Sunday, October 7, 2012

El mentidero


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Marcelo Ferrufino vive hace décadas en México. Luego de tanto tiempo, nuestra única relación era el recuerdo. Ahora la tecnología nos ha acercado, aunque tal vez nunca nos reúna, y podemos conversar, dentro de una anodina pantalla, de los colores, sabores, sonidos y aromas del pasado; distraernos, más que retraernos, en la memoria. Así perduramos, y perduran los nuestros.

Una de esas imágenes, comentándole yo que veía a su padre, tío mío, Armando Ferrufino Ustáriz, sentado en uno de los bancos de la plaza con amigos suyos, hizo que me relatara la historia del mentidero de la plaza 14 de septiembre, en Cochabamba.

La plaza principal había perdido estas sus denominaciones gloriosas. Para los ociosos, excombatientes, y visitas que conversaban alrededor de los bancos, al centro, el lugar era conocido como el de las “4 Jotas”, a decir: jóvenes, jubilados, jodidos y judíos, cada grupo en sitio específico. Jóvenes y jodidos juntos por el endémico desempleo; jubilados sin tener nada que hacer ni mujeres que los amasen; y judíos porque los huidos del frenesí nazi habían quedado desarraigados y querían tejer solidez nueva en novel y desconocida tierra, con sus paisanos sobre todo, pero también incursionando en el casi vedado mundo de la tradición cochabambina.

El banco de los jubilados daba la espalda a la torre de la catedral. Allí se resolvían los problemas de lo que no se había hecho y nunca se haría. Primaba la duda en lo referente a lo histórico, y la credibilidad de gobiernos y/o prensa. Quien muriera en la quebrada del Yuro, o Churo, no había sido el Che, ni Villarroel era el colgado en la plaza Murillo. Los fantasmas trashumaban alrededor como simples transeúntes y solo eran vistos por los suspicaces contertulios.

En el asiento general diversas camarillas se habían apoderado de sitios preferenciales. Los dandys criollos que jugaban billar en el Club (Social), se ubicaban al frente de su sede, cerca a dos terebintos que no existen ya. En la época el aire rural todavía juzgábase vital entre los habitantes de la villa. Araneños se agrupaban en un sector, tarateños en otro. Y el quechua hacía la distinción entre ellos. Podía ejemplificar dos cosas: indianidad o bonanza, porque unos nacían de india y otros aprendían la lengua en brazos de sus sirvientas.

Al llegar a casa, el tío Armando siempre tenía noticias importantes. Entre ellas, las soluciones referidas a la táctica y estrategia utilizadas en la Guerra del Chaco. Ya el polvo cubría las tumbas de los muertos y las hacía irreconocibles, pero veteranos y los que no, insistían en el empeño de dar al drama mejor final. La guerra eterna. Villamontes, Nanawa y Boquerón perpetuos. Inmortales Kilómetro Siete y Campo Vía. Esos hombres perdían las horas de una vida que se les iba en sustanciosas pero inútiles discusiones. O las ganaban, quién sabe.

Otro tema que consumió los relojes fue el de los golpes de estado. Debía serlo en un país cuyo cien por ciento de su masa militar era presidenciable. Casi una tómbola donde se barajaban nombres y grados, bingo que en lugar de números cantaba fechas y lugares. Por supuesto cada personaje disponía de información confidencial y sugería cautela en los días en que sobrevendría la tormenta. El problema de la discrepancia de datos y de informantes, tantos como miembros presentes, resultaba en carnaval de opiniones donde los más cuerdos o los menos locos deducirían que allí no pasaba ni pasaría nada a lo que no se estuviese acostumbrado y decidían alejarse, comprarse una empanada a escondidas, porque en la pobreza no se comparte.

Y los amores ¡cuándo no! de las “fulanas de antaño” (las llama Marcelo). Charla habitual entre varones y no muy varoniles consideraciones. Eso continúa. En mis tiempos era lo mismo, y oigo por sobrinos que sigue igual. Amores correspondidos que terminan en definición de puterío, o reacios cuyo rechazo conduce hacia la culpabilidad insólita de “además de puta, cabrona”.

Se desvanecieron. La plaza no alberga ya tertulias de “gente bien”. Nunca nada tiene por qué permanecer. Pero lo de antes y “más antes” (término cochabambino), hay que recordar.
24/09/12

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Publicado en Revista EXTRA (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 07/10/2012
Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 13/10/2012

Imagen: Plaza 14 de septiembre, Cochabamba/Foto Rodolfo Torrico Zamudio 

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