Tuesday, July 26, 2016

De la noticia al chicharrón/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Llega el ocaso de un largo período de trabajo en el periódico de Colorado. Los clientes se han reducido en los últimos años a la mitad. La muerte va suscribiendo a los que quedan a sus oscuras notas. Los jóvenes no leen la prensa, si leen. Tiempo de desentumecerse, entumidos, soterrados, alicaídos e inmóviles como estamos. Ahora asoma el tiempo de la dinámica y me pregunto cuán fácil ha de ser cambiar.

Tendré que vivir de día; eso es diferente. Me acostumbré a la noche, a sus silencios, a sus misterios que no son otra cosa que falsas impresiones de los que habitan la luz. Vi más zorros que humanos; mofetas en lugar de calzones. De noche, el mundo parece estrecho pero en el sentido de íntimo, no de mísero. Claro que voy a extrañar. Tendré que verme en el espejo ya no a la claridad de la luna o de un foco de 100. Ahora viene la realidad, y no la conozco.

¿Afectará mis hábitos de lectura? De escritura no tengo. Quizá. La vida por supuesto que se hará más corta ya que antes estaba despierto de día, encerrado en la cueva de los quitasoles, y de noche trashumaba el campo con sigilo de coyote y vista de búho. Ahora me obligaré, u obligarán, a dormir. Será algo nuevo. No duermo desde el vientre de mi madre, no en los veinticinco años que trajeron dos esposas, dos hijas, varias cárceles y sinfín de cosas. Años de Tolstoi y Georg Trakl.

La decisión está en cortar este nudo que separa continentes con premura o aguardar la primera nevada como punto referencial. Determino un viaje al pasado, a Bolivia que es una exégesis de fantasmas. Semanas que contribuirán al razonamiento de un hombre no viejo pero canoso; perro mañoso y flirteador.

Las hijas han elegido unas cavernas al sur de Cochabamba, allí donde corren ríos secos con una carga mítico-histórica que los convierte en cíclopes devoradores, para la transformación. No es que vaya a meterme a un toldo indio cerrado con piedras hirvientes que en agua produzcan vapor. No necesito visiones que bastante alucinado anduve. Polifemo se convierte en Ulises y viceversa; de presa a cazador. Ha pasado tanto, tanto, sin tomar decisiones por la comodidad del presente que incluso nunca siendo burgués me aburguesé. Se acabó, pues, y ya es hora de cinchar el caballo y tirarse al galope, así camine a pie.

El panorama futuro se extiende amplio. Se añade, si se desea, la posibilidad de violar fronteras y hacer del salto un precipicio. Veremos. No auguro calma porque de pronto me cerraron el libro de Peter Matthiessen con la comodidad de ver bharales azules o leopardos nevados de sentado y con un vaso de ron. A trabajar, señor, parecen decir y yo que he trabajado toda mi vida con lomo de galeote me encuentro, otra vez de pronto, como al principio. La buena filosofía hablaría de la belleza de rejuvenecer, pero si pienso en el frío hijo de puta me aterro un poco.

Una opción, porque es opción que amo, es dedicarme a lo más carnal y apetecible. No al sexo, no ya in extremis a mis cincuenta. No voy a prostituirme porque en este estado sería puta barata o meretriz gratuita y no va conmigo la beneficencia. Hablo de comida: quiero ser cocinero. Transformar el arte que disfruto en casa de freír puerros cortados al milímetro o encajar un ajo tostado en un pedazo de lomo que riego con chardonnay a un negocio de provecho.

Practicaré hoy, día de visitas, con un tallarín picante que me he inventado y que decoraré con pollo. Un vasito de jerez algo frío me lleva de Poe a los macarrones y de un espíritu derrotista y desocupado a inventiva y creatividad. Suerte necesito. Tengo lo otro.
25/07/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 26/07/2016

Imagen: Pieter Aertsen, 1551

Tuesday, July 19, 2016

Retorno/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Me acaban de informar que han de deportar a un amigo boliviano que intentaba volver a los Estados Unidos a modo de ahorrar algún dinero para llevárselo de vuelta. Trabajarlo, entiéndanlo, porque acá nunca nos han dado limosna. Lo cobraron, y bien caro, con nuestra fuerza, juventud, inventiva, todo lo que se puede exprimir de un individuo. Nada fue gratis y sí, uno debe y aprende siempre a y del lugar donde esté. Pero eso no nos da pertenencia. No hablo, ni por asomo, de nacionalismo o algo similar, pero en circunstancias como las actuales se recuerda y piensa qué somos en realidad.

En la maleta él traía cosillas, aromas de casa, de tierra, efluvios de molles que ya no están. Se quedaría conmigo, haciendo de este sitio su centro de operaciones para burlar el sistema, cómo si se pudiera burlarlo. Esta sociedad acepta lo que necesita soslayando las más de las veces la legalidad. El monstruo come, devora sin hacerle ascos a la comida ni a la sazón. Burlar el sistema… es hasta petulante decirlo, Te usarán hasta que no sirvas; ya ni para reciclar. Desechos humanos y unas pocas historias de triunfo, a mucha costa.

El televisor encendido detrás trae rebuznos republicanos. Momento de gloria para Donald Trump cuyo peluquín determina y explica la liviandad, rudeza y malicia de un discurso que obvia a los otros. De triunfar, se asentará sobre una estructura endeble que en su caída revolverá el polvo largamente escondido en el país. Los fantasmas de los derechos civiles resurgirán con violencia. Los ya 8 policías muertos dan el preámbulo de una nueva época donde las etnias tendrán que envolverse en sí mismas para presentar un círculo protector en apariencia sólido.

En 25 años no he contemplado jamás el abierto racismo que trajo el fantoche este. Cuando una nación olvida el aporte de sus ramas menores ha perdido su alma, que poca quedaba ya en un país de mínimo pretérito, sin raíces profundas como tiene el despreciado México o la Bolivia india, lo que hace a estos últimos susceptibles de sobrevivir a los peores embates de la historia.

Digresiones acerca de un hecho doloroso, la ida de alguien cercano que no pudo acercarse, que se quedó en los bordes armados. Le permitieron una llamada en donde me explicó lo que pasaba. Dos horas en el aeropuerto sin noticia me hicieron sospechar lo peor. Dijo que al menos le tocó un oficial amable, lo que es cosa rara tratándose de Miami en donde una cáfila de maleantes con insignia, latinos tantos de ellos, ejercen el despotismo ilimitado de quien es basura.

Algo se quiebra, las décadas parecen temblar como florcitas masacradas en invierno. Mientras uno crecía con los hijos todo albergaba un dejo esperanzador. Otra cosa ahora cuando la independencia alejó a estos vástagos y nos dejó con lo poco que queda de atrás, de bien atrás, cuando esto no cabía ni en el asomo juvenil de la aventura.

Los vecinos armenios de arriba están en silencio. Sus ropas cuelgan a secar en el balcón. Acaban de llegar del infierno asiático y se sentirán felices, salvos. A veces no hay opción. Pero para los que no fuimos obligados, los que nos alejamos de voluntad propia, el pasado continúa presente y la constante interrelación con los de allá mantiene viva la tea de Murillo.

Tal vez es tiempo de deportarse voluntariamente, hacer el camino de retorno a fuerza de cojones. Al menos, dijo la esposa del hombre que aguarda esposado el avión, aquí en nuestro lote están dando las chirimoyas.

18/07/16

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 19/07/2016

Tuesday, July 12, 2016

Dallas: ¿Asesinato o derecho a la defensa?/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cierta vez, lo leí hace décadas en Siete Días Ilustrados, revista que creo ya no existe, Jorge Luis Borges visitaba Texas, los Estados Unidos que tanto amaba, y comentaba acerca de la diferente percepción que de la policía tenían norteamericanos y sudamericanos. Mientras en el norte esta institución se miraba como protectora, al sur se la temía y despreciaba como a enemiga. Claro que hay que anotar que Borges hablaba de una Norteamérica ideal conociéndose entonces el drama de los derechos civiles y la situación de la gente negra.

La Policía norteamericana, así en mayúsculas porque se ha unificado en el país ante los hechos, presenta números engañosos de a cuantas  personas sus oficiales han matado en los últimos quince años; por supuesto hay una mayoría de blancos. Lo que no dice es el porcentaje que ellos representan dado que los “de color”, incluidos latinos, son muchos menos que los otros.

El golpe a la soberbia policial ha sido brutal. De pronto los corderos se han negado al sacrificio. Como cabía de esperarse, los medios victimizaron a los uniformados; la cobertura ha sido mayor que la dispuesta para los jóvenes negros asesinados, eso sin considerar quiénes eran ni qué hacían, porque en el caso de aquel que estaba en el auto con una mujer y una niña, sale a luz ahora que fue parado por la policía no menos de 52 veces en un largo período de tiempo. 52 puede ser un número que descubre aficiones criminales en un individuo, pero no es ese el tema de discusión que, además, tiene muy amplio espectro.

Una periodista de CNN tuvo la desfachatez de derramar lágrimas en su programa de la tarde. ¿Dónde está la objetividad? Estamos discutiendo un problema racial en primera instancia, y uno social en sus secuelas. Que no todo lo que la policía en USA hace es malo, seguro, pero tampoco se puede reducir a la historia de los “buenos” martirizados por los “malos”, Caín y Abel. Eso no cabe, ni siquiera en el drama de septiembre 11 y las torres gemelas. La historia tiene dos caras, o varias.

Esta vez no fue un ataque terrorista contra gente civil, desarmada, presumiblemente inocente. No. Este Micah Johnson, soldado negro condecorado en guerra, se enfrentó a la policía en términos de igualdad a medias: era uno contra todos. Y dio sus razones mientras dialogaban con él antes de hacerlo saltar con una bomba. Enemigo al que no se debía dejar con vida. Su declaración hubiese avivado el viejo drama nacional de discriminación y odio racial. Mejor dejarlo como un enfermo (así lo calificó Obama), un desquiciado que quiso alterar el orden del paraíso, un edén que míster Trump no desea y que aspira convertir en infierno para los menos, las minorías, y un imperio despótico para los más.

Duro decirlo, pero la policía recibió lo que merece. No se puede abusar sin límites a nadie; menos señalar a grupos específicos, ponerlos de blanco. Quizá la muerte de estos policías y del atacante sirva para reanimar un diálogo que pareció posible y que se aleja más y más. La desconfianza y el miedo crecen en los Estados Unidos, avivados por gente como Trump. Los déspotas pescan con holgura en el temor.

Y el asunto de las armas… la interminable discusión acerca de cómo es posible que haya más armas de fuego en manos de civiles que habitantes en un país. La base es el miedo, otra vez, fomentado, avivado, propagandizado desde que el norteamericano es pequeño en el jardín de infantes. Miedo a todo, al vecino, al otro, al futuro, a lo desconocido. Pánico a la muerte. El que no tiene temores no necesita andar armado, regla bien simple.

Los Estados Unidos son un país asustado. Receta ideal para la violencia.
11/07/16



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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 12/07/2016

Thursday, July 7, 2016

Memoria

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Aroma esquina Ayacucho. Un texto de Claudio Ferrufino-Coqueugniot me lleva a un recuerdo feliz. Nada que ver, tan solo el escenario...Ya no me acuerdo si uno de los amigos le dijo a la dueña: "Estimada señora, tendría usted la gentileza de abrirnos la puerta, facilitarnos la entrada y servirnos unas cervezas fresquitas, por favor..." o si fue "¡Abre la verja o te la tumbo a patadas!". De verdad que no lo recuerdo. Fue una noche larga y gloriosa de conversaciones, amistad, benevolencia a raudales, charango de paramilitar criminal, canciones, cuecas, baile incluso... El pijchu estaba fabuloso, pero luego el taxista no nos quería subir porque creía que éramos maleantes... Falta Chino, que sacó la foto, premonitorio... Escribe, carajo, escribe de donde has sido dichoso y de quienes te acompañaron en el viaje, de los otros lugares y túneles de sombra también, pero no des gato por liebre, fuiste más dichoso de lo que te conviene recordar. Escribe, es de lo poco que depende de ti y te puede hacer llevadero el naufragio.

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07/07/2016


Foto: Julio, Miguel, Claudio. Cochabamba

La Perla/MADRID-COCHABAMBA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Avenida Siles, la última de la ciudad. Al lado izquierdo la Coronilla, el campo de batalla, Belgrano que pregunta eternamente que dónde están las mujeres de Cochabamba. Todas muertas, general, enterradas en el campo del honor. Dicen que sus huesos, unos huesos, encontrados al pie de la colina se exhiben en la iglesia de san Antonio. Siempre que voy está cerrada. Aprovecho entonces para cambiar dólares en la esquina. Un individuo mea un chorro verdoso al costado de un gran basurero… verde. Las enceradas mandarinas brillan; opacas las chirimoyas. Un huayño cuartelario resuena por los pasillos de las artesanías. Busco tejidos, awayus, aksus, busco las rutas perdidas de Calamarca y Pacajes, sin éxito. Se las llevaron los gringos.

Avenida Siles, la última de la ciudad. Al otro lado de la Coronilla, el cementerio. Soñé alguna vez enterrarme en el árido brezal. Da el sol, y si se puede salir del nicho cuando no hay gente, sentarse a leer, mirar a los chiwalos con granos de molle en los picos, habrá valido la pena morir.

Avenida Siles; siguiéndola se llega al aeropuerto. ¿Qué más que el cementerio y el aeropuerto para marcar los límites de una ciudad? Eso era antes, la pericia andina del comercio ha avasallado los límites. Hong Kong del sur, Macao, sin puerto, ni agua, ni esperanza de cambio. Vaivén del dinero, péndulo.

Pollos a la brasa. El dueño coreano parece que tiene los ojos cerrados, que duerme, que no ve, pero no se le escapa nada a esa visión de submarino, de periscopio horizontal, paciente, ambicioso, implacable. Devedés, de todo lo imaginable. De los clásicos porno de la Cicciolina, magnate esposa de Jeff Koons ahora, fuera de la verga y de la imitación de orgasmo, a hilarantes aberraciones de Álex de la Iglesia. Brillantes chanchitos en barro cocido, con una ranura en el lomo. Los recuerdo cuando nos los regalaban, incitando al ahorro. Recuerdo de cuánto costaba matarlos, romperlos para juntar las monedas. Entonces hasta el barro tenía nombre y misterio. Hasta el barro tenía amor.

Obviemos el tráfago del presente. Vayamos cuarenta años hacia atrás. Cochabamba, segunda ciudad del país, villa somnolienta y caduca. Los viejos comentan, cuando por algún evento pasamos por la Siles rumbo a uno de sus marcantes hitos. La combi Volkswagen de color verde claro, la camioneta Chevrolet, roja, 1951, el Brasilia azul, que nos trasladaron por los años, cualquiera de ellos, de un lado a otro, ajenos o solidarios con lo que pasaba, alegraba, atormentaba. Comentaban los viejos que aquella era La Perla, el único -o connotado- lupanar de la ciudad. Mito. Una casa de por sí no llamativa, de dos pisos, donde jamás se veía a alguien. Con el mismo aspecto desértico del cerro enfrente, hediondo por las aguas servidas que corrían por la Serpiente Negra, en las cercanías, encima de un promontorio desde el cual bajaba la antigua ciudad, la del conquistador Jerónimo de Osorio, que eligió mal lugar para sentar vivienda.

Cochabamba se infló. La ponzoña del progreso subió por las colinas, se adentró en los espinosos matorrales; no hubo tierra que no se violentara. Así se destrozó la niñez, desde lo externo, presionando para que el mundo ilusorio se convirtiese en mercantil. Poco a poco nos fuimos haciendo hombres, o deshaciéndonos quién sabe.

En las esquinas de la plaza de la cárcel, debajo de balcones que fueran coloniales, la fritura de tripas colma el ambiente. Olor y sonido. Tripas con picante, tripas con chorrillana. Llanterías que abren la noche entera, veinticuatro horas. La casa de la Siles se ilumina. La totalidad de las luces se enciende, pero hay cortinas que si bien anuncian presencia no muestran cuerpos. Por espacio de unas horas llegarán autos, o borrachos insomnes querrán otra cerveza, la última, en un ambiente que apesta a sudor de culo mezclado con 4711, el perfume de moda.

A pesar de eso, atrae. Año tras año, imaginando que un día se develará el misterio.

Y ocurre, una vez, no otra, en un lugar y tiempo del que no puedo acordarme. Habría alcohol en las venas, y cargados veinte años de ganas. El jeep UAZ ruso de Chino, casi antediluviano, visita el vicio de la ciudad que finge dormir. Meticulosamente inspeccionamos las ratoneras de la ya urbe, congeniamos con putas cariocas de piel de negro neón. Bailamos -mal- salsa, ritmo demasiado rápido para nuestra cadencia andina. Everybody salsa.

La avenida Siles no tiene más esa aura metafísica de los límites. Ha sido engullida por el pequeño Leviatán. Pero incluso así sigue territorio vedado para nosotros. Territorio apache de guerras clandestinas, innobles e intrascendentes, aunque no hay guerra noble. Hasta que la cornamenta del UAZ se dirige hacia allí, a confrontar los miedos y los deseos de una infancia reprimida.

¿Lujo? Ninguno. Una vivienda común alquilada para casa de putas. Muchachas parias del oriente boliviano, de ojos achinados por la herencia indígena chistan para llamar la atención. Alguna panameña, pocas sudamericanas, chilenas de duro acento y largo aliento. Nos sentamos. La mesa de fórmica está pegajosa. Ni quien la limpie. Un par de mozos con paletós guindos no presta atención. Hasta que les regalamos diez pesos. Traen cerveza e informan de las putas. Cada cual elogia a la que será su amiga. Tendrán comisión por coito. A las mujeres, a cada entrada, la patrona, detrás del mostrador, les entrega una pulsera de plástico de colores, para contabilizar el sexo como ábacos brutales.

Arrechos pero pobres. Uno se anima, luego el otro. Los demás se ahogan en trago, crían legañas, bostezan. Con tanta luz no se sabe si afuera ya amaneció o permanece noche. El ruido de automóviles da cuenta que hay vuelos tempranos en el aeroparque. Cansinos motores de camión grande, Scanias o Volvos suecos, van y vienen del sur. Traen maíz y los aguateros llevan agua. Hacia Pucara grande y Pucara chica. Hacia La Maica, La Chimba, Itocta.

De burdo a triste se ha tornado el ambiente. Sin dinero la cerveza se recalienta pero se la conserva para continuar. Además no vamos a dejar a los amigos solos. Y nada que hacer si el chofer “hace pieza” en el momento. Estamos condenados a una espera mortecina, porque ya ni las putas se acercan oliendo miseria. Dormitan en sillones. Nosotros en incómodas sillas recubiertas de plástico imitación de mármol. El placer, que dicen habita aquí, se arrastra moribundo por el piso bañado de inmundicia. Las mujeres que se venden son bellas porque atentan contra lo establecido, creemos. Las peripecias y el drama de la prostitución nos son ajenos. Pero hasta las bellas han perdido compostura. Se agolpan en los rincones, se acurrucan, a una se le escapa una teta, del pezón cae una lágrima. Grosz, George Grosz.

Chino enciende el motor del jeep ruso. El alba recorta la Coronilla y la convierte en sombra. Parece el penacho del Cristo redentor. Cuenta que una de las “chiquillas”, término chileno usado para el gremio de las putas, siendo ella originaria de aquel sector, le pidió que la acompañase. A pesar de ser un hombre frío sintió el cosquilleo de la aplastante bragueta. Subieron las gradas, atravesaron una explanada que hacía de balcón, a un cuartucho de puertas abiertas. “El cuarto de la sirvienta”, pensó. Era el baño. Imaginó, hablamos todo en fracciones de segundo, que apuntaba a sexo gratis. “Agárrame la mano”, dijo ella. Él se la ajustó. Ella con la otra bajó el calzón con rapidez, se sentó, y se puso a defecar. La noche cochabambina afuera anunciaba, por su frescura, esplendorosa mañana. Ya se estarían cocinando las salteñas, dorándolas con clara de huevo.

01/07/14

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Publicado en MADRID-COCHABAMBA, cartografía del desastre (Editorial 3600, La Paz, Bolivia, 2015; Lupercalia Ediciones, Madrid, España, 2016)

Imagen: George Grosz

Tuesday, July 5, 2016

El último 4 de julio sin Trump/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Parece una sentencia de muerte. Lo es. Temporal.

El problema está en que la retórica de Donald Trump ha despertado un falso orgullo incluso entre los leídos a medias. Puedo entender el concepto de pertenencia y la angustia que sin duda se acumula al ver al Otro posesionándose del terreno de al lado. Todavía no se ha animado con tu propiedad particular, pero no faltará mucho. Si observamos el fenómeno de Evo Morales encontraremos que esa angustia de siglos ha sido canalizada por una gente principalmente en favor propio, pero dejando un resquicio por el que tal vez la masa alienada pueda avizorar el orgullo. De ahí su éxito.

Las fechas son números de calendario. El resto es imaginario. Sucede que ese imaginario, o sea incluso lo subjetivo, ha sido invadido por los otros. Gran festejo para los mexicanos de Denver que ni se preocupan del pasado histórico y por qué se conmemora hoy. Para ellos, inmigrantes que han venido a quedarse aunque pendulen a ratos entre un borde y el otro, este 4 de julio representa su participación en la americanidad, incluso dentro de la ilegalidad. Constancia de un sueño convertido en real.

Escucho una conversación entre un boliviano, beniano, y un peruano, hace muy poco. Decía el de abajo que esto no era vida pero que valía como preámbulo –enriquecedor en metálico- de un futuro mejor en el retorno. Respondía el peruano, desde la seguridad de una casa nueva de dos pisos que no hubiese soñado en su terruño, que acá también se podía hallar felicidad. Como que la alegría vence a la nostalgia. Ahora aparece Trump negándole a este último sus logros de dos décadas, el inglés de sus hijos, su afición y destreza de y con la tecnología, el dinero en efectivo, los padres contentos y pudientes en el país de origen gracias a las remesas. Trump no se da cuenta que hay un escollo insalvable para su discurso xenófobo. Esta gente ha echado raíces y no va a permitir ser concentrada en campos de “ajenos” porque ajenos ya no son. El documento migratorio es, a la manera de Serrat, un papel. La realidad es fuerte y es fiel e imposible de ser removida.

No es que vaya a haber una batalla campal o un genocidio parecido al armenio. No, aun si se lo quisiera. Pero Trump, sus asesores y seguidores, están bajo el embeleso de una mentira, de lo falso de esperar el blanqueado espontáneo e instantáneo de “América”. Ante el primer embate masivo racista en contra de la población latina la reacción económica será brutal. Quizá haya un repliegue mexicano sobre todo que romperá el espinazo de las industrias. Si alguien, hoy, trabaja en los Estados Unidos, es el inmigrante latino. Obviarlo es un suicidio. Ningún peluquín afectará un proceso histórico irreversible que tiene que ser aceptado con sus errores y aciertos.

Hablar es fácil; gesticular; ponerse melifluo, arrogante, violento. Lo triste es que estas actitudes del candidato republicano se extienden entre una población estúpida y adicta cuyo único escape para no aceptar su fracaso, la estrepitosa derrota contra el sur, radica en la verborrea insulsa. Llega el tiempo de nuevas luchas por los derechos civiles. A diferencia de la población negra de los años sesenta, la latina es poderosa en su capacidad de gasto. No solo dentro de los EUA en el campo local, también México representa el socio indispensable hasta de la “nueva” américa trumpista. Eso no se avasalla con facilidad.

Nos han de sentar en la silla eléctrica, no hay duda. Jugada simbólica que carece de vitalidad y de soporte. Trump es un pelele de aquellos que la historia caga cuando está estreñida. Poco aguanta su dureza y el peluquín no hará escuela.

Cabe afirmarse en el territorio, en la casa, el trabajo, el barrio, la ciudad. El enemigo está armado hasta los dientes pero le falta ilustración.
04/07/16


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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 06/07/2016

Foto: Calvo Donald Trump