Sunday, March 3, 2013

La Santa Cruz


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Escribo de memoria; no deseo ser exacto porque de esta historia me gusta su nebulosidad. Imagino a Martínez de Irala, en las fronteras del Paraguay, con hombres rudos cuyas carnes sin embargo no eran tan duras. Se los comían los indios, como a Juan Díaz de Solís, desgraciado, o se devoraban entre sí dentro de los paredones de la villa de Buenos Aires (que malos tenía). Refiéranse a Mujica Laínez para saborear los muslos de un ahorcado.

De Irala se desprendió un lugarteniente, adentrándose en montes y pampas buscando lo que el hombre ha buscado siempre: aventura, riqueza, poder, para con ellos comprar luego afecto, solaz, afincarse en cualquier lugar ya que en la tierra de uno no se puede. Inmigrantes, al fin, los conquistadores, tanto como los que cruzan las bardas perforadas de Arizona o los que corren por el desierto sin agua ni calzoncillos.

Ñuflo de Chaves, el oficial, que con lo único que traían: huevos recalentados en la entrepierna, se lanzó a la nada, tan distintos a los afeminados españoles de hoy que se creyeron del Primer Mundo. De las aguas inmensas al sur, en expedición de demonios, lo aseguro, cortaron el canto de los pájaros, degollaron sospechados rivales, bebieron agua donde la bebían los caimanes hasta que plantaron un poste con un nombre común en ellos: el de la Santa Cruz, ese par de maderos cruzados que no era otra cosa que magia judeocristiana, de un chamán barbado e iracundo que insultaba a los mercaderes del templo en arameo.

Así nació Santa Cruz la Vieja, en un rincón desconocido, donde el conquistador enterró el acta al pie de la cruz, o del madero que afirmaba población. De niño, luego de leer a un cronista cruceño, Hernando Sanabria, me prometí un día largarme a encontrar ese centro ceremonial iniciático, en cercanías de ríos, de sierras, donde fuere. No lo logro, ni lo lograré, con nieve hasta las rodillas, pero eso no me impide soñarlo.

Apologizar al invasor no intento. E invasores somos todos los humanos que desplazamos día a día a los demás. No niego que me fascinan las historias de hombres arrojados, con coraza ibérica o americana desnudez. De ambos provengo, de la mixtura violenta de los males de una época, que con el tiempo se convirtieron en mejores quizá.

En alguna parte, hechos polvo, montículo que apenas sobresale del suelo, estarán los remanentes de aquella fundación. Lo pienso un domingo de noche, en su plaza principal, con Ignacio Warnes de pie y espada aguardando la muerte o mirando al más allá que es lo mismo. Aquí no tengo amigos, no conozco a nadie, y puedo observar tranquilo transcurrir la vida, como la catedral enfrente: ladrillos y sombras. Por cuatro siglos y medio.

Sirve café dulce un mozo de librea blanca. Me escondo en la noche de Santa Cruz. Doblo el diario de ayer y camino al hotel de una ciudad que apenas comienzo a entender.
26/02/13

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Publicado en Séptimo Día (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 03/03/2013

Imagen: Ñuflo de Chaves en un sello postal español

2 comments:

  1. Buenísima reseña, Claudio. Expone diáfanamente el eterno abanico d motivaciones en 'simples' individuos, d cuyas acciones el tiempo revela luego magníficas o terribles consecuencias colectivas. Q los males d ayer se convirtieron en mejores..no cabe duda. La vileza no solo mejoró, se ha perfeccionado. Hace minutos ví un valioso documental d la caída del imperio Inca: mezcla de oportunismo conquistador(casi confabulación divina), conflicto familiar, envidia entre hermanos, ambición, arrojo, ingenuidad, amante nativa, ansia de status, rebeldía, traición, perfidia, suegra conspiradora, etc..La misma e idéntica receta con q la mano humana moldéa la historia. Grandeza y bajeza juntas, siempre al mismo tiempo. Y no deja d sorprender, por mucho q se repita la dramática puesta en escena.
    Invasores somos todos, bien dicho. Porque todos luchamos, por conquistar, por hacernos d un espacio. Sublime.
    Saludos cordiales, estimado Claudio!

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  2. Gracias, Achille, lo dices mejor que yo. Alguna vez escribí sobre las Black Hills, que los sioux consideraban suyas y fueron arrebatadas por el blanco. Terrible, cierto, el expolio, el exterminio, no menos que el de los sioux con los crow u otras tribus de la pradera. Nada justifica nada, pero hay que contar la histora como fue, que no es la de buenos o malos sino la de buenos y malos al mismo tiempo y según las circunstancias. Abrazos y buenas noches para ti.

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