Wednesday, March 14, 2012

“Asfixia de sexo” en el nuevo Premio Nacional de Novela


Sebastián Antezana

Recuerdo que en cierta ocasión, Wilmer Urrelo, hablando sobre Fantasmas asesinos —ganadora del IX Premio Nacional de Novela—, me contaba que tras ganar el premio le había sorprendido mucho escuchar reacciones y juicios desmedidos sobre su obra. Me contó que cuando acudía a firmas de su libro u otro evento público, algunas personas trataron de censurarlo y no pocos lectores le reclamaron duramente la crudeza de su obra, la construcción de personajes, los detalles de la trama y lo escandaloso de la historia que se había decidido a contar. Yo mismo, en cierta ocasión, en mi calidad de editor de estas páginas —que ya hace mucho dejaron de ser un suplemento— recibí correos electrónicos en los que algunos lectores reclamaban airadamente los “contenidos poco aptos”, “excesivamente violentos”, “pornográficos” o “escandalosos” de Fantasmas asesinos y otras novelas de nuestra actual literatura boliviana.

Menciono esto porque imagino que, si las cosas siguen así, seguramente habrá voces que pedirán que la lectura de Diario secreto, XIII Premio Nacional de Novela de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, sea oficialmente censurada, que los ejemplares del libro sean prohibidos en las bibliotecas públicas y que su autor sea declarado persona non grata por las alcaldías del país. Exagero, por supuesto, pero si se tratara de medir en una escala imaginaria el grado de “escándalo”, “pornografía” o “contenidos violentos” de las novelas ganadoras del premio literario más grande del país, Diario secreto seguramente rompería récords.

Por supuesto, sería ridículo ofrecer una lectura condenatoria de la novela basada en estos aspectos, pero sería igual de pobre, igual de infundado, decir que la novela es buena o que es arriesgada sólo por estar constituida por ellos.

ALGUNAS APRECIACIONES. Para comenzar el análisis de la novela habría que tener en claro un factor importante: Diario secreto es una buena novela. Precisamente por ello, para no caer en una lectura meramente complaciente y para fortalecer la siempre tan poco practicada crítica literaria nacional, proponemos aquí un acercamiento crítico a algunas de sus particularidades. Claudio Ferrufino-Coqueugniot no es un extraño a los galardones literarios —ha recibido una mención honrosa, en 2002, y el primer lugar, en 2009, del Premio Casa de las Américas— y sabe cómo sacar lo mejor de los temas sobre los que elige escribir. Así, Diario secreto, que se presenta como la historia de “un individuo psicótico, hábil en esconder su verdadera personalidad para lograr lo que desea” (entrevista con Fondo Negro, 6 de noviembre-2011), como la historia de un psicópata, de un asesino serial, es la historia del “mundo escondido, que en mayor o menor grado vivimos todos” (misma entrevista). Desde las primeras páginas, desde el primero de los 43 breves capítulos que componen el libro y que narran la provocación intencional de un accidente de tránsito, sabemos que estamos ante un personaje excéntrico, un inadaptado social, un sociópata obsesionado con el sexo y una progresiva violencia, y que disfruta con aquello universalmente repudiado. No son pocas las novelas nacionales que han tenido a estos personajes como centro –Fantasmas asesinos y Hablar con los perros, de Wilmer Urrelo; Norte y Los vivos y los muertos, de Edmundo Paz Soldán, son ejemplos de ello. Y, sin embargo, hay algo en el personaje sin nombre de Diario secreto que lo distingue de los demás.

Para empezar, claro, no es sólo uno el personaje del libro. Por lo menos cinco voces narrativas claramente definidas pueden percibirse en la novela: la del personaje principal, la de su madre, la de su padre, la de su exesposa y la de su vecino y amigo de infancia. Por supuesto, habrá quien vea en estas voces distintas facetas de una misma personalidad esquizofrénica, pero el caso es que la estructura misma de la novela es un poco esquizofrénica. La aparición de las voces no sigue un orden determinado, no se reparten capítulos individuales y ni siquiera secuencias temporales específicas. Se entremezclan unas con otras creando un ritmo algo caótico que, más de una vez, obliga a volver sobre lo leído para reconocer quién dice qué, no dejándonos una sensación de unidad (lo que no tiene que ser algo malo).

Esto, por supuesto, evidencia una clara intención del autor. Pero a medida que uno va pasando las más de 200 páginas del libro se va dando cuenta de un problema: a pesar de que, se supone, hay por lo menos cinco voces narrativas distintas, o cinco estados de conciencia independientes en un mismo personaje, todas suenan muy similares. O, por lo menos, todas las voces masculinas suenan iguales entre ellas, de la misma forma que las femeninas lo hacen entre sí. Hay una separación marcada y no demasiado bien fundamentada en la novela: las voces masculinas son sinónimo por igual de violencia, misoginia y sordidez, mientras que las femeninas lo son de sufrimiento, desamparo y fragilidad. Así, los de Diario secreto, obsesionados todos con sólo dos o tres temas, son personajes que se reducen como figuras literarias, y aunque es absolutamente posible argüir que es precisamente en esos dos o tres temas que se debaten los alcances de nuestra humanidad, la estrategia que el autor usa para encararlos no termina de ser redonda. Hay un exceso de linealidad, de unidireccionalidad en estos personajes, que los hace poco creíbles, que los vuelve prácticamente iguales y que ocasiona, finalmente, que la lectura pierda matices y espesor, que se torne en actividad de un solo tono, de un mismo ritmo.

Por ejemplo, dice en cierto punto el personaje central, recordando su niñez: “La maestra de música (…) cuyas caderas poblaban la noche de los estudiantes. Las pajas que le habré dedicado, pensando en terminar en su boca a tiempo de entonar ella un aria. Acallar su gorjeo metiéndole la verga hasta la campanilla, e imaginarla, éxtasis de cielo, intentando zafarse, mientras yo, de pelos y orejas, lo impido hasta que patalea, se estira, orina y perece (…) Asfixia de sexo, llamaría a esa muerte. Bello nombre”. En otro momento, con casi el mismo tono, el personaje del padre le dice a su hijo: “No te creas lo que digan las mujeres. Cuando vean y sepan que destacas por tus aptitudes, se te acercarán. Elección natural, afirman, la cerviz de la hembra que olfatea al posible padre de sus cachorros. Eligen al mejor, por herencia animal, sin rastro de análisis y menos de sentimiento…”. En una tercera ocasión, repitiendo la misma cadencia, el personaje del vecino recuerda: “Tinta roja (…) La poníamos en el agua de los perros, mínimamente, para ir envenenándolos de a poco (…) La vecinita de enfrente había recibido de regalo un labrador dorado y jugaban en la calle de tierra. Lo acostumbramos con un platillo a saciar la sed con nosotros. Creo que ni dos semanas duró (…) La chiquita lloraba y lloraba. Aprovechando que nadie se daría cuenta de la diferencia de llanto, la agarrábamos y le metíamos tostado en el ano, esos grandes, blancos, rugosos, con trocitos negros cortantes”.

Como se ve, las voces narrativas son en casi todos los casos (quizás la excepción podría ser la madre del personaje principal) igual de despiadadas, igual de crasas, todas tratan a los personajes que describen —a sus hijos, esposos, padres, amigos, amantes, conocidos— con la misma crueldad y desapego, la misma falta de humanidad o compasión con que el personaje principal trata a los insectos o a las mujeres (que para él valen lo mismo).

LA HISTORIA. La novela narra pasajes de la vida del personaje principal y su círculo inmediato. A medida que la lectura progresa, todos, motivados por él, siguen un descenso empecinado a las simas de la aberración más abyecta, al bajo fondo de una humanidad que en la novela se muestra opaca, chata, miserable, que no tiene ni imagina una salida del horror cotidiano en que está envuelta, horror que se expresa en dos de las pulsiones básicas que, como se sabe, han obsesionado a los psicópatas de todos los tiempos: el sexo y la violencia. O, mejor aún, una desenfrenada violencia en el sexo, la extrema sexualidad de la muerte provocada. No hay en ello, por supuesto, nada malo. Diario secreto, hablándonos sin la máscara que —el personaje central lo dice una y otra vez— es la de la cotidianidad social, nos cuenta la historia de un niño que crece mutilando y asesinando insectos, al principio, luego sapos, pequeños roedores, aves y mamíferos, hasta llegar, en una escala progresiva y predecible, a torturar y asesinar personas, y finalmente a sí mismo. Aquí dos puntos: uno, la novela parecería presuponer que la locura, que la violencia, que las bajas pulsiones, son características de un pretendido lado oculto de la humanidad, cuando en realidad están expresamente ante la vista de todos; y, dos, parecería obviar los postulados sobre la banalidad del mal, que hace tiempo han probado que la psicopatía no necesariamente está asociada a personajes sórdidos, sino que se presenta entre los más normales de nosotros. Diario secreto, además, pareciera presuponer que la abyección no tiene matices, que es el manto democrático que uniformiza a las personas (ciertamente lo hace con sus personajes, sobre todo masculinos), y que bajo él no hay singularidades, detalles, matices. Asfixia de sexo, asfixia de violencia, asfixia de maldad y desentendimiento.

En la novela existen, por otra parte, detalles que merecen un tratamiento aparte. Entre ellos, uno que se refiere al personaje principal. Por un lado, sobre él se nos dice que, a pesar de haber nacido y crecido en una casa —de Cochabamba, se supone— que representaba el límite de la urbanidad y un principio de salvajismo, una frontera entre el campo y la ciudad, y a pesar de que, cuando era estudiante en colegio, sólo “sobrepasaba la media nacional” —siendo la media nacional, como se sabe, un nivel del que pocos se enorgullecerían—, resulta en la adultez un psicópata extrañamente erudito, alguien poseedor de un “vasto conocimiento literario e histórico”, capaz de discutir perfectamente “sobre Guinea Bissau y la impronta de Amílcar Cabral en las luchas de África, o las excepcionales dotes de Paul Valéry”. Así, el personaje central puede llegar en ocasiones a constituir una caricatura de sí mismo, ya que pese a nacer en una pobreza y miseria típicamente tercermundistas, llega a ser el asesino refinado e hiperculto que experimenta en la tortura y la muerte de seres humanos un placer intelectual equiparable al ejercicio académico.

PARTICULARIDADES DE LA FORMA. La sintaxis, por su lado, la disposición de las frases sobre las hojas, la particular utilización de una puntuación poco tradicional y un también poco tradicional ordenamiento de los términos de las oraciones, crean objetos lingüísticos que, en ocasiones, deslumbran por su creatividad y en otras simplemente hacen pensar en un obstinado y no siempre efectivo desmarque de la escritura regular. Así, Diario secreto se constituye en una novela que, claramente, a diferencia de anteriores premios nacionales, trabaja activamente con el lenguaje, lo prueba, lo flexiona y lo lleva hasta sus límites. La de Ferrufino-Coqueugniot no es, de esta forma, una novela tímida. Todo lo contrario, se lanza abiertamente a los lectores con una apariencia poco familiar, desafiándolos a acatar su ritmo, sus convenciones, su cadencia desigual y endiablada.

CONCLUSIONES. Diario secreto es una buena novela, con ciertos altibajos que, sin embargo, no desmerecen la calidad del conjunto. Vale absolutamente la pena leerla y que cada uno se forme una opinión sobre ella. Imagino, por lo dicho, que creará cierta polémica o, por lo menos, cierto debate sobre las posibilidades y debilidades de la forma novelística, del tratamiento de ciertos temas y de las posibilidades formales del lenguaje. Le corresponde a cada lector dar el veredicto.

Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 12/02/2012

Imagen: Dibujo de Hans Bellmer

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