Saturday, June 2, 2012

En el imperio de Timur/VIRGINIANOS

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Amo a la gente pero odio las multitudes. No me dejan mirar Samarcanda en paz. Hay demasiados pantalones cortos, demasiadas fotografías... verano.

He entrado en Tamerlán, en los mosaicos azules de la capital. Una lámpara de aceite, grande y apagada, iluminaba la exposición. La armadura de Ulugh Beg, de anchas espaldas, sita en medio, parecía sofrenar el pasado, impedir de por vida emigrar a sus huestes en busca de futuro, y, a nosotros, permitirnos una ventana de asombro, sin grandeza personal. 

Nombres extraordinarios, nombres de polvo y de sangre. Mixtura de pueblos y armas. Cimitarras islámicas. Flechas tártaras; estepa y montaña; ojos rasgados en piel emblanquecida.

Una mascarilla de guerra, de los hombres del Carnero Negro, ha quedado en una vitrina. No oculta más los fieros rostros de los degolladores. Mas si se observan las cuencas, vacías cuencas metálicas, habrá espacio para el horror: en el sol abrasador de Persia se agotarán las muertes. El matador enmascarado ha de pararse en cualquier colina y contemplar sin fin la arena hirviendo, las ruinas de Herat, las cabezas cercenadas que parecen sanguinolentas flores del suelo. Eso hay en los ojos del pastor asesino que nos lega su máscara.

No hay viento en la exposición. Las alfombras son cómodas; las personas sonríen. ¿Por qué he quedado asustado esta una de la tarde? Pasmado. Los demás me eluden. Nunca sabrán lo que me ha maravillado: los Coranes de talla inmensa, el rostro del "descendiente de Gengis Khan", esa cúpula de Samarcanda, escaleras arriba, como preludiando que de aquel mundo no se huye uno cuerdo, que tras las huellas seguidas en busca del gran Timur queda un silencio que hoy he nombrado tristeza...

De Virginianos, Cochabamba, Los Amigos del Libro, 1991

Foto: Samarcanda


No comments:

Post a Comment