklorismo nacional, y adoptada por los extranjeros que se bolivianizan) de pedir rebaja. Si tomamos la papa como ejemplo, se sabe que quienes la comercializan son los rescatadores y no los productores. Cierto que el vendedor pide un monto mayor para poder entrar en el regateo y conseguir casi siempre lo que espera. Pero en casos de crisis cuando sí tiene que rebajar porque no hay venta, quien sufre las peores consecuencias es el productor pequeño o el asalariado que verán mermados sus ingresos al pagar el rescatador menos por aquello que ha costado lo mismo o más producir. Una regulación real de precios, desde el productor al consumidor, pasando por el intermediario, sería lo adecuado para proteger a los más débiles y terminar así con la nada ética tradición del "rebajame, caserita".
13/6/04

Publicado en Opinión (Cochabamba), junio, 2004

Imagen: Cafetero guatemalteco

Saturday, October 22, 2011

Mi Señor de los Anillos/ECLÉCTICA


Un día de 1985, Elisabeth M. me invita un café en la confitería "Zurich". Muebles crema con interiores azules y/o rojos; un caro enclave europeo en la Cochabamba de entonces, en plena avenida San Martín. Allí, en ambiente seudo elegante, se reunía la judería para rememorar en yiddish el mundo perdido. Las deliciosas masitas de chocolate, más el poco iluminado espacio bien podían, y lo lograban con los hebreos cochabambinos, asemejarse a un rincón de Praga, a un bistró escondido bajo la sombra de los muros del Jardín Botánico de Budapest... a Zurich misma.

Retomo: se sienta Elisabeth y dice que ya que le había dado a Nezval, las epístolas carcelarias de Desnos, no podía menos que retribuir regalándome un libro que apreciaba: "El Señor de los Anillos", de John Ronald Reuel Tolkien, a quien no conocía ni por mención. Voluminoso, de tapa verde, comprendía únicamente el primer tomo de la obra: "La Fraternidad del Anillo". Se disculpó, asegurando que no se podía, en Bolivia, conseguir el resto. Tenía razón: obtuve los otros dos volúmenes, "Las dos torres" y "El retorno del rey", diez años adelante, ya cuando Tolkien gozaba de cierta notoriedad entre los círculos intelectuales de la ciudad.

Ahora, junio del 2004, termino de ver -en cine- la última parte de la trilogía de Peter Jackson. Con todo su esplendor y un despliegue tecnológico que deja boba a la imaginación, no puede compararse al placer de la lectura de aquel primer volumen, y no porque tuviera resabios nostálgicos que lo hicieran favorito en especial, sino porque representaba un arte incomparable. Leer los tomos siguientes no tuvo la misma significación. La desbordante fantasía de la fraternidad del anillo no era que agotase la posibilidad de asombro, pero creo que opacaba el aura mágica de lo por venir. Cierto que los leí con una década de distancia entre sí, y en diez años la vida suele experimentar tanto que el cinismo se pega a los talones del tiempo, mas, por momentos, sobre todo en la tercera parte cuando Frodo Bolsón deambula por el yermo de Mordor buscando una entrada a la cueva del señor negro Saurón, las páginas se hicieron tediosas, algo imposible al principio.

Viviendo en los Estados Unidos asumí que Tolkien formaba íntima parte de la cultura -literaria y popular- igual que en Inglaterra. El recuerdo de una historia que se nutre tanto de lo fantástico como de lo mítico me hizo adquirir el video de un filme que se rodara en 1978, bajo el mismo título. El director Ralph Bakshi lo había filmado tomando como argumento la "Fraternidad...", posiblemente con la idea, que veintitrés años después concluyó Jackson, de hacer tres películas, una para cada libro. La obra de Bakshi, en dibujos animados con figuras humanas reales intercaladas, es soberbia. El uso de la tecnología, sin desmerecer los filmes actuales, no puede alcanzar la poética de esta realización. Bakshi es fiel a Tolkien y juega con el suspenso de lo desconocido, suspenso que tal vez desaparece con la materialización de las bellas y extravagantes escenas de Peter Jackson. Una de ellas, majestuosa, en "El retorno del Rey", es aquella -creo que inspirada por una inolvidable carga de decorados elefantes de guerra del filme tailandés "La leyenda de Suriyothai" (Chatri Chalerm Yukol/2001)- de los olifantes en la batalla de Minas Tirith. Estos mastodontes de colmillos múltiples, en ataque, son quizá de lo mejor que se ha hecho no sólo en ficción pero también en épica cinematográfica.

Tolkien ha crecido alrededor; mucho desde la página inicial de un libro verde, sobre la mesa de una confitería suizoboliviana, con una críptica dedicatoria en tinta negra...
8/6/04

Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), junio, 2004

Imagen: Afiche de The Lord of the Rings de Ralph Bakshi

Tuesday, October 18, 2011

Apuntes al vuelo/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Doy una ojeada, nada más, a las tendencias fascistoides de Alison Spedding, cocalera, en un detestable pasquín que publica. Ni pena vale ahondar en lo burdo de sus argumentos. Le hicieron creer que escribía, y que era algo especial por cagar a la intemperie. Lo hacen los indígenas del TIPNIS que desdeña, esas madres que son lo que ella jamás podría ser, porque son pobres, abusados por los de antes y los de ahora, sobre todo los últimos que se encaramaron a robar a expensas suyas, con el discurso de su defensa. Que cada quien se gane su dinero como pueda, le diría, pero hay más honradez y respeto en ganárselo de puta que en rebuznar con la lengua hinchada.

Sin embargo no es única en la infamia. Hay un amarro de descastados que opinan igual. Se dicen intelectuales, pensadores, se refocilan en plagios faltos de imaginación, se retroalimentan y juran y rejuran que en la tierra no hubo futbolista mejor que el señor Morales. ¿La lógica? Gobernar es patear una pelota, o dar de rodillazos al contrario. A eso se reduce la labor de estadista boliviano. Me pregunto qué ganan con ello; habrá dineros que pagan plumas o simple estulticia. Reviso y observo que la mayoría careció de opinión política previa. Será que el presidente indio los embarazó de promesas, ya que dice preñar a todo bicho que camina (malparafraseando al Martín Fierro), pero sigo sin comprender. Y cómo no, justifico, si la teoría -si hay una- del gobierno es una mezcolanza de la raza cósmica de Vasconcelos y el surgimiento del capitalismo ¿socialismo? tardío. Algunos parecen jugar al mayo francés, sin reparar que el 68 quedó 40 años atrás, y que el señor Cohn Bendit es un sano político de la Unión Europea, de corbata y paletó.

Disentir es un derecho, pero ellos no disienten ni discuten: enseñan… bajo las reglas coloniales de siempre, desde el punto de vista del sabio, del inteligente, del letrado, patrón, “profesional” (ese cénit de las taras nacionales). Desprecian la crítica porque cómo se puede criticar a los filósofos. Echan grititos en contra de la oposición, la minimizan, detestan y desprecian. Adoran a los indignados del mundo occidental, sueñan con las púberes nalgas de Camila Vallejo, pero cuando los miserables indígenas del trópico se indignan, esos que apenas alcanzan a no morir, ahí la cosa cambia: que Camila reclame es una delicia onanística, pero que los indios no vengan a joder el paraíso pluriterrenal de Bolivia con sus incomprensiones de lo bien que estamos haciendo por y para ellos; finalmente no entienden, y por tanto nosotros debemos sacrificarnos y pensar en conjunto, y levantar la mano en conjunto, y votar en conjunto. Un día lo agradecerán. Mientras tanto regodeémonos en el privilegio de disponer del erario nacional, y en la vanidad de ser fundadores de la nueva ética. Pobres cabrones.

Se entiende que muchos, entre individuos y grupos, necesiten aprovechar el desmadre coyuntural que fue reprimir a los marchistas del TIPNIS. ¿No recuerdan que así funciona la cosa? En apariencia la protesta, el revocatorio, el golpe de estado valen para Evo pero no contra Evo. Por supuesto que hay gente que desea tumbarlo, y utilizar a su favor las circunstancias. Lo triste es que el reemplazo podrá ser igual que la enfermedad, aunque lo dudo. Seguirá de por vida, hasta cualquier supuesto eterno si permitimos continuarlo. El asunto ha llegado lejos, demasiado, y la traición actual no tiene nombre, a pesar de que si le escogiésemos uno tendría que ser descaro.

La damisela Alison, inglesa prima del ogro Shreck por la boca verde (producto de su vegetarianismo cocal), alega que los monstruosos marchistas se sirvieron de los niños como escudo humano. ¿No está acaso ella poniendo su culito blanco para proteger el más voluminoso y tostado del Elegido?

Quiéralo o no. Lo quieran o no lo quieran, esa gente llega bien pronto a La Paz y suena.
16/10/11

_____
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 18/10/2011
Publicado en Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra), 10/2011

Imagen: Marchistas mujeres del TIPNIS

Sunday, October 16, 2011

La última historia feliz


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Por dos meses tuve en mi mesa de noche una edición del Financial Times de Londres. La de sábado, que es amena, discursiva, donde aparte de un almuerzo semanal con alguna personalidad (Roger Waters, Michael Moore, Martin Amis), hay artículos sobre vino, cine, pintura, literatura. Pasamos columnas y columnas de índices bursátiles y nos deleitamos, en casa, con textos inteligentes sobre arte y cultura.

El diario, en la primera página de su sección Vida y Artes, tenía una extensa colaboración de Simon Kuper acerca del robo de la Mona Lisa en 1911, pretexto delicioso para trashumar por un tiempo que moría. Pensé en Midnight in Paris, de Woody Allen, filme de calidad visual y tenue romanticismo, con un dejo de narración gringa que no molestó. Allen visita la ciudad de sus sueños, no la de Armani y Dior sino la de Shakespeare y Cia, los norteamericanos en París, Gertrude Stein, Scott Fitzgerald, Hemingway, en medio del talentoso tumulto internacional que incluía a Picasso y Dalí, a Miró y a Buñuel, los años 20. Cierta acompañante casual del protagonista, en el mundo onírico que lo seduce y sucumbe, se adentra más allá, hasta los recovecos de la Belle Époque, donde se materializan los espectros de Lautrec, Degas y Gauguin. Hay como un vacío entre esos dos tiempos, un espacio que llenó la guerra, pero antes de ella, también durante y hasta el armisticio, convivieron en la capital de Francia personajes no menores a los desenterrados por el cineasta: el París de Apollinaire, de André Salmon y Max Jacob, del joven Picasso, del maestro Schwob, hundido en un sillón de mimbre mientras lo asistía un enigmático criado chino. Allí es donde, en la cronología, un pobre inmigrante italiano roba La Joconde y la mantiene, a dos cuadras del sitio, en su cocina por dos años.

Action Française acusó a los judíos; cómo no. El Louvre cerró sus puertas por unos días; cuando las reabrió, filas de gente intentaban ver el espacio vacío donde había estado el Leonardo, al cual, hasta entonces, nadie le había prestado demasiada atención. Kuper cita a Jérôme Coignard diciendo que sin quererlo el museo exhibía la primera instalación conceptual en la historia del arte: la ausencia de un cuadro. Entre la multitud que visitó el salón entonces se hallaban dos escritores de Praga: Max Brod y Franz Kafka, quienes, viajando barato, redactaban una guía de cómo hacerlo “en Suiza, en París”, para viajeros de escasos recursos como ellos. “Kafka siempre se adelantó a su tiempo”, añade Kuper.

Vincenzo Peruggia, el inmigrante que sufría de envenenamiento de plomo, aparentemente durmió en algún ropero al interior del recinto. El Louvre cerraba sus puertas lunes y muchos trabajadores se dedicaban a limpieza o reparaciones. No extrañó que uno de ellos, al menos vestido igual, saliera con un pequeño promontorio debajo de su overol. La falta de la pieza pasó desapercibida hasta el jueves, porque no era inusual que los fotógrafos del museo se llevaran los cuadros a casa sin dar razón de ello. Cuando les preguntaron qué día retornarían el da Vinci, respondieron que jamás lo tomaron. Entonces comenzó el revuelo.

La policía siguió pistas sin éxito, mas un día un amigo del poeta Guillaume Apollinaire trató de vender una estatuilla ibérica que había robado del Louvre, y se dedujo que también él tendría el retrato renacentista. El individuo se había hecho de estatuillas provenientes de la península en dos ocasiones. Dio algunas a Apollinaire y otras a Picasso. Muchísimo más tarde, Pablo aclararía que si se contemplaba bien las orejas de las Señoritas de Avignon, se sabría que eran las mismas de las figuras robadas. Poeta y pintor se desesperaron. Agarraron los peligrosos objetos con intención de tirarlos al Sena fuera de la villa. No lo hicieron; tampoco lograron eludir a los investigadores y terminaron detenidos. Apollinaire pasó seis días en una celda, donde escribiría Mes prisons. Ambos sollozaron ante el juez y el corpulento vate quedó alelado escuchando a Picasso jurar desconocerlo: Pedro negando a Jesús…

La justicia los absolvió. Era evidente que no formaban parte del rarísimo complot. En 1913, en Italia, alguien de la casa Uffizi fue contactado por un individuo que aseguraba tener consigo la pintura. Quisieron verla y la autentificaron. Peruggia alegó que deseaba devolverla a Italia, por el saqueo de arte que hiciera en su tierra Napoleón. Lo único que consiguió fue ser arrestado por las autoridades italianas, y juzgado -en medio de simpatía popular-, recibiendo una breve condena.

Contó que la mantuvo en la cocina de su cuarto de soltero y se enamoró. No era raro, la Joconde ejercía un hechizo sobre los hombres. Incluso en 1910 alguien se suicidó ante ella. El pintor holandés Kees van Dongen dijo: “Ella no tiene cejas y tiene una divertida sonrisa. Seguro que sus dientes son inmundos para sonreír tan cerrado”, mientras que Somerset Maugham desdeñó “la insípida sonrisa de esa afectada y hambrienta de sexo joven mujer”.

Recurro a esa obra maestra de Roger Shattuck, The Banquet Years, relato del origen del Avant Garde francés en cuatro figuras: Alfred Jarry, Henri Rousseau, Erik Satie y Guillaume Apollinaire. Allí el autor, en la sección dedicada a Wilhelm Apollinary Kostrowicki, llamado Apollinaire, describe el asunto y cómo, por un momento, opacó la rutilante estrella de aquél. La decepción del juzgado, la negativa de Picasso de conocerlo, no mellaron la amistad de los dos hombres, quienes, junto a Salmon y Jacob, sellaron “una de las más significativas colaboraciones literario-artísticas del siglo”.

Peruggia murió en la oscuridad. Incluso se confundió su muerte con la de un homónimo; por el contrario, la popularidad de la ahora Gioconda se extendió sin límites. ¿Quién robó la Mona Lisa? resulta una historia ingenua, la última feliz por los siguientes 30 años según Kurten. Es que a tiempo de su reaparición se asesinaba al archiduque Francisco Fernando y desaparecía una Europa para dar lugar a otra, la de Nietzsche y la de Kafka.
10/10/11

_____
Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 16/10/2011
Publicado en Semanario Uno 431 (Santa Cruz de la Sierra), 10/2011

Imagen: Noticia del robo de la Joconde en Le Petit Journal

Thursday, October 13, 2011

Obituario/MIRANDO DE ARRIBA


Dicen que no hay muerto malo pero se equivocan; los hay y muy malos. Debemos desechar esa lógica absurda y arriesgada de creer que la muerte garantiza santidad u olvido.

No hay fin que pueda dorar al funesto personaje llamado Ronald Reagan, fallecido, felizmente para él, en su cama y rodeado del aprecio en apariencia general de su gente.

Actor de segunda, supo elevarse como showman, como clown, en una sociedad acostumbrada a escenificar todo. Es obligatorio, por ejemplo, para un político, iniciar su discurso con un par de bromas prefabricadas que relajen la tensión y evidencien cierto brillo en el por lo común opaco raciocinio de este género. Reagan fue un maestro bufón, que en medio de sus "travesuras" puso al mundo al borde de la guerra permanente, soñó con armas interestelares e hizo lo imposible para debilitar a otros payasos más adustos que él: los longevos, longetudinarios líderes soviéticos.

El sábado, día en que ocurrió el deceso, más el domingo, los canales televisivos se encargaron de atormentar al público con los detalles mínimos de la vida de dicho individuo, sorprendiendo en particular que incluso sus rivales demócratas lo elogiasen sin límite. La desaparición de la crítica no es síntoma de la buena salud de un sistema democrático. El por qué no hay quienes acusen abiertamente los crímenes contra la humanidad cometidos por el occiso sólo significa que se ha dado vigencia a la falsedad.

Bill Clinton hizo emitir sellos postales con la imagen del delincuente Nixon. John Kerry, si sale elegido presidente, seguramente ensuciará la correspondencia con la sonrisa y el sombrero ronaldreganianos, queriendo hacer creer -aunque ya nadie les cree- que en los Estados Unidos la política es un prado de decencia. Con gusto se diría ¡allá ellos! pero "ellos" deciden por encima nuestro el destino que tendremos.

Ya que nos privamos en domingo de asistir a cualquier misa, de hacerle el quite a la palabra de dios, no es justo que nos castiguen tanto con esta vida ejemplar en la pantalla. Finalmente, si Ronald Reagan fue tan bueno como dicen, que lo incluyan en algún santoral que no faltará quien le rece.

La suerte sonríe: en un canal pasan en vivo la final de tenis en Roland Garros. Juegan dos argentinos, Coria y Gaudio. Aparece Guillermo Vilas con una muchacha camboyana. Un poco de llanto platense, alegría sudamericana, importan más que tal muerto.
5/6/04

Publicado en Opinión (Cochabamba), junio, 2004

Imagen: Ronald Reagan en una caricatura de Darracu, 2008

El ¿nuevo? Afganistán/MIRANDO DE ARRIBA


"Oh, señor Shiva, sálvanos de las garras del tigre, de la mordida de la cobra y de la venganza del afgano", reza una anciana plegaria hindú. Es muestra del ancestral terror que este atormentado y tormentoso pueblo produce en las naciones alrededor.

Sólo a un ingenuo peligroso de la calidad del señor Bush II se le puede ocurrir, cada vez que puede, mencionar el "accomplishment" de los Estados Unidos en Afganistán. Ninguna misón cumplida, señor. Aparte de Kabul y un escaso territorio que la circunvecina, las tropas norteamericanas no dominan esta nación asiática; sigue, como siempre, dividida en feudos étnicamente diversos. La geopolítica moderna ha circunscrito los límites de un país, pero en su interior hay acentuadas diferencias. Como en el siglo XVI, cuando Kabul y Kandahar pertenecían a los persas y Balkh a los uzbekos, Afganistán, hoy, tiene regiones francamente demarcadas y contrapuestas entre sí, que sin embargo ante la presencia extranjera reaccionan -o reaccionarán- como un todo devorador.

La situación actual tiene tenebrosas reminiscencias de la Primera Guerra Afgana (1839-1842) entre británicos y afganos. Entonces la Gran Bretaña depuso al amir Dost Mohammed para instaurar un gobierno títere. En menos de tres años Dost Mohammed retornó; 16000 soldados de su majestad británica fueron muertos o capturados y solamente un tal doctor Brydon llegó a Jalalabad para contarlo. Los diplomáticos ingleses fueron masacrados y el reemplazante que pusieron, Sha Shuja, asesinado.

Las circunstancias pueden cambiar, pero los Estados Unidos tendrán, al igual que lo hicieron los soviéticos, que abandonar el país alguna vez, y ahí Hamid Kharzai y todos los empresarios afganos pro-occidentales terminarán, como en el ochocientos, colgados de los ganchos de los carniceros de Kabul. Tal vez hubo forma de evitarlo, pero ya es tarde. El Talibán volverá, quizá otro peor, o un tercero cada vez más extremo a imponer reglas dictadas por Alá, La ceguera de occidente va creando las bases de su propia destrucción. Para los fundamentalistas islámicos, los guerreros "dormidos" crecen y están en todas partes y un día han de despertar. En una cita de dar miedo, el Corán afirma: "No hablen de aquellos que han muerto en nombre de Dios como si hubieran muerto, porque están vivos". Ante el poder de estas palabras los tanques y los aviones que viajan sin piloto por el cielo, cargados de bombas como en relatos de ciencia-ficción, no valen mucho.
19/10/02

Publicado en Opinión (Cochabamba), octubre, 2002

Imagen: Nativos armados de mosquetes, Primera Guerra Afgana

Wednesday, October 12, 2011

Los rusos/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Difícil dar una característica genérica de una multitud de pueblos. Convivo con georgianos, armenios, rusos blancos, ucranianos, hebreos, rusos rusos y algunos asiáticos cuya diversidad étnica excede a aquellos de origen europeo. Lo cierto es que todos ellos, después de la euforia de los primeros años en Estados Unidos, reseñan con nostalgia el tiempo en que juntos formaban la Unión Soviética. A pesar de los errores, del pésimo manejo del estado comunista, la vida no ha mejorado sustancialmente aquí.

Hablo de la gente de más de cuarenta años. Algunos recuerdan la guerra todavía: eran muchachos; otros nacieron durante el conflicto. Atesoran, quizá impensadamente, el orgullo del triunfo. El tiempo tiende a borrar los defectos y su recuerdo de Rusia (Unión Soviética) es aquel de importancia y poder. Luego de una calurosa acogida norteamericana a los que preferían dejar su patria para trasladarse al sueño americano, la mayoría de ellos pasaron a engrosar las legiones de culturas y naciones que habitan modestamente en medio de la ostentación del nuevo mundo. Los rusos tratan de reunirse y de vivir en complejos habitacionales específicos. En Denver, Colorado, un barrio entero se convirtió en la Pequeña Rusia. La municipalidad incluso les construyó un parque como señal de aprecio. Hoy, cinco años después, el parque Mir cobija los domingos a un multitudinario México. Los pocos rusos que quedan en los vetustos edificios, canosos y malvestidos, observan la acelerada destrucción de su mundo. Rara avis que añora la época en que fueron algo. Con los pies sobre alfombras kazajas de segunda calidad, con un periódico que todavía pregona las ventajas del nuevo país en la lengua madre, y un reducido canal televisivo, el ruso se ha vuelto más enigmático, apenas aparece en el umbral. Las atronadoras bandas norteñas, acordeón y pistolón, se afianzan ya con descaro en este proceso de conquista imposible de parar.

Me gusta sentarme y escucharlos. Doy gracias a la posibilidad de aprender, con todas las desviaciones que el relato personal puede cargar, historia soviética de primera mano. Hay mayor riqueza en estas voces que en el adusto, aunque no menos hermoso, texto escrito. Y aprendo verbo también, lo malo primero -como se debe-. De pronto leo un artículo en el New Yorker y me doy cuenta que la lengua que me enseñan no viene a ser académica sino jerga, subidioma que se basa en cuatro palabras fundamentales, todas de connotación sexual. La maldición más expresiva, la única que utilizo por sus infinitas implicaciones es "bliad" que tanto llega a ser "puta madre", "coño" y "muérete".

Los amigos "rusos" cargan un cúmulo de defectos, pero la cercanía de su forma de vida a la nuestra los hace comprensibles. Indisciplina, falta de respeto a la ley, constante actitud de revuelta y etcéteras nos hermanan. Taras tercermundistas señalan. Quizá, pero en el mutuo contacto de dos extranjeros similares en tierra ajena se hace difícil esconder un sentimiento de solidaridad.

Con ellos conozco Sochi, el balneario del Mar Negro, el vino blanco de Georgia, el borsch y las albóndigas de carnes de res y puerco mezcladas. La fortaleza de Suram, Jarkov... Para adentrarme, pasada la medianoche, en aquel rincón de ensueño, retomo a Sholojov y me hundo en la labor primaveral de la estepa de combatir el lodo.
2/6/04

_____
Publicado en Opinión (Cochabamba), junio, 2004

Imagen: Afiche anticapitalista ruso en los EUA

Tuesday, October 11, 2011

Características, no anécdotas/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ya ni estupor causa leer, mirar, escuchar, las barbaridades del cacique. De sus correligionarios o lacayos también, claro, pero principalmente suyas. Si alguien ha desvirtuado presidencia, política, democracia, por citar tres, es Evo Morales. Y sin embargo nadie mejor para representar lo que somos. Triste decirlo.

Retomo siempre el asunto del mito. Bolivia no solo vive allí, lo reproduce y lo multiplica. Inventa lo que no existe y cree en esa ilusión. Será que el no tener ni producir nada en términos comparativos y de logros tangibles obliga, para no perecer, a levantar desde el aire tramas que narran lo irreal, que con desesperación intentan convencerse a sí mismas de la propia importancia. Evo Morales pareció ser la materialización de aquellas esperanzas, el mesiánico líder de los pueblos andinos y amazónicos. Al fin, luego de casi doscientos años independientes, cabía la posibilidad de presentar algo nuestro original, y grande, en la vitrina del mundo. Craso error.

El tiempo dio la razón a los que jamás creímos. Se deba a escasa religiosidad o a excesiva independencia, lo cierto está en que a pesar de entender el fenómeno que embriagó a la sociedad boliviana, en todas sus clases, no compartimos el frenesí casi erótico de los intelectuales que obviando todo análisis y despreciando las señales que pregonaban los síntomas de una impostura, se lanzaron como primerizos al embrollo del sexo político, que, como el carnal, resulta más complejo que la simple cópula. Y lo hicieron con vehemencia, con pasión desenfrenada, o con ambicioso cálculo y réditos más que satisfactorios. No para todos.

Observo a gente que conocí por años. ¿En verdad están convencidos de ser parte de un admirable proceso de cambio? ¿O es otra de las ya cansadoras referencias al altoperuanismo atávico, obstáculo al parecer insalvable para progresar y/o madurar? No lo sabremos en esta encrucijada que termina, como la mayoría sin pena ni gloria. Los supuestos logros de la era Morales eran inevitables con él o sin él. No fundó nada… a no ser el desastre.

Leo lo escrito sobre el momento; escucho lo que se dice. Hay penuria en aceptar que las cosas no son como se soñaron, que el “Mandela boliviano” es un vivillo cualquiera. Me desdigo: no un cualquiera, el peor. Cuesta derribar un mito, máxime cuando representaba, como fuere, nuestra presencia entre los otros. Se luchó por ello, que el Nóbel, la Madre Tierra, la Cumbre de Tiquipaya, docena de doctorados, libros y filmes apologéticos. Qué duro para Bolivia, y qué desolador para el que redacta este texto al ver que no se había equivocado. Hubiera querido hacerlo, justificar la tirria de los antiguos amigos acusándome de reaccionario. No fue así.

Cuando el dirigente cocalero, asumido como presidente, y sus asesores, salen con la idea de elecciones judiciales tan insólitas como las que vienen, no hay sorpresa. Tampoco al descubrir que sufragar de dos en dos, de tres en tres, es más rápido, o anunciando que los “viejitos”, la tercera edad, cometen errores y por tanto tienen que entrar a votar con ellos, dirigirles el brazo, escogerles el sujeto. Y así, entre los dos que manejan el gobierno, iluminado uno, genio el otro, el país va desmoronándose, en concreto y en subjetivo, desenmascarando que las falencias no son únicamente materiales, que hay un problema de psiquis que mientras no se supere acarreará los mismos tropezones, iguales al que convirtió a Evo Morales Ayma en el orgasmo nacional.
09/09/11

_____
Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 11/10/2011
Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 14/10/2011
Publicado en Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra), 12/11/2011

Imagen: Evo Morales en una caricatura de Pancho Cajas

Monday, October 10, 2011

Escritor del pasado/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

En nuestra habitual conversación telefónica dominical, papá me menciona a Isaac Bashevis Singer. Supongo porque hace poco, en la antigua Córdoba de viejos libreros, regaló a mamá una novela suya, ni sé cuál, así como ella me cedió otra, años atrás: "El esclavo", que aún descansa en mi mesa de noche como si el tiempo se estancara.

Qué edad tendría yo: trece o catorce. Me gustaba pedir catálogos editoriales a quien podía. Plaza y Janés envió uno extenso, con una colección -Rotativa- de libros de bolsillo que ofrecía autores conocidos y no. Ni recuerdo si Singer ya tenía el Nóbel, pero al ver "El mago de Lublín" decidí ordenarlo, porque siempre he andado intrigado por esto de la magia y el misterio, y porque Lublín, población oriental, central cuando Polonia se extendía casi hasta Smolensko, me refería directamente al principado de los Visnowieski en el siglo diecisiete. justo antes de la gran revuelta cosaca que se recuerda hoy en Ucrania como hito histórico, y en Polonia como el avasallamiento de la tierra por el mal, venido de la estepa de altos pastos donde hombres cazaban a hombres.

Para hacer ambiente pongo un disco de recopilaciones yiddish. "Yiddishe mamme" es una canción que nos enseñaban en la escuela boliviana para cantarla el día de mayo de la madre bajo el nombre de "Oh, madre querida". ¿La herencia, la relación? Quizá de la judería argentina, tal vez de aquellos hebreos escapados de Hitler que llegaban a Cochabamba, cuenta mi padre, con una maletita de cuero, lezna de zapatero, santas escrituras o no, y un ansia de preservar que los hace únicos cuando se trata de rescatar historias.

Bashevis Singer comparte Varsovia gris de judíos pobres y acaudalados, de religiosidad, de saber, rabbís que más que tener contacto con la divinidad semejan guardar respuestas para todo. Preserva un mundo que inútilmente el racismo quiso extinguir, que pervive en fotografías de Roman Vishniac, en referencias en "Taras Bulba", de Gogol; en Bruno Schulz y Kafka. Y cuando Bashevis se adentra en la historia de su pueblo, que también es la de cada país por donde se esparcieron los semitas, toca la épica, desde distinto ángulo a Henryk Sienkiewicz o a Taras Shevchenko, para detallar el drama de un pueblo inmundo entre enemigos, que apenas se sustenta y sin embargo crece en la sombra, aun en el albor de la eclosión social de 1648 que habría de transformar las características de Europa del este, el fin de Polonia y el advenimiento de Rusia.
¿?

_____
Publicado en Opinión (Cochabamba), 23/11/2004

Imagen: Portada de El mago de Lublín en Plaza y Janés


Botín de guerra/MIRANDO DE ARRIBA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me gusta navegar, como llaman a la búsqueda de información, en la internet, y a veces comprar: un incensario en forma de gallo de la última dinastía china, de Shangai; viejas etiquetas de cerveza boliviana desde Wroclaw, en Polonia (¡!), y demás extravagancias accesibles. Vicios de coleccionista, o coleccionador si hacemos caso a los médanos del verbo, que me llevan, el viernes pasado, a ingresar al Mercado Libre argentino, sitio virtual de subastas variadas. Paseo por sus secciones de libros: Jean Genet y Marcel Schwob; primeras ediciones; cristalería italiana más orfebrería bohemia, rastros de ida opulencia. Paso al sector de antigüedades y me detengo en una oferta que lee: Botas del Che. Abro el archivo y en el sector de sitio de venta dice Bolivia; el detalle del artículo clama que son los calzados que llevaba Ernesto Guevara antes de morir; para dar interés y exacerbar el morbo se aclara que hay rastros de sangre en las todavía "en buen estado" botas de combate. Precio básico de compra: cincuenta mil dólares y lugar para finiquitar la transacción a definirse entre comprador y vendedor desconocido. Once interesados ya visitaron el espacio; doce conmigo. No tengo los cincuenta mil, y no los usaría para eso, pero me interesa saber quién ofrece este triste botín, no ganado en batalla sino en asesinato. Sin duda un oficial de alta graduación, dado que pasaron más de tres décadas, o alguno de sus descendientes ávido de lucrar, tan mal está el país, con la memoria de un hombre demasiado grande para haber caído en manos de semejantes matarifes.

Se habla, y se habló mucho entonces, de patria, de soberanía. Ahí está la patria, en el descarado y sucio comercio de una memoria sangrienta y vergonzosa. Quizá este ignoto militar -hoy mercachifle-, general, almirante, león de tal o tigrillo de cual, se vea en la necesidad imperiosa de comer porque ya dispuso de lo robado en sus largos años de poder y no le quedan otros recursos que echar mano de las pobres botas que le arrebató cobardemente a un gran hombre, y las ofrezca al mundo pidiendo, en indecente soberbia, la suma mencionada. Que se las comprarán no cabe duda.

No faltan espectros que se nutren de fetiches.

Nada mejor pudo ocurrir en la vida a esta banda de mediocres que Guevara se les cruzara en el camino. Gracias a él vivieron, tuvieron su instante de historia. Ya muerto qué les queda, sentarse a vender en un puesto unas frutas, unas botas, cualquier patria.
30/05/04

_____
Publicado en Opinión (Cochabamba), mayo, 2005

Imagen: Portada del comic "Che. Una biografía gráfica", de Manuel "Spain" Rodríguez, Nueva York

Virtudes inglesas/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A Borges le hubiese gustado ser inglés.

Inglaterra lleva su peso en la historia. ¿Qué hizo de los ingleses amos de un tercio del globo? Cualidades extraordinarias, abyección, frialdad y sensatez; inescrupulosidad, valor y doblez -casi parece una letra de Discépolo- No hay una de tales definiciones, sin embargo, que retrate a esta nación por completo, y ninguna de ellas, tampoco, la diferencia notablemente de cualquier otro pueblo. Pero ahí están los datos, la presencia inglesa, ambigua y descarada, con inmensa angurria de apoderarse de todo. Lo ejemplifica Marlon Brando en la mítica isleta de Queimada arguyendo con unos y otros, corrompiendo, para dejar sólo en pie los intereses del Imperio.

Hoy aparecen notables signos de cambio. La selección inglesa de fútbol se llena de jugadores negros y en un par de décadas, cuando Inglaterra juegue, lo único que la diferenciará de Zaire será el color de la camiseta, igual que a Francia. ¿Una forma de castigo histórico? Quizá. O la ignorancia de los que se consideran superiores de no comprender, evitar, el proceso dinámico del tiempo que ofrece como única alternativa de supervivencia la diversidad. Además que la pureza de estirpe, ganada casi siempre por la expoliación de unos sobre otros, ni siquiera alcanza a la familia real inglesa, ni a ninguna monarquía. Es vano asegurar que hay una familia real, que los Windsor son los Windsor, cuando hay tanto caballerizo y jardinero que se encargó, a pesar de ocultarlo la genealogía, de seducir princesas e inmiscuir dentro de la noble sangre aristocrática, sus pesadas gotas oscuras de trabajador. Y si no que le pregunten a Victoria, reina muerta, voluminoso afán de los gusanos degradadores de títulos.

Peor, pobre Inglaterra, en que su ensimismado príncipe Carlos parece haber optado por el camino que otras culturas sospechan es el usual de los hombres ingleses: la pederastia o la pederastía como mejor les suene... o les guste. A la larga, el mayor ejemplo de aptitudes inglesas ha sido como siempre una mujer, desde Elisabeta, reina "virgen" y embalsamada, pasando por Victoria hasta Diana, activa muchacha injustamente ejecutada en aras de no permitir que la realeza inglesa diera frutos con la irrealeza egipcia; así de dramático y simple.

Esta semana miré dos películas cuyo tema, al menos uno, era el orgullo militar británico. "La carga de la Brigada Ligera" (Gran Bretaña, 1968) y "Four Feathers (Cuatro plumas)" (Estados Unidos, 2002). La última se sitúa durante la ocupación inglesa del Sudán, casi a fines del siglo XIX y puede tener conexiones reminiscentes sobre lo que pasa hoy en Irak. Entonces los ingleses combatían las fuerzas de Mohamed Ahmed, el Mahdi, mientras hoy sus aliados norteamericanos intentan vanamente desalojar de Najaf al ejército de otro nuevo Mahdi: Muqtada al Sadr. La otra se desarrolla en Crimea, en la campaña anglofrancesa contra Rusia de 1853-56. Ambos filmes muestran el "riguroso" código de conducta del ejército inglés, de la elitista caballería. Mientras "Four Feathers" termina con un mediocre mensaje de la inutilidad de la guerra y de la perseverancia del amor, "La Carga de la Brigada Ligera" es más caústica en su epílogo. La teatralidad del universo militar, el inglés aquí, no es más que una burda pantomima donde los personajes juegan a ser importantes sin ser más que payasos. La gloria del imperio británico, de su grupo más selecto de guerreros, no es más que invención de los poderosos y viejos sobrevivientes de la mentira.
25/05/04

_____
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), mayo, 2004

Imagen: Ben Allen/Union Jack Skull, 2010

Saturday, October 8, 2011

En Nueva Orleans/MIRANDO DE ARRIBA


Hace un año, en marzo, el novelista Edmundo Paz Soldán me escribió invitándome a una reunión de bolivianos dedicados al arte y la investigación. Una casa hotel, antigua y señorial, con la cama a la que se debía subir por un pedestal; frazadas negras, sábanas crema, la ventana de atrás mirando al parque Audubon. El porche, la entrada, en sillón de mimbre y brazos como para patrón de antes de la reforma -la de Bolivia, claro, que aquí no la hubo ni la habrá-, casi enfrente de Tulane, la universidad donde todavía caminan la sombra de John Kennedy Toole y su suicidio. Mucho para decir o contar en tres días de la ciudad del Mississippi.

Las reuniones, en Loyola y Tulane, versaron sobre coca en el norte argentino, Jesús Urzagasti, Evo Morales, el Mallku, Sánchez de Lozada, la guerra del agua, la pericia computacional del presidente Tuto, Quiroga no Desmond Tutú, en orden arbitrario mío, sin prioridades de nombre o tema. De noche, y para escapar de la garra jesuítica -Loyola es una universidad jesuita- huimos, algunos, a la mejor religión del vicio de Bourbon Street, collares de cuentas rojas, collares de cuentas verdes, tetas por las calles, nalgas sobre los balcones, jazz anciano, el negro gordo negro grande negro con la tuba que parece pesar mucho y que improvisa un inolvidable e inverosímil solo con semejante aparato sobre sí.

Se viaja en tranvía, las ventanas abiertas al calor y al olor del gran río. En los bailes, conjunción de razas: judíos encorbatados danzan el frenesí africano: en Nueva Orleans hay que darse el lujo de la amplitud y enterrar la soberbia, aunque sea el sur y algunos persistan en la nostalgia de Dixieland, la tierra de nunca jamás, el paraíso blanco que no podría ser edén sin un trabajo negro.

Edmundo Paz Soldán, Luis Morató Lara y el escribiente, codeando a la multitud ansiosa, hambrienta del único carnaval del país, a pesar de no serlo o ya no, hasta derivar, luego de un agudo escogimiento, en un bar de rhythm and blues, en cuyo estrado, rareza creole, toca un bajista asiático en medio de un abigarrado contexto afroamericano. El vocalista -pasen a ver a Fabien Philippe- reza el cartel, navega con sus brazos, como si estuviese en el mar de Haití, e ilumina la noche con extraña voz de cascajo. Las rubias muchachas se mecen al ardor del son y no se perciben las horas; ritmo, ritmo en las voces del Africa sugeriría el poeta angoleño Agostinho Neto. Así hasta que los aviones nos desintegran y nos retornan solos.
23/2/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), febrero, 2003

Imagen: The Old Absinthe House, New Orleans, en una vieja postal