Sunday, February 26, 2017

Madrid, Cochabamba, las dos ciudades de José Ramón da Cruz

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Que Pablo Cerezal y Claudio Ferrufino-Coqueugniot escribieran el libro es un detalle. El artista (José Ramón da Cruz) tiene el don, y el derecho, de apropiarse de la memoria colectiva y moldearla según su gusto, la circunstancia, el lugar y la bebida. Porque interpretar y crear desde, o a partir, de otras mentes, es como saborear un dulce trago de ron añejo en un vaso largamente utilizado.

José Ramón decidió llevar a la pantalla en forma de documental aquel libro (publicado en Bolivia, 3600, 2015, y en España, Lupercalia, 2016). Hablan los autores e imagina el cineasta los espectros. Entre un lugar y el otro, con dos, tres mares en medio, a las imágenes claras les sucede la borrasca, como que la realidad transita hacia el campo de lo irreal y la brújula pierde el norte magnético. Así las páginas se convierten en figuras, y otro arte, el cine, a través de su propio verbo recuenta una historia que ha dejado de ser privada para hacerse colectiva.

La muñeca Lewandoski (Raquel Arias Fermín) -curioso y extraño carácter que utiliza el director para recorrer la prosa-, personaje que me recuerda las muñecas colgadas en la niebla de la ciénaga en una isla mexicana, acelera el paso por callejas difusas que pueden pertenecer a las deleznables villas descritas o a nada. Pareciera, en principio, una marioneta de Jano bifronte, lo que estaría acorde con un libro escrito a dos manos (no a cuatro porque somos solo diestros), y sin embargo al rotar a tal velocidad muestra un rostro multiforme, atento a todo lado y desencajado porque hablamos de desencantos, un poco de tragedia y mucho de desastre. Una muñeca Barbie no congeniaría con el esperma de estas líneas, ni con la sangre y menos el llanto.

Pablo Cerezal dice, creo, que la ciudad es el latido de los perdedores. Son ellos, las barriadas escoriadas y no los parques floridos, los que atenazan en la sombra lo que podríamos llamar de algún modo el corazón de las calles. ¿La Lewandoski es un títere o un fantasma? Goya que pinta las tristezas de la guerra o, nosotros, la melancolía armada desde una mesa de bar y una lápida de sepulcro. Gira y gira el personaje quizá queriendo en este ateísmo recalcitrante susurrar un rezo.


En 2012, el escritor español Pablo Cerezal inicia un exilio voluntario en Cochabamba, Bolivia. Allí descubre la literatura de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, autor boliviano exiliado, también voluntariamente, en los Estados Unidos de América. Las redes sociales favorecen la amistad entre ambos y, juntos, inician una aventura literaria sin parangón hasta la fecha.

En “Madrid-Cochabamba”, el cineasta José Ramón Da Cruz adapta libremente la obra literaria homónima fruto de dicha amistad, indagando no sólo en la dura experiencia de sus autores, sino también en la relación entre hombre y ciudad desde la “existencia bruta” de elementos tan cotidianos como la música, el sexo, el desarraigo, el alcohol o la muerte. Ciudades tan distantes y distintas fecundan un desasosiego que, oculto tras los desastres de la vida urbana, se convierte en símbolo de identidad universal. La urbe como monstruo primordial… o como lejano resplandor”.

Un rezo un beso, jugando con palabras de sentidos tan distintos. Besar trae la afición del pecado; lamer, la de la muerte; cantar, la de lo eterno. Da Cruz alterna entre la límpida voz del joven Cerezal y la gangosa del viejo Ferrufino, canciones, la profunda garganta de Leonard Cohen despidiéndose, como si supiera que el chamuco lo rondaba mientras él quería seducirlo. Neil Young mueve las piernas y golpea el suelo; la guitarra sigue las líneas de Corazón de oro. Creeríamos estar en el campo de Ontario norte, cubierto de florecillas salvajes, y sin embargo vamos con el barquero hacia el infierno de nuestra propia mitología.

Lou Reed aparece. Un fulgor. Casi imperceptible su imagen se asemeja a la de la muñeca. Yuxtaposiciones. Las ciudades crecen ladrillo sobre ladrillo, barro sobre barro cuando la pobreza no alcanza a quemar la arcilla y es el sol el horno implacable y barato. José Ramón da Cruz transita Madrid, desnuda edificios en un ambiente que semeja viscoso a ratos. Y se lanza de lleno en el misterioso mestizaje de Cochabamba donde gente lampiña -y joven- se mueve, sea en un baile indio, en una romanticona entrega o con niños maromeros. Los pueblos viejos tienen ciudades; los otros, nosotros, gente.

José Ramón da Cruz, con un grupo extraordinario a su lado, con Ariel Soto-Paz (RODANTE FILMS) en Bolivia, ha refundado un libro rico en imágenes, con brea caliente para pavimentar las calles o convertir al mundo en espantapájaro emplumado. Los treinta minutos de su documental Madrid-Cochabamba (las variaciones Lewandoski) (MÍNIMO PRODUCCIONES) tienen el peso de obra de arte en sí misma. Los autores son un pretexto; los lugares, patrimonio común. Denme un pretexto e inventaré una historia, parece decir, una que en su caso, con la muñeca que interpreta Raquel Arias Fermín, esconde una pesadilla.

Hay vistas aéreas de las dos ciudades. Madrid con edificios de cuadras disformes como mondadientes sin centro fijo. Cochabamba, con el pico Tunari al fondo, valle con cerros poblados color de caca. Allí se vive, se ama y sufre. También se escribe y, con suerte, ahora digo, se filma. Entre nosotros se extiende un mar y somos tan distintos como el limón y la canela. Pero cuando el agua se seca estamos todos en el terrón inmenso desnudos y tan iguales el uno con el otro.
2017


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Publicado en TENDENCIAS (La Razón/La Paz), 26/02/2017

Imágenes: Muñeca Lewandoski

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