Sunday, December 30, 2018

ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Canta, para colmo, Violeta Parra en Pandora. Como si no bastase que fuera domingo, día muerto. Maldigo del alto cielo. Reminiscencias de Vallejo, el yermo, la tierra latinoamericana, el polvo, la soledad de los cuartos, la risa del otro que te ha olvidado. Silvio Rodríguez ahora, ojalá, ojalá, ojalá. Que no me caiga la muerte ahora que dejo de lado las muletas, que salgo del pabellón número 6 ¿era Chejov? Y el cine ruso… también.

Quema el café en las manos. Felices los penitentes, Dónde la quinsa charaña, el chicote que rompa esta tozuda espalda, la sobredosis de fortaleza física. No me mató el sida consumido en las calles de DC, en los callejones del mal. No me mataron fierros ni laques de policía en parietales y occipitales. Solo me mata el amor, esa bala de plata para vampiros. Me mata, me asesina, me olvida, detesta, humilla, desprecia. Parezco una botella vacía de bourbon en un callejón antiguo, que silba casi inaudible con el viento y que patean unos y otros hasta esconderme entre la grama extendida y descuidada.

Parece Job lamentándose. Pero ya me levanto, abandono el puto ordenador y salgo a admirar el universo, el brillo del hielo y las tetas incansables.
2018
  

Wednesday, December 26, 2018

Born to Be Wild


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A Gabriel Acebedo

Estaba, a los 18, en la matanza. Preparada la pistola de la que salía un tubo, disparábamos a las vacas en la frente. Morían al instante. Les poníamos cadenas en las patas, las colgábamos, degollábamos y desollábamos. Superadas las 200 piezas, los patrones daban dos barriles de cerveza para festejar. Yo me encargaba de los pulmones y los estómagos. Se amontonaban las cabezas cortadas mientras pisteábamos. Miraban esos grandes ojos tristes. No dejaban de mirar.

San Marcos, Texas. En la radio, Steppenwolf, Born to Be Wild, que fue el himno de aquella generación de hispanos angloparlantes en los pueblos de frontera y esperanza. Canción que me recuerda a Fernando Vargas, manejando él, los dos borrachos, por la avenida Constitución de la capital norteamericana. Parábamos en bares con música en vivo: blues y country, y alcoholizábamos el conocimiento sabiéndonos parte de la odisea de la emigración.

Denver, ayer, las vísperas de la Nochebuena, Gabriel y yo, hombres solos, chingones y chingados, cargando el fracaso de las relaciones humanas, las pesadas sombras de mujeres que amamos. En un shop de segunda mano el disco de Steppenwolf, y a manejar. El Subaru Outback corre como caballo bronco. Gabriel se pone a cantar en alta voz, invoca los vientos muertos de San Marcos, los fantasmas del amor que son más oscuros y pesados que los del Necronomicón.

Simbiosis de dos mundos ajenos en su mayoría y hermanados por el vértice de la raza. Fraternos en la experiencia de un tiempo y una música que sugirieron posibilidades de épocas nuevas que fueron avasalladas por el capital. Nacidos para ser salvajes, claro, seguro, posible que sí. Pero el salvajismo, el cuchillo entre los dientes se herrumbran, los toma el orín. Las puntas se mochan, los filos se hacen romos. Nadie a quien degollar. Aunque las vacas, en un entorno de mayor sofisticación permanecen con los ojazos abiertos y tristones. Algunos irán a aumentar el variado y surreal mundo de los tacos; serán ofrecidos como tacos de ojo, pupilas que se derraman como huevos crudos por sobre la tortilla. Mientras por otras mejillas corren chapulines rojos tratando de escapar de otra grande matazón en menor escala. Si uno se alimenta de ojos tristes lo ataca la melancolía, y ese es problema tan antiguo como medieval. Yo, sin tacos de ojo, nacido para matar, arrastro mis tristezas por una Navidad que semeja domingo.

¿Dónde estamos y a dónde vamos? Pregunta superflua mientras devoramos hashbrowns con tabasco. Hay un límite para la conversación, uno más corto y estrecho para superar la congoja, si no lo haces entonces, ya no hay cura, viene a ser única la del final, el pabellón de desahuciados, el pabellón de cáncer del alma.

La matanza es lugar solitario. Hay gritos sangre, carreras, humeantes vísceras. De esa portentosa y terrible soledad se alimenta la gente; come y mientras come traga pupilas gigantes, negras, que miran como espejos dramáticos, que muestran el canibalismo entre nosotros mismos, que hacen del dolor alimento y del placer, muerte.

Nombres de mujeres. Los últimos; de su lado y el mío son Laureen y Ligia. Pero hay más que eso, que esa invocación casi sagrada hacia el amor. Existe el miedo, el que este gregarismo obligatorio del restaurante dé lugar al mundo de Mad Max, ese donde con suerte tengamos una motocicleta desvencijada para buscar el refugio del agua, para saciar el hambre aunque para ello dejemos pilas de cadáveres. Hay más que una invocación al amor en esos nombres de mujeres. Pesa el recuerdo del paraíso perdido, de todos los diarios paraísos perdidos por la estupidez humana. Por eso callo, no digo, no invoco, no imploro. Escribo cartas secretas que viven en la nube que abarca todo hoy. Letras de aire pero letras vivas, flotantes, que con la brisa, tarde o temprano, llegarán a sus oídos y la harán sonreír.
26/12/18

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Imagen: Andy Warhol

Tuesday, December 25, 2018

Las dos Bolivias/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Escucho la entrevista al músico boliviano Marcos Tabera en el programa “Camilo”, de la CNN en español. Eso le abre a Marcos, artista de sacrificio y talento incomparables, una ventana multitudinaria, que es lo que falta, y siempre faltó, en un país en todo mediterráneo, no solo en su ausencia de mar.

Marcos peleó la gran urbe, la capital del mundo: Nueva York. Pero no olvidó el charango ni la guitarra, y sus manos entumecidas de frío y trabajo bruto, siguieron creando. Su música se amplió en aquel rico universo, y sus raíces se afianzaron. La nuestra es tierra gredosa que al mojarse se hace dura y construye un cascarón duro como concreto donde nos preservamos. Es nuestra herencia, a mucha honra, india, la de los esclavizados, de las mujeres violadas. Y España también.

Definir la música de este hombre necesita la pluma de un Pablo Mendieta Paz, alguien que sepa de lo que habla. Dejo a los maestros la tarea. Solo puedo hablar del placer que me da escucharla, de encontrar subyacentes, superpuestas, las experiencias de varios pero sobre todo de dos mundos que conocemos ambos tan bien. El trasfondo no cambia, permanece la sólida aunque controvertida luz y sombra del territorio, que es en nómina la república de Bolivia y en esencia lo ancestral, la sangre y el agua, la sal de la tierra.

Así como Marcos, hay una pléyade de compatriotas que aumenta las nóminas de empleados de servicio en muchos países, gente que deja lo mejor de sí, su fuerza, creatividad, empeño en levantar los muros extraños, todo porque no pueden hacerlo en casa, en el país vilipendiado, estuprado por milicos y políticos, y que se deshace de aquellos que lo harían crecer, porque el que no se queda, el que se va, busca, intenta mejorar, es justo el que podría poner tal énfasis en fundar alrededor, cerca, en su casa, con sus hijos.

Bolivia exporta esa valentía de no temerle al destino incierto. Los deja ir; es más, los aprovecha, cuando especula y lucra con el dinero que producen afuera.

Hablando de los trabajadores. Hay otros, como Marcos, que han estado en péndulo entre esas dos distancias y han terminado afirmándose en el lado creativo. Como este músico nuyorquino andino hay escritores, actrices, bailantes, cantantes, cientistas, científicos, profesionales, cuyo aporte beneficia a las naciones que los acogieron, soportaron, contrataron, adoptaron, como sea y quieran verlo.

Está Guillermo Ruiz Plaza, flamante Premio Nacional de Novela en Francia. Y tantos otros. Ibelisse Guardia Ferragutti ha hecho una notable carrera artística en Holanda, desconocida en el medio. Eso es lo peor, que la “patria” no solo los echa afuera, luego los olvida. La pérdida es de esa madre desnaturalizada, porque sus hijos se levantan solos, y aunque retornen han dejado lo mejor de sí allá. Pienso en mis novelas, yendo a lo personal. Casi el cien por ciento de mi obra novelística ha sido escrita afuera, privada ella de la lujuria del entorno. Que hubiera preferido escribirla contemplando los eucaliptos de Arani, seguro. Pero tuvieron que redactarse en sangre, en cajas pesadas sobre la espalda del estibador que escribe pero que piensa más en su dolor físico que en las posibilidades de la prosa.

Dos Bolivias. Una, la de los gobernantes, ladrona y vanidosa, y otra la de los emigrados que lo único que hacen es trabajar, producir, y que a pesar del desdén materno alimentan el vientre original, lo ayudan, mantienen, soportan.

He dejado de lado a los connacionales adentro que también se sacrifican, que por equis razones no han salido y que forman parte de esa, otra vez, “patria”, trabajadora. Están unos y están otros. Lo que hace falta es deshacerse cuanto antes de los ladrones, poner a los generales a fabricar ladrillos y a Linera y Evito cargarles una perpetua de trabajos forzados para que sepan el sabor del sacrificio.
24/12/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 25/12/2018

Sunday, December 23, 2018

La muerte como la única forma de preservar tu memoria

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

El suicidio como una de las bellas artes. Leonard Cohen canta. Son voces de muertos, coros fallecidos, tiempo estático, pereza de los relojes, el destino, la estigia, el barquero, Lee van Cleef, Laura Antonelli, Viktoriia, Natalia Aleksandrova, las dos Ekaterinas, la de Kharkiv y la de Vladivostok, enojada la una, matrimoniada con  la vida la otra, siempre con la mirada en la estación de Odessa, siempre con la imagen del viejo hombre del sur, de bigote blanco y voz profunda.

La vida es dinámica, trae más de lo que podemos aguantar. Cada día hace estragos con su confabulación numérica. El capital corre apurado, vuela, es Hermes del Olimpo en Wall Street. Pasan corriendo vagonetas azules de Amazon; el mundo va moldeándose de acuerdo al billete. Se venden libros de bibliotecas de autores olvidados, se envuelven rosas con sus páginas. Roja es la sangre y la rosa roja, sangre es la rosa y la espina.

Un primo destroza desde San Diego las líneas de Pasternak. Poeta triste no puedes con la realidad. Recorta el primo de las nubes una opinión como verso que dice que otra mujer te puede dar todo de nuevo: el amor, las tetas y el culo. El culo amor, diremos, característica moderna del martirio del Edén, de la traición de Eva y la impericia de Adán. A este le pusieron huevos para decirle libremente: pelotudo. Eva no, cojuda no es ni las tiene. Ella teje los desdenes y los fines, no es la pobre Penélope que espera al héroe; es Penélope dueña de momentos y vida. Ulises es su instrumento, casi como las agujas de tejer.

Y hubo Troya y el desangre, la matanza, mientras Helena, dulce y blonda Helena, contempla desde las murallas y le da lo mismo si hoy duerme aquí o al otro lado. Los héroes corren descalzos, alocados, estúpidos. Teucro tira flechas y el Telamonio destroza vísceras. Adentro de Ilión, Eneas. Y Príamo que ya perdida su hombría parece sabio.

Leonard Cohen, Leonard Cohen. Mirella, Ronald, Fernando, Julio. Los tiempos se interponen, los momentos se transforman. Tómbola de mujeres desnudas. Julito, otro, nica, que sin querer muestra las uñas de los pies pintadas. Roja la sangre, la rosa y las uñas de Julito. La mente como banco financiero acumula los grandes instantes y las minucias. Wayne, el negro joven que el crack derrumbará en menos de dos meses, hace un agujero en la manzana verde, lo empapela de estaño, abre otro en la parte superior para dar con una pipa redondeada y fresca. Estaño para el hoyo dos, también. Los coreanos venden mollejas de pollo preparadas con asombroso gusto. Se pudren lechugas y frutillas. Los gusanos reptan de las cajas de tomates. Roja la sangre, la oreja colgando, los ojos y los recuerdos de las cuchilleras de El Salvador.

La manzana es una pipa de 1989, de 1990, 1991 cuando nace mi hija mayor. En el orificio caen piedras de crack. Se evaporan en humo, los pulmones se llenan se ofusca el cerebro no te veo que nublada tengo la vista te has ido ya no vuelves son treinta años veintidós contigo el crack se desmenuza le añadimos haschish conversamos en inglés negro con resabios de Liberia y mucho culo mucha verga y mucho fuck. Fuck me to the end of love, en una bifurcación de las letras de Cohen que tampoco ya está.

Cómo te conservo si en catarata se viene un mundo nuevo. Los pezones de Victoria son oscuros, de pequeña sombra y gruesa punta; los de Natalia marrones con rosado. No hay tiempo para frenar la andanada, esto es una guerra, le metralleta verbal de Céline. Caen todos muertos y yo sobrevivo, salto sobre las ruinas, me refugio en Madrid entre Miguel y Dominique, los dióscuros de mi entretenimiento en mi nave que también se llama Argos y busca el vellón de oro en los ríos de Georgia.

Si continúo así del pasado quedará poco. O nada. La rosa es roja, la uña, la sangre. Y si yo no te recuerdo, mueres. Dijo el poeta Andrés Ady que él la inventaba, que ella vivía del movimiento de su pluma. Ni tanto. Pero sé que vas a perecer si dejo que caminen por los pasillos las ucranianas desnudas. Entonces qué hago porque no deseo olvidarte. Abro al azar la Biblia y apunta el dedo. Traduzco del viejo hebreo algo que diría más o menos lo siguiente: que si la quieres eterna, debes terminarlo hoy. Terminar el movimiento, la luz, el sonido, las distracciones mundanas. Miro hacia la penumbra de la calle Peoria y me estremezco. El barquero está allá, al lado del pavimento, con su remo en descanso. Mira, no dice nada, pero en el brillo de sus ojos entiendo que es sin palabras el asunto. Que si uno ha de vivir el otro no. La roja es sangre, la rosa, uña. Y la muerte es tu hermana hacendosa que toma mi mano y la arrea hacia el fin del olvido y la eternidad de tu recuerdo.
23/12/18

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Imagen: Hans Bellmer

Tuesday, December 18, 2018

La soledad del dictador/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

O piensa este que porque le amarran los zapatos, lo aman. Esos, los vanidosos, son los que mejor cuelgan como monigotes de las plazas. Pero esta enfermedad de poder, el vicio que apabulla a los mandamases de Bolivia, no tiene cura. Siempre queda la fuga, y siempre hay espacio en el mundo para que los orates malformados y esquizofrénicos que pasaron por el poder puedan disfrutar del latrocinio. Pero a veces la suerte es otra. La suerte que es grela, a decir de Discépolo. Pero, ni eso creo, porque para disfrutar no se necesita lo suntuario sino aquello que no pesa en oro y se llama imaginación. Eso no solo les falta, no lo tienen y son incapaces de lograrlo. Linera se desvive por parecer imaginativo, brillante, y es un patán de feria, uno de los tristes saltimbanquis que retrató Picasso; pobre, lleno de trauma y complejo. Suple las ausencias con un sentido netamente plebeyo del arribismo. Desea ser vampiro, lo necesita, mas mientras carezca de lo esencial, que son cabeza y corazón, permanecerá en el comercio. Qué otra le queda que un puesto en el mercado.

Si hay Evo para largo, la historia dirá. Los términos de esta en Bolivia no son ortodoxos porque ese pueblo no lo es. Inviable, según Bolívar; cuestionable; irascible; sumiso y cabrón. Pueblo difícil que no garantiza ni estadía ni vida a nadie. Que hasta el Tata Belzu, supuestamente ídolo popular, terminó mal, y no hubo llanto que lo llorase ni plebe que lo extrañara. No veo por qué Morales diferiría de Belzu. Que es más rico que él, seguro; y más ambicioso, a no dudar. Pero el río seco que corre por las yermas calles del occidente boliviano es el mismo, poco ha cambiado. Y la muerte pues no necesita cambiarse de vestido. Para tremenda labor a nadie le interesa su apariencia; eluden su presencia y poco importa si anda desmañada o en cueros. Se teme a su guadaña, cuyo filo es a prueba de dictadores y semidioses. Siega parejo. Ya lo propuso José Guadalupe Posada, que debajo de la carne, por importante que sea, hay una calavera poco singular: se parece a todas. Y antes que él Hans Holbein, y antes hasta el hombre primitivo, el que según Rudyard Kipling no se ha marchado y pervive, supo que en la muerte se desvanecen las diferencias. Nadie podría decir que el cráneo de Melgarejo expuesto sea el suyo, porque todo lo externo se ha perdido, lo que nos individualiza y marca. Después ya es costal de papas, cuenta en el ábaco y listo. O la cabeza de Evo Morales discrepa de esta colectivización prosaica de la muerte. Claro que no, puede terminar siendo una “ñatita” más, con velas en la cabezota que hasta la urdiembre habrá perdido.

Cuanto más gregarios se sienten, cuando el escozor les salta del escroto a la garganta, Evo Morales y el ñusto Álvaro García Linera, están más solos. La billetiza que acumula el vicepresidente de poco le ha de servir, que sus billetes no alcanzaron ni para redactar (no crear) un patético versillo de amor. Qué falta hace Quevedo en esta tierra para burla de la arrogancia y la estupidez. Palacetes, whiskeys azules, poleras del neofascismo, nada ni nadie les ha de servir. Ni imitar a la Falange y creerse José Antonio, que a aquel le dieron por el culo como merecía y se lo darán a este también.

Texto grosero, señor escritor, dirán, o el pelagatos de Molina intentará ser sentencioso mientras eructa por el ano. Poco importa. Aquí el tiempo ha alcanzado límites donde el decoro se ha perdido. Y si es todo vale, que valga así. Ya lo dije una vez, recordando al maestro José Alfredo Jiménez, que la vida en Guanajuato no vale nada, y menos en La Paz.
16/12/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 18/12/2018


Imagen: Charlie Chaplin en El gran dictador

Sunday, December 16, 2018

Mozart... contigo


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Cada vez que escucho corales de Mozart, me acuerdo de ti. Elevabas los brazos como si cantaras; te abrazabas a ti misma; cerrabas los ojos; los abrías y estaba yo. Y en Mozart nos enfrascábamos en una guerra de cuerpos que siempre perdías. Tarde lo supe.

Me llegan cartas de amor. Amores virtuales como una masturbación placentera y no diré mediocre. Yaroslava describe una escena y aclara que solo la presentaría conmigo. Jóvenes, sonrío y me digo, jugando con los estragos de una generación que lo probó todo. Hasta cierta ingenuidad encuentro en la alocada lujuria. Pero me place, me gusta, incluso toca nervios que florecen la vida y levantan obeliscos.

En la plaza de los obeliscos solitarios, en la Concorde o en las páginas de Erich Maria Remarque. Cuando se ha leído mucho, solo para comprender nuestra tremenda ignorancia (Sócrates), miro atrás, a lo que hice mal o no hice. Lo bueno se gratificó, con mucho y bastante, pero la derrota está en lo que se trató sin cautela, en el capricho malsano de creerse único. Ahora, cuando los coros interpretan los garabatos del genio, permanezco solo. Han caído las 10:15 en la oscuridad de Aurora y hombres y mujeres en coro atraen el llanto como jalea al niño. En Ucrania comía con cucharilla mermeladas de extrañas bayas, oscuras y carmesíes de los bosques escondidos. Y desde mi ventana contemplaba pasar al público.

Eleanor Rigby. Oh, the lonely people…

Eleanor Rigby.

Cuando escucho Mozart te recuerdo. Música de último domingo. Cuando en domingo murió Dios y comenzó la Inquisición.

Eleanor Rigby. Oh, the lonely, lonely people. Ground control to major Tom.

Take your protein pills and put your helmet on. Pienso en los galos de Asterix, siempre creyendo que se les habría de caer el cielo encima. Será por eso que David Bowie aconseja usar casco. O el casco oculta la nostalgia, no la deja fluir cuando los coros cantan Mozart y hay mucha vida en ellos, demasiada, pero están llenos de muerte.

El domingo hoy transcurrió calmo. Es el Mezozoico y llega el Paleolítico. El otro, el domingo en que falleció Dios y comenzó el castigo, la brisa cayó marchita y quedó una estática, vecinos caminando como espectros, tintineo de vasos encajonados sin licor.

Saludes y salucitos en festejo insulso. Cuando ya no hay con quien brindar sobra el alcohol y se remacha como cilicio de fraile el período inrebelde, el mitológico, el de la desesperación forzada que va rescatando una filosofía de vida que se parece a la del común. Tal vez la gran equivocación es no marchar con la recua. Pero se regresa cabeza gacha, molido el cuerpo de posibilidades. La mácula del fracaso. La vergüenza del olvido.

Los coros de Mozart ejecutan Eleanor Rigby. Y la figura enmascarada que pide el Réquiem en la versión fílmica de Milos Forman, no se sabe si forma parte de los malos azules o de la banda del Sgt. Pepper en Yellow Submarine. Banda de corazones destrozados. Allí toco el trombón.

Si me acuerdo alguna vez de ti, es cuando escucho corales de Mozart, Eleanor Rigby, Eleonora, Eleanora que tenías otro nombre impronunciable.

Canta, mueve los brazos, que siempre me acuerdo de ti. All the lonely people
Where do they all come from?
All the lonely people
Where do they all belong?
16/12/18

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Imagen: The Nowhere Man

Tuesday, December 11, 2018

Contre nous de la tyrannie/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Ya, hecho está (aunque lo estaba en el 2006), Evo Morales se ha entronizado como el príncipe de la noche. No Nosferatu, el fantasma de ella, porque el vampiro de Murnau y Herzog es terriblemente romántico, y Morales es la imagen del sangriento y vil comercio.

¿Qué está hecho? Lo previsto, aguardado, esperado, sabido, supuesto, predicho, anunciado, que el trompetero es rey. Pareciera tragedia griega, o la burla de Moliere, y no, se trata de una historia local con tintes de guerra racial, jugarretas mediáticas, el pueblo sui géneris, la punta de un iceberg que flotaba por quinientos años, por mil. Si algo ha cambiado, sí, algo, y sí mucho, en la ampliación del entendimiento de lo que es un ciudadano fuera de su origen. Si hay un desfase brutal en la historia de Bolivia está en no aceptarnos como somos, qué somos, lampiños, mestizos, feos, chatos, deleznables. Sobre todo en occidente. Mientras en oriente, y en parte por la inmigración masiva chola, el carente de fundamento aire de superioridad camba ha ido mermando. Temas que se pueden diseccionar y hallar cuán positivos han sido en el contexto global. Si los debemos a Evo, en parte, en su característica de catalizador histórico, inconsciente; no al reyezuelo desnudo con el sexo erecto como estandarte de su eternidad. Pues no lo hay, eternos no son ni los obeliscos egipcios.

Cuando era joven, los seis de agosto, en el desfile escolar, el Colegio Nacional Sucre, representando la ominosa y potente oblación de los tostados, gente de color, indicaba a su banda de guerra tocar la Marsellesa y no el himno nacional. Su director, que fue profesor de química mío, el señor Arébalo, afrentaba con ello a los milicos apelmazados en la tribuna con sus damas de vulva sudada. Si Arébalo era comunista, ni me acuerdo, pero el sonido de la guerra francesa tenía mucho de épico y un poco de estoico en esa villa cochabambina donde los oficialillos meneaban sus caderas musculosas de tanto escapar de las batallas. Estos eran maratonistas de la historia. Corrieron en todos los frentes, en el Pacífico y el Chaco. Un alemán, mariscal luego, venció a nombre de Bolivia en una escaramuza del norte argentino con 18 muertos. Estos se quedaron veinte años, nos quitaron la adolescencia, nos hicieron conspiradores apenas dejamos de ser niños. Entonces venía bien el himno aquel: Marchemos hijos de la patria… con el significado de que caminaríamos por encima de los cabrones huesos del ejército… algún día.

Morales, desde un punto semi-ideológico enemigo del ejército per se, terminó seduciendo al generalato con su pistola de pequeño calibre. Bastó que la agitara para que a los milicos se les cayesen las bragas. Con ello se aseguró la defensa para cuando quieran sacarlo. Y la plata de la droga es demasiado grande, demasiado intensa, para que estos maricas de uniforme decidan cambiar de patrón. Por eso prefieren disfrazarse, bailar en comparsa, trasvestirse mientras el amo se burla. Morales desea quedarse para siempre y se hizo con la defensa de las armas y con la trampa de las leyes. Nada ni nadie lo va a mover de aquí.

Ahora se debe acabar la verborrea democrática. No se puede hablar de lo inexistente. Porque en esta farsa incluso si gana Carlos Mesa la suerte está echada. A esta Roma nuestra le falta un Bruto, la daga afilada. Cuando miraba en la ciudad aquella, eterna le dicen, el lugar preciso en que el tirano sucumbió al poder ciudadano, deduje que en la vida no hay nada más fácil que hacer una nueva o terminarla. Ambas eyaculaciones, sean de esperma o de sangre, están, por más seguridad y cilicio disponibles, al alcance de la mano. Porque, seamos claros, a Evo y a Eva no los sacan de palacio por las buenas. Pues, a entrar en el momento en que ocupan el lecho nupcial para sacarlos culipelados a chicote. No queda otra, y si les toca la de algunos de pasearlos en burro, o el cadalso que no se descarta, sea. Él lo eligió, que lo sufra.
10/12/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 11/12/2018 

Monday, November 26, 2018

Natalia en las escamas de Vinnytsya


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A Natalia Aleksandrovna

Escamas de pez. Así cae la nieve sobre el tranvía de Vinnytsya que me lleva a tu cuarto. Albo lecho, sábanas y cubrecama. Olor de limpieza. Escamas. Copos horizontales de nieve montados uno en otro, alargándose, conformando fosas donde brillan peces cantarines. Chirrían las ruedas, se detiene el tranvía amarillo y desciendo. Allí estás, detenida y cubierta con tu chamarra gris con falso pelo alrededor de tu rostro. Lara, digo, recordando Hollywood y a Zhivago. Pareces Julie Christie en cierta medida, y yo Sharif, avejentado, engordado, fiero.

Llevas ropa interior roja y negra. Una bandera de la FAI española en el invierno ucraniano. Bandera de la libertad y el sexo. Flamea la rojinegra en tu ventana mientras un cuerpo moreno y otro blanco desafían la diferencia de las razas.

Una planta interior burla al invierno: larga, elevada

El ventanal se ha escamado también. Los peces de invierno vuelan por las calles, los árboles que no sé si son abedules inclinan las ramas con el peso. El horizonte se hace de madreperla, casi un arte andino de peces metálicos cubiertos de madreperla. Uno colgaba del techo de casa. Ahorcado estaba, al lado de una estatuilla fang, ¿del Camerún? ¿Eran o son los fang del Camerún, el África alemana?

Llevas una polera mía, nada más. Hueles a café, mujer que huele a café. Te la quitas al llegar al lecho y lo bebemos de la misma taza. El hielo golpea los vidrios como picadas de pajaritos. Tenemos que subir al tren, te digo. ¿Desnudos? Y por qué no. Si la muerte llega en forma de resfrío eso hasta le quita tragedia.

Vemos Vinnytsya alejarse. La tormenta, de lejos, parece una nube de langostas devorando la población. El tren se va hacia Lemberg, la nueva Lvov, siguiendo los pasos de la horda de Chmielnicki, que cosía gatos vivos dentro de los vientres de las embarazadas judías, decían en Polonia; En Lublín y en Cracovia. Mientras, incólume, la virgen negra protege a fieles polacos y ucranios por igual.

Majestuosa Lvov. En alguna calle caminan gentes que conocí, de la que perdí rastro. Las huellas del pasado se borran en la ventisca. Se esfuma también la ciudad germánica, ucrania, polaca. En Lvov habitaba una raza rabínica especial, igual que en Vilna. Y en el aeropuerto Boryspil, de Kiev, veo una horda de hasidim y me pregunto cómo escaparon. Yo tendría miedo, no vendría nunca más. He visto detalles del ghetto de Zhitomir, no lejos de Vinnytsya, y se erizaron los vellos de los brazos que perdí de nacimiento.

Pero corre el tren, chas chas, la frontera, Zamosc, Lublín. Estamos en la Galitzia que también fue austrohúngara. Joseph Roth, Zweig, Ilia Ehrenburg, los años se esparcen, dispersan, volatilizan, exudan. El conocimiento de los años queda mudo, a nadie interesa. Aferro entonces la mano de Natalia Aleksandrovna, y es delgada y está fría. La enguanto. Por la noche la desvisto y la visto, la visto y la desvisto. La veo y la noche enceguece, pero su cuerpo blanco es como una linterna, brilla. La mujer luciérnaga, la mujer cocuyo. Los conquistadores españoles se ataban insectos luminosos a las botas para caminar por las sendas de América, que a algunos les comieron los pies. A contratiempo, como cantaría Chicho Sánchez Ferlosio. Todo a contratiempo, todo; los barcos navegan contracorriente, por los Pachiteas, ríos de Fitzcarraldo, que pueblan de duda el espacio físico y el del tiempo.

Terminamos en el bosque de Bialowieza, en el borde polaco con Rusia Blanca, Belarus. Monstruos barbados caminan por las penumbras de distintos verdes. Monstruos cornudos. Miran como personas, mugen como demonios. Y desaparecen. Bialowieza traga hasta la historia, recicla a los soldados de Hindenburg, a los de Samsonov. Quiero ir de retorno por Bielorrusia, el Prypiat y Vitebsk, la aldea judía donde vuelan novios y cabrones verdes por los cielos. Los pinta Chagall.

Vinnytsya. No sé si he de volver. Miro las manos blancas de dedos largos. Esta mujer tocó el piano de mi cerebro, puso luz a mi noche. Me dio de beber en la sed que mata. A cambio la abrigué, protegí de un mar de escamas secas y heladas que querían cubrirla. Puse mi cuerpo en medio, como si del escudo de Belerofonte se tratase.
25/11/18 

Tuesday, November 20, 2018

Artículos incómodos/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Materialmente incómodos, escritos sobre una cama, sentado de costado en el colchón como dama en caballo. En el piso, echado, de cuclillas, espalda apoyada en la pared: labor de jóvenes, de articulaciones engrasadas, de pistones arriba abajo, de locomotoras bala.

Así, en la incomodidad de un cuarto pequeño, un aeropuerto atestado, un automóvil, poco puede el intelecto nutrir la página si está distraído en que no se caiga la maquinaria. No todos podemos ser como el cacique al que le amarran los zapatos, al que la Fuerza Armada le hace carambolas y baila como meretriz empistolada.

Entonces necesitas lidiar con la incomodidad mientras al mismo tiempo lanzas estocadas a apus, yatiris, dEregentes, generales, sargentos, misses, ganaderos, industriales y toda la corte del rey Momo, que es variada y sudorosa, hedionda y perfumada, con Rodríguez Veltzé empanadeando con algún feroz cocalero, con aristocráticas señoritas remangando las bragas igual a insutiles sirvientas al llamado del pollino en celo. ¿Cuál? Lo sabemos.

Mirar que el conteo de las palabras no crece, querer engañarte y añadir algunos apartes, puntos suspensivos, oraciones breves que conforman en sí un párrafo, toda la intención y la pericia de los escribas para la labor fundamental que es llenar sin decir, cumplir sin mucho sostén y apenas argamasa.

Ya se me congeló la pierna izquierda; enderezarme ha de costar una rodilla. La nalga adormecida, pinchada por una posición tediosa. Recurro entonces a imágenes del glorioso ejército correteador. Estos, en las guerras, corren mejor que tarahumaras en la sierra, ni se preocupan de cargar con las pistolas de reglamento, las abandonan en las escalinatas, es una banda de Cenicientos, y eso que no los persigue ningún príncipe azul. Tuvieron su tiempo de amos, eran pavos reales con ametralladoras y aire de perdonavidas. Les duró décadas. Oprobio, violación, tortura, muerte. Eran demonios parlanchines, supuestamente ejecutores de alto vuelo. Hoy son la comparsa del Evo, y le bailan al ritmo que ponga él: saya y cumbia, y si les pasa polleras, de polleras andan los generalotes, milicos de pelo en nalga, porque en el pecho lampiños.

Si los habré odiado y odio, que 20 de mis mejores años andaban de mamelucos; no se podía hablar, ni gritar. Al Chino le metieron en La Paz una manguera al culo. Y a Suecia tuvo que ir a olvidarla. Ahora de pronto es la primera línea de la revolución, que en su caso vale por la primera de escape. A la vista de la gendarmería chilena irían a enterrarse en sal allí en Uyuni. Topos, ratas.

Ya intenté todo el Kama Sutra de los escritores, y otros sutras. Nada, ni qué hacer, tendré que soportar la ciática en aras del libre albedrío, del derecho a la palabra. Sin tapujos, que veo colegas que hacen como que atacan, que amagan y golpean elementos secundarios, pero que intentan dejar incólume y limpio al esputo mayor. Necesitarán trabajo. Yo también, pero emigré, y trabajo encuentro sin besar trasero.

Por la mañana me escribe una hermosa mujer de acento que sé y no digo y apenas puedo contestar por los mismos impedimentos. Triste el amor que se arremete en pequeño espacio cuando los años veinte se han ido, y hasta los cuarenta, y casi los cincuenta para el gentil acomodo de los huesos para el sexo en un Volkswagen.

Y escribir es como copular; hay coitos y coitos, extendidos y cortos, extasiados, interrumpidos. Para cada uno hay situaciones des o favorables. Así también a ratos y por más esfuerzo realizado, la página no tiene orgasmo. Duele, por supuesto, te hace sentir inútil, sucio, descompuesto. Mejor, entonces, me compro una mesa y acuesto allí a mi computadora y le abro las piernas para un texto indecente pero válido.
19/11/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 20/11/2018 

Sunday, November 18, 2018

I WISH YOU WERE HERE


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A veces una hermosa canción es un castigo. Porque me lleva al Año Nuevo de 1997. Estaba Pink Floyd y no tú. Vivías en tu casa que no era mía, pero en pensamiento y en cuerpo me pertenecías, esa noche y 22 años de noches sumadas lo serías, hasta hoy, hasta mañana en que un papel será roto, cómo si importaran papeles, leyes.

I wish you were here. But not, you are not, not here not there, anywhere, nowhere, where I could find you. Me escriben hermosas ucranianas, toda pierna, pechos, hasta hijos me dan, me asoman pezones algo oscuros en senos blanquísimos, Calzones rojos y violetas, y cuellos como de diosa griega. Todo ofrecen, algo dan, pero ni rastro de ti, eso ya ni lo entregan el Dante ni Dios.

Vaga Petrus Borel en el desierto. Tengo hambre, dice, tengo hambre y soy caníbal. Así me revuelco, en el Malí ficticio que leo desde una terraza de Odessa, frente al mar negro, el mundo de Anastasias, Ekaterinas, Victorias, Natalias, Olgas, la noche de Odessa donde Luna me besa dulcemente y le acaricio el nacimiento de las nalgas como si fuera el mundo. Ríe, no nos entendemos. Da y Nyet, Sí y No, las palabras básicas del paraíso: redención o pecado cuando en el pecado sobrevivimos los irredentos.

I wish you were here and you are not. Perhaps behind the door, watching the trembling steps of my desire, the hand that does not believe what it touches. No, ofrecen y dan, pero hay un hueco, un agujero negro que traga mi alma, en cuyo fondo habitas, en el imposible, la antimateria, la luz de las estrellas apagadas que brilla.

¿Por qué y para qué me he sentado esta tarde en una casa que no tengo, ni cama, apenas un cepillo de dientes y un peine, y una canción de los Beatles que ordena: come together y together ya no, ya nunca más, ya ni pronto ni tarde, nunca, jamás, atravesados por los piratas de Peter Pan, en el mundo onírico, lo que queda de pieles que se frotaban y ardían, del sexo maravilloso de cabellos negros que me encegueció?

I wish you were here, porque mañana yo me voy, me atrapan en el juzgado y me hacen firmar documentos que rubrico con tinta fantasma, porque con mi sangre no lo hago. La mía se queda en las paredes, como la del Pascin muriente que gritaba “te amo Lucy”, porque el amor habita en la muerte, es oscuro como el luto de tu entrepierna fantástica, del néctar de las hespérides, de membrillos y naranjas, higos y damascos, granadas que cuelgan cuarteadas en los mercados callejeros de Kiev.

Victoria baila en video para mí, y mueve los pechos con dulzura de hetaira. Los beso, chupo, acaricio en el aire porque esa mujer se desvanece, pierde detrás de la sombra de un hijo fallecido en sábado a las tres de la mañana. Y Aliona y Marina y Yulia. Y Oksana la del vientre perlado que suda, que se escurre hasta los vellos de la perdición. Traición, deslealtad, infidelidad. Uno busca en todo lado la presencia de los seres idos, desaparecidos, Missing in action porque esto resultó una guerra con solo augurios de felicidad.

I wish you were here. Y solo está Katya con piernas largas de veinticuatro años, como si de tomar refresco se tratara. Que me pide dos hijos, hembra y varón. A pesar del verbo, de los descubrimientos y el antifaz quitado, te digo, pues, que quisiera que estuvieses aquí porque desde mañana lunes tampoco estoy yo. Bebo cerveza y la alterno con tragos de ron Zacapa. Un grupo brasilero canta en la noche rusa. Eisenstein camina desnudo por las escalinatas del Potiomkin; le sangra el culo: ha conocido el amor.

Deseo que estuvieras aquí, cuánto lo deseo, para contarte mis aventuras ficticias, los amores perniciosos y mochos, lo poco que agarré en mis vueltas por el mundo: la sonrisa de Ekaterina 1, los votos matrimoniales de Ekaterina 2. Pero ese mundo trajinado se acerca, llega ya a las fronteras de mi inexistente hogar. Y habrá que hacerle espacio porque en el mausoleo que supuestamente tengo hay lugar para dos.

I wish you were here, and you will never be again.
18/11/18


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Imagen: Jules Pascin, 1912

Tuesday, November 13, 2018

22, calle de León Tolstoi, Kiev


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A Victoria Nedohybchenko

Todos estaban enamorados de Anna Ajmátova: Blok, Mandelstam, Gumiliev… Cuando leo sus memorias y menciona un lugar cercano a Kiev donde vivía su madre, me digo que estoy aquí. Qué privilegio.

A cuadra y media está el Jardín Botánico, el Parque Shevchenko. Yo que soñé con las páginas de Molnar y el Botánico de Budapest, me siento ahora en un banco grisáceo y escucho caer las hojas amarillas, redondeadas, de un árbol que desconozco. Pasa un perro detrás de algo arrojado por su ama, algunos niños con sus padres, dos, tres jubilados tomando sombra. El gusto por el decaimiento, la senectud de esto que todavía podría ser Europa Central pero se tira al este y tiene tártaros en los ojos de sus mujeres bellas. La felicidad para mí carga color de otoño.

Inicialmente, al ver las gradas sombrías me espanté. Olía a humedad; sabía a tiniebla. La diferencia con la colorida comida marroquí de Sabah en aquel piso 7 del Madrid de ayer, era obvia. Aquí los pintores habían dotado al espacio de crudo color de orín. El ascensor para dos, tres ajustados. Piso quinto.

Han pasado 7 días y estoy más que conforme. Este silencio es refugio grato de lectura y escribir. Volvería a abrir las chirriantes puertas metálicas, a ver la neblinosa penumbra de las cinco. Podría anotar un libro entero en mi silla plegable con escritorio negro. Un vaso de agua que imagino vodka en homenaje a Bukowski. De él entré a un bar con su nombre y estaba vacío. Cerveza en botella Stella Artois. Salí, prefería el bar popular de cerveza ucrania donde todos me creen turco. ¿Bolivia? Qué animal será ese en las llanuras de África.

Siete días y en cuatro me voy, retorno a la más o menos paridad norteamericana, a ganarme el dólar para comprar ladrillo y reconstruir, que el edificio caído ya reclama por concreto y teja. Por lecho y vino, Bach y Haití.

No apuro el vaso de vodka-agua. En calzoncillos escribo, azules como varoniles deben de ser, con calcetines negros y rombos rojos, pensando en rostros que he visto estos días y que han arrebatado a mis hijas pensando en un papá orate. Que esta nieve de barba no refleja el corazón de hierro, y los pantalones esconden, todavía, las piernas de un zaguero paraguayo, de esos que dan leña.

A mí venía a tocarme la calle de León Tolstoi, Lva Tolstoho en ucraniano. A mí que adoro al santón que no era muy santo y bastante irascible. Todos los trenes de Rusia me llevan a él. Todos amaban a Anna Ajmátova. Yo también. Y Modigliani.

Ya me conocen en el mercado besarabo, y ayer, domingo, que entré temprano bien peinado con lustrosos zapatos, las tres dependientas sonreían, hablaban entre sí y reían. No soy tonto para no darme cuenta, no necesito el idioma. Y algo coqueto soy, vanidad de feo, y jugué al extranjero tonto para ver brillar ojos azules.

A cada rato tomo un expreso amargo. Eso, en Ucrania, me gustó, los cafés al paso, en autos con las puertas abiertas y una máquina, en una silla con otra y una vieja de pañoleta que hasta menea el azúcar en tu vaso si lo pides. En la acera. Café informal, no es mala idea. Y hay cerveza al paso, un cuartito con varias pilas en la pared y la nota de a qué cerveza pertenecen. Te la llevas en botella de Coca Cola, en un vaso plástico, o la bebes parado, al pie de las ametralladoras. No hay sillas. Tome y váyase, no discuta ni converse.

Cero grados en el exterior. Una buena ducha caliente me ha disipado dudas acerca de mi hombría. El día, así gris, pinta bien. Voy a extrañar mi casa del 22 de la calle Tolstoi, y mis paseos por el parque. Vuelvo a una modernidad cómoda pero a veces sosa.  Si regreso, quién sabe. Lo sabrá ella.
12/11/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 12/11/2018  

Imagen: Anna Ajmátova

Sunday, November 11, 2018

De mujeres y comidas portuguesas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

A Maurizio Bagatin

Según Maurizio, o yo y se lo achaco a él, mujeres y comida son los asuntos imprescindibles; lo demás es literatura. No con ánimo de viejoverdeo sino con espíritu esteticista debo decir que en mis viajes no conocí país –y este es pequeño- con tantas mujeres bonitas, hermosas, brillosas, espléndidas. Ayer visité el supermercado con el prosaísmo de conseguir jabón y shampoo para evitar el preconcepto que se tiene de nosotros, bolivianos, y se me quitaron las ganas de indagar entre una miríada de quesos y sentarme en la cafetería del mercado solo a contemplar el femineo constante, incansable de esta villa. El expreso sabía amargo, como debe ser. Rechacé el azúcar, pedí uno más para despabilarme y gasté una hora de mi expandido horario solo en eso. Luego me acerqué al mostrador a pagar y, héla, la cajera era una diosa, Afrodita con mandil y manos rapidísimas para despachar la bola de asnos que somos los compradores. Me preguntó algo que no entendí. Lo repitió en inglés y tuvo que mostrarme la bolsa plástica por si quería usarla o no. Sí, dije, contrito, y la muchacha con una sonrisa se deshizo de mí para siempre. Y yo que tanto la quería.

Caminé las iglesias sin buscar la paz de Dios. Que la estoy pasando bien en mi modestia de gustos. Con un libro y caminatas me entretengo. Que un revolcón y pezones rompiéndome los ojos estarían muy bien pero estoy casado y respeto los límites que me puse. Camino las iglesias, digo, saco fotografías, doy un euro de limosna, me siento a pensar dentro de las inmensas bóvedas construidas para asustar. Lo hago desde niño, a solas con las estatuas de yeso o de carey, los sacrificados, santos, mártires, las vírgenes dolorosas de narices delicadas. Ahí estoy en paz, en penumbras, haciendo cuentas y pensando en reconstruir la casa, en los pasadizos europeos que me faltan ver, la Galitzia polaco-ucraniana de la guerra de 1648 que iluminó mi infancia y pesa mucho todavía. Los vampiros rumanos; el Belgrado de Ivo Andric; la Bosnia de Andric también y de Mostar y el café turco. Quisiera ir a Edirne (Adrinópolis), en tierra infiel, y a Varna en el negro mar, y a Braila porque ya nadie recuerda a Panait Istrati. El delta del Danubio. Al frente, del otro lado, las escalinatas de Odessa, y subiendo por Moldavia la fortaleza de Kamenyets. Occidente olvida que aquel siglo XVII fue decisivo para su historia, para el crecimiento de Rusia, para parar a los turcos. Todo se olvida pero yo no; aquí trashumo para anotarlo en una lengua extraña, ajena, que en apariencia no debiera interesarse en ello y lo hace.

Pasan muchachas de veinte y yo sigo la rúa dos Passos buscando una exposición de fotos de Frida: la loca, la coja, la bella. Sus cejas negras se reproducen sin descanso en estas portuguesas. Hay la diferencia de piernas firmes, nalgas redondas y, en apariencia, la ausencia de tragedia. Las muchachas portuguesas disfrutan de sus pequeños y muy parecidos entre ellos, hombres de su tierra. Me siento alto, pero no llevo ni jeans pegados al tobillo ni aretes. Mientras más se parece a la mujer, el hombre, sentenciaba mi padre, más atrae a las féminas. Quizá. En realidad no interesa. Pienso en mis sobrinos, en la precariedad del sexo en Bolivia. Ya era difícil en tiempos de mi progenitor, duro en los míos, y supongo que a pesar del salto al mundo, sigue siéndolo. Otra historia sería con tanta belleza alrededor, donde el sexo no fuera, como lo fue para nosotros, motivo de disputa por su escasez. Ahora hay machos alfas, betas, omegas, en aquel tiempo solo machos en celo con gran ausencia de hembras. De haber sabido que por el mundo se paseaban ellas, las Evas de la discordia, hubiese emigrado antes, y, por qué no, a esta tierra que llevó al otro lado del mar no solo a Dom Pedro sino narices y culos que construyeron el mito de la brasilera heroica en su belleza.

Estábamos, en la Bolivia aquella, los hombres, como Petrus Borel en el desierto: “Tengo hambre”.

Joaquín, mi fantasma preferido que duerme desde la muerte de por vida cerca de mí, contaba de las fiestas de su juventud. ¿1948? El salón estaba rodeado de sillas, en ellas las damitas cochabambinas, que diferencia había entonces entre dama e imilla. Se acercaba a invitarlas a bailar. Fingido rubor y siempre negativa: castigo. La noche se apoyaba en las botellas; el alcohol sostenía la penumbra del desamor. Contaba Joaquín, desde su lecho espectro, y puteaba: Putas de mierda, jamás me aceptaron un baile, y luego las veías meneando las caries con el mayor pelotudo, el más bonito, que acaparaba la atención de las abejas.

Leo en esa inagotable fuente de chisme de la Red, que las portuguesas son las mujeres más depresivas de Europa. No sé, no pude verlo en sus ojos porque jamás me miraron. Camino en el tren a Braga, un brasilero de Fortaleza hizo amistad conmigo y dijo que él y sus paisanos no tenían suerte aquí, el samba no pega en tierra de fado. Otros dos, paulistas, ya esperando a medianoche el autobús a Madrid, describieron lo mismo, las tertulias verdeamarillas sin mujeres. Nada, que en Porto la fiesta no sirve cozinha.

Otra cosa veo en Kiev, y en Jarkov, y en Odessa, que las ucranianas sí te miran, y directo. Significas el extranjero que podría sacarlas del estercolero. Triste, mientras sus hombres enchamarrados en cortas prendas de cuero, juegan a ser mafiosos y tal vez lo son, pero machos de poca monta. Si se les escapan las mujeres, crítica debiera haber. Pero no. Esta lacra, e imagino que es igual en todo el antiguo territorio, es fatal herencia soviética, la cosa por sobrevivir y desarrollar el engaño y el vicio hasta niveles inenarrables. Camaradas.

Mucho turismo en Porto. Eso subió los precios, comenta el garzón, pero se puede comer barato, muy barato. Los dormideros, hoteles, hostales, no van con los estándares norteamericanos pero pasan. Ahí duermo. El mundo comienza al cerrar la puerta exterior. Sentarse a ver las muchachas suele ser distracción pero no es vida, y de ese silencio, a no ser que me consiga una puta parlanchina, no ha de salir nada. Prefieren maricas de jeans ajustados en los tobillos, que no usan calcetines de hombre o ni los usan, en una moda que leí por ahí había impuesto Julio Iglesias. Queda la comida, el otro placer que nos legó el Edén: sexo y alimento. En eso se basa la religión y aquella paja de que el Verbo navegaba entre las aguas era ni más ni menos que un acto de procreación con placer. Donde nace el gusto, aflora el pecado. Y el castigo, porque la alegría no solo es cuestionable sino punible.

El dilema está en devorar un emparedado glorioso o uno prosaico, entre un sexo de vellos retraídos hacia el centro o un plato de lomo encebollado. Se quejarán por ahí las feministas (feministas macheras, las llamaba mi padre… y ejemplos hay…), de querer engangochar unos y otros (el sexo y el lomo). Pero no es eso lo que hago. Mi fin está en el placer y lo sensual nos hace otros. Mientras tanto me meto en la colina medieval de Porto para esconderme de la Inquisición.
Kiev, 08/11/18

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Publicado en SÉPTIMO DÍA (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 11/11/2018

Tuesday, November 6, 2018

Las ruinas de la izquierda/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Transito Ucrania ahora, y he visto los remanentes del oscurantismo soviético; perviven, no están muertos; han marcado una centuria, varias generaciones. Escribo en este momento en uno de esos edificios. Desde la puerta de entrada todo está caído, roto. La escalera apesta a humedad, semeja una cárcel. Las paredes, los pisos, puertas, chapas, el universo destartalo, la mentira de entregar miseria, por un lado, y también cierta verdad en que esta miseria mejoró vida y destino de muchos. La idea puede valer; el desarrollo fue un desastre.

Hablemos de La Habana. Entonces se decía que la culpa era gringa, y gringa culpa abunda, no hay que mentir: está en la mara que Trump detesta, los salvatruchos que desprecia y que son creación en buena parte de la paranoia norteamericana en El Salvador, en los huérfanos que ella dejó. Lo viví, trabajé un par de años con ese grupo desesperado que llegaba desde ambos bandos a los Estados Unidos, torturados y torturadores buscando lo mismo: paz, y quizá bienestar. Cargaban machetes cortos, fumaban marihuana, sus hijos estaban entre dos culturas. De allí salió la mara, de los descastados y los huérfanos.

Volvamos a Cuba, a las ciudades decaídas, a la regresión, a la peor de las discriminaciones que es condenar a algunos a la pobreza eterna. Y eso sucede en Cuba, donde se ha privado al ciudadano común de los beneficios que tienen los turistas, donde se ha condenado a sus mujeres a un no buscado puterío. Otra vez, lo he visto, y no es gracioso.

La Habana está en ruinas, como lo está Odessa en el Mar Negro, como están las barriadas de edificios calcados de Jarkov donde desde afuera se puede apreciar la miseria. ¿A quién acusar? ¿A Gorbachov, a Yeltsin? Las élites se enroscan en sí mismas, vengan de la aristocracia, de la clase obrera, campesina, comerciante o el lumpen. Cuando estas bandas de gregarios alcanzan poder se envuelven como pangolines y tiran las púas hacia los otros. Nadie nos toca, parecen decir; y alrededor crean insectos que los imitan y reproducen.

Esta ruina viene de la izquierda, de la soberbia de creerse dios, de la falsa empatía y de la más falsa solidaridad. Por lo general sobreviven los vampiros que se alimentan de sus muertos, los Ortegas, los Chávez, los Lulas. Los buenos han sido asesinados, martirizados, y decimos así sin tener la seguridad de que no hubieran hecho lo mismo de seguir vivos. Hablamos, no olvidemos, del peor animal que camina la tierra: nosotros; del más cruel porque es el más astuto.

Entonces llegan los Bolsonaros, los de siempre, y chillamos. Bolsonaro vive en Evo Morales, él, por citar alguno, es la puta que lo parió. Y nada va a cambiar, los pañales se ensucian y se tiran y nadie les mira la marca. Estos, Bolsonaro y Morales, son la misma mierda y apestan igual. Y Cocaricos y Dilmas y Piñeras y la recua innombrable que deseen aumentar, incluidos Patzis y las marionetas a las que se les cayó aparentemente la cuerda que los hacía danzar al ritmo de los dueños.

Esta derecha recalcitrante que aparece, reaparece en el mundo, es, en la América Latina, la reacción al peor grupo de rateros jamás formado, uno que ha enseñado a la derecha males que incluso ellos, malignos, no sabían posibles.

La política está en ruinas; los países también; hay ciudades que se caen: Bolivia pareciera incólume ante eso y es porque Bolivia no existe, no produce nada, es solo un gigantesco mercado de contrabando, de dinero mal habido que no deja rédito al estado, quien, a su vez, es asaltado de forma demencial por una banda de embaucadores y violadores que afirman que la bandera de la revolución ya no es roja sino azul.
Kiev, 05/11/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 06/11/2018

Fotografía: Odessa

Sunday, November 4, 2018

Suenan las diez en Jarkov


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Leo de Boris Zaitsev líneas acerca del poeta Viacheslav Ivánov. Lo último es de Roma, en el Aventino, cuando en Roma crecían repollos en los huertos. No los vi en este único viaje pero intuí la pena del autor por la cercanía de la ausencia, que es el otro nombre de la muerte.

Hay seis grados centígrados en Jarkov. El cielo está gris en cada una de las dos ventanas que tengo. Tercer piso de un hotel insulso. La ciudad tiene rastros todavía del Halloween que es muy festejado aquí. Pienso en el tío Hugo, en sus recuerdos de Rusia. El “tío Negro”, le dice Fernando Rojas. Rusia está a un paso. El material bélico disperso lo recuerda. Al sur se matan sin desmedro.

Esta gente es torpe, brusca, a pesar de que sus mujeres caminan con garbo, son delgadas, cintura fina, con andar supongo soviético. Nadie saluda, nadie sonríe. Será el comunismo, la historia trágica, los mongoles, los tártaros, rusos, suecos, alemanes, el estupro permanente. Tal vez. Tan diferente a mi experiencia norteamericana de 1989 donde todos se desvivían por ayudar, sí, los gringos que votaron por Trump, esos, así eran, y debajo del felpo inmundo puede que sigan igual.

Hiervo un té y como mini croissants congelados. En un rato salgo. Miro un par de iglesias, algún ulano notable que vi por ahí al pasar en taxi. Diferente a Odessa. Allí sentí el apego a una ciudad dormida; esta rebalsa en construcciones gigantes, se nota la industria. Pero la gente es la misma, hombres y mujeres, cada sexo cortado con una medida. Hay pobreza, mucha, y ostentación, Mercedes y Porsches, más aquí que en el mar negro, pero los mismos rufianes, siguiendo la tradición mafiosa de la riqueza kitsch, del labriego que ha alcanzado un punto donde puede mostrarse, de Evo Morales y la fatídica revolución maleante, de la mafia italonuyorquina que quería parecer aristocrática y daba risa.

Ya marcan las once. Nueve grados. Recuerdo que en la explanada de Odessa, justo antes de las gradas de Eisenstein, una radio tocaba Radio Reloj, de Manu Chao. Me gustó escucharla, el único español de Ucrania hasta que tropecé con un chileno pelado y altanero, casado con una local cuya familia vivía cerca de una fortaleza medieval. A veces es mejor no encontrar a nadie, menos a paisanos o vecinos que huelen a desecho histórico.

Almuerzo en Sharikov, restaurante nombrado por aquel personaje de Bulgakov. Ambiente cargado, a ratos interesante, a veces lindo. Pero una mala mezcla, ignorante, de cosas valiosas y de objetos sin valor. La comida es buena, catlets de pescado y papa rallada y frita. Otra vez la profusión de hoscos labradores convertidos en oligarcas, Se les nota en cómo llevan las camisas, los reflejos que no son aquellos de un dandy aunque deseen por sobre todas las cosas, incluida su lombrosiana cabeza, serlo. Sus emperifolladas mujeres en la tradición de Rita Hayworth, sin asomarse a la bella.

Sonaron las cinco de la tarde. A las cinco de la tarde. Hora del té. No encuentro una casa inglesa donde comer un shepherd's pie, y tomar alguna exótica variedad de las colonias.

Y así asoma el domingo, impresionado de cómo devoran sushi las muchachas para el desayuno, y ostras crudas con limón, mientras yo me atengo a un modesto omelette con jamón, como si estuviera en la esquina de casa en Aurora escogiendo entre las variedades de huevo para el desayuno. Mas los monumentales edificios de singular arquitectura me recuerdan que estoy casi en oriente y me siento Marco Polo, de hirsuta barba, incluso.

Alguien escribe, promete calor en Kiev, que el iphone asegura está frío. No vine sin embargo por calor de piernas ni tostadas uñas de pie que raspen dulcemente los tobillos. Pasto en un caballito tártaro, pequeño y rápido que me lleva desde los confines del Catay occidental a los campos salvajes del Dnieper. Semejaría que huyo pero descubro. Y tanto en tan poco tiempo, en el dichoso salto de mata que te hace cauto y decisivo por igual, que no sé si la precariedad de una mujer ayudaría un poco. Precaria hoy, que en realidad son mayores y de mayor complejidad y entendimiento que nosotros. Pero no mientras voy de explorador, de scout en el misterio del yo.

Suenan las 8. Radio Reloj. Me aseguro estar en la cárcel, recuerdo la sombría estatua de Giordano Bruno. El cielo está estrellado de día, luna y planetas abandonaron la noche. Señal del fin del mundo. Digo que llamaré un taxi; el té negro me ha puesto alegre; el chocolate eufórico. A alistar los zapatos que mañana dejo Kharkiv, Jarkov, y otra vez hacia Poltava y adelante, en la huella histórica de las guerras, en estas mínimas batallas personales en las que de pronto me siento triunfante, el hombre en la luna.
03/11/18

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Imagen: Restaurante Sharikov, Kharkiv



Tuesday, October 30, 2018

Cochabamba, esa desconocida/MIRANDO DE ABAJO


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Odessa, Ucrania. Lo soñado hecho realidad, tocando el rostro frío de metal de Isaak E. Babel, contemplando su casa que está siendo refaccionada; buscando a los atamanes de las guerras patrias, controvertidos, violentos, antisemitas, esos que cimentaron, bajo la protección de Rusia, la nación ucraniana, sometida de antiguo por el reino república de Polonia.

Trashumo los barrios, todos arbolados y decaídos, una suerte de La Habana en el Mar Negro. La literatura que exudan las paredes, los muros rotos, el bandidaje hebreo en la Moldavanka, barriada que desde entonces no ha cambiado, que sigue llena de recovecos y huele a hinojo cocido con remolacha.  Pues esto es a lo que vine, a un reencuentro con el pasado, en busca de mis muertos literarios que pugnan por salir del cementerio.

Pues en la famosa escalinata de Odessa, en el filme de Serguei Eisenstein, El acorazado Potemkim, me senté a sacar fotos mientras miraba la miríada de estudiantes, de visitantes indios, turcos, algunos norteamericanos (pocos). Observé mujeres, las miré, las deseé, supe que estaba en tierra de machos con pinta de rufianes, bajos, toscos, borrachos, y de mujeres elevadas, con tacones altos además, hermosas, solas, dejadas de la mano de algún dios para pasto de indeseables.

Bueno, luego de mirar un poco más el busto de Catalina la Grande, los autos hechizos de carrera de algunos patanes, la profusión de árboles de esta ciudad, decidí bajar al puerto. En la escalinata estaba un personaje de Babel: chaqueta raída, sombrero de esos de visera de charol, tan famosos en la filmografía rusa, ya opaco. Lentes pequeños, los que puso de moda Lennon. Vendía estampillas y medallas recordatorias de la guerra, originales. Me preguntó de dónde era. Bolivia, respondí. Sonriendo prununció “Cochabamba” y soltó una risa. Era uno de los seres de las narraciones del gran hebreo saliendo de las páginas y presentándose a mí como un divertido maligno. A recordar: Odessa, no muy concurrida por la turística mundial, una ciudad que se descascara y persiste, la villa que supongo sostiene el dinero turco al otro lado del negro mar, porque comideros turcos abundan. Ese, el de ropa mendicante y risa jubilante repitió que Cochabamba era muy famosa, cómo no conocerla. Nunca había estado allí. Vivió en Cuba de soldado, y encalló en Venezuela en su paso, pero del sur nada. No aclaró la supuesta fama de mi ciudad, lo que me hizo más sospechar que se trataba de una jugarreta de Babel que me había enviado a uno de sus pillos judíos del barrio de la Moldavanka para burlarse de mí.

Señalé una de las estampillas soviéticas y dije: Nazim Hikmet. ¿Lo conoces? Claro, poeta turco. Pero vivió en la URSS, señaló y recitó un hermoso manojo de versos de Hikmet en ruso. Cochabamba, Cochabamba, susurró al terminar. Aquello era una invocación, una ligazón de tiempos y espacios, asegurando los nexos que habían mantenido por cincuenta y ocho años mi identidad y mi conocimiento. Me recordé a mí mismo leyendo asombrado a I. E. Babel, incrédulo que aquella conexión maravillosa y lacónica de palabras era posible. Estaba allí, por donde caía el carrito de bebé en las gradas de Odessa. Esos bosques al lado estaban poblados de fantasmas inmóviles; por entre ellos pasaban mujeres de taco y jeans ajustados. Las nalgas son un poema aparte. El mar no era negro sino azul. Lo que se veía al frente sería Crimea.

En la noche, mientras miraba televisión azerí, sin entender otra cosa que imágenes, pensé en mis padres, en la soleada Cochabamba que acunó la niñez, en los anaranjados chorizos de la Simón López, ya extintos. Estaba en una ciudad nueve horas más adelantada que la mía pensando en las mismas cosas de hacía cuarenta años. Los relojes estaban detenidos bien atrás. Parecía que el tiempo podía transformarse a voluntad. Y el anticuario callejero sonreía como un djinn.
20/10/18

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 30/10/2018

Imagen: Estatua de Isaak E. Babel in Odessa

Con Claudio Ferrufino-Coqueugniot, en el Callejón del Gato


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Estuve de patiperreo por Madrid con Claudio Ferrufino-Coqueugniot . Empezamos en la Glorieta de Bilbao, en el Café Comercial, el de don Antonio Machado, Cansinos-Assens, Blas de Otero, Sánchez Ferlosio, Rafael Azcona... Seguimos por Fuencarral y Malasaña hasta la Glorieta de San Luis, Montera abajo, con sus prostitutas al acecho y sus maleantes de salón de juegos, Puerta del Sol con sus materos, hasta Lhardy, donde hicimos un alto de Marsala y vermú de la casa, tal vez Martínez Lacuesta,  pero las friandises… estaban mejor en el recuerdo de los noventa, casi todos los sabores están mejor en el recuerdo de los noventa. Qué le vamos a hacer. Nada. Hazte a los cambios, a tu envejecimiento. En la memoria más que la marcha de pompa y circunstancia de Elgar, suena la Ritirata Notturna di Madrid, de Boccherini, por Jordi Savall… Cuando menos no tocan a  muerto las campanas, todavía. El presente es el de la celebración de la amistad y las complicidades literarias, por muy deformados que nos muestre ese mal espejo del callejón del Gato, el de Valle, fenecidos los que hubo, que deformaban a más y mejor, tanto que me produjeron auténticos espejismos hace treinta años… Ritirata, insisto, camino de la plaza de Santa Ana y de la calle del León, donde recogimos a Gulliver en su librería de viejo para ir al Terra Mundi, donde se juntó Pablo Cerezal... acabamos en el Café Gijón, mítico, mítico, umbraliano (La noche que llegué al Café Gijón), rompeolas de todas las Españas, decía su cerillero... y bajamos el telón. Pero me quedo con el Callejón del Gato y con Luces de Bohemia de Valle Inclán, por cuya escena para Ciro Bayo, ese exorcismo de una España deplorable, de una monarquía cazaelefantes, de la ley de Fugas, de la miseria y de los hampones de la política... tremendo exorcismo el de Valle sobre el país de su tiempo y sus pobladores, un descacharre que solo el esperpento más vitriólico puede describir.

Valle en Luces de Bohemia

MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO: ¡Estás completamente curda!
MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta, Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.
DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo?
MAX: En el fondo del vaso.
DON LATINO: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.
DON LATINO: Nos mudaremos al callejón del Gato.

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De PLUMAS HISPANOAMERICANAS, 29/10/2018