Thursday, October 18, 2012

El año nuevo



Claudio Ferrufino-Coqueugniot

La lectura de un artículo de viaje de Andy Isaacson en Tajikistán, encrucijada de historia y culturas, remueve el deseo -eterno, no nuevo- de ver las regiones que describieron Shklovsky, Gurdjieff, Pierre Loti entre otros. Afganistán, Kirguistán, Cachemira, Uzbekistán, y hasta el yermo absoluto de la estepa de Karaganda, en Kazhakstán, permanecen como la cima de los viajes que querría realizar. Y Turquía, imposible de olvidar, sobre todo en Konya, la ciudad de Anatolia central donde terminó sus días el poeta Rumi en el siglo XIII. ¿Y Armenia?... con los relatos de los armenios de Denver que llegaron en éxodo luego de la perestroika y comentaban acerca de la magia que escurre la antigüedad de sus rocas.

Igual que el poeta sufí diría que "No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia. No soy del reino de Irak, ni del país de Jurasán. No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del Infierno". Pero me encantaría verlos todos, aunque en arte y letras tal vez vide algo, no lo necesario, pero lo "suficiente para el sediento".

Sueño, y tal vez me viene desde la imaginación de Rudyard Kipling y la infancia, con el misterio de aquellos rincones encerrados del mundo. No me atañe la imperialidad del inglés, ni su intrínseca "superioridad", así como no me subyuga el espiritualismo de Gurdjieff mas sí su búsqueda de conocimiento. Deseo esos lugares porque tal vez ocultan lo preciado: paz, y ante la paradoja de una región hoy imposible por las guerras económicas, étnicas y de religión, perviven pequeños villorrios, amordazados en su arcaísmo de piedra, en medio de aridez de desierto, como oasis donde crecen verdes árboles de albaricoque, y donde sustentan su eternidad desde Maimónides hasta Averroes y el místico murciano Ibn Arabi.

Me gustaría este 2010 convertirme en Leo Africanus y viajar por los días de los reinos de Malí y de Songhai (así fuesen ruinas), cuando en Timbuktú abundaban los ojos de agua y los colores del algodón tejido partían con rumbo a la barbarie de Europa. Tal vez, y en una atemporalidad que no consigue la máquina del tiempo de Wells pero sí la lectura, transferirme de las huellas del africano a los pasadizos de Mungo Park, cuya magnífica tragedia retuerce los años y los hinca en venero de aquellos de la niñez, cuando en una Cochabamba dormida, provincial, ufana, leíamos con los hermanos las colecciones de revista Epopeya (Editorial Novaro-México) que mis padres traían por lo general el domingo en la mañana, jamás malgastado en misa y rico en relatos, en zambas, tangos y cuecas, y Bella Vista, Anocaraire, Pairumani, Suticollo junto a los recordados automóviles, desgastados y familiares, de ayer.

Cada año nuevo aumenta la importancia de los años viejos. El clásico porro colombiano canta: "yo no olvido el año viejo..." ¿por qué olvidar? si lo del nuevo, y la suma de los que vendrán, no son antítesis de lo que pasó.

Me pregunto con extrañeza eso de mirar tan lejos como Tajikistán para los deseos del futuro inmediato.  No todos vivimos en los márgenes del éxito y la recompensa. Algunos, e incluyo a John Lennon cuando escucho "Imagine", lo hacemos en las orillas del sueño.
04/01/10

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), 07/01/2010

Imagen: Kirguistán

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