Friday, March 23, 2012

Libros: sobre búsquedas y hallazgos


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Se acerca medianoche. Pasan un documental sobre Timbuctú. Ochenta grados Fahrenheit; el ventilador tiembla y cruje como si sufriera. Despejada la noche de Colorado en los albores del verano. No hay ruido de insectos, Un pájaro insomne pía débilmente en el jardín.

Acomodo los libros que conseguí hoy en una expedición a anticuarios y prestamistas, a sociedades benéficas, a subastas vecinales. Hoy en Norteamérica la compra-venta de objetos de segunda mano alcanza el grado de subcultura. No sé si era así en el pasado; dudo que en el auge de los cincuentas la gente se preocupara en husmear los rincones del Ejército de Salvación para hallar algo de provecho. Aunque tal vez me equivoco: esta es una sociedad de coleccionistas; les vendrá de los ingleses. Se podría entender como una sublimación de la conciencia de su corto pasado. Pueblo de inmigrantes que busca en basurales de tesoros escondidos los remanentes de su antigüedad. Demasiada cháchara para el simple placer, y práctico ahorro, de utilizar las tiendas de viejo. Olvidemos la sociología o las transformaciones síquicas de pueblo alguno y dediquémonos al trabajo manual de inspeccionar anaqueles.

Entre objetos caídos, al lado de tazas de toda índole y electrodomésticos no convincentes, ubico las hileras de libros ordenadas en anarquizante sentido: desarregladas. La filosofía del lugar supongo que se refiere al si usted tiene tiempo de entrar acá, lo tendrá para sentarse y hojear uno a uno los volúmenes; desdeñe la hora, hemos proscrito la rapidez.

Así me gusta, igual que al visitar ciudades, que no me den prisas. Si algo me queda de una autónoma ortodoxia es la libertad. Arrimo un banco y con él deslizo pausado mi cuerpo por las filas de cajas. Siempre hay maravillas. Un librito sobre los hopis, con fotografías de principios del siglo XX, danzas rituales y leyendas. Tucídides y la guerra del Peloponeso, con anotaciones a lápiz en los márgenes. Amo estas obras que en un nombre en la primera página, o en observaciones en el interior hablan de vida. El hecho no es la posesión de un volumen nuevo, que también agrada, sino hallar, entre innumerables cosas deleznables, joyas, y ver que formaron parte de un contexto humano anterior. Es una manera de reconstruir la historia del libro e imaginar sus avatares igual a un personaje de ficción. Hojeo una edición sin fecha de los Poetical Works de Elizabeth Barrett Browning. Señala a dos dueños anteriores: una fecha data de Pittsburgh, 1908, la otra sólo dice 28 de diciembre del 34. Y la nueva, de mi hija Aly, dibuja los signos del 2006. Aparte de los hermosos escritos de Mrs. Browning este objeto accede -y posee- un siglo de conocimiento y diversidad.

El viaje literario que relato no se confina a un día único, es un proceso de búsqueda consciente y de mucho azar. Un azar que me atrae hacia un volumen empastado en rojo, evidentemente antiguo. El lomo reza "Kipling", impreso en 1915. La portada abriga un sello con una svástica, y dentro del círculo la firma del autor británico. En 1915 el nacionalsocialismo apenas se gestaba en la obnubilada mente de Adolf Hitler. Kipling -o su editor- adopta para sí un anciano símbolo hindú relacionado con la agricultura. Me place descubrirlo, además que en esta edición de Under the Deodars hay bellos y famosísimos cuentos como The Man Who Would Be King, que leyera de joven bajo el título de El rey de Kafiristán.

Innúmeras las sorpresas que salidas semejantes deparan. En Aurora, Colorado, como en Cochabamba; en Buenos Aires que ofrece textos ya agotados de Petrus Borel, o Lima y una obra autógrafa de Zamacois con dedicatoria a Enrique Gómez Carrillo, de quien dice César Aira en su Diccionario de autores latinoamericanos que "Fue el más fiel acólito de Rubén Darío, de quien imitó hasta el paroxismo, y con mediocre talento, la postura afrancesada", y cuya última, bella esposa, ya viuda, matrimonió a Saint-Exupéry.

Lenore Kandel es una poeta olvidada. De obra muy breve, contemporánea y amiga de Ginsberg, Ferlinghetti, Kerouac... la historia de la literatura norteamericana la ignora y sin embargo hay quienes la consideran una de las mayores expresiones poéticas de América, tan importante como Whitman. Su obra cumbre, seis páginas de poemas, The Love Book, son un sentido y bello divagar por la intemperie del cuerpo, el sexo y el amor. En traducción libre transfiero unas líneas: "(...) Te amo/tu miembro en mi mano/ se agita como un ave entre mis dedos/y creces y te endureces en mi mano/forzando los dedos a abrirse/con tu rígida fuerza/eres hermoso/tú eres hermoso/cien veces hermoso (...). Me recuerda a Anaïs Nin en Henry y June... The Love Book, de Lenore Kandel, primera edición, San Francisco 1966, dormitaba entre papelerío en el Ejército de Salvación. Costó 25 centavos.

En noches como esta, ya pasadas las doce del espanto, con un permanente despejado en el cielo azul profundo, no negro, me pongo a leer los libros que se fundan en torres desde el piso, ladrillo sobre ladrillo. La arquitectura de estas edificaciones libreras es más ágil que mi tiempo y terminará por arrasarme en un mar de letras. Hablando de mar, y en otra fantástica antigüedad encontrada (1903), releo a Plinio relatando en carta al historiador Tácito la muerte de su tío Plinio el Viejo durante la erupción del Vesubio, año 79 de nuestra era, antes de dormir.
26/06/06

_____
Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), junio, 2006

Imagen: El Voynich, supuesto libro del alquimista Roger Bacon

No comments:

Post a Comment