Sunday, January 22, 2012

Marchas y contramarchas/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La marcha de los discapacitados semeja un lienzo digno de El Bosco, un claroscuro de Bergman. De la sombra, la penumbra, el refugio, el encierro, han salido en protesta los míseros de los míseros. Expuestos a la intemperie, espásticos y tullidos caminan de sol a sol demandando un aporte que quizá les impida morir de hambre. Aunque no fuese su intención inicial, su marcha apunta a la lástima, cuenta con piedad y conmiseración. La recibe de todos: de tenderas que les acercan una botella de Coca-Cola, de voluntarios que preparan arroz con leche. Los niños se preguntarán, al ver el desfile de espectros, si la realidad no se ha de pronto convertido en la ficción de los comics, donde harapos y dolor trashuman por ciudades aguardentosas y húmedas.

Sin embargo, en este panorama de desgracia y oscuro azar, fuera de las mise en scène necesarias para conseguir demandas, que incluyen cuerpos retorcidos revolcándose por el suelo, gente sin extremidades que se arrastra como penitente medieval, esta columna de gente sufrida y quienes los acompañan, guían, empujan las sillas, cargan, son el mayor desenmascaramiento de un gobierno de tinte altamente fascista, donde los amos, y el Supremo, no extienden la mirada más allá de sus bolsillos, pero las miras, de poder y exclusión, hasta el infinito. La mística les falló. Al parecer el elegido no es más que lo que era, hábil lataphuku y malicioso sindicatero, que quiso ser dios y terminará de peón. En la vida de nada vale construir castillos de arena, aunque estén hechos de dólares e impresionen como sólidos. Quien bebió la cicuta del poder no podrá escapar a ella. Incluso huyendo, que es lugar a donde hemos de llegar, la angurria será tal que el "enfermo" acabará en redes que ya no son suyas, donde no se oye su falsa voz de profeta. Por eso unos son Cristo y otros no. El demonio los tentó, no en el desierto sino en los verdes cultivos de coca, y cayeron en su trampa. Nadie escapa al trato que Mefistófeles ofrece y cobra. Un día llega el tiempo de pagar, sin discriminaciones de raza o color. El fuego, gran igualitario, los tuesta a todos.

Para contrarrestar su derrota el gobierno apela a jugadas trágicas pero infantiles. Posibles en un pueblo que todavía cree en Mesías, que avienta sahumerios y degüella animales, no en la convicción ancestral que tal vez algún día tuvieron tales actos. Aquí se ha fabricado un teatro del mal gusto, acomodado a los deseos de Momo, útil para convencer a gringos tontos que se buscan a sí mismos en los confines de la sinrazón. Crea, decíamos, para ocultar su caída y revertirla de posible, jugadas que se contradicen: hago y deshago, porque nos gobierna un niño caprichoso y básico. Alista contramarchas, pagadas y apoyadas con fondos del Estado, marchas para desdecir lo dicho, el Amo contra sí mismo, guiado por quién sabe qué ambiciones, afirmando y negándose en conjunto: soy el principio y el fin. Cierto, hubo principio; habrá fin.

¿Por qué deambular por recovecos incomprensibles, confusos, en lugar de hablar directo? Porque confusa es la materia en que nos desarrollamos y desenvolvemos. Fuera de logros que cualquiera tiene, que en su momento valoraremos, el desgobierno actual nos ha retrocedido a estadios caóticos en ebullición. Por eso retomamos a Hieronymus Bosch, retratista perfecto del magma plurinacional, donde hay calaveras danzarinas y hombres con picos de ave saliendo de un huevo. O cualquier otra cosa que se pudiera imaginar, del sueño y de la pesadilla.
19/1/12

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 20/1/2012

Imagen: Fragmento de El Bosco

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