Wednesday, December 3, 2014

Tres narradores bolivianos contemporáneos



Julio Meza Díaz

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Desde el Perú la literatura boliviana actual es todavía un territorio por explorar. Se conoce casi únicamente la obra de Edmundo Paz Soldán y se pasan por alto los trabajos de otros autores de importancia. Esta situación no ha sido la misma siempre. Durante la primera mitad del siglo XX hubo un vivo intercambio entre ambos países. Los libros partían de Buenos Aires, pasaban por La Paz y luego enrumbaban hacia Lima. Este trayecto posibilitó la aparición de las vanguardias en Puno y creó un canal de diálogo entre escritores de diversas nacionalidades, los cuales coincidían en búsquedas estéticas renovadoras e idearios políticos que centraban su atención en las masas marginadas y oprimidas.
En este contexto quizás los casos más representativos fueron los de Carlos Oquendo de Amat y Gamaliel Churata. Ambos mantuvieron una relación estrecha con Bolivia, en donde llegaron incluso a sufrir persecución por su compromiso político. Churata fue el más activo. En 1918 fundó en Potosí, junto con el crítico y novelista Carlos Medinaceli, la revista Gesta bárbara, la que exhibió un perfil modernista y reconoció al diplomático y poeta Ricardo Jaimes Freyre como a una de sus influencias. Esta publicación fue importante. De acuerdo con Arturo Vilchis Cedillo, autor del estudio sobre Churata titulado Travesía de un itinerante, los escritores que se agruparon en torno de Gesta bárbara “sacudieron la literatura [boliviana]. La denunciaron en sus puntos ciegos, atacaron sus fetiches. Iniciaron a algunos nuevos escritores, revisaron los nuevos valores literarios”.[1]
En la actualidad las circunstancias han variado. El intercambio descrito ha menguado drásticamente. Se ignoran algunos cambios en la narrativa boliviana. Por ejemplo el hecho de que frente a la larga tradición de novelas realistas centradas en los problemas nacionales se abren paso textos de distinto cariz. Se están escribiendo obras que toman el legado de la reflexión sobre lo social para diseñar universos estéticos independientes. También se están elaborando ficciones sin rasgos asociados a Bolivia. Esta literatura ha sido analizada en el artículo El futuro llegó hace rato. Panorama de la narrativa boliviana de la primera década del siglo XXI de Magdalena González Almada y ha recibido el nombre de desmarcada.[2]
De entre los autores que apuestan por estas vertientes se han escogido a los que quizá poseen las trayectorias más interesantes. Cabe aclarar que no se pretende reducir la literatura boliviana contemporánea a lo esbozado en este artículo. Lo que se intenta es más bien despertar el interés del lector hacia una literatura rica en matices y de gran calidad.

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Homero Carvalho Oliva
            
     Santa Cruz, 1957. Es poeta, cuentista y novelista. Ha conseguido varios premios. Entre ellos los siguientes: Latin American Writers Institute 1989; Nacional de Cuento 1995, por Historias de ángeles y arcángeles; Nacional de Novela 1996, por Memoria de los espejos, y 2008, por La maquinaria de los secretos; y Nacional de Poesía 2012, por Inventario nocturno. Fue seleccionado por Julio Ortega en la antología El Muro y la intemperie: el nuevo cuento latinoamericano. Su obra apunta hacia la reflexión sobre la realidad social boliviana. Sin embargo con La maquinaria de los secretos[3] ha logrado el bosquejo de un universo inusual.
            Escrito con una prosa que juega a discurrir entre el ensayo y la ficción, este texto cuenta la historia de Zacarías Rocha, agente del servicio secreto boliviano que ejerce el oficio de “analista del lenguaje”[4] y es “responsable de la investigación lingüística bajo el lema de que las palabras son el mayor instrumento de poder creado por el hombre”.[5] Zacarías está cerca de pasar al retiro y rememora algunas de sus acciones a lo largo de su carrera. Se expone así cómo tras las bambalinas del poder se ha manipulado los avatares de la política boliviana de las últimas décadas. Los métodos empleados para tal fin han sido perversos y sin embargo no carecen de cierta cuota de humor. Por ejemplo Zacarías no encuentra mejor forma de derrumbar la moral de los políticos exiliados de los años 70 que haciendo “lanzar rumores dizque de buena fuente”[6] entre sus novias que los esperan en Bolivia, quienes terminan por creer en los chismes e inician otras relaciones. La misma ironía se manifiesta cuando se describe el modo delirante en que se emplea la tecnología para fisgonear. Se dice al respecto: “Hay tantos aparatos […] que en el Centro de Inteligencia, los más sofisticados y de última generación llevan anotado su nombre y su función, tal como hicieron los pobladores de Macondo cuando les atacó el virus de la amnesia”.[7]
La conciencia analítica de Zacarías es infatigable. Constantemente somete los eventos de la realidad a rigurosos análisis silogísticos. Desde su perspectiva incluso el azar se erige como consecuencia del cálculo. Empero un hecho quiebra la frialdad de su mirada. Conoce a Enrique Fuentes, un joven polígrafo que pone en aprietos al gobierno desde sus textos periodísticos, los cuales firma con diversos heterónimos. Aunque ayuda a neutralizar a Enrique empujándolo a la paranoia, Zacarías empieza a cuestionar la tarea del servicio de inteligencia. Su duda es castigada por una nueva generación de agentes, la cual ha logrado conseguir el poder absoluto.
La maquinaria de los secretos es una novela realista que deviene en el trazado de una distopía.

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Claudio Ferrufino-Coqueugniot
            
               Cochabamba, 1960. Ha sido poeta y autor de prosas breves en un primer momento de su carrera literaria. Luego deriva a la novela, género con el que ha alcanzado importantes distinciones, los premios Casa de las Américas 2009, por El exilio voluntario; y Nacional de Novela 2011, por Diario secreto.[8] El 2013 ha publicado junto a Roberto Navia el libro de no-ficción Crónicas de perro andante y la novela Muerta ciudad viva.
            Quizá su larga experiencia de vida en el extranjero (reside en Denver, Colorado, desde 1989) lo ha conducido a diseñar textos en donde la idea de lo nacional se desdibuja y se convierte en el telón de fondo sobre el cual se profundiza en los caracteres de los personajes. Esta es la dinámica de Diario secreto.
            Esta novela luce una prosa elegante salpicada de eruditas referencias a personajes históricos de trayectoria sanguinaria. El protagonista posee evidentes rasgos psicopáticos. Narra algunos episodios de su vida. Cuando niño disfrutaba torturando a los sapos de un estanque colindante a su casa, en el colegio dirigía una suerte de pandilla que coaccionaba a los más pequeños y durante su juventud acostumbraba beber y gatillar episodios de violencia extrema. Ya de adulto consigue manipular a los demás fingiendo minusvalía en una silla de ruedas. Viaja mucho, sobre todo siguiendo el rastro de sus amantes. Lejos de Bolivia comenta: “Esta ciudad tiene olor melancólico. ¿Y cuál el olor a melancolía? Tiene olor, y color. No me pertenece, sin embargo, a pesar de que algo debo decir para escenificar lo que veo y lo que siento”.[9] Sigue reflexionando para concluir sobre su propio terruño: “Las calles llenas de automóviles; los manzanos ya asoman pequeños frutos. No me pertenece, repito, mas tampoco aquella ciudad que llamo mía”.[10]
            Junto a las confesiones del protagonista se suceden también las de varios personajes. La mamá, el papá, el condiscípulo, entre otros, dan sus palabras sobre el accionar del protagonista. En ocasiones lo juzgan con severidad pero también lo comprenden, justifican y hasta celebran. El condiscípulo es quien muestra mayor entusiasmo. Luego de abandonar Bolivia se ha convertido en oficial del ejército norteamericano. Monologa recordando a su compinche de infancia: “Qué hubieras hecho, amigo, con la vida atenazada entre tus dedos, la de los otros. Nos habríamos divertido. Las invasiones son violentas y porosas, dejan escurrir mucho, filtrarse más”.[11]
            Pese a sus acciones perversas el protagonista no genera repulsa porque conjuga su necesidad de sangre con humor negro. Curiosamente las sonrisas que provoca convierten al lector en silencioso cómplice. Al respecto una escena es bastante gráfica. El protagonista se encuentra conmovido por haber terminado la escritura de un libro de versos. Se encuentra en un estado casi religioso. De pronto se cuelan las voces de alguien que se ahoga en la piscina de al lado. Se fastidia por la interrupción. Toma un palo y termina de hundir a quien reclama auxilio. Momentos después, reposando en su cuarto, piensa en lo sucedido y concluye lacónicamente: “Soy un poeta (...). Incomprendido”.[12]
            Salpicar la responsabilidad de la sangre es un recurso que se emplea también para cerrar la novela. Al desear y contentarse con la muerte del protagonista el lector se convierte de modo simbólico en otro asesino.

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Sebastián Antezana

México D.F., 1982. Llegó a La Paz cuando era muy niño y en esa ciudad desarrolló su vocación literaria. Con su primer libro, La toma del manuscrito, obtuvo el premio Nacional de Novela 2007. Su más reciente publicación es El amor según,[13] novela del 2011 que ha alcanzado dos ediciones.
Antezana busca de modo explícito construir una obra descontextualizada. En El amor según el único territorio es la conciencia de Zimmer que sufre y se cuestiona por la repentina desaparición de Mariana. Ambos son esposos. Zimmer es policía, Mariana fotógrafa. Ella ha elaborado una obra artística reconocida aunque perturbadora. Usa como modelos a niñas a quienes maquilla de forma insinuante. A cierto tipo de público dicha audacia no le ha agradado. Mariana quizás ha sido víctima de la intolerancia. Quizás se ha liado con algún amante (como sucedió en el pasado) y ha decidido irse. Zimmer baraja todas las posibilidades.
Estos elementos parecieran los de una novela negra pero conforman más bien la epidermis del texto. En El amor según reverbera una prosa de intenso lirismo que apunta al asedio de distintos tópicos sobre el amor, la ausencia y la distancia. El amor se aborda como la fusión de la pareja: “Sólo con Mariana había podido ser el que quería ser. Se había entregado completamente, piensa, si es que eso era posible. Había tratado de olvidarse de Zimmer y pensarse en dos”.[14] La ausencia se vincula a la angustia ante el vacío: “Esto no puede ser posible, Mariana tiene que estar en algún lado. Si no está muerta tiene que estar en algún lugar, ocupar algún espacio”.[15] La distancia se entiende como el dolor que se cierne sobre los implicados: “Mariana no es escandalosa sino triste, se dice, triste sobre todo porque él la ama, pese a todo, pese a una profunda cotidianidad. La ve entonces sola, alejada, viva, extrañándolo también”.[16]
            Zimmer termina por aceptar lo inexplicable en la desaparición de Mariana. Va más allá de los tópicos. El amor según se torna entonces en un recorrido existencial hacia la nada.


Julio Meza Díaz

(Publicado originalmente en una versión resumida en la revista literaria El Buen Salvaje Nro. 11).



* En la primera imagen, Gamaliel Churata. 

[
1] VILCHIS CEDILLO, Arturo. Travesía de un itinerante. Puno: Universidad Nacional del Altiplano, 2013, p. 55.
[2] GONZÁLEZ ALMADA, Magdalena. El futuro llegó hace rato. Panorama de la narrativa boliviana de la primera década del siglo XXI. En: Revista 88 grados. La Paz: Revista 88 grados, 2014, año 1, n° 2, enero, pp. 16 y 17.
[3] CARVALHO OLIVA, Homero. La maquinaria de los secretos. Santa Cruz de la Sierra: La Mancha, 2009, 191 p.
[4] Ibídem. p. 12.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem. p. 98.
[7] Ibídem. p. 100.      
[8] FERRUFINO-COQUEUGNIOT, Claudio. Diario secreto. La Paz: Alfaguara, 2011, 229 p.
[9] Ibídem. p. 45.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem. p. 142.
[12] Ibídem. p. 24.
[13] ANTEZANA, Sebastián. El amor según. La Paz: El Cuervo, 2012, 101 p.
[14] Ibídem. p. 43.
[15] Ibídem. p. 47.
[16] Ibídem. p. 86.

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Del blog LA QUE SE MUERDE LA OREJA, 17/05/2014

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