Friday, April 18, 2014

Gabo, no más o siempre


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me dolió, y tal vez era suyo, no lo sé, ver hace poco a García Márquez llevando una ridícula y ostentosa rosa amarilla en la solapa. Allí ya no estaba el poeta, sino un objeto de marketing, la sociedad de consumo que aprovecha para sí hasta lo que un día se consideró rebelde. De una obra sustanciosa, maravillosa, quedaba una anécdota de flores insulsas apropiándose del genio. Lo repito, quizá era cosa suya, no lo sé. Manías de escritor, de algún tipo de escritores, y pasto de la comidilla negociante que pulula alrededor de la fama.

No es este un homenaje que merece un hombre que escribió páginas memorables, un libro, Cien años de soledad, que aún se considera un hito de los años 60, como Che, o Mayo 68. No, pero valga recalcar que en esa payasada hubo un insulto a su memoria antes de morir.

Los Wawancó cantaban mariposas amarillas, Mauricio Babilonia; Toto la Momposina, la Negra Grande de Colombia como apareció en la entrega del Nóbel, repetía en una cumbia sentada: viejo pueblo Aracataca, pedacito de Colombia, tierra donde yo nací, entre rumores de cumbia a quererte yo aprendí… y seguía como parte del recuerdo popular de un hombre de letras que rescató de muy hondo la magia del pueblo y se insertó, porque en el fondo pertenecía a él y no a las elites intelectuales, en su alma como su mejor expresión.

Luego vino la fama y Gabo se convirtió en un personaje, una paradoja, un coronel al que escribían todos. Se puso a vivir en lujo entre oligarcas. Sus vecinos fueron banqueros y etcéteras. Eludió la muerte violenta que le aguardaba en su país y se desmembró, publicando de cuando en cuando textos que lo recordaban de ayer, u otros, como sus Doce cuentos peregrinos, livianos y sin legado.

Patear el cadáver de un hombre grande no es la intención. Valorar entre tristeza y recuerdos felices, entre decepciones e imágenes imperecederas. No hay perfección y hasta los genios se debaten en la hojarasca de la vanidad y el aliño. García Márquez, como cualquiera, no está exento de ello. Pero, fuera de sus veleidades, quedan libros pesados, sólidos como hitos geográficos. Puntos desde donde se cuentan trayectorias, antes o después de ellos, decálogos de profetas ebrios cuya mayor trascendencia está en avivar la llama perenne de la cultura popular, dándole voz en personal estilo, forma, individualizando el talento para sustraer de la realidad el hechizo de las palabras, una cabala sudamericana que no podemos, ni queremos, evadir.

Ha muerto un escritor, un prestidigitador fantasma en El sueño del patriarca, un trashumante tropical que oyó las voces de la tierra y de la sangre, y nos ofertó Colombia como no la habíamos visto antes y quizá no la veamos después. Que duerma ahora, por cien años y que le llenen la tumba de rosas. Al fin, para los que lo admiramos, esas flores carecen de importancia. 17/04/14

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Publicado en GABO, separata de El Deber (Santa Cruz de la Sierra), 19/04/2014

Imagen: GGM en un cómic español

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