Monday, January 2, 2012

Opiniones de un cineasta


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Se dice en Hollywood que el actor George Clooney quiere dedicarse a la política. Me parece bien. Es un hombre de recursos que ha sabido manejar el estrellato y se hace portavoz de la oposición artística a los desmanes del gobierno Bush. Va incluso más lejos, a criticar las consabidas medias tintas demócratas. En un país que paulatinamente pierde sus libertades civiles y se encamina por una pendiente que derivará en Tercer Mundo, cualquier opinión disidente pugna por sostener una ya endeble estructura pronta a caer.

Actor convertido en director con éxito, Clooney realizó "Confessions of a Dangerous Mind" hace unos años. El 2005 presenta "Good Night and Good Luck" nominada en seis categorías para el Oscar de la Academia. El tema no puede ser más apropiado a la coyuntura actual. Trata de la labor periodística de Edward Egbert Murrow (1908-1965), comentarista de la CBS con lúcido historial periodístico en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. Murrow se enfrenta en su programa televisivo al entonces intocable e imbatible senador Joseph McCarthy, moderno cazador de brujas en la década de los cincuenta, con un estilo propagandístico y difamatorio que apelaba al terror para deshacerse de sus enemigos, en apariencia miembros de una vasta conjura internacional comunista. Trístemente memorables fueron sus indagaciones senatoriales, tribunales inquisitorios, donde vilipendiaba a los supuestos conjurados obligándolos a solicitar perdón y logrando establecer un extenso sistema de denuncias que permitía vitalidad a su "cruzada". Hijos denunciaban a padres, amigos a amigos. Hollywood con su eterna aura liberal fue específicamente marcada; sabidos son hechos como las confesiones del cineasta Elia Kazan involucrando a compañeros de trabajo y amistades en asuntos considerados entonces turbios para la seguridad nacional. La traición de Elia Kazan no fue única, quizá una de las más notorias e imperdonables.

Edward Murrow (en Clooney) toma partido. Sin ánimo de confrontación gratuita se arma de razón y sentido común, de la herencia democrática de la constitución norteamericana. En una escena casi fortuita aparece Eisenhower, presidente, dando un discurso sobre las libertades civiles, de cómo el recurso de Habeas Corpus es garantizado y seguido por la Constitución, en claro contraste a la dinámica de hoy donde se detiene, incluso a ciudadanos norteamericanos, en lugares desconocidos, sin cargos concretos y por tiempo ilimitado. Ni hablar de los "combatientes extranjeros" varados en el mar de Guantánamo, paraíso de tortura y muerte.

El rival al que Murrow se enfrenta es formidable. Todos temen al senador por Wisconsin; su cacería aparenta resultados extraordinarios. El enemigo principal de aquella sociedad era el fantasma del comunismo. Se vive el auge de la Guerra Fría. Imaginen la dificultad de cuestionar los métodos y valores de alguien que representa, al menos nominalmente, la imagen de protector nacional. En la CBS saben -y se ha comenzado- de la existencia de purgas internas. Hay que satisfacer a McCarthy y a los grandes capitales que lo respaldan. Se investiga en los asuntos privados de los empleados. El sólo hecho de haber asistido a alguna reunión de estudiantes de tinte progresista basta para provocar la caída. Murrow es mesurado pero directo. No recurre a la diatriba como su rival; se concreta a los hechos y en muchas ocasiones a las transcripciones originales de McCarthy para atacarlo. Su quijotada le acarrea traslados del programa a horas y días inconvenientes -domingo en la tarde-. Sin embargo no ceja y es al fin una de las causas por las que el Senado acalla al falso apóstol.

La sombra del macartismo siempre pesó sobre la sociedad norteamericana. Es pueblo presto a creer ficciones, a asustarse con facilidad. Pero también pueblo que produce Murrows en esencia, ávidos de crítica, certeros, veraces, valientes.

El alegato de Clooney por los derechos civiles es brillante, como matizado discurso político y como producción fílmica. La soberbia actuación de David Strathairn interpretando a Edward Murrow no tiene rajaduras. A esta figura central Clooney añade un grupo de conocidos actores -incluyéndose- más para llenar de colectivo un vacío que para influir en el texto. Es historia (cine) unipersonal. Ni siquiera McCarthy que asoma a ratos en "real footage" juega un papel que opaque la presencia de Murrow, tal vez (él) una metáfora de América (Estados Unidos) o una mística americana.

De lado y de igual importancia es el discurso inicial y terminal de Murrow acerca del papel de la televisión. Siendo un medio de masas atractivo y poderoso no puede limitarse a entretener sino a enseñar y discutir. No sé si queda algo de semejante ideal.

"Good Night and Good Luck" eran las usuales palabras con que Murrow despedía su programa. Líneas premonitorias hoy que no se sabe -menos que nunca- lo de mañana. Que duerman bien y buena suerte.
21/3/06

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Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), marzo, 2006

Imagen: Afiche del filme en el Festival de Venecia

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