Thursday, November 29, 2012

Nostálgica Inglaterra/EJERCICIOS DE MEMORIA


 Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hoy, que los mediocres se ceban en mí, que quieren jugar en mí, voy a navegar entre las brumas de mi espíritu a la morada de aquella.

En la imaginación, soy el primer navegante que salido de quién sabe dónde busca Última Thule, el confín del universo, hogar de la ninfa Francine, de celestes ojos, sentada sobre la roca de la creación rodeada de niebla.

Boga mi nave millas y millas. En torno sólo la bruma. Millas y millas de sombra. Millas millas sin nadie. Ni voz ni lamento caben en el silencio.

Última Thule es Inglaterra. La tierra mítica que cuenta al viento su existencia. En su trono de piedra, la ninfa escudriña el porvenir ¿lo hay?

Los remos hienden las nubes; las nubes envejecen los cabellos. Pero continúo. He de dar la vista a la saliente de la Sentada. El tiempo es pánico porque hay que volver a donde empecé. Porque la labranza de la tierra que me aguarda va a impacientarse, aunque no sepa en qué lugar esté.

Se vislumbra algo terroso. Una lengua oscura corta el horizonte. Dejo de remar. El rumor es el barquero que me acerca.

Descanso como a cien metros. En un montecillo, Francine, la ninfa desnuda, no me ve. Parece contemplar los árboles imaginarios del bosque inglés. Sus pupilas vagan. El celeste se mueve entre el gris. Y no me ve. Y no me ve. Y no me importa que no me vea.

Comienzo a retroceder, nostálgico pero firme. La he mirado un siglo y un día y es bastante. El paraíso del futuro se supone está delante. Me doy cuenta de que empieza a aclarar.

Es mi despedida

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 12/04/1988

Tuesday, November 27, 2012

La paz de Gaza/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Posiblemente no haya alguien más detestable que Benjamín Netanyahu, digno sucesor de un monstruo como Ariel Sharon. Eso no significa, de ninguna manera, que se ensalce, como tristemente lo ha hecho la comunidad internacional, la “gran” labor pacifista del presidente de Egipto Mohamed Mursi. No hay tal. Durante el último conflicto entre Hamas e Israel, no entre Gaza e Israel, entendiéndose Gaza como un rehén entre dos poderes, Mursi no tuvo más que declaraciones afrentosas y provocadoras hacia el estado judío, cuestionando entre líneas su existencia.

Un error de la política internacional de Obama es la de ser en exceso permisiva, como con Irán y con Evo Morales, quien no se cansa de insultarlo para recibir a cambio declaraciones de renovación de amistad y etcéteras. En juego están muchas cosas, pero la historia ha demostrado con creces que no se puede actuar como Neville Chamberlain ante Hitler. Decenas de millones de muertos fueron el resultado. No hablo de mano dura sino de solidez. Hamas es el brazo armado de Irán en el Mediterráneo, y del fundamentalismo islámico que es un enemigo letal. Desde tiempos de Averroes estos recalcitrantes seguidores de Mahoma, shias o sunis indistintamente, se han opuesto a todo lo que signifique modernidad, cultura, democracia. Los talibanes lo simplificaron destruyendo las estatuas budistas -siglos V o VI- de Bãmiyãn ante los atónitos ojos del mundo. No se puede justificarlos por lo que otros hayan hecho. Estamos en el siglo XXI y como en tal debemos vivir.

Luego de endiosarse a Mursi como notable pacifista/estadista, cosa que no es, ni una ni otra, este individuo declara en Egipto que “La voluntad de Dios y las elecciones me han hecho capitán de este barco”, despertando protestas de una primavera árabe que será aprovechada y enterrada, igual que la revolución irania, por los fundamentalistas. El capitán Mursi desea que su palabra no sea cuestionada, sus decisiones obedecidas. Basta eso para retratarlo como mal demócrata. Recuerda a los titiriteros de acá.

¿Palestina? Palestina es una ficha siempre vapuleada, y no solo desde 1948 pero de más antiguo. Sus habitantes, antes y durante Israel, fueron también ciudadanos de segunda para sus llamados hermanos árabes: en Jordania, en Egipto. Pasto de déspotas. De pronto, por la aparición de un tercero no deseado, se convierten en bandera de lucha. La historia está no solo para ser leída sino analizada. Charles Krauthammer, del grupo de escritores del Washington Post, escribe con lucidez acerca de lo que ocurre en Gaza, desde un punto de vista que no han tocado los fetichistas de la “revolución”, poniendo los puntos sobre las íes. Tal vez su voz no critique a Israel a quien se debe criticar en muchos aspectos y alabar en otros, pero invita a reflexionar, aunque no lo diga, de qué lado le irá mejor a la población de la Franja, si del lado de una convivencia pacífica y hasta amistosa con Israel, que ha de llegar un día porque la supervivencia del país judío dependerá en mucho de su habilidad para mezclarse con sus primos palestinos, bajo los preceptos de un régimen democrático de corte occidental con características propias, o de los cancerberos islamistas que ponen freno a todo, menos a su jerarquía. Hamas no es la apuesta correcta para Gaza, es la avanzada de otra aventura radical de apoderarse del mundo, según indicara el Profeta, no un movimiento de liberación como fueran la OLP y el FPLP.

Israel ya tiene una población palestino-israelí importante. Crecerá como parte del devenir histórico de esa región. Los judíos tendrán que deshacerse del guerrista Netanyahu como el Líbano de Hezbolla y Gaza de Hamas. Un fundamentalista nunca alcanza talla de interlocutor válido porque le gusta el monólogo. No nos dejemos engañar con espejismos tipo Mursi. Y menos ponerlos en un estrado que no les pertenece. Mursi es tan pacifista como Evo indigenista. Valga la comparación.
25/11/12 

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 27/11/2012

Imagen: Ciudades del antiguo Israel

Monday, November 26, 2012

Entrevista con César Huayllas (Escritorio Acrónimo)


¿Qué escritores/as marcaron tu estilo literario, o tu gusto por escribir?

Muchos. Pero, de los que se dicen “de cabecera”, La Ilíada en la infancia y Los miserables de Victor Hugo; Un héroe polaco, de Enrique Sienkiewicz en la adolescencia; Las cuevas del Vaticano, de Gide, El rey de la máscara de oro, de Schwob, Caballería roja, de Isaac Babel, o escritores como Jorge Luis Borges, William Faulkner, O. Henry, Lovecraft, Dostoievsky, Solzhenitsin, Arlt, Jorge Amado, Gabriel García Márquez, Lev Tolstoi, la literatura de la revolución mexicana, Alejo Carpentier, Pierre Drieu La Rochelle, Henry Miller, Blaise Cendras, Apollinaire, Malraux, y tantos que olvido.

¿Cómo describirías el proceso creativo en tus textos?
Muy ecléctico, ya que depende del tiempo disponible, que muchas veces es simplemente inexistente. No puedo darme el lujo de horarios de escritura, de lectura, etc. Trato, y lo logro casi siempre, de hacerlo a costa de horas de sueño por lo general.

¿Cuál es el género que más te llama la atención?
Novela. Pero creo que leo más crónica, ensayo, columnas, artículos literario-periodísticos, además de temas de mi interés como la historia, antropología, arqueología, filología, etc.

¿Cuál fue el primer libro que leíste?
Una serie de libros de aventuras juveniles de Enid Blyton. O tal vez Los muchachos de la calle Paal, de Ferenc Molnar, del cual hicieron una preciosa película.

¿Qué lecturas te causan más placer?
Como te dije leo mucha crónica y artículos de arte y literatura en los diarios. El sábado me traigo a casa el Financial Times, el Wall Street Journal, el Denver Post, que tienen artículos formidables en su sección cultural. El domingo el New York Times. Arquitectura, enología, viajes. Tal vez los libros de viajes son los que más me atraen. Estoy con Darwin y su diario del Beagle. Y leo una rusa, Elena Panteleeva, y un libro suyo en este género.

 ¿Estás satisfecho con tus publicaciones? ¿Algo que quisieras cambiar o añadir?
Me gusta escribir. Las columnas son un ejercicio literario para mí. Lo mismo los textos sueltos que saco de cuando en cuando. ¿Mis libros? Pienso que sí, aunque después de publicados no los abro nunca más.

¿Para escribir un libro es necesaria una investigación previa?
No lo hago, pero quiero hacerlo. Es otra opción, un desafío interesante. Investigo para escribir columnas, hasta ahora no en novelas.

¿Qué libros o autores nos recomendarías leer?
Tantos. En Bolivia de los últimos que leí Alejandro Suárez, Darwin Pinto. Mis autores por lo general son más bien oscuros, no pertenecen a la corriente principal. Los clásicos son fundamentales. Suetonio, Heródoto, Tucídides, Esquilo, Homero (el mayor), Sófocles, Cervantes, Goethe, Shakespeare, Milton, Montaigne. Autores como Hugo, el portento de Balzac y el de Dumas padre, la gran literatura norteamericana. Franz Kafka, Bruno Schulz, Gustav Meyrink, Franz Werfel, entre los grandes judíos europeos. La poética de Celan y la de Apollinaire. Cortázar, Juan Rulfo, José E. Rivera, Céline, Washington Cucurto. Lista interminable: Güiraldes, Guimaraes Rosa, Ismail Kadaré, Iván Bunin y Alejo Tolstoi. Andreyev…

¿Qué opinión te merece la literatura en tu país, Bolivia?
Creo que avanza a un ritmo interesante. La apertura del oriente, por llamarla así, desde hace unas décadas, la ha enriquecido mucho, la diversificó.

¿Qué obstáculo consideras significativo para los escritores contemporáneos?
Siempre publicar. El asunto más difícil. Toparse con la ignorancia, incomprensión, desinterés por un lado e interés económico por otro de los editores. Siempre ha sido lo mismo. La tecnología lo ha democratizado un poco. Hay otras opciones.

¿Cuál es la visión que tienes sobre la literatura boliviana?
Veremos si logra penetrar el mercado internacional. Que es, para aclararlo, también una cuestión de cupos. ¿A cuántos bolivianos se permitirá un estrado internacional? No es negocio.

¿Trabajas en alguna obra propia en este momento?
En un par. Cuando puedo y sin un rumbo todavía definido.

¿Algún consejo para los jóvenes escritores?
Leer. Escribir y corregir lo hecho una y otra vez. Los textos deben descansar antes de publicarse.

¿Qué opinión o consejo te merece un laboratorio literario como el de “Escritorio Acrónimo”?

Una aventura honesta y valiente. Hay que darle impulso y continuar. Así se construyen las obras, con tesón y crítica.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

De ESCRITORIO ACRONIMO, 26/11/2012

Saturday, November 24, 2012

En La Chimba, con amigos/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot 

La chicha derramaba la tarde en nosotros. Así, con el humo alcohólico de la alegría, salí a la calle. Y vi los cerros, el piso verde, eucaliptos y molles. Sauces derribando sus hojas como agotados. Extraña visión que me vino tan tarde. Deseé ser viejo y no tener que abandonarlo. Anciano que no necesitara más que tranquilidad y sol. Sentí que la vida me obligaba a dejar esto, tan hermoso. Odié mi sangre, la vitalidad de mis brazos, el todavía ansiado estupor ante lo que desconozco. La Chimba, tiesa en su coqueta afrenta. Echándome en cara la voz de sus aves, el sutil pegajoso de sus molles. Era la casa de David, un domingo que ya no era aquel año sino otro...

¿Por qué nos vamos todos? No es porque deseemos el estruendo del progreso, o el pintar de azul nuestras orejas, o copular en el violeta de la sombra a dos mujeres. No. Nos vamos porque caemos lentamente en el vacío. Por tanto niño solo, niño como nosotros. Quizá allá jamás encontremos algo, pero al menos no tendremos frustración...

Hablo porque miro en mi corazón la tarde del domingo, tan extensa, tan plena, y tan estrecha. Me gustaría quedarme, sentado en un poyo, con un jarro cerca mío y unas páginas de pupilas blancas esperando mi pincel.

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Publicado en Opinión (Cochabamba), 01/1989

Foto: Avenida Cañada, La Chimba  

Friday, November 23, 2012

Rebelión en la granja/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

¿Somos un pueblo borracho o rebelde? ¿Ambos? ¿Se puede catalogar a un colectivo a través de una muestra por azar? Preguntas sin respuesta, o con contestación afirmativa y negativa en todos los casos y al mismo tiempo. Quizá por eso somos tan complicados y resulta difícil, sino imposible, tratar de hallar una idiosincrasia (subrayada) que nos defina, como se puede hacer quizá con grupos más antiguos y mejor cohesionados.

Indisciplina, al menos, y desconfianza, recelo permanente del gobierno y del poder, lo que no es mala cosa si contamos con los ejemplos que nos han tocado en nuestra vida republicana. Jorge Luis Borges explicaba, haciendo una diferencia entre los Estados Unidos y la América al sur del Río Bravo, que la policía en el norte, actuaba del lado de y por la población; por tanto existía relación de confianza y apoyo mutuo entre ellas. De México hasta la Patagonia, lo opuesto. La policía, o cualquier otro estamento de poder: militares, ministros, jueces, cobradores de impuestos, etc. se consideran enemigos y se actúa con ellos a partir de tal premisa. ¿Ha cambiado eso con el Estado Plurinacional? De ninguna manera, a pesar de la masificación y del hábil manipuleo de la casta dirigencial a través de premios e incentivos.

Recuerdo, durante las negras horas de la dictadura garcimezista, cuando jóvenes desdeñábamos el toque de queda, en el que se asesinaba, para bebernos unos tragos en lugares que siempre estaban concurridos a pesar del miedo. Oí que en cierta ocasión los militares detuvieron una boda entera, banda incluida, que violaba largamente sus órdenes. Los trasladaron, a todos, novia y novio, trompetas y vocalista, al estadio u otro centro de detención y los obligaron a bailar el resto de la noche bajo el ritmo de “Casita de pobre”, canción de moda por entonces y la última que sonaba en la fiesta cuando llegaron los perros.

Ahora fue el censo y se secuestró a la población para que ni siquiera sacasen a las mascotas de casa para mear. Los amos circunstanciales así lo decretaron, con argumentos tan sólidos como el chicle Adams, el que se utiliza, o utilizaba en mi tiempo, para disimular el tufo. No faltaron los intransigentes que a pesar de todo decidieron que un día libre se asocia íntimamente con el concepto de fiesta y festejaron. A la cárcel con sus huesos, y sus bicicletas, automóviles, borceguíes y abarcas. Con el tiempo la anécdota será de regocijo, de machismo y rebelión impenitentes: a mí no me censaron; no me dejé censar; que no jodan; que se vayan a la mierda, y opiniones similares, comunes y características, afines.

No faltó una radio, la postrera ligazón con el mundo congelado, que declaraba que se “capturó” un bus (¡!) con 36 personas alcoholizadas. El número es sintomático. Quizá se trataba de una reunión de delegados de las 36 etnias que componen nuestra plurinacionalidad. Siendo ese el caso, los festejantes tendrían el derecho, algunos, que les autoriza su cultura y costumbres, de no dejarse censar, porque hay pueblos que no reconocen fronteras o para quienes divisiones políticas y actores de opereta eso son: papeles desvalorados.

Además, hay que decirlo, aunque no sé si ha sido general, los que censaban andaban armados de un lápiz y un borrador, o jebe, como se conoce. Las anotaciones se hacían a lápiz, quitándole al asunto legalidad. Sin contar con las preguntas dirigidas que los de arriba sabrán usar en beneficio propio, mientras los de abajo “en su abajo” continúan.

Borrachos o rebeldes, a mí me hubiese gustado estar en la bailanta de “Casita de pobre” y no con los milicos. O en el colectivo ebrio sin que nadie me empadrone o apadrine. Me pregunto, para la estadística y por curiosidad, de que línea era el transporte, y si recogía a sus bebientes de a uno en las paradas o andaban en montón.
22/11/12

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 23/11/2012

Imagen: Escena del film animado Animal Farm, 1954

Tuesday, November 20, 2012

Números tenebrosos/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Leyendo Candelaria (Planeta, 2000) de Germán Castro Caycedo, interesante novela colombiana acerca del narco, encuentro una sección en la que habla de los beneficios del tráfico de cocaína, a dónde va el dinero, quién se queda con la gran tajada y más.

De cada cien dólares, dice uno de los personajes, seis -o tal vez solo cuatro- permanecen en Sudamérica; el resto es para los Estados Unidos. Hablamos del auge de la droga colombiana hace unas décadas, pero la situación no ha cambiado mucho. Castro Caycedo, escritor de larga tradición periodística, detalla los montos del narcotráfico que ayudan a mantenerse a la economía norteamericana. Aporta un número de empleos que directa o indirectamente se ligan al asunto, doce millones y medio según él. Para ello recurre a Milton Friedman, quien dijo que por cada millón de dólares que ingresa a la economía del norte, se generan cincuenta empleos. Entonces hace la macabra pregunta de si a alguien le interesa en serio acabar con el negocio. Lo otro es simple matemática, que no importa cuán precisa sea; desenmascara a esta actividad como la mayor multinacional, el capitalismo en su forma más salvaje. La retórica, en el sur, de la “revolución” a través del envenenamiento del imperio, acelerar su decadencia, etc. son pamplinas.

Bolivia vive hoy un auge de la droga similar al de la dictadura de García Meza, pero multiplicado por cien, y democratizado, en mal sentido, porque a la vez que beneficia con migajas a sectores más amplios está destruyendo un país. Los tontos útiles, que de tontos no tienen nada, los de la permisividad estatal, llenan sus arcas como no lo ha hecho nadie en casi doscientos años de existencia de la república. Esos cuatro o seis dólares que el escritor colombiano anota, que pueden ser más o menos en la actual coyuntura local, bastan para la opulencia de unos cuantos, la supervivencia de otros, y los lujos insulsos de los que siendo peones piensan que son condes. Quien paga el pato es la gente que trabaja, sean obreros o doctores, porque la desfachatez del embrollo pone en evidencia su desubicación en medio de la rapiña.

La supuesta inamovilidad, casi invencibilidad, del narco está más o menos segura en los países ricos por tales razones. En los productores depende de variados factores, siempre supeditados al amo que demanda. Ningún puesto, ni el más prominente, goza de vida eterna. Mientras sirvan, los mantienen; se deshacen de ellos cuando se vuelven molestos.

Jamás el concepto de “patria” ha sido tan vilipendiado aquí. Y jamás se han puesto sobre el estrado actores tan perversos y nefastos. El discurso ni siquiera esconde la realidad, insulta. Parecieran dos, muy simples, los planes de los “salvadores”: la siempre opción de eternizarse en el poder, difícil y rarísima en un país de las características nuestras, y otro, la ya consabida fuga hacia un exilio de riqueza. Los susodichos no sueñan con la revolución, saben que no hay tal pero la pregonan como el camino de su redención económica. Que detrás dejen ruinas, una región que no podrá levantarse, no interesa. Los señores son capitalistas de cuño antiguo: ganancia a cualquier precio.

Mientras tanto azuzan el circo: que castramiento y cortes de extremidades como castigo a criminales, al mejor estilo saudita o iraní, que avasallamiento de propiedades a quienes no estén presentes en sus comunidades para el censo, trágicas estupideces que mantienen al populacho activo con la ilusión de tener el destino en sus manos. Que aprovechen, que linchen a los más que puedan, que juren y rejuren que el pueblo en armas es el pueblo linchador, y que vivir por un lado de las limosnas del gobierno y por otro de los restos del narcotráfico significa el paraíso donde no hay que esforzarse ya. Que lo hagan porque se va a acabar, y rápido. Como en el tango: veinte años no es nada, y aquí no pasaron ni diez.

Quien somete a su pueblo al servilismo hacia entes de lucro extranjero, sean naciones, bancos o cárteles comete delito de traición. Porque a pesar de estar un poco mejor pagado en un narcoestado, corre el casi seguro riesgo de convertirse, de pronto, de empleado en esclavo. Callejón sin salida para unos, con monedas para chicha y serpentina; millones para los otros.
18/11/12

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 20/11/2012

Friday, November 16, 2012

Concierto hispano/VIRGINIANOS

Todos bailaban. Yo, caderas y cerveza. Los asientos estorbaban y el teatro también. Y no porque se llamara Rubén Blades el músico, sino porque el Caribe fermentaba la sangre en el crepúsculo de Washington. Había hermosas canciones, y se mentaba seguido a García Márquez; pero, lo digo, era el movimiento del mar y los dientes de tiburón aserrando las barcazas lo que hacía bailar. Mezcolanza de ron y sudor, mulatas escapadas de Mac Orlan, meneándose en tu cerebro, haciéndolo piernas desnudas y no pensamiento...

Empezó con salsa, oposición de la pesadumbre. En diez minutos se hizo fiesta, nos obligó a amar. Luego, el cantante se puso serio. Habló de Noriega y los militares. No me opongo y sin embargo no me gusta. He oído demasiada voz como para no tener cuidado. Mejor si nos dejan con la música, afinando los cuerpos, que si ha de llegar el tiempo en que debamos desenfundar las pistolas, lo haremos, Mas este junio de Washington déjennos tomar cerveza, anudar merengues alrededor de los vasos. No nos aconsejen, aunque sí, acepto, nombren a Gabriel...

Publicado en VIRGINIANOS, Cochabamba, 1991

Foto: Cubierta del libro

Tuesday, November 13, 2012

Los ponchos del presidente/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Los textiles han sido desde siempre aspecto fundamental en las regiones andinas. Quienes saben, los incluyen entre los más sofisticados del mundo. Todos parecen entenderlo menos los bolivianos. Estas “cosas de indios”, como despectivamente los cataloga la ignorancia, representan nuestra mejor herencia. Lo que para unos tiene representación cultural, para otros implica solo valor comercial. Entre estos últimos, lástima decirlo, está el presidente de Bolivia que entre sus haberes dice tener, recibidos de regalo, 500 ponchos que cuestan cien mil dólares. Qué pensamiento colonial, capitalista el suyo. Cuando lo que debiese hacer es donarlos de inmediato al museo textil sito en La Paz o crear otro donde se preserven las muestras de un arte que en un par de décadas será historia. Pero supongo que prefiere venderlos, ya que los ha declarado dentro de un amplio patrimonio que desdice su pobreza. La alharaca oculta la verdad.

Por lo general, las comunidades conservan tejidos ceremoniales a cargo de su dirigencia. Fue sonado, y sigue siéndolo, el saqueo de aquellos de carácter sagrado del pueblo aymara de Coroma, vendidos a precios irrisorios a traficantes de arte que los ubican en el mercado de coleccionistas. A la larga pareciera que el robo será la única manera de conservarlos, ya que no hay políticas racionales que los protejan, ni interés siquiera. Algunos de los textiles de Coroma fueron devueltos hace unos años gracias a un operativo de rescate del FBI en los Estados Unidos. De buena fuente me informé que recuperados pronto desaparecieron, y que en su lugar se puso imitaciones. Alguna dirigencia, como es ya común, los aprovechó. No sabemos defender lo que tenemos. Nunca lo hemos sabido y menos hoy.

Cada vez que los plurinacionales del MAS se reúnen a decidir el destino de los demás, disponen sobre sus mesas de “trabajo” espantosos tejidos “autóctonos”, fabricados a máquina en maquilas coreanas. O hay demasiada estupidez o alguien sabe perfectamente que esas piezas no valen nada y se guardan las otras. Volvemos al aspecto ceremonial que escondía los mejores textiles para los días de fiesta en donde se sacaban como ofrenda ritual. Los otros, utilitarios sin duda por el precio, son un insulto a nuestro legado cultural. Aquí se miente al hablar de descolonización. Desafío al viceministro del ramo a diferenciar tejidos de Bolivia por etnia y región. Dudo que sepa, como lo sé yo, ya que prefiere vestir con poleras de Let it Be.

Si hubiese una Asamblea independiente tendría que exigir al presidente que los 500 ponchos, no los cien mil dólares, pasen a manos de curadores especializados que luego de clasificarlos los expongan para que el pueblo aprenda lo que es y de dónde viene. ¿O, ya que conoce el precio, los venderá en el mercado del capital para comprarse algún objeto occidental de lujo, otro avión, un BMW? ¿Tendrán, me pregunto, los plurinacionales a quienes se les llena la boca de Ande, idea de las lanas utilizadas, los teñidos naturales o químicos, el número de puntadas por pulgada cuadrada que determinan la calidad de una pieza? Lo dudo. Volvemos a lo mismo, tampoco les importa. El poder y el dinero sí; la herencia, no.

Hay un mundo de diferencia entre textiles del sur de Potosí y aquellos del norte. Y muchas similitudes también. O entre Japo y Leque en Cochabamba, a pesar de la cercanía geográfica. El primer presidente indígena, como lo presentan, tendría que darse cuenta de que este es un arte ya no en peligro de extinción sino casi extinto. Tuvo que ser España, a través de oenegés, la que rescatara la riquísima tradición de Potolo, en Chuquisaca. Siempre ajenos trabajando por nosotros, como ferviente muestra de discapacidad ¿o de oprobio?

Los 500 ponchos no son suyos, señor, valgan lo que valgan. Nos pertenecen a todos, a los niños que en el futuro querrán conocer muestras de su patrimonio. La falacia del plurinacionalismo no será una de ellas.
12/11/12

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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 13/11/2012

Foto: Tejido aymara de la provincia Camacho, fines del siglo XIX



Friday, November 9, 2012

La revolución por la cocina/MONÓCULO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hace un par de años, en uno de los tantos programas gastronómicos que hay alrededor del orbe, hoy que la cocina se ha convertido en la mimada de las representaciones culturales, conocí al chef danés Claus Meyer y un cuasi documental sobre su minúsculo restaurante,
Noma, considerado el mejor del mundo. Meyer reivindicaba ingredientes que habían formado siempre parte de la dieta popular, algas por ejemplo, y se preciaba de buscarlos y escogerlos personalmente.

El señor Meyer ha viajado tres veces a Bolivia este año, y tiene como plan la construcción, ya en proceso, de un restaurante de alta cocina andina, en La Paz. Un experimento acerca del cual William Neumann (New York Times, miércoles 07/11/12), escribe un reportaje en la sección internacional. Considerando, y esto no lo dice Neumann, el éxito fantástico de la cocina peruana, la idea no es mala. Claro que la diversidad étnica del Perú, que incluye Asia y África, la hace algo más extensa.

Neumann comienza diciendo que Bolivia no ha sido buena con los extranjeros que quisieron redimirla. Se pregunta ahora si un chef puede lograr lo que Che no pudo. El material necesario está disponible. Bolivia es región rica en productos comestibles, y la amplitud étnica de su población oferta cosas interesantes. El asunto está en “redescubrir” alimentos como la carne de llama, el chuño y… la coca.

Me parece presuntuoso hablar de redescubrimiento en un lugar donde los mencionados nunca han dejado de ser parte de la dieta local. Supongo que al hablar de la coca se refiere a infusiones, aunque para un maestro de la improvisación-invención como Meyer, quizá se puedan descubrir -vale esta vez- platillos que contengan la conflictiva hoja verde en presentaciones gourmet.

El personal será exclusivamente extranjero, con excepción de un chef ayudante nativo con experiencia en España. Los platos costarían una media de 50 a 60 dólares. Williams anota esos montos y explica que el salario mínimo es de $us 143. Ante tal paradoja, Meyer y sus adjuntos anuncian que establecerán una escuela gastronómica y abrirán bistrós y panaderías donde la gente pueda comer a menor precio. Inversión ambiciosa.

La apuesta está en convertir a la cocina boliviana en el nuevo boom gastronómico mundial, con tendencia hacia el mercado extranjero y turístico sin duda. Y a una elite nacional que verá cuestionados sus refinamientos culinarios y aprender de mano de un extraño las delicias del arte popular. Entre las elecciones de Meyer están la calapurca, sopa aymara de características únicas, y el cordero asado en cruz, al estilo del chivito del norte argentino.

“Ellos están conscientes del riesgo de verse como extraños”. “Tal vez es arrogante pensar que podemos venir aquí a desarrollar una gastronomía”, dicen. Meyer, desde Copenhague, afirma que el restaurante usará la comida “para cambiar el destino de un país¨. Palabras mayores que sin embargo ingresan con una filosofía distinta a la de McDonalds, ya que se basan en productos locales y en la tradición nativa.

Gustu se llamará el restaurante. Desconozco el origen del término, que bien podría entenderse como una desviación indígena de la palabra española “gusto”. De ser así estaríamos hablando de razones más profundas, unidas a la culinaria, en el proyecto. Pero esas son elucubraciones gratuitas.

La escuela ya está funcionando. Las excursiones a los mercados locales se hacen a la manera del dueño de la idea en su más que exitoso Noma. Kamila Seidler, uno de los chefs jefe, cuenta que en estas visitas aprende de sus estudiantes. Lo dice mientras investigan el preparado de tripas con papa que las cocineras del mercado venden en carritos por la noche.

Veremos qué resulta de ello. Bolivia es un país difícil, en extremo conservador con sus tradiciones. La bebida estará compuesta solo de vinos bolivianos y el único licor admitido será el singani. Concentrarse en pocos ingredientes básicos y “extraer su esencia” suena bien.
08/11/12

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 09/11/2012

Foto: Tunta

Thursday, November 8, 2012

El sur

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Zamba. Una estación de noche. Catamarca es oscuridad de cerros y tamales redondos.

De la escalera del tren crece Catamarca; así la vería mi padre, hecha de quebrachos, con sol espinado y lagrimeado en las espinas. Amarillo.

A veces, en Cochabamba, en la chicha, salí y miré al sol de tal manera. Descansé entre los arbustos, oyendo a la tierra. En vano me protejo ahora en el distante cemento: el polvo del sur me extraña, quiere matarme y abrigarme. Es simple, en el futuro me sentaré con el compadre Rodolfo, y los dos dejaremos que la sombra de los eucaliptos crezca tanto sobre nosotros que de pronto estaremos en la oscuridad de la muerte, tranquilos, con dados, casi sin darnos cuenta.
1993

Publicado en SIGNO (La Paz), enero-abril, 1994

Tuesday, November 6, 2012

Una elección más importante/MIRANDO DE ABAJO


Poco se ha hablado, casi nada por parte de los candidatos, acerca del futuro de la Corte Suprema de los Estados Unidos, que, a diferencia del presidente, es elegida con cargos vitalicios y decide la constitucionalidad de asuntos diversos desde una presumible imparcialidad.

Llega el martes y la paridad de las encuestas indica que la balanza puede inclinarse de cualquier lado. Recibo por correo propaganda republicana que “denuncia” que la EPA (Agencia de Protección al Medioambiente) “está atacando al carbón y matando los trabajos”, manteniendo la posición de Romney de alcanzar autonomía energética permitiendo la exploración y explotación de los recursos locales, desoyendo alertas que anuncian terrible futuro si se disparara algo semejante (el carbón es uno de tantos). Los demócratas también acumulan papeles argumentando que es con educación, tecnología y fuentes alternativas de energía cómo EUA va a continuar prominente en el mundo.

Ambos se disputan, y cortejan, el voto latino que tal vez decida la elección en estados como Colorado. A pesar de que la administración Obama olvidó, o desoyó, los reclamos de este importante sector, el Partido Demócrata sigue contando con amplia mayoría latina. Ambos se equivocan en su aproximación al problema. Se “importa” trabajo de China, Pakistán, Rusia, España, Alemania, y no se permite a los hijos de inmigrantes, para quienes este es SU país, continuar estudios. Aberración que no entiende que está en ellos, los hijos de inmigrantes, la posibilidad de pervivir. Negar a su propia población es el gran suicidio de los Estados Unidos.

En educación, medioambiente, libertad de palabra y expresión, y muchísimos etcéteras, entra en juego la Corte Suprema. El presidente de ella, John Roberts, se puede decir que salvó la reforma de salud del presidente. Paradójicamente el juez Roberts pertenece al ala conservadora del grupo. Ejemplo de independencia.

La Corte consta de nueve miembros, elegidos de por vida y nombrados por el presidente. No se los puede remover de sus cargos y solo muerte o renuncia personal los reemplazan. Su importancia es vital, excede la de los mandatarios, aunque no puede quitar un veto presidencial. Los asuntos de mayor importancia se dirimen en ella.

Cinco de los jueces actuales se consideran conservadores; cuatro liberales. Se ha hablado del posible retiro de Ruth Ginsburg y Stephen Breyer, ambos designados por presidentes demócratas. En el caso de la juez Ginsburg, dos veces sobreviviente del cáncer y casi de 80 años, el asunto se torna peligroso. Romney presidente, y quizá reelecto, tendría que nombrar el sucesor de ella en el casi seguro caso de su alejamiento. Lo mismo con Breyer, lo que, según analistas y críticos, pondría al país en manos de los conservadores por décadas, sin importar la sucesión de mandatarios. Se supone que si Obama gana, los dos jueces optarán por retirarse, permitiendo mantener el precario equilibrio actual, ya que ha habido situaciones (hablamos de Roberts hace poco) en que un conservador ha votado liberal o viceversa. El 5-4 de hoy garantiza que los argumentos al menos serán discutidos.

Un profesor de Harvard se refería al tema hace un tiempo. La juez Ginsburg, dicen, ha puesto a la Corte Suprema en riesgo. Lo acertado para ella hubiese sido renunciar estando Barack Obama en el cargo. Al no hacerlo abre la posibilidad de que perdiendo los demócratas esta elección el balance sea de 6-3, número ya muy difícil de revertir.

Mañana martes hay en juego mucho más que dos nombres, dos individuos. La Corte Suprema de los Estados Unidos ha sido en mayoría de oportunidades ejemplo de equidad. Pero, a pesar de su independencia, desbalancearla tendrá consecuencias catastróficas. No se vota por Barack Obama o Mitt Romney, ellos pasarán. Se vota por mantener el largo alcance de la Corte en situación de equilibrio. Lo otro sería un gran riesgo.
5/11/12

Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 06/11/2012

Foto: Edificio de la Corte Suprema de los Estados Unidos

Monday, November 5, 2012

De apis y atoles


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Comienza con un muchacho que a los diez años, a las ocho en punto, termina sus clases en la Alianza Francesa. Hoy hablaron de
La maja desnuda y la profesora dijo que no le parecía copiada del natural, por la posición de los senos. Poco puede saber el chico aunque le gustaría saberlo todo.

A las ocho y cinco, arreglados cuadernos, el volumen celeste de lengua francesa, se alista a partir. Cada día tiene unas monedas para tomar en la plaza 14 de septiembre un “quinientero”, taxi de quinientos que se convertirán pronto en cincuenta centavos con la devaluación. Pero prefiere caminar. En un año de ahorro forzado, de llegar más tarde a casa, ha ido formando su biblioteca: Verne, Gogol, Tolstoi, Sienkiewicz; la bahía de Hudson, la Perspectiva Nevski, los cosacos, Lublín.

Así salía de clases. Por unos años papá me tendría allí, reeditando sus lecciones con Madame Putifar y soñando con París. Por qué no, lo disfrutaba. Me sentaba a leer Paris Match en la antesala y a observar a una profesora joven, Elisabeth Michenot, que resultaba más bella que el francés en su conjunto.

Remozaba los caminos de retorno para combatir el aburrimiento, y en la calle Baptista, bajo la sombra de los muros de piedra del convento de Carmelitas Descalzas, me detenía a tomar api solo, sin pasteles, en vasos largos, muy delgados en su base y anchos en la desembocadura. Api rojo hasta que me enteré que la otra olla era de blanco y desde entonces los combiné. Niño aún, el api sellaba una estrecha relación con la ciudad que jamás se ha diluido. A veces no estaban las vendedoras, quién sabe por qué, y me invadía el desasosiego. Peor en cierta ocasión que permanecí en la AF más de lo acostumbrado, por el cine gratuito del miércoles en que pasaban Orfeo Negro. Cuando en una escena apareció el personaje vestido con traje de calavera me estremecí y supe que con la muerte iniciaba una relación también muy estrecha. Caminé apresurado y deseoso del calor que traía la bebida y no estaban, no había nadie. De las antiguas paredes juré que me miraba el esqueleto del carnaval y corrí.

Eran dos caseras con dos mesitas y ninguna silla. Por lo general, los parroquianos se sentaban en los bancos de la plazuela Granado. Yo elegía el pegado al portón de la iglesia, como un acercarme a la tiniebla del pasado siendo el lugar más oscuro. Poco sabía de la Colonia entonces, pero intuí que los murallones sabían más de lo que mostraban. En la parte superior se vislumbraba una ventanilla de alabastro, opaca, y me gustaba pensar que alguien observaba, desde atrás, desde la historia.

Viajábamos con frecuencia a la Argentina. A veces en tren. Y entre la llegada del ferrobus desde Cochabamba a Oruro y la partida del ferrocarril a Villazón, teníamos horas para pasear y descubrir. Frente a la estación, o casi al frente, estaba el mercado con apis deliciosos. Dicen que viene de allí, de la frialdad del altiplano y el refugio que esta ciudad minera significó. Pero el maíz nace en el valle, acá no crece nada, pensaba, y no se me ocurrió hasta hoy preguntar.

En Ejutla, Jalisco, bien temprano al alba, las viejas preparan atole con higo. Humean tanto que se diría hay niebla. El atole es a ellos lo que a nosotros el api. Solo que lo han sofisticado que hasta hay en sabores de distintas frutas. La masa de maíz retostado, mezclada con piloncillo (azúcar morena), agua y cualquier aditamento extra produce un brebaje espeso, en ocasiones más que la bebida nuestra. En el caso del atole de higo no lo preparan, al menos que yo sepa, con el fruto sino con las hojas bien lavadas, a las que hierven en el preparado, hasta darle un sabor muy especial.

Conocí el atole gracias a que Ofelia, entonces esposa de mi amigo Israel, ambos de la sierra de Guerrero, me preparó por mi cumpleaños uno de tamarindo. Lo trajeron a casa y por días gocé del sabor de un líquido que en verdad era una reliquia. Purepecha, nahua, zapoteco, no estoy seguro, aunque la palabra viene del nahuatl atolli.

Cuando manejo por Aurora, o ya a esta altura del siglo por cualquier zona de las ciudades alrededor de Denver, siempre miro los carteles de desayuno que con tamales ofrecen champurrado: atole mezclado con chocolate, síntesis que tal vez mejor que ninguna representa dos de los pilares de las civilizaciones mesoamericanas. Como beberse el Templo Mayor de un trago.

México, que nos quieren vender como la tierra del asesinato, es mucho más. Que la presencia de la muerte se palpa en la corteza de los árboles, no hay duda. Se podría decir lo mismo de España. En Ejutla, cuando los vapores del atole llenan el aire, es posible también percibir la tragedia. En un mango de la plaza principal, durante la Cristiada, ahorcaron a un cura que convirtieron en santo. Cristo Rey cabalgó por allí, y los campesinos todavía se persignan. Pero sobre la muerte se alza el sabor, y el humo, del que afirman las viejas se queda en el atole que cocido con leña sabe a él, atole de humo.

Mi peregrinación por el maíz tiende a ser larga y variada. Hago énfasis en estas bebidas que aunque distintas suelen ser similares, como toda la paradoja latinoamericana. Han corrido cuarenta años entre ambos extremos. Siempre que voy a Cochabamba mi padre me lleva hasta el api, y la memoria no olvida el delicioso api frío con limón que mi madre preparaba en casa.

Ofelia se divorció de Israel. De niño él caminaba en los ranchos de la sierra sin huaraches y con escuadra (pistola). La vida de Estados Unidos les enseñó y los distanció al mismo tiempo. Extrañará los atoles de su mujer en la comodidad de su casa con cable color. Porque hay cosas que no se pueden olvidar, ni para el chico que estudiaba francés ni para el otro que recogía piñones de las alturas. Y aunque el tiempo hace difusas las imágenes, todavía quedan sombras en la memoria, apoyadas en el convento a la luz de velas, mezclando apis de color como en alquimia. O vahos en los que otras sombras agitan largos cucharones de palo revolviendo el atole.
29/10/12

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Publicado en FONDO NEGRO (La Prensa/La Paz), 04/11/2012

Foto: Api con buñuelo

Sunday, November 4, 2012

Cazadores cazados


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Clint Eastwood, en Gran Torino (Estados Unidos, 2008), muestra un par de personajes asiáticos que resultan ser hmong. Para nosotros, acostumbrados a utilizar el término genérico “chino” para todo oriental, este nombre no dice nada. Sin embargo su asociación con Norteamérica durante la guerra de Vietnam fue mayor. No es en vano que el protagonista del filme sea un marine, y que de alguna forma reivindique a un pueblo olvidado por quienes lo envolvieron en el conflicto. Aunque los hmong, que habitaban Laos, Tailandia y Vietnam, incluso China, ya habían jugado un papel del lado de los franceses en Indochina. Tal vez con tal antecedente, la CIA reclutó a decenas de miles de combatientes hmong en la llamada “guerra secreta” de Laos. A manera de pago, y dado el altísimo nivel de bajas, entre combatientes y población civil, casi cien mil, los guerreros hmong tuvieron carta blanca para la producción de opio y heroína, de ancestral consumo para ellos, que se convirtió en un negocio que en parte compraba su lealtad.

Ellos se encargaron de interrumpir las líneas de aprovisionamiento norvietnamita, de socorrer a pilotos de aviones derribados en la selva, de mantener el país en constante lucha de guerrillas. Cuando Norteamérica fue derrotada, se los abandonó a su suerte. Mucho después reconocieron su labor y se permitió el ingreso de buena cantidad de refugiados. Para entonces, los hmong ya eran pocos, perseguidos como bestias salvajes, en constante huida, eternamente castigados por su supuesta traición. Incluso hoy, en que multitud de ellos refugiados en Tailandia ha sido repatriada a Laos donde los amontonan en una isla en condiciones infrahumanas, hecho que ha sido denunciado en las NU. La secretaria Clinton hace convenios económicos con los países del área, pero se mantiene muda en cuanto al destino de sus antiguos aliados.

Otros, que se supone sobreviven en la densa jungla, se alimentan de gusanos y raíces, y de la poca caza que puedan obtener. Los enigmáticos cazadores hmong han ya perdido la imagen guerrera que los retrataba.

Mi hija Emily tiene dos buenas amigas hmong en la universidad de Boulder. En Denver, cerca de la intersección de las avenidas 14 y Boston se los puede ver al atardecer retornando del trabajo, camino de sus apartamentos y en montón. Es obvio que no son japoneses ni chinos, ni filipinos ni vietnamitas. Su contextura física es particular.

Los hmong de Minnesota, donde habita la mayor comunidad, son aficionados a la caza. Atraviesan al vecino Wisconsin durante la temporada del venado, y son eximios en el arte de matar. Por asuntos de idioma y mala comprensión de la tenencia de tierras en EUA suelen tener problemas de traspaso ilegal a propiedades privadas.

En noviembre 2004, el cazador hmong Chai Vang, entonces de 36 años, incurrió en esa falta. El dueño de la tierra invadida, anglo y también cazador, al verlo llamó a sus compañeros de partida y le dijeron que la abandonase. En el juicio nunca quedó claro lo que realmente sucedió. Vang alega que lo insultaron, que se burlaron de su raza con epítetos derogatorios y le dispararon mientras salía. Declaró actuar en defensa propia y que al sentir el disparo temió por su vida y mató a seis e hirió a dos, entre hombres y mujeres. Cabe aclarar que en la tradición norteamericana de este oficio, las mujeres suelen tener marcadas características de macho, lo que las pondría a un mismo nivel y en igualdad de condiciones. Cuando el juez preguntó por qué había rematado por la espalda a algunas de las víctimas contestó que por irrespetuosas. Y, según dicen por error de traducción, quedó registrado que el ya para entonces formal atacante dijo que al menos tres de los muertos merecían morir.

La policía nunca revisó el rifle de uno de los occisos, el cual según Vang le había disparado. Hoy está preso en Iowa con seis cadenas perpetuas más setenta años. En él se quejaba su raza, los feroces hmong que aterrorizaron a las fuerzas comunistas de Vietnam y Laos y que hoy, casi cuarenta años del fin de la guerra, se aferran a la vida ocultos como los animales que cazaban.

A raíz de la tragedia, circularon en el norte del país stickers muy populares que rezaban: “salve un venado, mate un hmong”.
23/10/12

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Publicado en Revista EXTRA (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 04/11/2012

Foto: Emile Gsell/Guerreros hmong


Saturday, November 3, 2012

Ayopaya: el mundo perdido

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

para Hugo y Joaquín Ferrufino Murillo

Arthur Conan Doyle, autor británico, situó su "mundo perdido" detrás de los pasos en la cordillera de los Andes, en Colombia o Ecuador.

En Cochabamba, más allá de las montañas, se abre la tierra de Ayopaya, extraña y rezagada en la historia. Otra suerte de "mundo perdido" cuyo acceso está en las quebradas. Una de ellas, La Llave, se inicia cerca del poblado de Anocaraire. Es el antiguo camino de herradura que, bordeando el Tunari por su lado oeste, lleva a Morochata.

Se deben atravesar tres apachetas antes de vislumbrar el pueblo. En la más alta, El Negro, la coca y las piedras que tiran los caminantes como ofrenda, por siglos, forman grandes montículos. Ruta de ingreso a la republiqueta de Ayopaya; las cuevas de los guerrilleros continúan abiertas al cielo. Por allí bajaba Martín Lanza a Quillacollo. Canciones en quechua lo recuerdan.

Vencidos los picos se ve Morochata, abajo. Cuatro horas dura el descenso. Hasta el último kilómetro, ya viendo puertas y casas, parece que el pueblo se alejara, no quisiera recibirnos. Una inmensa roca, en el río de entrada, descansa vigilante.

Cuando llueve, el agua baja turbia por las callejas y se junta con la chicha. Una rayuela embarrada, al lado de la pared que se derrite en lluvia, es mi más estrecha memoria del pueblo.

Cuenta mi padre que en la quebrada de Chinchiri oyó el lamento de una mujer, la asesinada en pena de la leyenda de los indios viejos. Grieta vegetada... y un riachuelo. El viento viene frío de Yayani y tiene voz.

Los campos no cambiaron. Caminos de lodo hundido. Los muchachos hablan de fuegos azulados que salen de la tierra cuando hay sombra de medianoche. Son enterramientos que brillan. Oro maldito que nadie quiere. Mi abuelo Armando lo sabía, era rescatador de tesoros. Reunió mapas, exactos, pero no riqueza.

Rebelión indígena de 1947. Mi padre, entonces soldado, escuchaba la dinamita saliendo de la noche. En las cumbres, alrededor, ardían las fogatas de los insurrectos. Cosa de demonios. Los pututus llaman a la muerte como horrorosos mugidos de vacas muertas.

Pueblo de Independencia. De fiesta, las chicherías tejen sus banderas con flores de campo. Colores llamativos sobre las puertas invitan al rito del maíz. Viejas familias, aristocracia anciana y pueblerina, siguen habitando la villa, con los ademanes torpes de quien ha sido excluido del mundo.

Sanipaya era la hacienda de mi abuela. Una muralla de grueso adobe, de una hectárea, encerraba la casa. Hoy es ruina. Nadie vive en el silencio de los pasillos caídos. Los árboles continúan, no todos, con su tiempo que es mayor que el de los hombres.

La abuela contaba de fuentes termales que se elevaba en el aire; allí cocían los huevos. Hablaba de grandes monedas españolas que traían los sirvientes (guardamos algunas del siglo XVIII). Cierta noche, un indio apellidado Fernández recorría el campo con su mula. Se retiró a dormir debajo de un sauce y amarró al animal. Al amanecer lo despertó un ruido metálico, como algo que golpeaban. La mula pateaba el suelo, enloquecida. El individuo cavó algo que parecía ser un cofre, a flor de tierra. Era un tesoro colonial. Ese fue el origen de la fortuna de los Fernández, ahora mestizos y ricos, en Ayopaya.

La hacienda tenía tres climas: de montaña, valle y semi-trópico. Se extendía veinte kilómetros de un lado por treinta del otro. Había formado parte del Marquesado de Montemira, conjunto de cinco haciendas de la región: Sanipaya, Cuti, Huallipaya, Saylapata... que pertenecieron a cinco hermanas, entre ellas la madre de mi padre, Neptalí Murillo, descendiente en línea directa de Pedro Domingo Murillo, mártir e incendiario.

Me acongoja esta tierra hundida lejos de mi vista. Quiero ir; dormir en los eucaliptos del bisabuelo; hablar con las sombras. Ilusión. Ahora que llueve, por ejemplo, que el mal tiempo cubre las montañas, no podría encontrar el camino. Hallaría gente y cosas de mi época... y no quiero saber de ellas. Busco un pasado al que no puedo entrar.

Al norte se ubica El Crestón, fortaleza incaica que domina las alturas. De arriba se ven los ríos. Las piedras aguardan por invasores que ya no vendrán. Todo esta muerto en Ayopaya, todo dormido, detrás del Tunari que esconde la historia y esconde el oro, para siempre.
1992

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Publicado en CORREO (Los Tiempos/Cochabamba), 30/01/1992
Publicado en SIGNO (La Paz), enero-abril, 1992

Imagen: Sobre dirigido a La Paz. Marca provisional FRANCA AYOPAYA, circa 1895