Friday, September 28, 2012

El Canal de Canadá/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

De no creer. Supuse que seríamos un poco más que Haití, Ruanda, Somalia, pero no, vamos descendiendo por esa ruta hasta que indefectible ganemos el campeonato mundial.

Tomando un café endulzado, que pronto se convertirá en amargo, enciendo la tevé y, justo, da la mala fortuna, el mandatario de Bolivia inicia sus desatinos en las Naciones Unidas: que son desunidas.., porque en eso nos diferenciamos.., y todo por el pueblo.., y la timidez de algunos países.., y siento aquí, siento allá. Sienta menos, presidente, y piense más.

¿Habrá llegado a tanto la soberbia de la casta gobernante que incluso se apunta el derecho de cambiar la geografía y la historia? Lo ha hecho con los milenios supuestos de una cultura que al parecer cinco mil años atrás ya había ido y vuelto de la luna. Estoy confundido en las fechas ahora, y en los límites internacionales, porque Evo Morales habló de un tratado entre Estados Unidos y Canadá sobre Panamá. De pronto Canadá fue Panamá, para al instante el Canal de Panamá ser el Canal de Canadá. Hablaba del tratado por el que la zona sería usufructuada a perpetuidad por los gringos. Comprendo que la rima suele embelesar a mentes ingenuas, llenar huecos intelectuales con sonidos afines, pero vamos, estamos en una conferencia internacional donde al menos se presume que alguna palabra pesará por su significado.

“No hay que temerle al capitalismo”. No necesita decirlo, presidente, si usted es el ejemplo más palpable de capitalismo brutal. Aunque ausente de los problemas ahora, sigue con su contraparte k’ara manipulando desde lejos para que sus huestes se apoderen de lo que es de todos. Craso error que suele llevar a mal fin. Ya firmó con los cooperativistas, que a quien cooperan es a su bolsillo y no al país; los dirigentes porque los otros son trabajadores explotados en condiciones peores a cualquier sindicalizado. Me recuerda la Corrida de Oklahoma (The Oklahoma Land Rush), el 22 de abril de 1889, donde cincuenta mil personas se lanzaron a una orden a apoderarse de las tierras que alguna vez fueron indias. En desbandada corrieron, a pie y a caballo, para marcar los límites de las propiedades que les asignarían como suyas, acaparando lo que podían a manos llenas. Lo que usted hace, y quiere hacer, es lo mismo; que sus correligionarios, los que lo convertirán en Trujillo, en Papa Doc, en Stroessner, se queden con esta expoliada y frustrada nación.

No en vano, y hablando de la futura Ley Minera, el CONAMAQ dice que afectará a las Tierras Comunitarias de Origen. La “teoría” está echada ya en el último libro de García Linera como comenta Luis Christian Rivas Salazar. En este Nuevo Testamento de la falsa revolución, este individuo apunta con sorna y sin desgano al avasallamiento de las TCO y los parques nacionales. ¿Para qué? Para repartirlos entre la nueva clase, los que idealmente perpetuarán la Bolivia del pillaje.

La idea es el poder absoluto, la riqueza desmedida. Como toda payasada necesita de un estrado con paneles pintados que presten ambiente. Lo ideológico no existe, no puede existir en una zona ficticia como el canal de Canadá. Dejemos pamplinas de lado y a desenmascararse. Les tomó siete años hacerlo, pero ahora brilla de claridad.

Los mineros sindicalizados quizá estén al borde de su desaparición. Como en Oklahoma los vaqueros, en Bolivia cooperativistas mineros, chuteros, contrabandistas, cocaleros y narcos esperan el pitido gubernamental para invadir. Esta firma de veta Rosario “a medias” significa la punta de lanza de la toma general, en Colquiri como en el Tipnis o Madidi.

La suerte está echada, pero los dados se pueden volcar. Mientras tanto me enojo porque nadie quiere venderme un pasaje a esa ignota región que en 1903 o 1909, no se sabe con certeza de acuerdo al discurso, dirimieron yanquis y canadienses en el trópico que los atraviesa. O el canal de Canadá será otra invención como el “proceso de cambio”. Parece, parece…
26/09/12

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 28/09/2012

Imagen: Jacques Callot/Bebedor visto de atrás, 1616

Thursday, September 27, 2012

Santa Cruz


No quiero redundar en estadísticas que demuestran el potencial, y la realidad fehaciente, de una Santa Cruz pujante y de destinos aún mayores. Destino, el actual, que despierta celos y suspicacias en los infectos manejos de la política. Nadie puede negar que el centro de la economía nacional, que no esté basado en actividades extractivas mineras, es y va a ser este departamento, al que en lugar de ponerle obstáculos debiese apoyarse y empujar con fervor.

La era de una tajante separación entre oriente y occidente en Bolivia llega a su fin, no solo porque la interacción entre las partes crece, y medran sus actores, sino porque incluso en términos raciales, la diversidad del oriente ha sufrido en las últimas décadas notables transformaciones. La migración de oeste a este alcanzó niveles que anulan cualquier intención de dividir una región de otra por sus características étnicas. Existe hoy, sin embargo, cierta oscura confabulación, que persigue únicamente intereses particulares y cuya meta radica en la suplantación de una elite empresaria cruceña por otra que se adecúe a un proyecto de tipo feudal y cuasi monárquico, de falsos tintes socialistas, que aproveche la infraestructura y la capacidad económica ya logradas. Combatir esta tendencia no significa no reconocer los errores de la clase capitalista del oriente, todavía contagiada por efervescencias caducas y angurrientas. La región tiene inmenso futuro, y la forma de explotarlo al máximo debe pasar por una mejor distribución de la riqueza. Ello no tiene por qué afectar las ganancias -llamemos justas- del inversor al mismo tiempo de afirmar trabajo bien pago para el asalariado, quien, al disponer gracias a ello de un excedente monetario, lo invertirá en el circuito que se retroalimentará y crecerá con bonanza para todos. Se deben inventar políticas que lo permitan, amén de sentido común, visión y criterio.

Vivo más de veinte años afuera. Los frecuentes retornos han impedido formarme una mirada de turista, como suele suceder con quienes emigran. Al contrario, veo el país y sus cosas como alguien que nunca se alejó. Pero, por otro lado, la ausencia hace más notorios los cambios y agudiza las diferenciaciones. Y no puede haber ceguera como la de negar que donde es más dinámica Bolivia es en Santa Cruz de la Sierra. Que se deba a favores de un gobierno u otro, ventajas ofrecidas, créditos blandos, lo que quieran, no importa. El asunto está en que el departamento produce el mayor porcentaje de alimentos de la canasta familiar nacional; sus exportaciones hacen competitivo al país; su industria avanza, al igual que su comercio. Viajando desde el aeropuerto hacia el centro de la ciudad lo que se observa son interminables negocios relacionados con el agro, maquinaria, a diferencia de solo lo suntuario que se mira en ciudades como Cochabamba. Luego, ya entrando en la ciudad, se presentan a la vista profusión de cafés, restaurantes, lugares de entretenimiento y diversión. Actividades que por su número y condición reflejan un estable flujo de dinero.

Santa Cruz ha progresado con celeridad, en corto espacio de tiempo. De aquel idilio rural que significó en un pasado cercano, se ha convertido en el mayor polo de desarrollo boliviano, quizá solo equiparado al otro polo, en muy distintas circunstancias, El Alto de La Paz. Su avance económico ha fundado bases para que en su interior crezcan otros aspectos también importantes de la vida ciudadana: deporte, cultura, turismo. Hoy por hoy, en el área literario-periodística, Santa Cruz va camino a convertirse en referente, dejando atrás una imagen que parecía dejarla a la zaga de las ciudades de occidente. Por casi dos lustros, los literatos cruceños han afirmado una presencia ya ineludible, para beneficio de todos.

Breve paseo, o mirada rápida, por un panorama de riqueza y múltiples promesas. Fui desechando, año tras año, aquel prejuicio mío, y colectivo en donde vengo, del atraso oriental. Eso pasó a formar parte del mito.

Septiembre 2012

Publicado en el Especial del 24 de Septiembre, El Deber (Santa Cruz de la Sierra)

Foto: Catedral de Santa Cruz

Tuesday, September 25, 2012

Los ausentes/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

No, no es bolero ni tango, sino la febril boliviana realidad: que cada vez que hay un conflicto de importancia, los líderes huyen lo más lejos que pueden, a ventilar cuitas y desdenes en el otro mundo, el último lugar en que -quizá- todavía alguien les cree.

Leo con penuria el énfasis que han puesto algunos en que por primera vez en el desgobierno masista una mujer se ha puesto a la cabeza del estado. Un poco pretencioso esto, cuando lo menos que tiene la susodicha, médica y latifundista además de senadora, es cabeza. Alguna vez leí una apología que le hiciera su marido. Aparecía casi como Juana de Arco, sin espada, iluminación, cota de armas e ideario, pero, ¿para qué están los maridos?

Claro, y volvemos a adjetivos, como “triste”, “penoso”; a qué quejarnos si nos lo hemos buscado, si la larga lista de tartufos que se exhiben como representantes nuestros son, a la corta y a la larga, representantes nuestros. Así de mal estamos.

El otro, el segundo, que mal casado estará para huirle también al matrimonio a dos semanas de la boda, en lugar de encerrarse, disfrutar y hacerla disfrutar, viaja a Vietnam a ensoberbecerse con su propio discurso aprendido de memoria, con visos de analítico pero que no aguanta una andanada de sentido común. Me pregunto qué tendrá que decir, ofrecer algo a cambio de algo, mitigar el furor físico que en un varón, volvemos a los quince días del tálamo, debiese estar como fuego, o qué. Los vietnamitas sonreirán y harán genuflexiones, por él o cualquier visitante, pero de entrada han de saber que este émulo del tío Ho, no es, ni por asomo, el tío Ho. Hay dos clases de hombres en esta división: los grandes, donde se ubica la figura de Ho Chi Minh, y los comerciantes. No hay dónde perderse.

Qué decir del Supremo. Diseccionando su carrera nos encontramos ante el pensamiento infantil. Sería asunto de pediatría si la cosa no fuera tan grave que envuelve a la supervivencia de un país. Los siquiatras callan, todos callan, porque suele adentrarse en el peligro cualquier opinión que discrepe con la del niño travieso. Así se acepta que en nombre del colectivo viaje en aviones de lujo a entorpecer el lenguaje. No implicaría problema alguno si la claridad de la idea fuese indiscutible, pero no hay ideas, solo hábil manipulación de imágenes: socialismo, indigenismo, comunidad, revolución, que no significan nada. Cháchara para afuera; adentro para arribistas, pillos, saqueadores, lameculos.

Se atiza la violencia en diversos lugares de la geografía. El conflicto minero puede desembocar en un lamento de sangre. Ya comenzó con el asesinato de un sindicalizado por los cooperativistas, capitalistas salvajes ávidos de enriquecerse, explotar a sus semejantes, no pagar impuestos: un Tea Party andino. Tipos que disfrazados con un casco de gran simbolismo en las luchas sociales desean menguar a costa de la estupidez de unos y la rapiña de otros. Cooperativistas, chuteros, cocaleros, narcos no son palabras que se asocian al concepto de revolución. Que eso quede entendido.

Hacerle el quite al problema. Escapar y listo. Regresar luego de falsificar la realidad en el extranjero, para volver a falsearla aquí. En el peor de los casos vendrían a lavar la sangre, que estando ellos ausentes no les correspondería. Niños perversos para un país más que inmaduro, sufrido. Cuánto tiempo nos llevará deshacernos de un milenio de golpes. Cuánto para que cobardes que no asumen responsabilidades no tengan cabida entre nosotros.

No importa quien dirija entre comillas al estado boliviano. Mujer, hombre, o tonalidades distintas de carácter que la modernidad ha aprobado. El problema es otro. La solución también. O esperamos mil años más para resolverlo, sabiendo que como vamos no duramos cincuenta.
24/09/12

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 25/09/2012

Imagen: Roy Kortick, 2004


Sunday, September 23, 2012

Algo de Herta Müller


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

He celebrado, como hace tiempo no lo hacía, con la lectura de Herta Müller. Y no por las connotaciones políticas de su obra, creo resultado y no motivo de ellas. Celebración porque pasó mucho, desde las lecturas de Bruno Schulz e Isaak Babel, en que una prosa no ejercía sobre mí, lector, tal fascinación.

Sé que su premio Nobel despertó suspicacias e inundó de críticas los diarios del mundo. Leí en The Guardian que incluso desmerecían su escritura como básica, entre otras cosas. Allá cada quién con su derecho y su ilustración, lo cierto es que En tierras bajas me causó estupor, desasosiego, hasta desesperación, mientras en medio de esos negativos sentimientos corría el hilo de apreciar una inmensa belleza narrativa, melancolía de tonos grises y húmedos, sombríos y torvos como solo existen en la Europa Central. Me acordé de un digamos paisano suyo, el poeta Paul Celan, porque ambos autores trashuman por una suerte de maledicción eterna, algo abrupto y sin fin, que van relatando con sobrecogedora y terrible belleza. Paradojas que el arte suele conceder.

Han dicho que si no se sabe el por qué de la presencia suaba en Rumania, o de la sajona en Transilvania, y la magyar en el país en general, los textos de Herta Müller no se pueden comprender. Nada más falso, porque a pesar de existir la mácula (en este caso) étnica, los relatos podrían caracterizar no solo a las minorías de cualquier lugar, sino a los desposeídos en su totalidad. Se da que en ella fue Rumania, perteneciendo la autora a los escasos suabos del Banato, colindante con Serbia y Hungría, y en un régimen de esclavitud y terror como el comunista de Nicolae Ceaucescu.

Cómo dudar que los relatos que conforman En tierras bajas causaran molestia a las autoridades rumanas. La primera premisa del comunismo soviético fue la de aparentar el paraíso, a pesar de que hambre, falta de libertad, ausencia de comfort y de futuro, hacían estragos entre sus “felices” ciudadanos. Me recuerda el filme de Cristian Mungiu: Cuentos de la Edad de Oro (Rumania, 2009), que desmitifica las falsas verdades del régimen y parodia su manera de esconder la realidad. La era dorada jamás existió, a no ser que sus personajes perteneciesen a la élite servil y espía que los preservaba. Pero el filme de Mungiu aborda la tragedia desde un punto de vista jocoso, mientras que Müller lo cuenta de manera más que trágica, desesperanzada.

Algún oficial de la policía secreta de Ceaucescu declaró que la escritora mentía, que aprovechaba la situación para obtener créditos literarios, que exageraba en su condición de “perseguida”. En tierras bajas no es un ataque al gobierno. No uno directo. Una niña relata su entorno familiar, vecinal, geográfico, concreto, onírico. Lo que describe no es por supuesto lo que llamaríamos una familia modelo, un poblado idílico, inmejorables circunstancias. Muy por el contrario, todo parece estar de cabeza. El pueblo, como la mayoría de los villorrios del mundo, hierve de envidia, alcoholismo, violencia familiar, de género; pobreza endémica; lugar donde no cabe la esperanza, donde lo más sencillo es acunar vileza, abyección. Entonces, perteneciendo esta geografía a un país preciso, donde una ideología determinada pone énfasis en la cuasi perfección de sus condiciones de vida, lo de Müller equivalía a despiadada denuncia.

Cuando Jorge Amado y Zelia Gattai, su esposa, retornaban a Brasil luego del exilio en los países socialistas, el autor había cambiado. No lo decía porque era reservado o demasiado buen militante, y no quería hablar sobre lo que más había oído que visto en el edén socialista: tortura, ausencia de libertad de expresión, el comunismo opuesto a sus presunciones, a sus bravatas paradisíacas e igualitarias, que no existían. Dice un columnista brasilero que a partir de allí Jorge Amado se hace grande y universal escritor; desde allí sus mujeres soberbias, el color, el festejo. El abandono de Amado de una literatura, quizá una posición, de compromiso era a su modo bofetada a la falsía que lo entusiasmó. En Herta Müller, víctima porque nace dentro del monstruo, es conciencia de que las cosas no van bien, no funcionan.

Cito a la Nobel de Literatura 2009: “Y yo sigo pensando que la Virgen María no es una auténtica Virgen María sino una mujer de yeso, y que el ángel tampoco es un ángel de verdad, ni las ovejas son verdaderas ovejas, y que la sangre no es más que pintura al óleo”. Podría servir de descripción de la Rumania con la estrella roja. Nada era lo que parecía ser. Se había instalado un decorado que se extendía desde Bucarest hasta Moscú, de utilería, que no aguantó un soplo de liberación que terminó barriendo la teoría y la escasa práctica en un tris.

Sin embargo, y lo repito, Herta Müller no me sorprendió por cierta sofisticación de disidencia. No puedo deshacerme de preferencias que han hecho de la literatura europea central y oriental mis favoritas. Crecí con Polonia -Sienkiewicz- en la mesa de noche, y con las letras judías que siempre formaron parte de ellas. Gocé con Bashevis Singer como lo había hecho atrás con Scholem Aleichem. Sentí junto a Kafka fascinación y asombro por los judíos orientales, pero también por los que como él habitaban las urbes letradas del centro. Mas no únicamente los judíos: estaban los checos, los rumanos, los húngaros desde mis primeras lecturas de Mor Jokai; búlgaros y alemanes; austriacos ni qué decir; polacos, y entre ellos cada uno de sus grupos específicos, fuesen silesios, suabos, valacos… Los rusos, incluyendo ucranianos, rusos blancos. Müller me lo trajo de regreso: penumbra, humedad, miseria, lo viscoso que está en Panaït Istrati como en ella. Misterio.
18/09/12

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Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 23/09/2012

Foto: Herta Müller

Wednesday, September 19, 2012

Reseña de Lluvia de piedra, de Rodrigo Urquiola


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hay muchas, muchísimas lecturas para Lluvia de piedra de Rodrigo Urquiola Flores, mención de Honor en el XII Premio Nacional de Novela, Bolivia. Se dirá que es lo mismo para cada libro. Puede ser, pero estimo que esto resalta en la ambiciosa novela de un joven autor como él.
Novela introspectiva, donde lo externo juega un papel secundario, aunque parezca lo contrario, y la presencia de la lluvia, o el rumor de las piedras que arrastra el río, forman parte de un complicado esquema de vericuetos, fabulaciones, esquizofrenias por las que trashuma Esteban.
Supuestamente hay dos extremos geográficos en los que se desenvuelve el personaje: Antofagasta y La Paz; La Paz y Antofagasta, que bien pueden ser ciertos o no, y en realidad poco importa, sirven para “airear” las páginas, darles un espacio abierto sin el cual el lector, tanto como el protagonista, se verían sofocados.
Esteban huye de sí mismo ante la quizá posible ejecución de un crimen. Marianela, pareja y víctima circunstancial de sus temores, se hará recurrente, más y más -ya muerta-, a medida que el hombre retorna a sus raíces, al sueño idílico de un pasado fresco y gentil que jamás existió. En el vaivén de pretérito y presente lo único permanente es la lluvia, y es intemporal, moja las piedras y barros de la casa con percusión de diluvio, y, al fin, derribará los muros del hogar familiar de Esteban, cuyas ruinas intentaba reconstruir.
Mitad de los capítulos van en ascenso y la otra desciende. La intención radica en ofrecer un cénit en el que la alegría se convertirá en tristeza y lo real en ilusión. A partir del momento, el deambular impreciso del personaje mueve el piso y la acción semeja representarse dentro de un vaho de reflexiones, flashes cronológicos, presencias fantasmagóricas; un ir y venir entre lo ido, lo actual y lo por venir, con un personaje acosado por obsesiones contrapuestas, atisbos de esperanza y un inesperado final que diríamos destruye el velo sombrío que nos ha acorralado
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Fuente: Ecdotica, 18/09/2012
Foto: Portada de la novela

Tuesday, September 18, 2012

Fausto sabanero/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La enfermedad de Chávez es ahora más que nunca motivo de discusión y misterio. Aunque parece obvio que el individuo no está bien, el espacio de la política se maneja entre temores y mitos, y, claro, el del guerrero que venció al cáncer sería devastador para una oposición que se juega la supervivencia este octubre.

Nos retoma a la historia de Fausto, que en Goethe se representa como un hombre de ciencia ensimismado a quien tienta el diablo. Éste le muestra las delicias del desconocido mundo, y cuánto podría disfrutar si poseyera eterna vida. El doctor Fausto accede a las peticiones de Mefistófeles y firma la condenación de su alma.

¿Qué similitudes entre el alquimista y el milico bruto? Ninguna. El coronel Hugo Chávez no tendría nada que ofrecer ni a los demonios menores en términos personales. Nació condenado, y actúa descaradamente para confirmar su maldición. En vano se rodea de parafernalia de santones y vírgenes, y en vano lavó los pisos de los recintos con el mar de sus lágrimas. Si de algo ha de servir en el inframundo es de peón, porque dudo que el Consejo Mayor del Infierno tuviese particular interés en contar con su alma y con su burdo cuerpo para exhibirlos como medalla.

Quiere convencer, a diferencia de lo obvio en la “eternidad” de Fausto, que es Dios y no el Diablo quien ha pujado por su recuperación y salvataje, con el añadido que los suyos significan también los de su pueblo, el vocinglero magma de poleras rojas de los que creen que salir de la pobreza radica en recibir mejores limosnas y a menudo. Jugada multitudinaria y popular. En rezos e invocaciones ha puesto en la balanza del más allá a millones de seres, y ya no aspira a convertirse solo en la mandíbula del Libertador Bolívar (de la que carece), sino en el santón neotibetano que rija para siempre los caminos de todos.

¿A quién ha vendido Chávez su alma si Mefistófeles ni de reojo lo mira? Esta supuesta victoria contra la muerte no deja de ser otra de las trampas de un siniestro entarimado que concentra a gobiernos e individuos cuyos destinos se juegan en Caracas. Nada está definido. El milico sigue con el mismo rostro de difunto de hace meses. Que muestra gran voluntad y miedo pánico no hay duda. Difícil dejar prerrogativas de monarca al arbitrio de buitres y dogos. En eso el dicho popular de que el diablo no sabe para quien trabaja se concreta. Porque ido el príncipe negro, salido del abismo como Fulgencio Batista, se cae el castillo de naipes, y la advertencia del déspota de una guerra civil en caso de perder la elección, puede ser cierta incluso si la gana y luego sale de palacio con los pies por delante consumido por el mal.

Fausto viene al recuerdo por la fallida historia de vida eterna, a la que el golpista apuesta. Ninguno de los dos la consiguió, aunque el de hoy todavía es un paso sin epílogo. Lo que uno obtuvo en plena conciencia, sabedor de un final ya previsto que con el tiempo fue olvidando, adrede porque el demonio juega así para acrecentar su triunfo, el otro, el cantor de boleros, jura asirlo en sus manos, creyendo que de verdad reinventa lo inmortal. Notable, en cierto sentido, lo que se suele hacer para no morir. Pero las campanas de medianoche suenan para todos y el ejemplar de Venezuela no tiene singularidad que lo dispense.

Amenaza con guerra civil. O yo o nadie, presuntuoso lema. Siempre fue bocón. Pues bien, en combate hay muertos, un proyectil mata con celeridad e indistintamente, y si el individuo lanza el desafío sabe a lo que se expone. Leo, de casualidad, en un tratado militarista, que una dum dum en la cabeza de un tirano ahorra tiempo y palabras.
16/09/12 

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 18/09/2012

Imagen: Tipos de balas dum dum


Monday, September 17, 2012

Claudio Ferrufino: "siempre me he considerado de izquierda"


Las relaciones entre la literatura, el amor, el sexo y la violencia se analizan desde ayer en el VII Encuentro de Escritores Iberoamericanos, que se desarrolla hasta el sábado y con entrada libre en el Centro Patiño (Av. Potosí No. 1450). El encargado de inaugurar anoche la cita literaria fue el escritor cochabambino Claudio Ferrufino-Coqueugniot (51), con su ponencia “Lo abrupto y lo sutil”. Dialogamos con el autor de, entre otros títulos, “Diario secreto” (Premio Nacional de Novela 2012 y obra que suscitó polémica) y “El exilio voluntario” (Premio Casa de las Américas 2009).

P. Quienes han leído solo “Diario secreto” pueden creer que solo la violencia y el sexo predominan en su obra...

R. No es así, incluso creo que esta última novela quizá la puedes tomar así, pero es solo una parte de mi producción, que tiene ya tres décadas de existencia y es muy ecléctica en todo sentido, muy ambigua, controversial. 

P. Hablando de la controversia, nos contó anteriormente de que hubo hasta pedidos de censura…

R. Sí, hubo mucho movimiento por espacio de un mes y medio en relación a esta novela, a la malinterpretación de ella, a su no lectura. Hubo una mixtura con mi otra obra, la periodística o de opinión. No hubo seriedad en el asunto. Felizmente, como te digo me avalan 30 años de escribir para desmentir lo que se dijo.

P. Ya le preguntamos, pero nos sigue quedando la duda al leer sus recientes columnas en los diarios. ¿Es Ferrufino un escritor de izquierda y un columnista de derecha?

R. Aunque ya son términos obsoletos, siempre me he considerado un hombre de izquierda. Y creo que ni mis columnas, que en apariencia son reaccionarias, desmitifican esa posición de izquierda. No creo en los populismos, en las revoluciones dictadas desde arriba o en las no-revoluciones que se autotitulan como tales, como la de Bolivia. Hay muchas cosas rescatables en lo que ha ocurrido acá, por supuesto. Era un evento histórico que no podía ser postergado por más tiempo el de la inclusión del indígena a la sociedad. Tú eres más joven, pero yo sí he visto que antes el indígena no era un ser humano, ni siquiera un ciudadano de segunda o tercera clase. Y eso ha cambiado un poco gracias a las circunstancias históricas, no gracias a Evo Morales. Hay muchas otras cosas que no son rescatables porque se ha vuelto a lo anterior, a un capitalismo y progresismo a ultranza, cueste lo que cueste, como podría ser el de “Goni” (Gonzalo) Sánchez de Lozada. No hay ninguna diferencia.

P. ¿Por qué tratar el amor en la literatura desde “Lo abrupto y lo sutil”? 

R. El tema es tan amplio que andaba un poco desconcertado sobre qué escribir. Y empecé a pensar esto, lo abrupto y lo sutil, lo brutal y lo suave, pero finalmente mi ponencia no trata de ese asunto. Ya el título estaba dado y no podía cambiarlo. Sí hago un par de menciones a lo abrupto y lo sutil, pero es una ponencia más en términos generales sobre estos temas en la literatura, sobre los iconos literarios que tengo y que tratan estos temas.
Cine, guiones y literatura
P. Su ponencia tiene muchas alusiones al cine, sabemos que usted está tomando clases de guión y que es un cinéfilo. ¿Existe alguna posibilidad de llevar algún libro suyo a la gran pantalla?

R. Me encantaría llevar alguna de mis novelas al cine, pues creo que han sido escritas un poco como guiones grandes y eso es gracias a mi afición por el cine. Estoy en clases de guión, estoy aprendiendo mucho. El guión no era lo que yo pensaba. Yo lo leía como literatura. He leído muchos guiones de Eisenstein como libros de literatura, pero es otra cosa. Son dos géneros muy cercanos y entremezclados, tanto que yo digo que el cine también es literatura.
Publicado en Opinión (Cochabamba), 9/08/2012. Entrevista de Sergio de la Zerda.

Friday, September 14, 2012

El Club Gourmet de Bolivia/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Conocí a Jorge del Castillo Blanco en la juventud, un día que en camioneta por casualidad nos recogió, a una amiga y a mí, bajando de las alturas de Tiquipaya. Lo vi otras veces, en diversas circunstancias; de allí el tiempo se desbocó y cada uno llenó un vacío de décadas con amagos y secretos de su propia elección. Hoy Jorge es un connotado chef, innovador que no ceja en desafiar las convenciones que obligan a mezclar sabores dentro de márgenes más estrictos de lo que se piensa. Es el fundador de una aventura que ha dado en llamarse el Club Gourmet de Bolivia.

La gastronomía toma, más y más, lugar de privilegio entre las representaciones culturales de las naciones. Programas televisivos de cada país ponen un énfasis que antes hubiera sido inusitado en las cocinas locales. Aprender de los vericuetos de la culinaria chiapaneca, por ejemplo, emula casi el placer de adentrarse en su arqueología o su historia. Oaxaca, tamales de Michoacán, corderos hervidos de las islas escocesas, won tons chinos, kebobs sirios, hierbas marroquíes, presentan una novedosa faz de las razas: el conocimiento a través del sabor, el aroma, las especias, las combinaciones, los ritos; tan distintos todos, y sin embargo tan similares. Si algo nos acerca, aparte del nacer y del morir, es la comida. Allí, en las astucias para hallar el placer que da el alimento, los seres humanos, parecemos hermanos, aunque las formas de alcanzar ese placer difieran en las singulares características de cada quien.

Gourmet se asocia a sibarita, exquisito, refinado. Creo que se refiere a la estética de la presentación, la finura del elaborado, la delicadeza del sabor. Pero los ingredientes son por lo general populares. La cocina gourmet rescata, y semeja paradójico, los ingredientes comunes, los de la tradición del pueblo, convirtiéndolos por don de artesanado, en obras de arte visuales y de gusto. Y ejemplifico ello con una notable cena, hace un mes, del Club Gourmet de Bolivia, en Cochabamba. El menú iniciaba con un cóctel tricolor (los tragos merecen texto aparte). La entrada consistía en trucha ahumada sobre colchón de papa morada, decorada con trozos de ensalada verde y salsa de chirimoya encima del pescado. El arte acá consiste en agarrar elementos nativos: papa morada, chirimoya, y buscar la manera de combinarlos para dar como resultado un plato en extremo delicado, asombroso por su capacidad de encajar productos que en apariencia se repelen, logrando un éxtasis de los sentidos. No cualquiera puede hacerlo. Estamos hablando de un recetario que desafía la tradición empleando sus propios ingredientes pero subvirtiendo sus esquemas.

El plato fuerte, denominado Pabellón Nacional, exponía aún más esta soberbia sedición gastronómica. Medallones de lomo al aroma de cilantro y huacatay. El huacatay, o huacataya, es una hierba anciana de los Andes, solo utilizada en la comida popular, en llajwa principalmente, y olvidada por la sociedad criolla. Jorge la rescata para una carne que podría ser francesa, y que acompaña con una trilogía de papines andinos bañados en salsa de ají colorado, quinua con queso y ají amarillo y un souflé mosaico de motes al pesto de habas (¡!). Digan si podría haber algo más boliviano, más andino que esta presentación. No descollaba, como no lo hace un aliñado gourmet, por la cantidad que tienen las comidas de mercado y que guardan su lógica relacionada al trabajo y a la economía. Las porciones eran las justas para no intoxicarse, o llenarse, y desmerecer el objetivo primario que es paladear el conjunto descubriendo sus sutilezas.

El postre completó un paseo por la geografía de Bolivia con un mousse de tumbo. Hubo vino; tomamos cabernet sauvignon y terruño. Y, antes de la cena, quesos de untar locales, tipo brie y camembert. Los chefs: Jorge del Castillo Blanco y Carlos Araujo Urquidi merecen un aplauso.

Una aventura y una empresa. El Club da cursos y constantemente educa en las redes sociales.
12/09/12

Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 14/09/2012

Foto: Rocoto relleno arequipeño

Tuesday, September 11, 2012

Teatro en los Andes/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿O no debemos llamar teatro a esta pantomima? Sería insultar a tanto dramaturgo que se quema las pestañas tratando de hallar las venas cómica o trágica de la vida. Mejor no.

Conociendo a nuestro pueblo, y la absoluta carencia infraestructural que nos caracteriza, cabe cuestionarse, y no es deslinde escatológico sino realidad, en cómo quedaría Tiwanacu luego de la boda de la Lady Di andina. Dicen que tres mil platos de ají de fideo (uchu) entraron a los estómagos de la plurinación, eso sin contar con rellenos de papa, tucumanas, hamburguesas imperialistas, choripanes bonaerenses, salteñas, comidas tradicionales, mocochinchi, chicha, alcohol, alcohol de farmacia, cerveza, singani, multitudinaria y multiespeciosa mesa aderezada por, qué duda cabe, coca, y también cocaína, que si los dioses de antaño le hacían al pase por qué no hacerlo de nuevo y en su recuerdo ahora. Tres mil platos entraron y al menos la mitad, supongo, salieron. ¿Dónde?, es la pregunta, dónde esa muchedumbre de culos lampiños y barbados, morenos y pálidos, decidió evacuar, y lo concretó, en ese lugar que unos dicen santo, otros sagrado, y otros simplemente retrete.

Me pregunto si se habrá recurrido a la invención de los imperios: el baño portable. Dudo que la eficiencia pluri alcance para tanto. Jamás nos hemos interesado, aparte de los ridículos avisos de “prohibido ensuciar”, que quiere decir “cagar” (en Bolivia no se mencionan las cosas por su nombre por recato servil), en proveer servicios a los que no estamos acostumbrados. No es extraño que un taxi pare en la mera avenida Libertador, el pasajero se baje, saque la linga y despreocupado mee a plena luz del día, en medio de la calle, interrumpiendo el tráfico (diferente a la épica manera que cantaba Chico Buarque). Concuerdo en el trasfondo económico-sociológico del caso, pero solo pinto un retrato vivo de lo que vemos. Recato en no hablar; inercia en actuar.

El hecho es que el ambiente donde sucede esto pertenece al patrimonio histórico y artístico del colectivo, no únicamente de los aymaras como intentan hacer creer. Cuál el costo ambiental, no se lo preguntan, porque lo histórico y lo ancestral no cabe en la idea del gobierno actual. Lo usan como mascarada para la imbecilidad extranjera, pero en el fondo no hay mayor destructor que ellos de lo nuestro, mayor tergiversador, manipulando a la masa embrutecida a reinventarse a sí misma en innecesaria ficción. Así pueden disponer como les venga en gana de Tiwanacu, tirarse un ajtapi indecoroso, profano, globalizador, colonizante, burlón, insultativo, despectivo, mariconadas de bufones con ánimo de eternidad.

Que derecho a casarse tenemos todos, vale. Y de coger como se quiera, seguro. Con la panza llena o vacía, también, aunque Jorge Amado recomendaba lo primero, pero de ahí al espectáculo churrigueresco de la boda vicepresidencial hay trecho largo. Será que toda realeza necesita un show, y el feudalismo masista no difiere de sus idolatrados aristócratas, a los que en teoría suele combatir. Cómo si los príncipes de tal y de cual, y Diana de Inglaterra encima de los otros, concitan la atención del mundo, no han de hacerlo este grupo de rejuntados arribistas del MAS; Mucha cháchara de los pobres y los indios, y práctica de asco generalizada. Nadie robó tanto en la historia nacional. Habrá que reconocer al menos que en tal campo han descollado. La fiestilla, un ejemplo, de que reino habemus.

Luego, hasta los marxistas caen en el saco inmundo. Qué diría el barbado, ambicioso e inteligente judío de Tréveris al ver al supuesto analista de su obra, diosdado Álvaro García Linera, abrir la boca, cerrar los ojos, sacar la roja lengua comunista para engullir el cuerpo de Cristo, entre otros rituales prohibidos para un militante con honra. Escucho que le tiraron agua bendita encima, como a recién nacido, y no se convirtió en vapor; significa que comunista no es, más bien un pilluelo que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Como su íntimo, el falso indio, el Rockefeller nativo.
9/08/12

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra). 11/09/2012

Foto: Tiwanaku

Monday, September 10, 2012

Memoria de un Encuentro


Han sido días movidos, a no dudarlo. Ricos en sentido humano y literario. A pesar de que se eleven voces, desentonadas por vaya a saber qué fines -o que sustancias-, no se puede negar que la presencia de muy reconocidos autores extranjeros y los no menos -localmente- bolivianos, ha significado otro paso, un hito más, en esta campaña de intercambio cultural que auspicia el Centro Patiño de Cochabamba. Ojalá prosigan con ella, obviando las siempre presentes y por lo general nunca fundamentadas opiniones que la critican.

Creo que se ha tratado de ocupar un amplio panorama, en cuanto a edad de los participantes, lugares de los que vienen, y no tanto ciertas similitudes temáticas en ese espectro que en primera instancia parecía enorme pero que supimos adecuar a márgenes más estrechos para poder discutirlos con el público luego de la presentación de ponencias.

Bajo el encabezado de La literatura entre el amor, el sexo y la violencia, siete autores intentaron indagar, explicar, exponer, estos tres elementos desde diversos ángulos. Las dos primeras ponencias, de Santiago Gamboa y Claudio Ferrufino-Coqueugniot, terminaron complementándose, coincidiendo en nombres y haciendo un análisis más detallado en cuanto a su país el escritor colombiano, mientras el boliviano encaraba un campo universal. Todos coincidieron en la dificultad de hallar un resquicio para comenzar dentro de una temática que en verdad alcanza la obra escrita de la humanidad desde sus orígenes. Quizá por ello, y casi por unanimidad, exceptuando pienso Wilmer Urrelo, se recurrió a los clásicos, principalmente Homero en sus dos libros. El poeta griego abarca, según los autores, tal vez como nadie, la síntesis de los tres sujetos. Ximena Arnal, mientras hablaba del periplo de Odiseo, incluso se adentró en El Cantar de Gilgamesh y El cantar de los cantares del rey Salomón.

Marcos Giralt Torrente fue más subjetivo. Partió de la premisa de que fuera del amor él no pensaba haber tratado en sus libros los otros dos elementos: sexo y violencia. Sin embargo, a pesar de que en su obra íntima, la de las relaciones filiales, se oculta un tipo de violencia, aquella del abandono, de la inseguridad de la presencia paterna, de la lucha solitaria de la madre, creo que tiene razón, en el sentido de violencia y sexo que se trató durante las conferencias. Otros apostaron por imágenes más explícitas, como las que iban desde el cine norteamericano tipo B, con la espeluznante figura de Freddy, pasando por los desmanes gratuitos de los jóvenes en La naranja mecánica, o la extendida violencia y atrocidades de la guerra sucia en Colombia y los asesinatos de mujeres en Juárez, rescatando a Bolaño.

Se trató la novela negra, perorando acerca de cuándo una novela violenta suele considerarse tal, y cuándo no, dando a entender que los límites que crearon este género se han distendido y que hoy se acepta bajo esa denominación muchos tipos de literatura. Al respecto, conversando con Luisa Valenzuela, recordamos su magnífico libro Novela negra con argentinos, que nació a raíz de una beca Gugenheim, y que es un extraño volumen de crimen, ternura, miedos, dualidades incomprensibles pero tan terrestres.

La profusión de nombres es larga y difícil de anotar; se mencionaron Arlt, Schwob, Cervantes, Caicedo, entre otros. Coincidiendo en que por lo general es casi imposible que una obra no tenga alguno de los tres sujetos, las charlas y las respuestas a preguntas del público versaron sobre todo en aspectos de la vida literaria de los autores presentes, sus rutinas, gustos, autores y situaciones preferidos, obviando algo del tema en cuestión. El desconocimiento masivo del trabajo de los invitados impidió una discusión más específica, por ejemplo adentrarse en obras concretas. Podría haber sido la excelente novela El síndrome de Ulises, de Santiago Gamboa, donde el a veces delicioso, a ratos dolido y promiscuo ir y venir de un inmigrante colombiano en París, en busca de lo que por décadas han querido encontrar en la ciudad los artistas de afuera, detalla una característica de la emigración que es -junto al hambre- inmediata: sexo. O la ya mencionada de Valenzuela, donde un asesino por circunstancias oscuras va recuperando la historia de su acto como la creación de una novela.

La uniformidad de las ponencias fue dada por el título del Encuentro. Algunos autores prefirieron disertar acerca de una historiación de amor, sexo y violencia en las grandes obras de la literatura. Sebastián Antezana, en acertada exposición, determinó, o sugirió si queremos, que el hombre moderno, aquel del Ulises de Joyce, no ha cambiado mucho desde el antiguo guerrero aqueo en la invasión a Troya, el primer Ulises. Al menos en estos tres aspectos tratados, el ser humano no ha cambiado en demasía. Su acercamiento a ellos es siempre moderno, siempre contemporáneo, así disten cuatro milenios entre Penélope y las antiheroínas de Elfriede Jellinek.

Lo bueno de reuniones de esta clase, que en el Facebook ha sido atacada como de “intelectualoides, intelectuales mediocres”, y en prensa como “mutualista”, etc. es que se interactúa entre visiones diversas del asunto literario, donde los escritores locales aprendemos de la experiencia ajena, mientras ésta, a su vez, se nutre del casi heroísmo que significa ser escritor en un país como Bolivia. Además del contacto entre personas, que excede aquel solo intelectual y que funda amistades entre individuos del mismo gremio.

Una cosa es conocer a los autores a través de sus obras; otra, cómo son en carne y hueso, su calidad, calidez, estrategias de escritura, escuelas o experiencias. Igual a todos, cada uno, son seres con familias, historias, padres, hijos, amores. Las torres de marfil que por lo general cubren a los escritores del exterior se funden como si fuesen de hielo, dentro del grupo que los reúne con los nativos y también afuera, con un público que en muchos casos tuvo un acercamiento de primera mano como merece el proyecto.

No se puede, o debe, esperar más de un encuentro tan breve. No se busca resoluciones en algo así, solo fundar las pautas de lo que tiene que ser progresivo y permanente: el constante aprehender conocimiento, consustanciarse con otras maneras de ver la vida y de describirla en palabras. Es importante que la biblioteca del Centro Patiño, previendo el interés y por qué no la nostalgia del efímero paso de estos notables visitantes, se hizo previamente de ejemplares de las principales obras suyas para ponerlas a disposición de los lectores en sus estantes. Prima despertar el interés. En la lectura primero, claro, pero a su vez en la diversidad. Estando presentes escritores como Luisa Valenzuela, Santiago Gamboa, y Marcos Giralt Torrente, se ha visto un masivo fluir de jóvenes bolivianos hacia ellos, preguntando, observando, admirando, como fuere, cierta gran literatura que de pronto se les ha puesto cercana, se les ha hecho accesible, amistosa, fraterna. En cuanto a los autores nacionales, un mismo ímpetu público -alegre diría- de conversar con ellos con más soltura, con un conocimiento próximo de su obra y la posibilidad de charlas profundas, íntimas, sobre sus libros y personajes.

Ana Pizarro, escritora y ensayista chilena, dice, hablando del trabajo de Ángel Rama respecto a la cultura uruguaya, en algo que puede ser aplicable a lo que se hace con estos encuentros iberoamericanos en Cochabamba: “(…) la enseñanza de la literatura, la edición, la formación de un público, la falta de libros extranjeros de la que denuncia: “es un tipo de enfermedad lenta cuyos efectos se hacen sentir cuando son incurables””. Lenta enfermedad que hay que evitar, y que dado nuestro aislamiento es altamente invasiva. Al menos con estas reuniones cabe la posibilidad de abrir ventanas hacia un mundo que avanza con una dinámica que sobrepasa el revertirse de la historia que en apariencia nos quieren hacer trajinar. Pizarro también rescata de esa vasta y fructífera lección que representan vida y obra del crítico, su independencia de criterio, quien, a pesar de nutrirse de Marx, consideraba el derecho intelectual de ser heterodoxo. El escritor tiene que ser voz independiente que narre la realidad tal como sucede, no como deseen presentarla los detentadores del poder, de cualquier tendencia. Asunto que fue conflictivo para Ángel Rama -años 60- en una América que estallaba en conflictos revolucionarios. Y que aún lo es para quienes intenten la heterodoxia.

De los participantes, y sin necesidad de entrar en detalle de premios y galardones, que muchos tienen, diremos que Luisa Valenzuela, de Argentina, es una prolífica escritora, con una treintena de libros y editoriales importantes que la avalan como notable representante de la literatura latinoamericana. Diversa y ecléctica, Valenzuela ha sido voz permanente del panorama nuestro. Acaba de publicar su última novela, La máscara sarda, acerca del posible origen sardo del general Perón, que obtuvo de oídas en una visita a Cerdeña. Libro que dará espacio a controversia, sin duda.

Santiago Gamboa, de personalidad avasallante como sus libros, creo que ha mostrado en este encuentro la dualidad de ser un gran escritor y un hombre de acción al mismo tiempo, aportando a ese eterno dilema entre el escritor pasivo de la literatura en Latinoamérica y el práctico y vital de la anglosajona.

Marcos Giralt Torrente ha puesto en la mesa un estilo y una temática muy difíciles de plasmarse con calidad en obra escrita. Lo ha hecho; ha sido ampliamente reconocido por ella. Vertiente literaria que desplaza los grandes escenarios y los hechos memorables para adentrarse en un complicadísimo intimismo que realiza con maestría. El hombre por dentro, también un universo extenso. Además de mostrar contento y asombro por un país, Bolivia, que lo impactó bien.

Sebastián Antezana representa la dinámica actual de las letras nacionales. Activo, demandante, en búsqueda constante y sin términos que le permita, y ya lo ha hecho, hallar su propio paso. Joven novelista; la visión y el arrojo.

Ximena Arnal con búsquedas de vacío e incesantes preguntas de una escritora que trashuma los límites de la ciudad de mano, o al lado, de personajes femeninos.

Wilmer Urrelo, escritor de intensas-extensas novelas, detective privado, luchador enmascarado, presunto satanista, detalles “profesionales” de una vida que con dificultad es suficiente para su frenesí artístico y su bonhomía. Tremendo y divertido.

Quien escribe: novelista, columnista, poeta, estibador y peleador callejero. La calle hace la página, y viceversa.

Ha terminado un Encuentro Iberoamericano de Escritores más, que añade nombres de valor a los ya tantos acumulados. Queda esperar el próximo, y la sorpresa de los autores que desde el último/primer día seguro que empiezan a destacarse.
15/08/12

Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 19/08/2012
Imagen: Publicaciones de los autores nvitados

Friday, September 7, 2012

Saqueo cultural/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

Lo malo de nosotros es que nos pasamos el tiempo perorando acerca de cuán patriotas somos; mientras tanto, otros, más callados y diestros, van saqueando lo poco que queda del legado cultural de este país en todas sus vertientes: indígena, mestiza, criolla, colonial, republicana.

Lo digo porque por veinte años he ido coleccionando para mis hijas tejidos andinos. A la larga lo único que quedará de recuerdo de lo que fuimos han de ser estos exponentes del arte popular, arte decimos ahora, pero que en realidad han sido objetos de uso cotidiano de los habitantes de la región.

Todavía hay mucho, pero aquellos ejemplares sofisticados, los usados solamente en rituales, por ejemplo, han desaparecido. Pueblan las colecciones europeas y norteamericanas, cuya gente, a diferencia de los locales, ha sabido apreciar el valor extraordinario de estas representaciones culturales. El Museo de Arte de Denver, Colorado, guarda una inmensa variedad de objetos precolombinos como nunca los viéramos en Bolivia. Vale, sin duda, acusar de robo, saqueo, y lo que se quiera, pero también hay que aclarar que todo se hizo en connivencia con ciudadanos de los países que los poseían, y que tal vez ha sido la única forma de conservarlos para el futuro, porque de protegerlos no nos ocupamos; nunca lo hemos hecho.

Camino por los locales donde he conocido comerciantes que tenían objetos preciosos antes. Ya no existen. Los lugares están atestados de cosas insignificantes, baratijas, muchas de ellas provenientes de Ecuador y del Perú, ofrecidas al turismo masivo como autóctonas. Me place, porque tendría que haber rígido control acerca de lo que se vende como artesanía, y que no cualquiera ofrezca lo que debiera estar en los museos.  Pero también me muestra que de la otrora riquísima oferta quedan saldos despreciables. Todo se ha ido, gran parte hacia la Argentina, donde bajo la supuesta amistad con los pueblos originarios del norte se han llevado todo, para venderlo a precio de oro donde saben estimarlo.

Converso con la gente. Hablamos de cosas que sabemos: marcos coloniales de plata, pinturas sagradas, daguerrotipos, hilados, fotografías del XIX, awayos, urkus, aksus, chuspas, monedas, bronces, objetos que van desde los chullpares de orillas del Desaguadero hasta los salones elegantes de La Paz, expresiones de una región diversa, injusta, multirracial y multiétnica, que sumadas en conjunto representan lo que somos, un mestizaje escalonado por circunstancias especiales, un mínimo grupo blancoide y grupos nativos. Ninguno de los cuales, ni blancos, mestizos, indios, hay que decirlo, se preocupa ni se preocupó de salvaguardar lo nuestro, o lo suyo si se desea ser excluyentes.

La dinámica de una nueva etapa de la vida nacional no ha cambiado el panorama. Cuando veo reuniones de gobierno, que intentan dar una imagen indigenista, con awayos fabricados en los sweatshops coreanos o chinos sobre las mesas, que nada tienen que ver con la fantástica tradición quechua-aymara, me pregunto si no hay alguien que haga notar desliz semejante, y que tire a la basura esos burdos ejemplos de la globalización para reemplazarlos por tejidos de Charazani, Calcha, Caiza, Ancoraimes, Calamarca, Bolívar, Caripuyo, Sacaca, Candelaria, Potolo, Japo, Leque, por dar pocos nombres. A este paso se viene el desierto, y ninguna retórica por más incendiada y revanchista que sea ha de devolver las cosas concretas que nos representan. Quien olvida su pasado no tiene futuro. Y el pasado no está hecho de palabras sino de cosas materiales. Hay que apostar por los avances, la tecnología, los cohetes y los satélites, pero si somos negligentes con lo que crearon los nuestros atrás, de nada han de servir.
16/08/12

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 17/08/2012

Foto: Tejido de Huari (Colección privada, New York) 

Thursday, September 6, 2012

Prólogo a 74 Días/Guerra de Malvinas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Desde mi temprana lectura de Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, no había sentido esta mezcla de emociones que despertó 74 días. No hay ánimo de comparación: distintas circunstancias, otra historia, y sin embargo un punto convergente que es el del soldado en batalla por manejo y manipulación de gobiernos, sin precisar el por qué de una guerra. Ahí, ambas novelas detallan ese proceso humano, personal y colectivo, de cuestionarse y cuestionar la validez de lo que se hace. La paradoja de que el supuesto héroe, si no se triunfa, se convierte en testigo incómodo, en paria, en desterrado de sus propios espacio y realidad. Un destierro interior que no solo conlleva su carga de fracaso emocional, que también corroe los cimientos de una normal vida futura. Los males de otros, del Estado, que de una u otra manera permanece incólume así cambien sus protagonistas, los lleva como peso el excombatiente, como carga que jamás pidió y desdén que no tendría que merecer.

Agustín María Palmeiro sabe de lo que habla. No importa si nombres, lugares, son ficticios. La novelística lo exige. Pero es tan vital en el detalle de sus descripciones, en su penetrar al interior del alma de sus personajes con cuidado de psicólogo y disección de cirujano, que absorbe al lector hasta el punto de lograr que éste sufra con la incertidumbre del tirador en el Monte Longdon, del aprendiz de médico sabiendo lo escaso de sus recursos, del milico oficial cuya impotencia ante la desorganización y negligencia de los mandos superiores explota en exabrupto. Es lo que todo novelista desea alcanzar, tener a su cliente, el lector, incómodo en su silla, esperanzado pero también desesperado porque suceda lo que se augura, sin saber cuándo, ni dónde, ni cómo. El lector como francotirador, husmeando a través de su ventana por las sombras y ruidos que pueblan el silencio. Y he ahí tal vez la mejor cualidad de estas páginas, aparte del impecable desarrollo histórico que les presta el autor y las innúmeras preguntas de orden político, moral, que se desgajan de ellas.

Novela de dos caras, y me atengo al recuerdo de Remarque otra vez, no incompatibles pero que llevan la lectura hacia el interés y la participación de la trama, como en los cómics, con premura de saber más y más y llegar al desenlace, mientras que por otro lado despiertan la reflexión y el análisis acerca de un momento especial que incluye las postreras expresiones del colonialismo y el imperio, así como la discusión en torno a las dictaduras latinoamericanas y la manipulación del concepto patrio.

Van a cumplirse treinta años del conflicto en el Atlántico Sur, y las preguntas de Palmeiro laceran. ¿Fue necesario, válido, aquello? Cuando se ven las tumbas de los combatientes argentinos, “solo reconocidos por Dios”, aún no identificados, para prestar al menos ese consuelo a las familias, afirmamos que no. El asunto excede lo de la soberanía de las islas y cuestiones semejantes. Eso se dilucidará, tarde o temprano, en reuniones bilaterales o cortes internacionales. Lo que busca el autor es darle faz humana, sencilla, rutinaria, común, al hecho histórico, de cómo lo vieron los que estaban dentro, con las alegrías de la solidaridad, del encuentro ferozmente íntimo de los semejantes, el despertar de pronto a un país, el suyo, que quizá no imaginaban, con la tristeza de retornar a la Argentina y ser recibidos por la nada, maltratados incluso por quienes los enviaron al matadero, con el recuerdo imborrable de poder comer con decencia estando presos de los ingleses, mientras en las conejeras del frente había que saciarse con ratas crudas, piojos y raíces… estando las bodegas de Puerto Argentino llenas de víveres, y sus instalaciones militares de pertrechos de los que no dispusieron en batalla.

Trata la novela de siete jóvenes de variada procedencia geográfica. 74 días es su epopeya y su calvario. En ellos se conjunciona un país diverso, y a ellos pertenece el diario de campaña donde la mayoría del tiempo se desgasta en espera, inacción, y cuyos momentos finales son una caída de telón sangriento, aguardado sí, pero jamás imaginado. A la vez que narración de sus familias y la cotidianeidad del entorno, revolucionado de un día para el otro con la aparición de un malhadado telegrama que convoca a los reservistas del año 62 a presentarse en cuarteles sin saber para qué.

Larga y corta historia de una mentira, dramáticamente ilustrada durante la rendición en la que el general Menéndez, destacado como cabeza en las Malvinas, se encuentra con el militar inglés a cargo, que aparece con las botas cubiertas de barro y con uniforme de campaña, mientras él está impecablemente engominado y con los borceguíes brillando.

La novela de Palmeiro tiene permanente suspenso. El lector obviará lo que sabe del momento, el retorno de las Falkland al Reino Unido, la derrota argentina. No hay espacio para ello, la incertidumbre de la trinchera, el hambre, las constantes preguntas y los juegos infantiles entre soldados, de una juventud que sabemos se va, el dedo en el gatillo, la humedad, el sueño, la mugre, otra vez el hambre, lo impiden. El lector convertido en combatiente, atrincherado hasta un final que también es de alivio para él, con la posibilidad abierta de que, superadas sus emociones, se convierta en juez, incluso con tres décadas de retraso. ¿Novela de esperanza? Quizá alguien la entienda así. Para mí fue de tristeza, la de despedirse del Monte Longdon que defendieron los colimbas argentinos y que  se aleja en la niebla cada vez más hasta perderse para siempre.

Las familias, los vecinos, los amigos, compañeros, los reciben con alegría. Se recuerda a los muertos, pero no hay carteles, ni serpentinas, ni mujeres ni fiesta. Los héroes no lo son; incluso sienten que su país los desprecia. “Estamos otra vez en Argentina” podría ser la frase amarga, con las connotaciones negativas que sabemos. Qué queda… la certeza del Absurdo.

Colorado, marzo del 2012

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Publicado como prólogo del libro, Buenos Aires, agosto 2012
Imagen: Cubierta del libro

Wednesday, September 5, 2012

Lo que no se sabe o dice/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El asunto de los muertos en San Matías es tema de columnas y noticias. Tienen razón en afirmar que se torna en emblemático de lo que pasa hoy en el país, fuera de cualquier historial violento que toda población fronteriza carga consigo.

El auge del narcotráfico, de las edificaciones que crecen como hongos, los restaurantes, negocios automotores y más, se va tomando como si fuese alegre bonanza. A simple vista hay dinero, y mucho, y cierta democratización que permite participar a gente que antes hubiera sido relegada. Visité un barrio exclusivo en Cochabamba, un enclave “blanco” en pasado reciente, y la tendencia racial era muy diversa: brasileños, burgueses de siempre y antiguo, gente de tez más oscura que éstos, de obvio origen nativo, viviendo dentro del enrejado que divide a los que poseen de los que no, tema que poco o nada tiene que ver con raza. Y no pude dejar de pensar que esta diversidad reunida estaba relacionada de algún modo con el tráfico de drogas.

No implica que basta el hecho de ser adinerado para convertirse en cómplice de delito, pero no hay productividad, no se han creado oficios nuevos, construido empresas, fábricas. No, nada de eso. Aparte de comercio, que casi en Bolivia significa contrabando, y de cultivar coca y hacer cocaína, creo que la inventiva y el emprendimiento por aquí no pasaron. La tenemos fácil; la llevamos mejor. No todos, pero en apariencia sí, lo que va creando el espejismo de un país que no es. Porque lo suntuario, automóviles, edificios (pésimamente levantados), buena comida, ingente bebida, vírgenes y danzas, no pesan; son livianos, no fundan.

Hay la tonta idea de que somos dueños de nuestro destino, que controlamos el negocio. En una primera instancia, quizá. La dinámica del capitalismo mafioso encargado de ello lo permite, mientras vaya asentándose, hasta el momento en que los cárteles consideren ya maduro el momento de agarrarlo en sus manos, desligándose de los supuestos amos que les sirvieron de inicio, deshaciéndose de ellos si lo requiere la coyuntura. El poder que da el negocio en cuestión, cuando no es manejado por los verdaderos propietarios, es falso.

Esa primera fase está instalada. Ahora viene la dura, y, en ella, no hay dioses ni semidioses. Eficiencia y ganancia, solo eso importa. Se debe estudiar la historia de naciones que pasaron y pasan por este proceso: Colombia, México, Somalia… De pronto nos daremos cuenta que la tierra que considerábamos nuestra no lo es ya, y eso va para el poblador común como para la nueva burguesía cocalera, que con error imagina estar solidificando bases de una larga estadía. El capital delincuencial no tiene el menor interés en razas, ideologías, colores, tradiciones. Quiere ganar, y para hacerlo utilizará todos los recursos posibles y todas las personas y personalidades también, sin hacer valoración individual ni interesarse –fuera de lo que le convenga- en mantener un status quo, cualquiera que sea. Es el gran rompedor de mitos, la terrible y violenta realidad. Ubicuo, puede estar de un lado como del otro, y mal está pensar que exista alguna lealtad de la mafia a sus sirvientes.

La cosa comienza: San Matías, las comunidades potosinas, chutos y chuteros, la invasión de los parques estatales. El narcotráfico tiene hambre y condiciones favorables. Mueve a sus peones, mientras alfiles, caballos y reyes preparan el minuto en que han de reclamar posesión. El hecho de que hasta ahora parece haber una lógica lineal, inamovible, no garantiza nada. Estos señores se mueven por encima de ejércitos, gobiernos, caudillos. La única seguridad es la suya; para ellos no hay imprescindibles.
19/08/12

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 21/08/2012

Tuesday, September 4, 2012

Asnales/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Le diría a Percy Fernández que a quienes hay que enterrar no es a los periodistas sino a gente como él: metemanos, preñadores, la indecente cáfila -cada vez peor- que tiene de rehén a este país demudado y desnudo.

Ya basta. Hay que defenderse y hablar de frente, que la verdad nunca debiese pelear con la ética. Treinta años de democracia y no hemos logrado comprender que enojarse, despotricar, declararse en sedición, pedir alejamiento de autoridades, desmentir su vocación, no significa convocar al “golpe”, desestructurar el falso esqueleto de lo que llamamos “gobierno elegido”, sino manera en que quizá las cosas varíen de rumbo. Si para eso se necesita deshacerse de personajes que simplemente no caben, es imperativo hacerlo por higiene.

Demasiados remilgos en encarar los tejemanejes de los ladrones, porque otra cosa no son, que quede claro. Jamás vi en la papeleta de votación un asterisco que dijese que el voto daba carta blanca para el robo. Entonces, si se desvirtúa el sufragio, quien resultare elegido será siempre y de entrada impostor. Y el espejismo termina allí, en la sencilla frase que se repite por las calles: “no voté para esto”.

Lo del alcalde de Santa Cruz hablando acerca de algunos periodistas y de la prensa, ejemplifica la insania de los poderosos. En Bolivia se dice de todo y no de la mejor manera. Me refiero a que se hablan huevadas y que los “padres de la patria” batallan con denuedo para demostrar cuál es el más cojudo. Meritocracia del absurdo, de la suprema imbecilidad, de una putocracia insoportable no por lo gay sino por su condición feudal, por creerse eterna ama del derecho de pernada, siendo todos nosotros la jovencita abusada; como colectivo, como país.

Cierto, y se lo viene diciendo desde hace tiempo, que en el horizonte parecen no existir perfiles con calidad de reemplazantes. Resulta terrible averiguarlo, comprenderlo, digerirlo. Muy mal hemos de estar si no contamos con elementos para suplantar a los actuales, que de inteligentes, diestros, honestos y transparentes no tienen nada. Difícil creer que no podamos producir un poco de arena fina para ocupar el lugar del lodo. Tal vez nos equivocamos de profesión, o de geografía, o este cuento de hadas se ha tornado oscuro, produciendo un nuevo género literario, la fantasía negra.

En situaciones semejantes los antiguos hebreos crearon el mito del diluvio, extraído de los sumerio/acadios y presente a la vez en otras sociedades dispersas y diversas. Los maderos que eventualmente rescatan del monte Ararat, o detalles que quieren condicionar el asunto a un hecho histórico, eluden la metáfora del mismo, muy simple: la de uno o varios acontecimientos que ocurren, y deben ocurrir, para “limpiar” la escoria que deviene del uso y abuso de oro y dominio. Gigantesco “golpismo” milenario, que más semeja acto de supervivencia que de sedición.

Agua para diluvio no tenemos. Muy poca a beber, y menos para lavarse. O si la hay, a los que gobiernan no interesa. Miren -para afirmarlo- cómo se desviven por drenar los recursos hídricos del Tipnis para introducir esa plaga que dicen cocaleros, y que hoy por hoy es enemigo principal. Sin embargo, su ausencia no nos priva de producir cataclismos. La metáfora del agua puede intercambiarse por la del fuego, el viento, la sangre.

Así como “ellos” dicen y hacen lo que les venga en gana, también “nosotros”. Nos asiste el mismo derecho. A los elegidos los escogieron los electores, y no dimos carta blanca de prepotencia ni eternidad. Como elegimos, removemos.

Cada uno de estos señores, señoras… y terceros, jura que vino para quedarse por encima del gusto popular. Se lo leyeron en la carta astral, que en su caso era la carta asnal.
03/08/12

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Publicado en El Día (Santan Cruz de la Sierra), 04/09/2012
Imagen: Goya/Tú que no puedes